Acabo de recibir el nuevo
libro de Juan Carlos Usó. El libro, atendiendo al llamado experimento de Viernes Santo, reflexiona sobre la llamativa
capacidad de las sustancias visionarias para inducir experiencias de perfil
espiritual. Para ello el autor glosará tanto el experimento indicado como las
investigaciones que sobre la conciencia se vienen sucediendo en el ámbito de la
neurociencia. Al tiempo introducirá una serie de entrevistas a gentes perfil
diverso sobre la cuestión planteada. Estas personas serán gente conocedora de
la experiencia que sirven estas sustancias y/o de la fenomenología de las
experiencias religiosas. Entre los entrevistados destacaré al antropólogo Josep María Fericgla, al poeta Vicente gallego, a
Fernando Mora, gran conocedor de la obra de Ibn Arabi, al maestro zen Dokusho
Villalba o al indólogo Oscar Pujol. Usó tuvo a bien entrevistarme también a mí
en el libro.
(1)
El nuevo libro de JC Usó de título “El sol salió
anoche y me cantó” es todo un homenaje al famoso experimento realizado en la
Universidad de Harvard el 20 de Abril de 1962 conocido como el experimento de
Viernes Santo. Ese día, según se iba constatando la potencia de las plantas y sustancias
visionarias para dinamizar experiencias vividas en clave religiosa y mística,
se dio psicolocibina a veinte alumnos voluntarios de la Facultad de Teología de
Harvard. Se trataba de profundizar e indagar en la cuestión planteada. En el
experimento se confirmó una cuestión que no deja de desafiarnos
intelectualmente. Más allá de los testimonios de los participantes o de las
limitaciones evidentes en el diseño del experimento las preguntas que se
planteaban eran muchas. ¿Vincular las experiencias místicas a la bioquímica o
la fisiología cerebral las restaba credibilidad?. ¿Podían replicarse experiencias
de perfil espiritual con la simple ingesta de un psicoactivo?.
¿Nos encontramos realmente con experiencias espirituales significativas?. ¿Qué
diferencia hay entre una experiencia espiritual profunda y la dinamizada por un
psicoactivo?. ¿Cual es el valor real de estas experiencias desde el punto de
vista del ser y del conocer?... Ante estas preguntas Usó, con acierto, reconoce
y delimita el desafío intelectual que plantean. ¿Cabe preguntar e interpelar a
la gente conocedora de la fenomenología religiosa y/o de las experiencias que
brindan estas sustancias? Consideremos que no estaremos ante experimentadores
bisoños ni ante meros aficionados. A partir de estas cuestiones y teniendo muy
presentes los avances que se han sucedido en fisiología cerebral y neurología
arranca la propuesta de Juan Carlos Usó.
(2)
“El sol salió anoche y me cantó” incluye una glosa detallada del experimento
de Viernes Santo, una serie de entrevistas a gentes de perfil diverso pero al
tanto de la cuestión planteada y un texto del propio Usó en el que se
reflexiona y compendia las investigaciones científicas en curso sobre asuntos
que competen a lo planteado por este experimento. En el texto se nos sugiere
una propuesta afortunada. Hay quien ha dicho que el siglo XXI, en términos
científicos, será el siglo del cerebro y lo cierto es que las investigaciones
sobre neurología y fisiología cerebral van adquiriendo una relevancia
creciente. En tal contexto una de las grandes cuestiones planteadas es la de la
conciencia y la del vínculo esquivo y complejo de ésta con el cerebro. En el
texto Usó nos hará un magnífico compendio del estado de la cuestión y de las
investigaciones que se van sucediendo. Según su criterio, y sin pretender
vaciar las cuestiones espirituales en lo estrictamente científico, la pregunta
por lo divino acontecería en vecindad con la pregunta por la conciencia de la
que se ocupan los neurocientíficos y que no deja de desbordarles. Reitero, Usó no
comete el error de pretender vaciar las cuestiones espirituales en lo
científico y en lo neurológico pero si que demanda un diálogo. En tal debate
las sustancias visionarias si algo dejan claro es la complejidad de las
cuestiones de conciencia sobre todo si queremos delimitarlas desde la persona
singular. ¿Hasta donde alcanza la conciencia?. ¿Cómo vienen a entrelazarse el
perceptor y el mundo percibido en eso que llamamos conciencia?. ¿Se pueden
reducir explicativamente conciencia y mente a la esfera de lo fisiológico?.
