lunes, 7 de abril de 2025

Variaciones sobre la generación beat: El Zen en el quicio descoyuntado de Occidente

 

Ahí va una entrada que publiqué hace tiempo en phantastika, mi anterior blog, y que he revisado ligeramente. El texto contextualiza el nihilismo del tiempo presente, cada vez más desatado, con las intuiciones de la beat generation visionando vías de escape y supervivencia a la violencia sistémica de la modernidad técnica. En la foto el memorable Gary Snyder, acaso en sus queridas montañas azules.





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Entender la Beat Generation supone antes que nada dar cuenta de tal denominación. La expresión beat alude a lo golpeado. Tal golpe, el golpe de la sociedad de mercado y de cómo esta nos programa desde sus exigencias será el detonante de búsquedas, anhelos y fugas diversas. Estamos pues ante una nueva versión de esa revuelta contra el diseño técnico de la vida indagando en la liberación de los cuerpos. Esa misma que tan bien vindica el emblemático poema “Aullido” del beatnik Allen Ginsberg. Esta revuelta intentará encontrar salida a la gestión ajena y externa que golpea y codifica nuestras existencias desde parámetros de utilidad y rentabilidad muy específicos. La descrita administración de la vida, por decirlo con las palabras de Gilles Deleuze, nos será impuesta a través de eficaces técnicas de coacción y control. Desde la perspectiva beat percutir la propia conciencia moral a través del exceso, de lo que en clave conservadora sería un exceso, será percutir todo ese bagaje de imágenes heredadas que nos ponen a disposición de la sociedad de control y de la inserción en la movilización total para la producción. Descentrar el yo a través del sexo, ciertos excesos o las drogas tanteará la crisis de esa identidad aparente que nos ofrece nuestra inserción en la sociedad técnica. El envés de tal praxis de descentramiento sería la liberación de determinadas potencias creativas y el estímulo de la capacidad de vida. Toda corrección política, toda codificación, toda moralina, todo convencionalismo y toda participación en los fastos de la sociedad de consumo serán repudiados y liquidados en el propio atanor del alma. Especialmente por lo que se refiere al incesante diseño de identidades que administra la sociedad de mercado a través de los iconos que nos ofrece. De ahí la incomodidad de Kerouac ante la socialización y masificación de sus intuiciones. La beat generation, lejos de toda moda por venir, se perfiló en su día como un grupo de experimentadores, creadores y poetas que desde lo marginal pretenderán, a través de la propia decodificación, divisar el otro lado del escenario. La animación de la propia creatividad personal estará en la raíz de su tarea. Muy poco de uniformización en la moda o el gregarismo había en su vocación de marginalidad. Ciertas actitudes iconoclastas y de fractura con la herencia recibida estarán en la base de la disposición y las actitudes descrita.

Nos encontramos, por tanto, muy lejos de esos iconoclastas de diseño cincelados a la medida de la sociedad de mercado. Y es que, acaso los beatniks tengan muy poco que ver con la asimilación exitosa y postrera de su estética y de su supuesto lifestyle por la sociedad de consumo. Advirtamos cómo la sociedad de consumo, en sus circuitos de imágenes, se configura en tanto apoteosis e imperio del simulacro. En relación a los beatniks y en relación a cualquier otra cosa... Reitero no estamos ante nada vinculable con la crítica de la moral conservadora que podría hacer un moralista woke invirtiendo y transformando en una praxis de poder puro ciertas referencias sesenteras. El contexto de los años 50 o de los 60 del siglo XX nada tienen que ver con el de la década de los veinte del siglo XXI.

 

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La rebeldía y la irreverencia beatnik, en realidad, tendrá claras influencias de esa ebriedad parisina del propio desorden de los sentidos que apuntaron Rimbaud o Baudelaire. Recordemos que sus referencias serán básicamente literarias bien lejos de la esfera de lo ideológico o lo militante. La experimentación vital de descentramiento característica de los beatniks, más allá de las referencias literarias, dejará de lado el malditismo siendo muy consciente de donde se encuentra ese vigor capaz de traspasar las fronteras del nihilismo más allá de las praxis del exceso y la propia decodificación. Por eso mismo, no será casual que en el mencionado poema de Allen Ginsberg, relato de privilegio a la hora de detectar los perfiles del dolor y la rebeldía de los cuerpos en las actuales sociedades de control, nos encontremos como envés, del otro lado de ese dolor, nombres como Platón, Plotino, Juan de la Cruz, Buda o Jesucristo. Esta será pues la gran intuición de la beat generation: Tomar conciencia tanto de las enormes reservas de salud que liberan los acercamientos al espíritu como de su desplazamiento y represión por la forma de vida moderna. De ahí, que esa ruptura con la herencia heredada sea, sin embargo, capaz de renombrar fragmentos nucleares de la misma. Este será el preciso contexto desde el que habrá que calibrar las referencias de un Keroauk a su legado cristianocatólico. Por eso mismo, y más allá de toda praxis de descentramiento y liquidación los beatniks sabrán dejar de lado los diversos lastres de esa ebriedad parisina incapaz de liberar el propio eros en un encuentro aquilatado con la vida. Muy lejos de estos cultivadores parisinos de la ebriedad, tan en la línea de un eros interceptado por tanatos, los beatniks intuirán los poderosos recursos de vida que liberan las viejas veredas del espíritu.

