Más
allá de sus extravíos la ebriedad tiene su don. Contra lo que pudiera pensarse
ese don, esquivo y rotundo, nada tendrá que ver con una experiencia centrada en
el desagüe emocional o la compensación de tensiones. Los dones de la ebriedad,
para ser tales, deberán remitir a la sobriedad y al discreto acontecer de la
vida cotidiana, es decir, al estado, al vigor y a la calidad de nuestra vida
anímica. Solo a partir de ahí ciertas ebriedades podrán ser un pasaje que nos dice,
nos mide y nos indica. La cuestión es de qué ebriedad hablamos y a qué apelamos
al hablar de ebriedad.
Conjurar la
ebriedad y su don, el don que los tiempos antiguos supieron vislumbrar, exige reconocer
su relevancia en la tradición occidental y mediterránea, su vinculación con tradiciones
mistéricas e iniciáticas, la propia referencia que enhebra para lo más granado
de las tradiciones espirituales y poéticas mediterráneas… Sólo así, abriendo el
dial de lo que coloquialmente entendemos como ebriedad, podremos restituir la palabra
a su riqueza y nombrar su don; un don que más que “explicar la ebriedad” nos
brinde rastros inéditos, motivos para pensar y sentir, modos renovados de entender y comprender, vida
que se revela e irrumpe… Así, “la escritura se transforma en pictografía y
vuelve de ese modo a sus orígenes. Con ello adquiere una vida inmediata y en
vez de dar explicaciones proporciona materia para explicaciones” nos dirá
Jünger… Convocar este sentido pictográfico y originario de la palabra, indagando en las seculares tradiciones que indicaron ebriedades y entusiamos, quizá sea
la primera cuestión a cotejar.
El don de la
ebriedad acaso encuentre su criptografía discreta y su latido en eso que nos
dijera Platón sobre la manía[1]
-o locura- en tanto transformación o transfiguración radical del estado del
alma. Tal vía abierta permitirá acercar el hombre a lo divino o hacerle
naufragar en su propio desorden; de ahí que la ebriedad no sea una vía exenta
de riesgos. En el Fedro Platón nos hablará de los diversos tipos de manía o
locura glosando la propia de los poetas, la erótica, la mistérica y la mántica.
El sabio ateniense pondrá como condición a sus bendiciones el amparo divino.
Como podemos
advertir Platón aprecia determinados estados de entusiasmo[2]
y expansión del alma que, por quedar amparados por los dioses, transcienden y
elevan en cualidad y grado la vida corriente del hombre. El acercamiento a
estos estados tendría un valor iniciático y revelaría una senda abierta hacia
la plenitud de ser. La relevancia de tales expansiones del espíritu no sería tanto
el de la expansión como tal sino el de hacer ver la plenitud de lo humano en esa
senda abierta de intimidad con lo divino. Su finalidad sería la catarsis[3]
u ordenación del alma y constatar cambios profundos en los propios horizontes
existenciales. Por eso, los dones de la ebriedad, más que remitir al poder de
deslumbramiento de determinadas experiencias remiten con insolencia a la
sobriedad y a la cotidianidad del día a día. En realidad a ninguna cumbre
imaginable podrían remitir las llamadas experiencias cumbre si lo dicho no
fuera así.
Todo este saber
sobre la manía o locura, en realidad, estaba sólidamente arraigado en la
tradición helénica. Desde esta perspectiva la alteración y arrebato de la vida
corriente del alma, efectivamente, se entenderá desde esas posibilidades de descalabro
o de expansión del espíritu. Considérese que la manía pone en suspenso las propias
convenciones y automatismos y los registros recurrentes del psiquismo humano. Los
estados de manía o locura inspirada, especialmente en la esfera de los
misterios, podían facilitarse con la ingesta de brebajes y mixturas, por danzas
extáticas o por repetición de nombres divinos. Todo ello significado y
formalizado en un contexto ritual medido y preciso capaz de promover determinadas
aperturas espirituales e iluminaciones del entendimiento. Tómese nota que,
desde el punto de vista de toda sabiduría ritual o teúrgica, la propia forma y orden ritual será lo verdaderamente decisivo; en la asimilación de
determinadas expresiones simbólicas, en la ordenación del tiempo y el espacio
que instaura el ritual, en sus sonidos y sus silencios, en relación al propio
cuerpo, en los códigos litúrgicos o ceremoniales que puedan brindarse… El tiempo
ritual rompe el tiempo ordinario y abre a una esfera instauradora de vida.
