Ahí va una entrada que publiqué hace tiempo en phantastika, mi anterior blog, y que he revisado ligeramente. El texto contextualiza el nihilismo del tiempo presente, cada vez más desatado, con las intuiciones de la beat generation visionando vías de escape y supervivencia a la violencia sistémica de la modernidad técnica. En la foto el memorable Gary Snyder, acaso en sus queridas montañas azules.
(1)
Entender la Beat
Generation supone antes que nada dar cuenta de tal denominación. La
expresión beat alude a lo golpeado. Tal golpe, el golpe de la sociedad
de mercado y de cómo esta nos programa desde sus exigencias será el detonante
de búsquedas, anhelos y fugas diversas. Estamos pues ante una nueva versión de
esa revuelta contra el diseño técnico de la vida indagando en la liberación de
los cuerpos. Esa misma que tan bien vindica el emblemático poema “Aullido” del
beatnik Allen Ginsberg. Esta revuelta intentará encontrar salida a la
gestión ajena y externa que golpea y codifica nuestras existencias desde
parámetros de utilidad y rentabilidad muy específicos. La descrita
administración de la vida, por decirlo con las palabras de Gilles Deleuze,
nos será impuesta a través de eficaces técnicas de coacción y control. Desde la
perspectiva beat percutir la propia conciencia moral a través del exceso,
de lo que en clave conservadora sería un exceso, será percutir todo ese bagaje
de imágenes heredadas que nos ponen a disposición de la sociedad de control y
de la inserción en la movilización total para la producción. Descentrar el yo a
través del sexo, ciertos excesos o las drogas tanteará la crisis de esa
identidad aparente que nos ofrece nuestra inserción en la sociedad técnica. El
envés de tal praxis de descentramiento sería la liberación de determinadas potencias
creativas y el estímulo de la capacidad de vida. Toda corrección política, toda
codificación, toda moralina, todo convencionalismo y toda participación en los
fastos de la sociedad de consumo serán repudiados y liquidados en el propio
atanor del alma. Especialmente por lo que se refiere al incesante diseño de
identidades que administra la sociedad de mercado a través de los iconos que
nos ofrece. De ahí la incomodidad de Kerouac ante la socialización y
masificación de sus intuiciones. La beat generation, lejos de toda moda
por venir, se perfiló en su día como un grupo de experimentadores, creadores y
poetas que desde lo marginal pretenderán, a través de la propia decodificación,
divisar el otro lado del escenario. La animación de la propia creatividad personal
estará en la raíz de su tarea. Muy poco de uniformización en la moda o el
gregarismo había en su vocación de marginalidad. Ciertas actitudes iconoclastas
y de fractura con la herencia recibida estarán en la base de la disposición y
las actitudes descrita.
Nos
encontramos, por tanto, muy lejos de esos iconoclastas de diseño cincelados a
la medida de la sociedad de mercado. Y es que, acaso los beatniks tengan
muy poco que ver con la asimilación exitosa y postrera de su estética y de su
supuesto lifestyle por la sociedad de consumo. Advirtamos
cómo la sociedad de consumo, en sus circuitos de imágenes, se configura en
tanto apoteosis e imperio del simulacro. En relación a los beatniks y en
relación a cualquier otra cosa... Reitero no estamos ante nada vinculable con
la crítica de la moral conservadora que podría hacer un moralista woke invirtiendo
y transformando en una praxis de poder puro ciertas referencias sesenteras. El
contexto de los años 50 o de los 60 del siglo XX nada tienen que ver con el de
la década de los veinte del siglo XXI.
(2)
La rebeldía y
la irreverencia beatnik, en realidad, tendrá claras influencias de esa
ebriedad parisina del propio desorden de los sentidos que apuntaron Rimbaud
o Baudelaire. Recordemos que sus referencias serán básicamente
literarias bien lejos de la esfera de lo ideológico o lo militante. La
experimentación vital de descentramiento característica de los beatniks, más
allá de las referencias literarias, dejará de lado el malditismo siendo muy
consciente de donde se encuentra ese vigor capaz de traspasar las fronteras del
nihilismo más allá de las praxis del exceso y la propia decodificación. Por eso
mismo, no será casual que en el mencionado poema de Allen Ginsberg,
relato de privilegio a la hora de detectar los perfiles del dolor y la rebeldía
de los cuerpos en las actuales sociedades de control, nos encontremos como
envés, del otro lado de ese dolor, nombres como Platón, Plotino, Juan de la
Cruz, Buda o Jesucristo. Esta será pues la gran intuición de la beat
generation: Tomar conciencia tanto de las enormes reservas de salud que
liberan los acercamientos al espíritu como de su desplazamiento y represión por
la forma de vida moderna. De ahí, que esa ruptura con la herencia heredada sea,
sin embargo, capaz de renombrar fragmentos nucleares de la misma. Este será el
preciso contexto desde el que habrá que calibrar las referencias de un Keroauk
a su legado cristianocatólico. Por eso mismo, y más allá de toda praxis de
descentramiento y liquidación los beatniks sabrán dejar de lado los
diversos lastres de esa ebriedad parisina incapaz de liberar el propio eros en
un encuentro aquilatado con la vida. Muy lejos de estos cultivadores parisinos
de la ebriedad, tan en la línea de un eros interceptado por tanatos, los
beatniks intuirán los poderosos recursos de vida que liberan las viejas
veredas del espíritu.