Las actitudes beatniks tendrán pues mucho de fuga consciente que, con tesón de artesano, derriba los ídolos con que la razón del poder establece las categorías y convenciones sociales que nos reconducen a la sociedad de control. Una fuga que, en palabras de Burroughs en Las cartas de la ayahuasca, anhela una nueva perspectiva de visión: “Me siento dispuesto a irme al Sur en busca del éxtasis ilimitado que abre en vez de cerrar como la droga. El éxtasis es ver las cosas desde un ángulo especial. Tal vez encuentre en la ayahuasca lo que he estado buscando en la heroína, la yerba y la coca. Tal vez encuentre el éxtasis”. Con esta apelación a una perspectiva singular de visión delimitará Burroughs su aventura en pos de la ayahuasca. La aventura tendrá como base esa liquidación consciente de lo heredado pero desde el anhelo de un mirar regenerado. Hasta el punto que, lejos de todo malditismo, en los beatnicks se aprecia una praxis de liquidación que responderá sino a eso que esbozara Fiedrich Nietzsche en “El crepúsculo de los ídolos”. Esto es, la crítica abierta a los diversos ídolos de lo heredado en tanto ídolos que obturan la capacidad de apertura a la vida. Por eso, la crítica servida vendrá a configurar una vía de salida capaz remontar el nihilismo a partir del doble movimiento al que apunta este nihilismo activo y consciente. Por un lado, el de la crisis de lo heredado y la profundización consciente en la misma. Por otro, el de la preparación del terreno para una nueva apertura a la vida. De ahí, el necesario tránsito de lo que sería la crítica activa de tales ídolos.

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Creo importante dejar constancia de la atinada percepción que tenía Burroughs de su experiencia con la ayahuasca y de reconocerla su propia marco. Tal marco vendría a brindarse transcendiendo las propias categorías y cosificaciones a través de una determinada salida de sí para vislumbrarse un ángulo de visión renovado en el que irrumpiría una esfera privilegiada de sentido. No en vano la etimología de éxtasis aludirá a la potencia anímica de transcender la propia particularidad -salir de si-. Se trataría pues de intuir o acceder a esa perspectiva singular en tanto experiencia del mundo más penetrante y plena a través del refinamiento de la capacidad de “ver”… Considerando la tendencia de cierto tipo de experimentador contemporáneo a sumergirse en el pantano de los delirios espiritistas, las fantasías new age, las típicas supersticiones espiritistas o las verbenas alucinatorias la disposición básica de Burroughs hacia la ayahuasca no puede sino levantar acta de su estatura humana y, también, de sus referentes humanísticos. En realidad, Burroughs apunta la finalidad de toda ebriedad sagrada y, en general, de la evolución de la conciencia: La excelencia en el sentido de percepción, visión y contemplación. Todo lo afirmado, dicho sea de paso, ubicará esa excelencia en un ámbito de relevancia no sólo psicoanímico sino también cognoscitivo y ontológico.

El ángulo privilegiado de visión proclamado por Burroughs será el enlace entre la cultura beatnik del exceso y esa toma de conciencia de las potencias que liberan los encuentros con el espíritu. En la praxis beat acontece pues la clara y consciente apuesta por la liquidación de la identidad heredada pero sin esas trazas de mala conciencia y herida abierta que emponzoñaba esa ebriedad parisina interceptada y esterilizada en la mera trasgresión pecaminosa. Lo dicho liberará en los beatniks, a partir de su atención a la liberación del eros, el propio eros entendido como capacidad de atención. Así, la quiebra de todo puritanismo cancelador de los cuerpos y de toda praxis de estabulación divisarán el llegar a ser de una apertura vaciada, limpia e inocente a la vida será el horizonte espiritual de gentes como Kerouak o Snyder. A partir de ahí su provocadora vindicación de la beatitud, del Zen y de ese Vacío capaz de regenerar la mirada.