¿Totaliza lo neurofisiológico todo lo que podamos decir sobre la conciencia?
¿Cuál es el vínculo entre conciencia y mundo percibido?. Con tino, Usó,
advertirá en las cuestiones vinculadas a la conciencia y sus figuras la
insinuación de las viejas preguntas por el espíritu.
A partir de ahí caería como fruta madura el diálogo
entre ciencia y espiritualidad lo que no será sino el diálogo entre ciencia y
sabiduría tradicional. Usó aludirá a las upanishads
con el fin de ampliar las desconcertantes veredas que van insinuándose. No será
el único. En la historia han sido varios los científicos de calado que han
planteado las resonancias entre ciencia y disciplinas metafísicas y/o
espirituales. Pienso en el premio Nobel Erwin Schrödinger apelando al Vedanta
tan vinculado, por lo demás, a las upanishads.
El libro del prestigioso científico Fritjof
Capra “El tao de la física” sea acaso lo más recomendable para acercarse
a estas resonancias. También será reseñable el libro publicado por Ed. Kairos
“Cuestiones cuánticas” en el que se recogen los textos de los más destacados
científicos cuánticos sobre tales vecindades.
Y así es; los saberes humanísticos, en su riqueza
hermenéutica y en tanto interpretaciones de lo humano, podrían aportar a las
ciencias mucho más de lo que suele suponerse. Para empezar capacidad de
lenguaje, comprensión y expresión, esto es, una formulación adecuada de las
preguntas pertinentes y una comprensión más aquilatada de las implicaciones de
lo estrictamente experimental más allá de lo propiamente científico. Al tiempo,
cabe también preguntarse qué puede aportar la ciencia a las disciplinas
espirituales. Consideremos que éstas tienes sus propios métodos de validación
–los propios de cada senda espiritual- y una manera específica de entender sus
enunciados completamente vinculada a la operativa espiritual y a un determinado
refinamiento de la conciencia.
Usó cierra el libro citando un texto de Antonio
Escohotado en el que se apunta al retorno al origen del principio de animación
de la vida singular una vez que esta declina en la muerte. En la cita
Escohotado maneja la idea de alma en
un sentido filosófico de tal modo que ésta no sería sino la vida y la animación
del cuerpo. Y es que la animación del cuerpo, la vida del cuerpo, exige de un
concepto que la nombre. Por eso, la recurrencia y potencia del concepto de alma por mucho que se intente dar por
periclitado. Recuerdo el monumental libro de Rohde “Psijé”. En el mismo el autor nos recuerda que en la obra homérica
se podría directamente traducir psije
por vida sin que esta traducción lastrara en demasía el sentido indicado por
Homero.
Lo planteado por Escohotado resulta sugerente. ¿Cuál
es el vínculo de la vida de cada cuerpo con la vida en general?, ¿cuál es el
vínculo entre el principio de animación de la vida singular y el principio de
animación de la vida-toda?. Los antiguos griegos distinguían entre la byos -la vida singular de cada
organismo- y la zoé -la vida toda; la
vida en un sentido general-. ¿Cuál es el vínculo entre ambas?. ¿Retorna nuestro
aliento vital a la zoé?. ¿Cabe hablar
en estos términos?.
