martes, 24 de julio de 2018

El don de la ebriedad (I): De locuras iluminadas


Más allá de sus extravíos la ebriedad tiene su don. Contra lo que pudiera pensarse ese don, esquivo y rotundo, nada tendrá que ver con una experiencia centrada en el desagüe emocional o la compensación de tensiones. Los dones de la ebriedad, para ser tales, deberán remitir a la sobriedad y al discreto acontecer de la vida cotidiana, es decir, al estado, al vigor y a la calidad de nuestra vida anímica. Solo a partir de ahí ciertas ebriedades podrán ser un pasaje que nos dice, nos mide y nos indica. La cuestión es de qué ebriedad hablamos y a qué apelamos al hablar de ebriedad.

Conjurar la ebriedad y su don, el don que los tiempos antiguos supieron vislumbrar, exige reconocer su relevancia en la tradición occidental y mediterránea, su vinculación con tradiciones mistéricas e iniciáticas, la propia referencia que enhebra para lo más granado de las tradiciones espirituales y poéticas mediterráneas… Sólo así, abriendo el dial de lo que coloquialmente entendemos como ebriedad, podremos restituir la palabra a su riqueza y nombrar su don; un don que más que “explicar la ebriedad” nos brinde rastros inéditos, motivos para pensar y sentir, modos renovados de entender y comprender, vida que se revela e irrumpe… Así, “la escritura se transforma en pictografía y vuelve de ese modo a sus orígenes. Con ello adquiere una vida inmediata y en vez de dar explicaciones proporciona materia para explicaciones” nos dirá Jünger… Convocar este sentido pictográfico y originario de la palabra, indagando en las seculares tradiciones que indicaron ebriedades y entusiamos, quizá sea la primera cuestión a cotejar.

El don de la ebriedad acaso encuentre su criptografía discreta y su latido en eso que nos dijera Platón sobre la manía[1] -o locura- en tanto transformación o transfiguración radical del estado del alma. Tal vía abierta permitirá acercar el hombre a lo divino o hacerle naufragar en su propio desorden; de ahí que la ebriedad no sea una vía exenta de riesgos. En el Fedro Platón nos hablará de los diversos tipos de manía o locura glosando la propia de los poetas, la erótica, la mistérica y la mántica. El sabio ateniense pondrá como condición a sus bendiciones el amparo divino.

Como podemos advertir Platón aprecia determinados estados de entusiasmo[2] y expansión del alma que, por quedar amparados por los dioses, transcienden y elevan en cualidad y grado la vida corriente del hombre. El acercamiento a estos estados tendría un valor iniciático y revelaría una senda abierta hacia la plenitud de ser. La relevancia de tales expansiones del espíritu no sería tanto el de la expansión como tal sino el de hacer ver la plenitud de lo humano en esa senda abierta de intimidad con lo divino. Su finalidad sería la catarsis[3] u ordenación del alma y constatar cambios profundos en los propios horizontes existenciales. Por eso, los dones de la ebriedad, más que remitir al poder de deslumbramiento de determinadas experiencias remiten con insolencia a la sobriedad y a la cotidianidad del día a día. En realidad a ninguna cumbre imaginable podrían remitir las llamadas experiencias cumbre si lo dicho no fuera así.

Todo este saber sobre la manía o locura, en realidad, estaba sólidamente arraigado en la tradición helénica. Desde esta perspectiva la alteración y arrebato de la vida corriente del alma, efectivamente, se entenderá desde esas posibilidades de descalabro o de expansión del espíritu. Considérese que la manía pone en suspenso las propias convenciones y automatismos y los registros recurrentes del psiquismo humano. Los estados de manía o locura inspirada, especialmente en la esfera de los misterios, podían facilitarse con la ingesta de brebajes y mixturas, por danzas extáticas o por repetición de nombres divinos. Todo ello significado y formalizado en un contexto ritual medido y preciso capaz de promover determinadas aperturas espirituales e iluminaciones del entendimiento. Tómese nota que, desde el punto de vista de toda sabiduría ritual o teúrgica, la propia forma y orden ritual será lo verdaderamente decisivo; en la asimilación de determinadas expresiones simbólicas, en la ordenación del tiempo y el espacio que instaura el ritual, en sus sonidos y sus silencios, en relación al propio cuerpo, en los códigos litúrgicos o ceremoniales que puedan brindarse… El tiempo ritual rompe el tiempo ordinario y abre a una esfera instauradora de vida.