 

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Todas estas referencias, lejos de responder a meras imágenes de consumo o quedar limitadas al hallazgo de algún código identitario, serán un cartograma de privilegio a la hora de entender el propio Occidente técnico y su devenir. La tradición occidental está apestada por ese racionalismo del cálculo y la eficiencia que abocaría a la desconexión y a la confrontación con la vida y la experiencia de la persona singular. Sus tradiciones religiosas y morales estarían políticamente muertas y alienadas en el despliegue de la programática de control de la vida que son las sociedades modernas. De ahí el viaje al Oriente que plantea la generación beat. A un Oriente que, delimitado desde el Zen, se encuentra ya reconocido en la propia cultura occidental.

Quien eche en cara a los beatniks frivolizar o entender superficialmente nociones espirituales o referentes Zen ni siquiera atisba la complejidad cartográfica que nos ofrecen del propio Occidente. Tal valoración no será capaz de remontar el más mínimo vuelo a la hora de divisarlos. Por eso lo absurdo de contraponer un ligero beat Zen con el verdadero Zen de los practicantes de esta vía espiritual. Más que ante una contraposición nos encontramos ante una secuencia cultural que desgrana el tiempo presente y las posibles sendas a transitar. Tanto será así que muchos de los acercamientos a ese Zen, capaz desde su esencialidad de liberarse de lastres moralistas y filtros diversos, tendrán tras ellos la liquidación de ídolos cuyo crepúsculo habría sido servido por los martillazos y el nihilismo activo de la beat generation. En palabras de Kerouac: “la sensación que experimentas encontrará la forma que le conviene”. Y a tal planteamiento responde la intuición beat respecto del Zen. Una intuición que habría jugado un papel decisivo en el reconocimiento de la tradición Zen. El Zen así se transforma en un referente, en una vía efectiva, que indicara una senda de refinamiento de la vida anímica capaz de responder desde nuestro propio contexto cultural a su crisis. Lejos pues de delimitar lo dicho una supuesta conversión al budismo confesional o a códigos de orientalismo cosmético, muy lejos de cualquier demencia new age, el Zen ofrecerá prácticas y contextos de práctica específicos que atenderán al refinamiento de la capacidad de percibir y conocer desde una renovatio del vivir. Y a eso, precisamente, aludirá el Zen en tanto esencia del budismo que desborda la propia confesión y religión budista. Desde tal atalaya, la de la atención y la receptividad a partir del propio Vacío o Nada del alma, el beatnik apostará por transcender el sesgo nihilista del tiempo presente sin, por ello, dejar de renombrar importantes fragmentos de su propia cultura.

 

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¿Cuál será la forma y figura de plenitud de lo beat?. El encuentro con vida y naturaleza desde la propia Nada y soledad, a partir de ese desasimiento de sí que Kerouac plantea parece ponernos en la pista. Y es que acaso la figura de plenitud del propio Kerouac fuera el poeta Gary Snyder, ese beatnik, cercano a Keoruac, que rebosará más allá del universo beat en su viaje sin retorno al Zen. Desde mi punto de vista la figura de Snyder es una de las referencias privilegiadas para un comprensión profunda y fértil de lo beat transitando desde el llamado beat Zen en tanto acercamiento literario y la práctica Zen propiamente dicha; precisamente por la propia evolución que éste aborda más allá de lo estrictamente beat. La prueba de lo afirmado será la profundización cristalización del mismo acercamiento al Zen que Kerouac indica y la crítica metapolítica que acompaña tal acercamiento. Una crítica que, por su nivel de consciencia de las titánicas concentraciones de poder que la conciencia humana debe afrontar en el tiempo presente, sabe divisar y adentrarse en el Zazen y su práctica. No en vano el propio Kerouac, en clara alusión a esa potencia que tendría el acercamiento al Zen, en “Los vagabundos del dharma”, pondrá en boca de uno de sus personajes inspirado en el propio Snyder las siguientes palabras: “Todo el mundo vive atrapado en un sistema de trabajo, producción, consumo, trabajo, producción, consumo… Tengo la visión de una gran revolución mochilera, miles y miles, incluso millones de americanos yendo de aquí para allá, vagabundeando con sus mochilas, escalando montañas para rezar, alegrando a los viejos, provocando la felicidad de las jóvenes y las viejas, y todos son lunáticos Zen que escriben poemas que brotan de sus cabezas sin razón”. De esta manera el Zen, desde esa esencialidad que transciende toda perspectiva confesional, quedaría apuntado como una auténtica posibilidad para Occidente. El Zen como vida que irrumpe, como acontecimiento encarnado y tangible, como kairos en el que acontece esa visión que tanto anhelaba Burroughs. El Zen como experiencia del Buda ejemplificando un horizonte de experiencia humano sea o no confesionalmente budista. El Zen en su capacidad de acoger y recombinar la crisis en la que Occidente se instala.

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