La perspectiva hegeliana de espíritu de Escohotado y
el despliegue del mismo en la historia entendido como evolución e historia de
la conciencia creo que sobrevuela el texto de Usó y la perspectiva del libro;
lo que no deja de introducir una impronta intelectual deudora de la concepción
de progreso, eso sí, de considerable fuste intelectual a partir precisamente de
su hegelianismo. Más allá de esta cuestión la propuesta de Usó de atender a los
estudios científicos actuales centrados en la conciencia es muy sugerente,
especialmente, si consideramos el debate existente entre los propios
neurocientíficos. ¿Las cuestiones de conciencia rebasan la esfera de lo
individual?. ¿Es la conciencia algo ubicuo?. ¿Es reducible a lo neurológico o
más bien lo neurológico es fruto de ese darse eterno de la zoé y de las redes de sentido que promueve?. ¿Hay algún vínculo
entre la perspectiva de la conciencia humana y la potencia creativa a la que se
acogen la vida y todo lo real?...
(3)
El estado de la cuestión(1):
Psicología. Las
preguntas no son pocas y sirven asuntos de enorme transcendencia antropológica
y también existencial. La cuestión de Dios
aparece en un recodo, el de las drogas, en el que acaso no se la esperara. Ya en
los acercamientos más tempranos a las plantas y sustancias visionarias y en los
primeros formatos de investigación –ya lo hemos indicado- se advertía la
recurrencia de vivencias que el propio experimentador consideraba de corte
espiritual o religioso. Estas vivencias, como bien supo advertir Osmond, promovían catarsis personales;
lo que favorecía las expectativas terapéuticas que se pudieran tener. En estos
primeros compases del encuentro con estas sustancias la experimentación se movió
en la esfera de las investigación psicológica y psiquiátrica y en ambientes
intelectuales muy al margen de la cultura de masas.
Por lo que se refiere a los psicólogos no eran pocos
los que indagaban en su posible potencial terapéutico tras advertir los cambios
y transformaciones profundas que podían catalizar. Estas dependerían de los
aportes de sentido y de la potencia introspectiva que se brindaba en la
experiencia. Los cambios podían tener una impronta espiritual o quedar
referidos a modificaciones relevantes en el modo de entender la propia vida.
Ambas perspectivas, la puramente espiritual y la más introspectiva y
existencial, lejos de marcar una diferencia, se entrelazaban sin problema
alguno en los testimonios de los experimentadores. Tras la ingesta decían
conocerse mejor al tiempo que manifestaban haber quedado deslumbrados por la
naturaleza en su grandeza y belleza desvelándose. A veces este conocerse mejor
tenía su traqueteo y sus durezas. Algo que no debe perderse de vista.
En esa época la amplia libertad de investigación
previa a la prohibición facilitó mucho los estudios que se iban desarrollando. Master y Houston en el experimento, de corte fenomenológico, que recogen en
su libro “Secretos de la experiencia psicodélica“, reportan cientos de experiencias
con la LSD. Los investigadores trataran de establecer una pauta de experiencia.
En su estudio se indica la recurrencia de una mística cosmológica, en tanto
acontecer cumbre de la experiencia, centrada en la belleza colosal del cosmos y
su unidad. El milagro de la vida se nos
brinda parecían decir estos experimentadores en sus testimonios…
Por especificar; los contextos de experimentación
terapéutica de los cincuenta y primeros sesenta respondieron a dos
planteamientos. La llamada escuela psicolítica trabajaba con dosis
relativamente bajas intentado aprovechar el potencial introspectivo de la
experiencia en clave terapeútica. De esto modo las intuiciones servidas se
elaborarían en terapia. La otra escuela, la llamada escuela catártica, lo que
buscaba era una catarsis que removiera las conciencias y modificara
disposiciones básicas en lo que sería una toma de conciencia relevante. Esta
escuela trabajaba con dosis más altas. Todos los ensayos y las aventuras
intelectuales existentes quebraron o se ocultaron con la prohibición y con la
asimilación de ciertas drogas a la cultura de masas.
