La obra de Ernst
Jünger, desde su íntima relación con el descubridor de la LSD, nos ofrece un
privilegiado pórtico de acceso a los diversos calados de experiencia que
ofrecen las sustancias visionarias. No en vano quizá sea Jünger el pensador de
mayor relieve que se haya adentrado por sus veredas. Las
referencias a las mismas salpican su obra e, incluso, dos de sus libros
–“Acercamientos” y “Visita a Gödenholm”- están dedicados monográficamente a la
experiencia con sustancias. Su interés por la variedad y la capacidad de vida
del hombre le venía de lejos –Jünger es
básicamente un aventurero- y ese interés fue, precisamente, lo que le interesó
por los órdenes de vivencia que ofrecen los fármacos visionarios. En los mismos quiso atisbar una poderosa herramienta de cara a calibrar los engarces y contextos del
conocer humano. Su intimidad con Albert Hofmann y el encuentro con la LSD no hizo sino
enriquecer su perspectiva de indagación y estudio. Análogamente, la enorme
curiosidad intelectual del químico suizo, en buena medida aquilatada en la
intimidad con este pensador, encontró la mejor atalaya para el reconocimiento
de su experiencia con el alcaloide que descubrió; un alcaloide que, por lo demás,
se encuentra en la naturaleza en el cornezuelo de centeno aunque mezclado con
otros alcaloides menos recomendables y tóxicos.
La relación entre ambos cristalizó en modos de vecindad espiritual que el
propio Hofmann nos describirá de la siguiente manera: “Irradiación es un
término que expresa muy bien la manera en que influyeron en mí la obra
literaria y la personalidad de Ernst Jünger. A través de su modo de mirar, que
capta estereoscópicamente la superficie y la profundidad de las cosas, el mundo
adquirió para mí un brillo nuevo y translúcido. Esto ocurrió mucho antes del
descubrimiento de la LSD… Desde hace cuarenta años, una y otra vez, releo El
corazón aventurero… En cada página se vuelve visible lo maravilloso de la
creación y se toca lo único e imperecedero que hay en cada ser humano mediante
la descripción precisa de la superficie y el traslucir de las profundidades.
Ningún otro poeta me ha abierto tanto los ojos…”
Superficie y profundidad. Quizá sean éstas las palabras que nos dan la clave de
la colosal influencia de la obra de Jünger en la vida y pensamiento de Albert
Hofmann. No es algo que deba extrañarnos. Consideremos que su obra dimana de
una búsqueda interior, en pos del misterio que nos habita, hasta los límites de
la capacidad de experiencia y de vida del hombre. Jünger no es un doxógrafo
universitario ni un teórico libresco. Lejos de ello la lectura de su obra
invita a un tránsito por diversas veredas y paisajes. Tal riqueza vendrá a enhebrarse
desde el refinamiento constante de su capacidad de vida en ese afán de
profundidad. Una profundidad que, devenida pura superficie en su emerger a la percepción,
mostrará sentido, hilazones, conexiones, sincronías y haces de sentido. Desde
tal viaje la obra de Jünger se configurará como una inmensa caja de resonancias
y figuras. Su obra acompaña al lector invitándole, muy discretamente, a ese
“arte de la superficie y las profundidades”; si es el caso. Sus reflexiones
desgranarán múltiples niveles de lectura…
La indagación
intelectual será pues, para este maestro discreto, un marco de investigación en
el espíritu humano y en sus devenires de plenitud y extravío. Su creatividad
intelectual quedará renovada, permanentemente, en esa figura del esperanzado
que tan bien advierte Isidro Juan Palacios en tanto en tanto figura de figuras
de su obra. Desde tal esperanza brotará en Jünger una capacidad de alquimia
capaz de elevarse sobre dos guerras mundiales, sobre el fracaso de la política,
sobre la muerte de su hijo y sobre el terror gélido de la guerra técnica. La
figura del esperanzado, del esperanzado en la aventura del espíritu, ubica y
vincula el corpus jungueriano en la unidad de una vida indestructible que
siempre se renueva. La vida indestructible de Dionisos; la vida que siempre
vuelve y retorna siendo la misma; la vida que, como el propio Dionisos,
eternamente muere y resucita… Una esperanza, la de Jünger, que por cierto no
puedo dejar de ver con nitidez en la palabra y la mirada del Hofmann que vi en
Basilea en el congreso de su centenario. No conviene olvidar que la intensa
relación intelectual entre ambos enmarcará la capacidad del químico suizo para
atisbar y calibrar la magnitud de su descubrimiento.
