Ahi van una serie de reflexiones a propósito de la tremenda faena de Morante de la Puebla en Sevilla demostrando que la lidia es eso, lidia, a partir de la cual se trenza la belleza que destila el buen toreo. Al tiempo el sufrimiento animal como gran objeción...
(1)
El mundo que nos vive es muy diferente del mundo en el
que cuajó la lidia del toro bravo. Las mentalidades vigentes también lo son.
Respecto de la lidia la sensibilidad del hombre contemporáneo escolla en el
dolor y el sufrimiento de la res. Y, efectivamente, el dolor y el sufrimiento
del toro es la gran objeción que encuentran las corridas de toros tanto en
términos éticos como estéticos. Me referiré a las corridas de toros como la
lidia siguiendo la pauta del inmenso crítico taurino Joaquin Vidal.
Del entorno en el que cuajó el toreo decir que era un
entorno silvestre con el hombre viviendo integrado en la naturaleza. El hombre,
que compartía con los toros encinares y dehesas, no vivía separado del medio
ambiente tal y como vivimos nosotros. Un hombre así sabe del estremecimiento
ante lo natural pero, por eso mismo, de sus asperezas y peligros. Este hombre censurará
la crueldad gratuita con los animales pero lo que no hará nunca será proyectar sobre
el animal una sensibilidad afín a lo humana. El hombre natural convive con los
animales en sus mismos ecosistemas, los caza y los cría, se alimenta con ellos,
los adiestra y se sirve de ellos amaestrándolos. Este hombre actúa como el gran
predador que es en todos los ecosistemas que habita pero, eso si, sin humanizar
los animales y siendo muy consciente de lo salvaje desatado, del mundo como bosque y campo abierto. A partir de ahí la lidia empezó siendo un juego de riesgo en todo
el Mediterráneo abierto a la sana competencia de los jóvenes; piénsese en los
recortadores de toros existentes desde la antigua Creta tal y como acreditan
los frescos minoicos.
En toda la Península Ibérica y en el sur de Francia este
juego terminó transformándose en una compleja figura antropológica cimentada en
un ordenado rito de probatura de valor que encuentra su compás en una
elaboración estética bien afinada y aquilatada. Sus valores éticos quedaran
pues vinculados a una mentalidad heroica y sus valores estéticos a la
plasticidad que emerge de la propia lidia conjurando la belleza a partir del
riesgo. Probablemente estamos ante una de las elaboraciones humanas más
singulares, muy por encima de lo que acontecía en el circo romano. Y así será
por primar en la lidia lo ritual y no el espectáculo que era lo que primaba en
los circos romanos de la antigüedad. A
partir de ahí el público, el gentío, participará activamente del ritual
actuando como un crítico severo o completamente entregado y enamorado festejándolo.
Considérense desde los dicho todos las matices y posibilidades intermedias que
pudieran resultar. Recuerden la participación del coro, representando al
pueblo, en las tragedias griegas…
Desde una mentalidad moderna o contemporánea lo dicho
es, literalmente, incomprensible. Por eso los debates entre taurinos y
antitaurinos resultan tan tediosos escenificando básicamente incomunicación.
Para el contemporáneo la naturaleza es un objeto a proteger y esa protección
desgrana una serie de valores de corte humanitario. Es cierto que el desarrollo
tecnoeconómico ha lesionado intensamente la naturaleza humanizándola al
extremo; de ahí que deba ser protegida. Tras
degradarla nos toca protegerla… La humanización de la naturaleza, cosificándola
desde la estricta perspectiva humana y convirtiéndola así en objeto de gestión
y planificación, es uno de los caracteres nucleares de la administración de la
vida en tanto gran emblema de lo contemporáneo.
Como vengo indicando vivimos completamente separados
de la naturaleza e, incluso, de nuestro cuerpo, desplazado de lo que somos y
convertido en un objeto más que enmendar y consumir. Para este hombre
contemporáneo la naturaleza es un jardín a proteger, un territorio humanizado.