Al día de hoy y desde hace cierto tiempo se observa
la reactivación de las investigaciones en curso, eso sí, desde los propios
parámetros de investigación dominantes hoy en día condicionados por la
evolución de la psicología en las últimas décadas. Efectivamente, el paisaje de
la psicología disciplinar en la actualidad
no es el mismo que a mitad del siglo pasado. Consideremos que el perfil
de la investigación ha cambiado hacia registros más conductistas y más biomédicos.
Este giro, avalado por el cientificismo y el criptopositivismo dominante,
tendrá beneficios pero también el notable perjuicio de dejar de lado el estudio
y análisis de la experiencia interna (será infravalorada por considerarse una
experiencia subjetiva que queda fuera del campo científico); algo decisivo para
entender los beneficios que puedan producirse.
(4)
El estado de la cuestión(2): Desde los pensares, las sustancias visionarias; indagando en cómo nos las representamos En la esfera de lo cultural Aldous Huxley acaso sea quien más claramente haya indagado en lo
propiamente religioso de la experiencia visionaria. En sus libros “Las puertas
de la percepción” y “Cielo e infierno” este género de experiencias parecieran
delimitar una vía abierta hacia a esos estados del espíritu en las que el alma
queda abierta a la trama de sentido de la totalidad de lo real al tiempo que a un
poderoso juzgador de nuestros equilibrios internos; de ahí lo de cielo e
infierno. Para Huxley lo aportado
por estas sustancias serviría un determinado umbral de comprensión de las
diversas sabidurías espirituales lo que podría dinamizar nuestra vida
espiritual y/o religiosa.
Por su parte, Ersnt
Junger, asigna con claridad un valor iniciático a estas experiencias en
virtud del cual el mundo y la vida se nos insinuaría desde claves y registros que
transcienden lo que sería la conciencia común u ordinaria. El desvelamiento de
lo Uno, enhebrando todo lo real,
como finalidad o telos del viático
visionario será lo espiritualmente decisivo. La perspectiva de que todo evento
o fenómeno presenta una superficie y una profundidad a desvelar, un más allá de
la apariencia podríamos decir, estaría a la base de la impronta iniciática que
Jünger reconoce en este tipo de experiencias.
El propio Antonio
Escohotado en “Aprendiendo de las drogas” aludía a la cita con el espíritu
–nos las vemos con el espíritu decía-
que suponía la experimentación con estas sustancias. El comentario de Escohotado viniendo de un hegeliano y
de alguien que manejaba el lenguaje con precisión no es ligero ni baladí. Su
perspectiva de la ingesta no es religiosa pero queda abierta a la madurez y al grado
de libertad del propio espíritu y, en tal medida, a la cualidad de vida y
realidad que esto reporta. No olvidemos que el espíritu para Hegel no es sino
la fuerza activa del hombre, su fuerza vital, exteriorizándose y objetivándose
en el mundo a través de sus propias creaciones y de los umbrales alcanzados. En
realidad, el espíritu -lo absoluto- transciende lo estrictamente humano realizándose en la
historia humana. Con el estado de nuestro espíritu nos las vemos nos dirá
Escohotado… El espíritu y su creatividad; ¿hasta donde alcanzan las potencias
del espíritu humano y la propia idea de espíritu?.
Podríamos citar más referencias de experimentadores intelectualmente
relevantes y en tal sentido no puedo dejar de referirme a Albert Hofmnn, el químico descubridor de la LSD, del que acaso se
ha ponderado poco su capacidad de reconocer el fuste de este tipo de
experiencias. El químico, tras una ingesta accidental, fue capaz de reconocer
tal calado a partir de su formación humanística. Como digo esto creo que se ha
destacado poco y es que mucho investigador, dócil con el criptopositivismo
dominante, no habría tenido la más mínima capacidad de poner nombre o atisbar
el marco propio de los efectos de esa ingesta accidental. Poner los nombres a
las cosas, el preámbulo de toda comprensión… Al hilo de lo dicho creo
conveniente advertir que la mentalidad de la que se parta no será ajena a la
capacidad de experiencia que se habita.