Además de las locuras o manías ya apuntadas, para un griego, un ejemplo de locura inspirada podía ser la propia del heroísmo en actos de guerra. Obsérvese que la manía inspirada lo que ponderará será la superación del estado corriente en lo que sería una elevación del tono vital que lleva al hombre más allá de sí y de sus capacidades ordinarias. La tragedia Ayax de Sófocles, que termina con su suicidio tras autocompadecerse de su propia locura; o Hércules matando a su mujer y sus hijos, completamente fuera de sí, son don ejemplos que podemos encontrar de locuras enfermizas o tanáticas en la tradición griega. El neoplatónico Jamblico distinguirá de un modo muy precio entre unas y otras manías.  En sus propias palabras "Es preciso, pues, desde el principio distinguir dos tipo de éxtasis: unos desvían hacia lo inferior... llenan de insensatez y demencia, los otros, en cambio, procuran bienes más preciosos que la sabiduría humana; unos caen en movimiento desordenado, inarmónico y material; los otros en cambio se abandonan a la causa primera que rige también el orden mismo del mundo; unos en tanto privados de conocimiento desvían del logos; los otros lo contrario en tanto unidos a los seres que sobrepasan toda nuestra inteligencia; unos son mutables, los otros inmutables; unos contra la naturaleza, los otros en cambio por encima de la naturaleza; unos hacen descender el alma, los otros, en cambio, la elevan; unos la distancian por completo de la participación divina, los otros en cambio la unen a ella"[4]

Habrá pues arrebatos y ebriedades mistéricas y sagradas y ebriedades enfermizas. En realidad no podría ser de otro modo ya que la manía supone algo tan delicado como conmover y arrebatar, desde su misma raíz, el tempo y el estado corriente de la vida anímica. Algo así solo podrá elevar lo humano a una condición que transcienda, en excelencia, su disposición ordinaria o detonar el resquebrajamiento del equilibrio corriente del alma. Tales serán las bases del cartograma de la ebriedad que nos ofrezca la Grecia antigua. En la segunda parte de esta misma entrada abordaré un esbozo general del viaje del alma en Platón, con sus posibles devenires e itinerarios, con el fin de detallar tal cartograma.




[1] Mania, locura, estar fuera de sí… Manía pertenece al campo semántico del verbo griego mainesthai –enloquecer, arrebatarse, estar fuera de sí, alterarse intensamente-. Manía es la palabra exacta que utiliza Platón en sus diálogos, una palabra de origen griego que se ha transmitido al castellano desde el latín. El significado actual de manía solo queda referido a conductas y estados desordenados lindando lo patológico lo que limita mucho su uso a la hora de traducir la manía griega por mucho que sea el término usado en el diálogo platónico. La etimología de manía alude al que adopta lo propio de la locura o a través del sufijo de cualidad ia. La manía, etimologimente, se relaciona con el menos homérico que podría traducirse por vitalidad. En la literatura homérica se apunta en varias ocasiones el incremento del menos por intervención divina generalmente en relación con el ardor guerrero.
[2] Entusiasmo, enthusiasmos; alude a estar en lo divino mediante la proposición “en” y el sustantivo “theos”. El significado de la etimología alude a quedar radicado en lo divino y, en absoluto, a fenómeno de posesión alguno, como a veces se dice, en la estela de la influencia del espiritismo del XIX. Esta influencia, culturalmente, no ha sido una influencia menor y se acusa con fuerza en determinadas traducciones de textos griegos de resonancias mistéricas.
[3] En absoluto me refiero al sentido que muchos psicoterapeutas actuales dan a la palabra catarsis; básicamente desaguar o sacar emociones. La catarsis para un griego responde a la ordenación del alma ante determinadas experiencias que animarían a tomas de conciencia profundas referidas a los desórdenes del alma y a la relación con los dioses. La catarsis griega estaba estrechamente vinculada  con los cultos mistéricos y la tragedia griega, a la sazón una representación mistérica.
[4] Jamblico. Sobre los misterios 3.25.8-22


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