Además de las
locuras o manías ya apuntadas, para un griego, un ejemplo de locura inspirada
podía ser la propia del heroísmo en actos de guerra. Obsérvese que la manía inspirada
lo que ponderará será la superación del estado corriente en lo que sería una
elevación del tono vital que lleva al hombre más allá de sí y de sus
capacidades ordinarias. La tragedia Ayax de Sófocles, que termina con su
suicidio tras autocompadecerse de su propia locura; o Hércules matando a su
mujer y sus hijos, completamente fuera de sí, son don ejemplos que podemos
encontrar de locuras enfermizas o tanáticas en la tradición griega. El
neoplatónico Jamblico distinguirá de un modo muy precio entre unas y otras
manías. En sus propias palabras "Es preciso, pues, desde el principio distinguir
dos tipo de éxtasis: unos desvían hacia lo inferior... llenan de insensatez y
demencia, los otros, en cambio, procuran bienes más preciosos que la sabiduría
humana; unos caen en movimiento desordenado, inarmónico y material; los otros
en cambio se abandonan a la causa primera que rige también el orden mismo del
mundo; unos en tanto privados de conocimiento
desvían del logos; los otros lo contrario en tanto unidos a los seres
que sobrepasan toda nuestra inteligencia; unos son mutables, los otros
inmutables; unos contra la naturaleza, los otros en cambio por encima de la
naturaleza; unos hacen descender el alma, los otros, en cambio, la elevan; unos
la distancian por completo de la participación divina, los otros en cambio la
unen a ella"[4]
Habrá pues arrebatos y ebriedades
mistéricas y sagradas y ebriedades enfermizas. En realidad no podría ser de
otro modo ya que la manía supone algo tan delicado como conmover y arrebatar,
desde su misma raíz, el tempo y el
estado corriente de la vida anímica. Algo así solo podrá elevar lo humano a una
condición que transcienda, en excelencia, su disposición ordinaria o detonar el
resquebrajamiento del equilibrio corriente del alma. Tales serán las bases del
cartograma de la ebriedad que nos ofrezca la Grecia antigua. En la segunda parte
de esta misma entrada abordaré un esbozo general del viaje del alma en Platón,
con sus posibles devenires e itinerarios, con el fin de detallar tal cartograma.
[1] Mania,
locura, estar fuera de sí… Manía pertenece al campo semántico del verbo griego
mainesthai –enloquecer, arrebatarse, estar fuera de sí, alterarse intensamente-.
Manía es la palabra exacta que utiliza Platón en sus diálogos, una palabra de
origen griego que se ha transmitido al castellano desde el latín. El
significado actual de manía solo queda referido a conductas y estados
desordenados lindando lo patológico lo que limita mucho su uso a la hora de
traducir la manía griega por mucho que sea el término usado en el diálogo
platónico. La etimología de manía alude al que adopta lo propio de la locura o
a través del sufijo de cualidad ia. La manía, etimologimente, se relaciona con
el menos homérico que podría traducirse por vitalidad. En la literatura
homérica se apunta en varias ocasiones el incremento del menos por intervención
divina generalmente en relación con el ardor guerrero.
[2] Entusiasmo,
enthusiasmos; alude a estar en lo divino mediante la proposición “en” y el
sustantivo “theos”. El significado de la etimología alude a quedar radicado en
lo divino y, en absoluto, a fenómeno de posesión alguno, como a veces se dice,
en la estela de la influencia del espiritismo del XIX. Esta influencia,
culturalmente, no ha sido una influencia menor y se acusa con fuerza en
determinadas traducciones de textos griegos de resonancias mistéricas.
[3] En
absoluto me refiero al sentido que muchos psicoterapeutas actuales dan a la
palabra catarsis; básicamente desaguar o sacar emociones. La catarsis para un
griego responde a la ordenación del alma ante determinadas experiencias que
animarían a tomas de conciencia profundas referidas a los desórdenes del alma y
a la relación con los dioses. La catarsis griega estaba estrechamente
vinculada con los cultos mistéricos y la
tragedia griega, a la sazón una representación mistérica.
[4] Jamblico. Sobre los misterios 3.25.8-22
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