Por lo demás, Hofmann,
integrante del círculo íntimo de Jünger,
entenderá las experiencias desde la metáfora del emisor y del receptor.
Desde tal metáfora el mundo humano dependería del encuentro con lo que el
hombre capta y, al tiempo, de la elaboración que hacen los sentidos y el
entendimiento de lo captado. Las sustancias visionarias incidirían en ese
proceso de elaboración liberando potencias por venir –las que aluden a las
experiencias cumbre de las que nos habla Hofmann-
y, también, haciendo aflorar modos de mirar renovados; de esto último, añado,
dependerá su gran potencia introspectiva.
Diferencias con repetición que desvelan, a partir de
un determinado refinamiento de la conciencia y de la mirada, diversos temples
intelectuales y mentalidades al encuentro de una experiencia capaz de
conmovernos hasta los cimientos y de asomarnos tanto a nuestras plenitudes como
a nuestras fragilidades ontológicas.
(5)
Algunas precisiones filosóficas.
Reflexionar sobre el significado de las ideas acercándonos a su clave
filosófica creo que resulta decisivo de cara a delimitar la pregunta por la
conciencia, por la espiritualidad o por la mística. Ahí vamos. Una mera
aproximación que será fértil incluso en los debates y disensos que puedan
establecerse. Lejos de cerrar significados de lo que se trata es de servir horizontes
de debate sin dar nada por sentado. Plantear las preguntas pertinentes; saber
de su anchura y sus calados; abrir posibilidades y potencias hermenéuticas.
La conciencia. En términos filosóficos y, en principio, la expresión
conciencia queda vinculada al
conocer y comprender del hombre lo que, de entrada, nos delimita una serie de
umbrales más o menos intensos dependientes del grado de realización de esa
capacidad de comprensión. Estos umbrales delimitaran el grado efectivo de la conciencia
sobre la base de la unidad de la misma de tal modo que la unidad de la
conciencia no sea sino la unidad de la potencia cognoscitiva que somos. En tal
sentido la conciencia será un vortex
o vórtice que desde sí, desde su propia potencia y posibilidades, conoce,
comprende, relaciona y reconoce la actividad que la circunda.
Entender la conciencia desde su propia unidad -la
unidad que articula la capacidad de conocimiento, percepción y atención- tendrá
un importante correlato. Quien conoce tiene conciencia de que conoce y, por
tanto, autoconciencia y conciencia de sí en tanto agente que conoce. Paralelamente
la autoconciencia y los diversos aconteceres y hechos de conciencia lo serán
por acogerse a un determinado horizonte de sentido general que se sirve al
conocer del hombre. Sin la posibilidad abierta de conocer un mundo ahí afuera
no habrá pues posibilidad de conciencia ni autoconciencia. Hasta el punto que
hacernos consciente de cualquier objeto supondrá abrir la vía hacia su comprensión
en el plano de unidad del mundo.
Como hemos sugerido el hecho de que la idea de
conciencia presuponga la de lo real brindándose al conocer y al saber es, precisamente, lo que nos ilustra sobre los diversos niveles de la misma. Tales
niveles estarán en precisa correspondencia con la intensidad del conocer y por
los horizontes de sentido que se puedan realizar al quedar abiertos a la
comprensión. Desde lo apuntado se hablará
de estados o niveles de conciencia pero, también, de los estados del ser
correspondientes con los diversos niveles del conocer y con cómo se reconoce el
mundo en tales niveles. De esto modo las posibilidades de la conciencia
desvelarían umbrales ontológicos y texturas de ser diversas. Esta y no otra es
la razón de que en los ambientes de uso de sustancias visionarias se hable de
expansión de la conciencia. Consideremos que bajo los efectos de estas sustancias no es raro que el sentir quede
abierto a un modo de percibir y a una capacidad de visión que se considera
ensanchada, cargada de sentido y especialmente penetrante. Ahí, la percepción
sensible y el entendimiento revelarían la hondura de su intimidad. En tal
pasaje, como diría Artaud, la percepción queda abierta como si de un tejido se
tratara. Los malos viajes y las malas experiencias dependerán precisamente de
este ensanchamiento de la percepción en una percepción que conoce y ve. Y es
que tal pasaje puede desbordarnos con facilidad y desordenarnos el temple. No
todo lo que se ve gusta.
