Del mismo modo que para Marsilio Ficino la melancolia para Zambrano nos permitiria vislumbrar, en el pálpito del tiempo, el ser de las cosas, su esencia, en lo que sería un tener no teniendo que arraigaría en la atención a la vida del alma... Lo que delimita como algo inagural en el hombre el quedar abierto a la mera presencia de "lo que hay" dejando de lado toda pulsión y pasión puramente instrumental y tecnooperatoria; "lo que hay", lo que nos falta, lo que añoramos, lo que nos hace ser, lo que las cosas de suyo son en la humana medida descrita en ese tener no teniendo...
Zambrano fija una carencia raíz en la que viviría completamente instalado el hombre moderno y de la cual dependería su permanente estado de exilio, exiliado y distante de la vida misma. En la estela de Ortega, para la malagueña, la filosofía se habría olvidado de la vida y del vivir como gran cuestión filosófica.
Abriendo el pensar a la vida advertirá en la trama del alma el encuentro con lo divino y la vida bullente. Como podemos advertir indagando en la capacidad de vida irá más allá de Ortega ensanchando la programática orteguiana... En esa indagación arraigará su razón poética entendiendo que la palabra poética escucha la penumbra del alma. A la base de tal indagación la condición de exiliado del hombre contemporáneo. Ella misma será una exiliada tras dejar España, su España querida, al acabar la guerra. Cruzará la frontera a pie junto a su admiradísimo Antonio Machado. Desde su propia experiencia tematizará filosoficamente la condición del exiliado y reconocerá la carencia raíz del hombre contemporáneo en tener obturado el acceso a la esfera de "lo que es", a la mera presencia de lo que se desvela, a lo que habitando el mundo en nuestra inmediatez nos inhabita donándonos lo que somos. En este sentido sus decires me recuerdan a Alberto Caeiro, uno de los heterónimos de Pessoa tan atento a la mera presencia y a la atención desnuda.
La melancolía para Maria Zambrano quedará reconocida como ese motor del alma en su proceso de aquilatamiento. El estado melancólico al que aboca ese estado de exilio interior, dinamizando la vida del alma, estará a la base de la capacidad de apertura simple a lo que las cosas simplemente son. Siendo ella misma una exiliada, tanteará la fertilidad hermenutica de la idea de exilio entendiendo al hombre contemporáneo desde su condición de exiliado a las potencias más señeras de la vida del alma. En el envés de la idea de exilio se alojará, por tanto, esa melancolia que, a pesar de sus dolores, afirmará la vida. Melancolia, exilio; en su vida íntima abordó dificultades nuy duras de asumir hasta el punto de llegar a afirmar que "las ruinas son lo más viviente de la historia pues solo vive historicamente lo que ha sobrevivido a su destrucción, lo que ha quedado en ruinas". La pensadora y poeta tratará de este modo alcanzar un umbral capaz de estar a la altura del dolor del exilio, tanto del personal como del propio de nuestro tiempo.
En resumen, la razón poética quedará abierta a la indagación en el alma, a hacer luz en la vida que bulle en ella, a la palabra poética que la manifiesta y a ese claro del bosque en que "lo que hay" queda desvelado. En la idea de alma, en la de ser y en la de verdad como aletheia descansará la razón poética. La aletheia; lo que se recuerda, lo que no se olvida, lo que viene a desvelarse estando hasta entonces discretamente oculto... La idea griega de alma en tanto vida anímica y vida del cuerpo vivo capaz de lo divino sobrevolará la reflexión de esta filósofa. La razón poética tratará precisamente de hacer luz en la vida del alma desde el silencio, desde la propia escucha y desde la palabra para acceder a ese logos sumergido al que se acoge la vida del alma.
Para Zambrano el acceso al claro del bosque, desde la profundidad y la penumbra de lo más denso del arbolado, exigirá habitar esa nada o vacío que parece amenazarnos en nuestro condición de exiliados. Indagar en esa capacidad de vacío deparará el asombroso hallazgo de la propia nada, de la propia capacidad de vacío, habitando en el templo del alma. Inhabitando esa Nada y a partir de un gran silencio, la vida vivida desvelará la presencia simple de las cosas que son. La nada y el vacio del alma, más allá del sinsentido, indicando un silencio sacro... La mística del Carmelo, en concreto San Juan de la Cruz, resuena con fuerza en la filósofa española.
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