Así las cosas, no nos podrá extrañar la seducción de ambos por esa visión
poderosa que cualifica los sentidos y revela la profundidad de la vida en la
superficie de todo acontecimiento. Me refiero a esa disposición del ánimo y a
esa transparencia cognoscitiva que es capaz de presentir, en palabras de
Jünger, “la identidad de superficie y profundidad, de forma análoga a como el
segundo es idéntico a la eternidad”. Jünger apelará a la propia tradición
occidental a la hora encontrar los referentes de esa visión de poder. En este
mismo sentido no será de extrañar que, preguntado Hofmann sobre la actualidad
de los referentes chamánicos en relación a los usos de sustancias visionarias,
éste apelara a la vigencia de lo que nuestra cultura occidental puede brindarnos
desde una reubicación de la misma. A buen seguro más de lo que podemos
imaginar. Se trata de una nueva mirada capaz de descubrir en nuestra propia
piel futuros inéditos de nosotros mismos.
En realidad, toda esta relación entre pensamiento y capacidad de vida, con el
telón de fondo de nuestra propia tradición intelectual, será el sustrato del
expreso y nítido reconocimiento que hace Hofmann de la obra de Jünger. Desde lo
dicho, ambos compartirán afinidades intelectuales y también experiencias visionarias.
Hofmann, descubridor de la LSD, encontró en Jünger no sólo uno de sus
privilegiados compañeros de investigaciones y experiencias sino un maestro
discreto.
Ya nos hemos referido a la superficie y la profundidad en las propias palabras
de estos dos autores. A este respecto, no deja de ser curioso que, si nos
atenemos a los efectos de los fármacos visionarios, podríamos, del mismo modo,
acudir a esta bella metáfora de la superficie y la profundidad. Y es que, en la
experiencia visionaria, toda superficie -para bien o para mal- parece dejar
emerger una determinada profundidad; esto es, una profundidad oculta que se
revelará en la significación de la superficie y en la cualificación de datos
sensoriales y procesos perceptivos. No estaremos pues ante una simple imaginería
alucinatoria o de recreo sino ante una textura, a veces densa, que emerge y
exige atención. La profundidad así revelada, en realidad, no será sino el
espejo de la textura y estado de nuestra alma. Aunque, acaso, quepa ir más allá
de este válido y pertinente nivel de experiencia puramente psicológico.
Podríamos añadir una palabra más a las de superficie y profundidad en el natural
enhebramiento de los efectos de la LSD y de la obra de Ernst Jünger. Me refiero
al término advenimiento. Con esta expresión Jünger señala esos momentos
privilegiados en que las profundidades parecen emerger, transfigurando y
cualificando la vida en un estado de plenitud desconocida. No estaríamos pues
ante cualquier profundidad, sino ante ésa misma que significa y desvela la unidad
y plenitud de la vida, la copertenencia de contrarios -coincidentia opositorum- y, en esa medida, la verdad en la vida; un darse, un
brindarse, una donación de la vida, un desvelamiento... De ahí, que esa dimensión psicológica de
la experiencia quede transcendida en la plenitud cognoscitiva y en la unicidad que se desvela. Con lo dicho estamos tocando el epicentro, no
sólo del modo en que Jünger entendiera las experiencias con sustancias
visionarias, sino del propio universo intelectual jungueriano.
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