Las actitudes
beatniks tendrán pues mucho de fuga consciente que, con tesón de
artesano, derriba los ídolos con que la razón del poder establece las
categorías y convenciones sociales que nos reconducen a la sociedad de control.
Una fuga que, en palabras de Burroughs en Las cartas de la ayahuasca, anhela
una nueva perspectiva de visión: “Me siento dispuesto a irme al Sur en busca
del éxtasis ilimitado que abre en vez de cerrar como la droga. El éxtasis es
ver las cosas desde un ángulo especial. Tal vez encuentre en la ayahuasca lo
que he estado buscando en la heroína, la yerba y la coca. Tal vez encuentre el
éxtasis”. Con esta apelación a una perspectiva singular de visión delimitará
Burroughs su aventura en pos de la ayahuasca. La aventura tendrá como base esa
liquidación consciente de lo heredado pero desde el anhelo de un mirar
regenerado. Hasta el punto que, lejos de todo malditismo, en los beatnicks se
aprecia una praxis de liquidación que responderá sino a eso que esbozara
Fiedrich Nietzsche en “El crepúsculo de los ídolos”. Esto es, la crítica
abierta a los diversos ídolos de lo heredado en tanto ídolos que obturan la
capacidad de apertura a la vida. Por eso, la crítica servida vendrá a
configurar una vía de salida capaz remontar el nihilismo a partir del doble
movimiento al que apunta este nihilismo activo y consciente. Por un lado, el de
la crisis de lo heredado y la profundización consciente en la misma. Por otro,
el de la preparación del terreno para una nueva apertura a la vida. De ahí, el
necesario tránsito de lo que sería la crítica activa de tales ídolos.
(3)
Creo
importante dejar constancia de la atinada percepción que tenía Burroughs
de su experiencia con la ayahuasca y de reconocerla su propia marco. Tal marco vendría
a brindarse transcendiendo las propias categorías y cosificaciones a través de
una determinada salida de sí para vislumbrarse un ángulo de visión renovado en
el que irrumpiría una esfera privilegiada de sentido. No en vano la etimología
de éxtasis aludirá a la potencia anímica de transcender la propia
particularidad -salir de si-. Se trataría pues de intuir o acceder a esa
perspectiva singular en tanto experiencia del mundo más penetrante y plena a
través del refinamiento de la capacidad de “ver”… Considerando la tendencia de
cierto tipo de experimentador contemporáneo a sumergirse en el pantano de los
delirios espiritistas, las fantasías new age, las típicas supersticiones
espiritistas o las verbenas alucinatorias la disposición básica de Burroughs
hacia la ayahuasca no puede sino levantar acta de su estatura humana y,
también, de sus referentes humanísticos. En realidad, Burroughs apunta la finalidad
de toda ebriedad sagrada y, en general, de la evolución de la conciencia: La
excelencia en el sentido de percepción, visión y contemplación. Todo lo
afirmado, dicho sea de paso, ubicará esa excelencia en un ámbito de relevancia
no sólo psicoanímico sino también cognoscitivo y ontológico.
El ángulo privilegiado de visión proclamado por Burroughs será el enlace entre
la cultura beatnik del exceso y esa toma de conciencia de las potencias
que liberan los encuentros con el espíritu. En la praxis beat acontece pues la
clara y consciente apuesta por la liquidación de la identidad heredada pero sin
esas trazas de mala conciencia y herida abierta que emponzoñaba esa ebriedad
parisina interceptada y esterilizada en la mera trasgresión pecaminosa. Lo
dicho liberará en los beatniks, a partir de su atención a la liberación del
eros, el propio eros entendido como capacidad de atención. Así,
la quiebra de todo puritanismo cancelador de los cuerpos y de toda praxis de
estabulación divisarán el llegar a ser de una apertura vaciada, limpia e
inocente a la vida será el horizonte espiritual de gentes como Kerouak o
Snyder. A partir de ahí su provocadora vindicación de la beatitud, del
Zen y de ese Vacío capaz de regenerar la mirada.