Más allá de lo dicho la conciencia, en su grado
cumbre, percibirá al mundo como una totalidad o red integrada que nos viene dada y en la que nos desenvolvemos; lo
que, de suyo, servirá la indicación de un principio ontológico general. Atender
a un principio ontológico general, prácticamente, nos instala en la perspectiva
de lo divino en tanto vía abierta a lo que Platón
llamó la cuestión de lo Uno y de lo Múltiple –lo Uno, la unidad de todo lo
real en tanto esfera universal de sentido que todo lo acoge; lo Múltiple, la
diversidad de la lo real y de la vida toda-. Hago notar que Aristóteles llamó teología a la
filosofía que atiende al primer principio o principio ontológico. En este
sentido no olvidemos la etimología de religión
-religare-; la unidad irrumpiendo y
sellando en tal unidad lo que parecía separado y diviso. Diferencias con
repetición, diferentes veredas con paisajes que se entrelazan.
(6)
La mística. Desde la perspectiva de la conciencia estaríamos en
la mística ante un acontecer que desvela no solo la Unidad de lo real sino,
también, esa copertenencia de contrarios –coincidentia
opositorum- que exige tal perspectiva unitaria. A la base de la misma
encontramos una percepción entusiasmada y una mirada de privilegio que transciende
los estados ordinarios de conciencia. Tal percepción acogería el acceso al ser
vibrante de todo lo real y a la Nada a la que se acoge. Utilizo la expresión de
Nada en el sentido que maneja San Juan de la Cruz. El gran místico distingue
claramente la vía religiosa de la vía de acceso directo al océano de la
divinidad. Esta sería la vía propiamente mística centrada en remover todo contenido
de conciencia de la capacidad de atención; lo que incluirá, incluso, toda imagen
preconcebida o elaboración mental sobre lo que es Dios. El puerto de llegada
será esa atención pura o atención enamorada de la que nos habla este místico.
Según San Juan, en la atención pura, debe vaciarse la conciencia de todo lo
relacionado con la memoria, el intelecto y la voluntad. En esa noche del alma –del
que ya no sabe y permanece desasido de todo- brotaría la divinidad al tiempo
que el mundo quedaría acogido a lo divino en una visión olímpica. “Mi amado las
montañas”; “un entender no entendiendo”, nos dirá en sus poemas… Tal será la
mística cristianocatólica acogida a la llamada teología negativa (Dionisio Aeropagita, Eckhart, Suso, Tauler -la
mística renana; san Juan y la mística del Carmelo). Acaso la religión en su esencia cumbre nos
instale en ese más allá de la religión que indica la mística, esto es, en ese religare que solo sabe de lo Uno y de la
unicidad del cosmos. La nada divina: Nada satisface un decir sobre Dios, nada cósico o fenoménico es Dios. Dios como noche o tiniebla más
allá del ser. Para Platón ese sol que ciega. La mística católica conciliará
esta perspectiva con la de la encarnación y con la del hombre que se diviniza
acogiendo lo divino.
