sábado, 8 de septiembre de 2018

Vecindades íntimas: Ernst Jünger y Albert Hofmann


La obra de Ernst Jünger, desde su íntima relación con el descubridor de la LSD, nos ofrece un privilegiado pórtico de acceso a los diversos calados de experiencia que ofrecen las sustancias visionarias. No en vano quizá sea Jünger el pensador de mayor relieve que se haya adentrado por sus veredas. Las referencias a las mismas salpican su obra e, incluso, dos de sus libros –“Acercamientos” y “Visita a Gödenholm”- están dedicados monográficamente a la experiencia con sustancias. Su interés por la variedad y la capacidad de vida del hombre le venía de lejos –Jünger  es básicamente un aventurero- y ese interés fue, precisamente, lo que le interesó por los órdenes de vivencia que ofrecen los fármacos visionarios. En los mismos quiso atisbar una poderosa herramienta de cara a calibrar los engarces y contextos del conocer humano. Su intimidad con Albert Hofmann y el encuentro con la LSD no hizo sino enriquecer su perspectiva de indagación y estudio. Análogamente, la enorme curiosidad intelectual del químico suizo, en buena medida aquilatada en la intimidad con este pensador, encontró la mejor atalaya para el reconocimiento de su experiencia con el alcaloide que descubrió; un alcaloide que, por lo demás, se encuentra en la naturaleza en el cornezuelo de centeno aunque mezclado con otros alcaloides menos recomendables y tóxicos.


La relación entre ambos cristalizó en modos de vecindad espiritual que el propio Hofmann nos describirá de la siguiente manera: “Irradiación es un término que expresa muy bien la manera en que influyeron en mí la obra literaria y la personalidad de Ernst Jünger. A través de su modo de mirar, que capta estereoscópicamente la superficie y la profundidad de las cosas, el mundo adquirió para mí un brillo nuevo y translúcido. Esto ocurrió mucho antes del descubrimiento de la LSD… Desde hace cuarenta años, una y otra vez, releo El corazón aventurero… En cada página se vuelve visible lo maravilloso de la creación y se toca lo único e imperecedero que hay en cada ser humano mediante la descripción precisa de la superficie y el traslucir de las profundidades. Ningún otro poeta me ha abierto tanto los ojos…”



Superficie y profundidad. Quizá sean éstas las palabras que nos dan la clave de la colosal influencia de la obra de Jünger en la vida y pensamiento de Albert Hofmann. No es algo que deba extrañarnos. Consideremos que su obra dimana de una búsqueda interior, en pos del misterio que nos habita, hasta los límites de la capacidad de experiencia y de vida del hombre. Jünger no es un doxógrafo universitario ni un teórico libresco. Lejos de ello la lectura de su obra invita a un tránsito por diversas veredas y paisajes. Tal riqueza vendrá a enhebrarse desde el refinamiento constante de su capacidad de vida en ese afán de profundidad. Una profundidad que, devenida pura superficie en su emerger a la percepción, mostrará sentido, hilazones, conexiones, sincronías y haces de sentido. Desde tal viaje la obra de Jünger se configurará como una inmensa caja de resonancias y figuras. Su obra acompaña al lector invitándole, muy discretamente, a ese “arte de la superficie y las profundidades”; si es el caso. Sus reflexiones desgranarán múltiples niveles de lectura…


La indagación intelectual será pues, para este maestro discreto, un marco de investigación en el espíritu humano y en sus devenires de plenitud y extravío. Su creatividad intelectual quedará renovada, permanentemente, en esa figura del esperanzado que tan bien advierte Isidro Juan Palacios en tanto en tanto figura de figuras de su obra. Desde tal esperanza brotará en Jünger una capacidad de alquimia capaz de elevarse sobre dos guerras mundiales, sobre el fracaso de la política, sobre la muerte de su hijo y sobre el terror gélido de la guerra técnica. La figura del esperanzado, del esperanzado en la aventura del espíritu, ubica y vincula el corpus jungueriano en la unidad de una vida indestructible que siempre se renueva. La vida indestructible de Dionisos; la vida que siempre vuelve y retorna siendo la misma; la vida que, como el propio Dionisos, eternamente muere y resucita… Una esperanza, la de Jünger, que por cierto no puedo dejar de ver con nitidez en la palabra y la mirada del Hofmann que vi en Basilea en el congreso de su centenario. No conviene olvidar que la intensa relación intelectual entre ambos enmarcará la capacidad del químico suizo para atisbar y calibrar la magnitud de su descubrimiento.


Así las cosas, no nos podrá extrañar la seducción de ambos por esa visión poderosa que cualifica los sentidos y revela la profundidad de la vida en la superficie de todo acontecimiento. Me refiero a esa disposición del ánimo y a esa transparencia cognoscitiva que es capaz de presentir, en palabras de Jünger, “la identidad de superficie y profundidad, de forma análoga a como el segundo es idéntico a la eternidad”. Jünger apelará a la propia tradición occidental a la hora encontrar los referentes de esa visión de poder. En este mismo sentido no será de extrañar que, preguntado Hofmann sobre la actualidad de los referentes chamánicos en relación a los usos de sustancias visionarias, éste apelara a la vigencia de lo que nuestra cultura occidental puede brindarnos desde una reubicación de la misma. A buen seguro más de lo que podemos imaginar. Se trata de una nueva mirada capaz de descubrir en nuestra propia piel futuros inéditos de nosotros mismos.



En realidad, toda esta relación entre pensamiento y capacidad de vida, con el telón de fondo de nuestra propia tradición intelectual, será el sustrato del expreso y nítido reconocimiento que hace Hofmann de la obra de Jünger. Desde lo dicho, ambos compartirán afinidades intelectuales y también experiencias visionarias. Hofmann, descubridor de la LSD, encontró en Jünger no sólo uno de sus privilegiados compañeros de investigaciones y experiencias sino un maestro discreto.



Ya nos hemos referido a la superficie y la profundidad en las propias palabras de estos dos autores. A este respecto, no deja de ser curioso que, si nos atenemos a los efectos de los fármacos visionarios, podríamos, del mismo modo, acudir a esta bella metáfora de la superficie y la profundidad. Y es que, en la experiencia visionaria, toda superficie -para bien o para mal- parece dejar emerger una determinada profundidad; esto es, una profundidad oculta que se revelará en la significación de la superficie y en la cualificación de datos sensoriales y procesos perceptivos. No estaremos pues ante una simple imaginería alucinatoria o de recreo sino ante una textura, a veces densa, que emerge y exige atención. La profundidad así revelada, en realidad, no será sino el espejo de la textura y estado de nuestra alma. Aunque, acaso, quepa ir más allá de este válido y pertinente nivel de experiencia puramente psicológico.



Podríamos añadir una palabra más a las de superficie y profundidad en el natural enhebramiento de los efectos de la LSD y de la obra de Ernst Jünger. Me refiero al término advenimiento. Con esta expresión Jünger señala esos momentos privilegiados en que las profundidades parecen emerger, transfigurando y cualificando la vida en un estado de plenitud desconocida. No estaríamos pues ante cualquier profundidad, sino ante ésa misma que significa y desvela la unidad y plenitud de la vida, la copertenencia de contrarios -coincidentia opositorum- y, en esa medida, la verdad en la vida; un darse, un brindarse, una donación de la vida, un desvelamiento... De ahí, que esa dimensión psicológica de la experiencia quede transcendida en la plenitud cognoscitiva y en la unicidad que se desvela. Con lo dicho estamos tocando el epicentro, no sólo del modo en que Jünger entendiera las experiencias con sustancias visionarias, sino del propio universo intelectual jungueriano.


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