(4)
Todas estas
referencias, lejos de responder a meras imágenes de consumo o quedar limitadas
al hallazgo de algún código identitario, serán un cartograma de privilegio a la
hora de entender el propio Occidente técnico y su devenir. La tradición
occidental está apestada por ese racionalismo del cálculo y la eficiencia que
abocaría a la desconexión y a la confrontación con la vida y la experiencia de
la persona singular. Sus tradiciones religiosas y morales estarían
políticamente muertas y alienadas en el despliegue de la programática de
control de la vida que son las sociedades modernas. De ahí el viaje al Oriente
que plantea la generación beat. A un Oriente que, delimitado desde el
Zen, se encuentra ya reconocido en la propia cultura occidental.
Quien eche en
cara a los beatniks frivolizar o entender superficialmente nociones
espirituales o referentes Zen ni siquiera atisba la complejidad cartográfica
que nos ofrecen del propio Occidente. Tal valoración no será capaz de remontar
el más mínimo vuelo a la hora de divisarlos. Por eso lo absurdo de contraponer
un ligero beat Zen con el verdadero Zen de los practicantes de esta vía
espiritual. Más que ante una contraposición nos encontramos ante una secuencia
cultural que desgrana el tiempo presente y las posibles sendas a transitar. Tanto
será así que muchos de los acercamientos a ese Zen, capaz desde su esencialidad
de liberarse de lastres moralistas y filtros diversos, tendrán tras ellos la
liquidación de ídolos cuyo crepúsculo habría sido servido por los martillazos y
el nihilismo activo de la beat generation. En palabras de Kerouac: “la
sensación que experimentas encontrará la forma que le conviene”. Y a tal
planteamiento responde la intuición beat respecto del Zen. Una intuición
que habría jugado un papel decisivo en el reconocimiento de la tradición Zen.
El Zen así se transforma en un referente, en una vía efectiva, que indicara una
senda de refinamiento de la vida anímica capaz de responder desde nuestro
propio contexto cultural a su crisis. Lejos pues de delimitar lo dicho una
supuesta conversión al budismo confesional o a códigos de orientalismo
cosmético, muy lejos de cualquier demencia new age, el Zen ofrecerá
prácticas y contextos de práctica específicos que atenderán al refinamiento de
la capacidad de percibir y conocer desde una renovatio del vivir. Y a
eso, precisamente, aludirá el Zen en tanto esencia del budismo que desborda la
propia confesión y religión budista. Desde tal atalaya, la de la atención y la
receptividad a partir del propio Vacío o Nada del alma, el beatnik
apostará por transcender el sesgo nihilista del tiempo presente sin, por ello,
dejar de renombrar importantes fragmentos de su propia cultura.
(5)
¿Cuál será la
forma y figura de plenitud de lo beat?. El encuentro con vida y naturaleza
desde la propia Nada y soledad, a partir de ese desasimiento de sí que Kerouac
plantea parece ponernos en la pista. Y es que acaso la figura de plenitud
del propio Kerouac fuera el poeta Gary Snyder, ese beatnik,
cercano a Keoruac, que rebosará más allá del universo beat en su
viaje sin retorno al Zen. Desde mi punto de vista la figura de Snyder es
una de las referencias privilegiadas para un comprensión profunda y fértil de
lo beat transitando desde el llamado beat Zen en tanto acercamiento
literario y la práctica Zen propiamente dicha; precisamente por la propia
evolución que éste aborda más allá de lo estrictamente beat. La prueba
de lo afirmado será la profundización cristalización del mismo acercamiento al
Zen que Kerouac indica y la crítica metapolítica que acompaña tal
acercamiento. Una crítica que, por su nivel de consciencia de las titánicas
concentraciones de poder que la conciencia humana debe afrontar en el tiempo
presente, sabe divisar y adentrarse en el Zazen y su práctica. No en vano el
propio Kerouac, en clara alusión a esa potencia que tendría el
acercamiento al Zen, en “Los vagabundos del dharma”, pondrá en boca de uno de
sus personajes inspirado en el propio Snyder las siguientes palabras:
“Todo el mundo vive atrapado en un sistema de trabajo, producción, consumo,
trabajo, producción, consumo… Tengo la visión de una gran revolución mochilera,
miles y miles, incluso millones de americanos yendo de aquí para allá, vagabundeando
con sus mochilas, escalando montañas para rezar, alegrando a los viejos,
provocando la felicidad de las jóvenes y las viejas, y todos son lunáticos Zen
que escriben poemas que brotan de sus cabezas sin razón”. De esta manera el
Zen, desde esa esencialidad que transciende toda perspectiva confesional,
quedaría apuntado como una auténtica posibilidad para Occidente. El Zen como
vida que irrumpe, como acontecimiento encarnado y tangible, como kairos
en el que acontece esa visión que tanto anhelaba Burroughs. El Zen como
experiencia del Buda ejemplificando un horizonte de experiencia humano sea o no
confesionalmente budista. El Zen en su capacidad de acoger y recombinar la
crisis en la que Occidente se instala.
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