Con
la cuestión de Dios, en términos
metafísicos, queda nombrada la de la Unidad del mundo más allá de toda
escisión, dualidad o fisura interna. En lo Uno todo queda acogido y
justificado. Hasta el punto que sin unidad no se podría hablar de Dios. Lo Uno, Dios; la permanencia más allá de todo cambio y la afirmación de un
plano mistérico causal, omniabarcante e integrador. Vislumbrar el horizonte de
lo divino supondrá asomarnos a su Misterio y transcendencia y, también, a la unidad de todo lo real acogiéndose a ese
Misterio; la experiencia del Todo y del cosmos en tanto Unidad expresando una
plenitud desconocida. Hen kai Pan –Uno
y Todo- nos dirán los románticos
La vía mística y el gran desafío de un sentir desatado que
nos indica tal vereda: la de un estado interno que nos asimila a la Unidad desvelando
la copertenencia de los contrarios y un plano de sentido que todo lo ampara. La
vía mística: el desvelamiento de Dios como la Nada y la Tiniebla que todo lo
acoge, la afirmación gloriosa de la vida y su diversidad exhuberante…
(7)
El espíritu. El término espíritu deriva del latino aire, soplo,
aunque el latín como lengua sapiencial toma cuerpo al encuentro con el griego.
Así, el espíritu latino traducirá el griego pneuma
que tendrá un significado similar;
viento, aire en movimiento, soplo, respiración. En la medicina griega el pneuma quedará asimilado a la respiración
que renueva la vida del cuerpo valiéndose de la circulación de la sangre. Los
estoicos entenderán el pneuma como
aire pero también desde el elemento fuego distiguiendo aire -aer- de pneuma. El pneuma sería
por tanto el aire cálido y dador de vida que aporta el aliento vital. No
olvidemos la importancia del fuego en la cosmología estoica tan cercana a la de
Heráclito.
Progresivamente el significado de pneuma se irá acercando al significado
de eter –aither- que aludiría un
elemento aéreo, una especie de aire superior y celeste; para Homero la región
que habitan los dioses. El pneuma, que
terminó significando algo no muy diferente al ki del budismo en tanto
presencia vivificadora, era el elemento más sutil y menos denso de ahí que se
vinculará con lo celeste, la plenitud de la vida y la animación del cuerpo.
Serán los cristianos quienes adjudiquen al pneuma
una dimensión completamente inmaterial y divina –el espíritu santo- al
significar la presencia de Dios en el mundo y una de las hipóstasis del Dios
uno y trino.
Más allá de lo dicho tanto para los griegos como para
los cristianos, la parte superior e intelectiva del alma, la que conoce
contemplando, estaría compuesta por pneuma.
De la misma dependería el acceso a esa esfera de Unidad. Los padres de la Iglesia nos dirán que el
hombre integra cuerpo, alma y espíritu. Del alma dependerá la animación del
cuerpo y del espíritu la parte superior del alma, la que conoce y queda abierta
a Dios. La escolástica nos dirá que esta parte superior del alma tendría una
textura espiritual en su capacidad de conocer la verdad y unirse con Dios. En el
horizonte de lo que venimos diciendo podría decirse que el alma sería el principio de animación que nombra la vitalidad del
cuerpo y el espíritu la potencia creativa, intelectiva y receptiva del alma en
su apertura al conocer y a Dios mismo. En la realización espiritual el hombre
llega a ser lo que ya es en potencia –realiza su potencial- alcanzando su
propia plenitud. Con todo, alma –psije-
en griego- y pneuma serán términos
muy emparentados y su significación será siempre dinámica de ahí que no convenga
establecer categorías rígidas. En su origen psije
alude también a la respiración al pertenecer al campo semántico del verbo psijo –respirar-
y al aliento vital que se ingiere y exhala para renovar la vida del cuerpo.
Hasta aquí hemos llegado en este pequeño y limitado
tránsito por las resonancias de significado de términos tales como conciencia,
Dios, espíritu, alma o mística. Sirva lo dicho para el justo nombrar y el
atinado decir.