De ahí que en la lidia el antitaurino solo vea desprotección hacia el animal y
crueldad. Sincrónicamente el desconocimiento de los animales y vivir al margen
de lo salvaje será lo que ampare la pérdida de los simbolismos que movían en el
hombre los animales y, al tiempo, lo que termina amparando que proyectemos sobre
los mismos sentimientos humanos .
Más allá de que en mi exposición me decante por ese
hombre antiguo -no lo voy a negar- y que deje constancia de los límites del
hombre contemporáneo la perspectiva ética del hombre actual sobre el
sufrimiento animal resulta difícil de objetar. Con todo, nuestra sociedad es la
que, de lejos, más sufrimiento animal ha provocado en la historia. Sin ir más
lejos y en relación con los bóvidos -vacas y toros; terneras y terneros- la
producción industrial de carne y la actividad en serie de los mataderos
producen montañas de dolor y de sufrimiento incomparablemente superiores a los
de las corridas de toros. Algo similar cabrá decir de la degradación de los ecosistemas
yugulando biodiversidad.
Mi intención en esta columna no será tanto defender la
lidia del todo bravo de su crítica sino solo exponer la complejidad de la
cuestión tanto en el orden moral como estético . Soy consciente de que la
objeción del sufrimiento animal no es una cuestión menor, ahora bien, también
soy consciente de que nuestra sociedad, en relación al sufrimiento animal, se instala
en contradicciones muy graves y en umbrales de sufrimiento que deslegitiman la
crítica contemporánea del toreo.
(2)
Más allá de todo lo afirmado lo cierto es que las
corridas de toros, la lidia como bien decía Joaquin Vidal, son una
pervivencia extraordinaria de un mundo antiguo que ya dejó de existir. Por eso
su importante aportación enriqueciendo el lenguaje y en la esfera del arte. Quizá,
en el juicio que cada cual tenga sobre los toros se mida lo que cada cual pueda
preservar de antiguo no siendo completamente moderno. ¿Nos podemos permitir dejar ser a lo que nos quede de
antiguo cuestionando la normalidad moderna y su pesebre?.
Lo que vengo indicando lo digo a volapié en relación a la gran faena de Morante de la Puebla el 1 de Mayo en Sevilla mostrando lo que es la lidia de un animal bravo y de embestida compleja para llevar tal lidia hasta el umbral de la belleza desgranada por la geometría de esa lidia. Sencillamente colosal el Maestro Morante. Como decía Juan Belmonte la lidia, torear, es parar templar y mandar. Parar empapando al toro con la muleta y el capote; templar acompasando al propio ritmo la velocidad y la cadencia de embestida del toro; mandar llevando al toro por la trayectoria deseada y al lugar en el que arranca el próximo muletazo. De ahí que estemos ante una lidia precisa pero también ante una sofisticada danza. Vean a Morante lidiar a un toro de embestida compleja haciéndole pasar por donde la lidia requiere y accediendo a ese umbral desde el que la belleza comienza a brindarse. Según sale de chiqueros y en el toreo de capote hasta el final de la lidia. Así, mirará estremecida nuestra sensibilidad antigua mientras la moderna embarrancará en el sufrimiento animal…
Ahí va el enlace a la faena de Morante... Si dais en el enlace lo podeis ver en yuotube. Como digo un ejemplo de toreo antiguo, de lidia que desde la misma es capaz de desgranar plasticidad y ligereza... Para ver estas imágenes, si hay reticiencias no recomiendo verlas, hay que tomar nota de que asistimos a la representación de una tragedia en la que el público, el respetable, ocupa una función muy similar a la del coro en la tragedia griega dando voz al pueblo levantando testimonio y recapitulando lo acaecido. Una tragedia que se ordena desde la inmediatez de la muerte y desde la vida que reporta confrontar la muerte; la muerte menos temida da mas vida que se decía en la Edad Media... No, no estamos ante una sensibilidad contemporánea en su pretensión de desplazar el dolor de la esfera de experiencia de la vida... La tragedia escénica de la tauromaquía hunde sus raices en la asunción del dolor y de la muerte. Por eso estamos ante una sensibilidad antigua completamente ajena a lo contemporáneo.
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