Abordo
en esta entrada una reseña del libro, recientemente aparecido en la editorial errata
naturae,“Un paseo invernal”. En la edición junto al relato “Un paseo imvernal” se
incluye también el ensayo “Caminar”. Con acierto el editor, dada su calidad
literaria, da mayor relevancia a “Un paseo invernal”, un auténtico poema en
prosa a pesar de ser un texto menos extenso y conocido que “Caminar”. En este
relato Thoreau se adentra en lo que siempre quiso que fuera su obra, un esbozo
de la práctica de lo salvaje, dando la palabra a la naturaleza y dejando ser a
la salud y belleza que brinda su presencia. También estamos ante un experimento
literario de esa poética de la naturaleza y del instante –en el texto se
intercala prosa poética y verso- que reivindica Thoreau como horizonte propio
de la poesía.
“Traedme
buenas nuevas/aun soy todo oídos/ para la serena eternidad/ que no teme el
Invierno” nos dirá Thoreau… Las buenas nuevas del Invierno, la serenidad que
aporta su prueba... Los lakotas vinculaban el Invierno con la dirección del
norte, con el momento en que somos probados y templados; ese escenario en que
el alma descubre sus quilates si es que los tiene. La orientación hacia el
norte, rebuscando el propio cimiento y raíz en el duelo con los elementos. La
necesaria aduana del dominio de sí. La fragua de la forma ordenando lo
elemental… El Oeste como última frontera que deja atrás el abrigo de la
civilización y como escenario de encuentro con lo elemental. Los nativos
americanos y los primeros colonos como modelo de encuentro...
Pasear
en Invierno, ver, caminar, contemplar la naturaleza replegada pero viva tras la
capa de nieve que todo lo cubre, sentir la pureza que transmite el frío
invernal y el blanco de la nieve y de los hielos. El frío contrae y nada queda
en la contracción, todo lo que supuso la expansión y la exuberancia del cálido
Verano cesa y se detiene. La nieve cae con suavidad y dulzura; sin alharacas
todo queda cubierto por un manto blanco que va velando las formas. Todo cesa y
se retrae pero todo permanece. Todo parece concluir salvo el latido de vida que
se advierte bajo el grosor de la nieve. Incluso en la blancura absoluta se
escucha su vibración. Sentir y vivir el Invierno; quedando abierto a los ritmos
que la naturaleza marca. En otra de sus obras, en Musketaquid, nos hablará Thoreau del ritmo musical, bello y
magnífico, de la naturaleza; compases y armonías que esconden no solo la
semilla de plenitud de la vida toda sino también de la vida del alma. El
invierno de la vida, el invierno del alma; como es arriba es abajo; el Invierno
en las amplias praderas del gran oeste, en un tipi de piel junto a la hoguera;
en una cabaña de madera en los Apalaches al abrigo de la estufa de leña. Las
nieves y esos latidos de vida que acoge. La naturaleza y sus ascuas encendidas.
Los hombres vivos codeándose con lo real.
Quien
se mantiene de pie en el Invierno, atravesando la blancura absoluta y el
invierno del alma alcanza desnudo su propia pureza; esa misma que se derrama
desde la sensación azul y despierta en los amaneceres invernales. La dureza del
toque del Invierno nos contrae y retrae pero la vida se desata al encuentro de
la prueba invernal como bien nos recuerdan los lakotas. En el Invierno de la
vida solo cabe saber soltar expectativas y quimeras para mantener la propia
figura. Ahí, para Thoreau, se revela una firmeza que atendiendo a lo esencial
todo lo depura, filtra y afina. La belleza de los Inviernos se sirve en la virtud
invernal de la propia firmeza. Nada como la belleza de la amanecida invernal
con los tonos azules de la nieve despertando en la mirada. Nada como sencillamente
estar ahí, despierto ante todo ese gran silencio blanco. No olvidemos que para
Thoreau, como apunta en Walden, la sabiduría es una experiencia de amanecida,
una experiencia auroral. Abrirse al Misterio del Invierno, al ritmo invernal
del alma, a la belleza de la lidia con esa blancura sin forma que todo lo vela
y cubre... El invierno acoge una clave ascética que fragua en lo elemental. Una
poderosa belleza moral que sabe privarse de lujos y necesidades ficticias arraigando
en lo recio y lo salvaje.
En
el limes de las nieves de Zeus, que todo lo cubren con su manto, están las
aguas de Poseidón nos dirá Thoreau glosando a Homero. Las aguas, las nieves,
ambos símbolo y señal de lo sin forma, lo apeiron.
El tercer hermano de Zeus no se queda atrás en esa indicación de lo sin forma.
El reino de Hades es el de lo no manifiesto. La nieve incolora que todo lo
cubre y acoge, el agua sin forma, lo no manifiesto más allá de toda forma;
símbolos todos ellos de ese apeiron que
los griegos entendieron como arje… Thoreau
maneja referencias mitológicas y engrandece así su latido poético.
Todo
lo indicado palpita y bulle en “Un paseo invernal”; la narración de una larga
caminata entre veredas y bosques nevados; desde el amanecer al desdibujarse del
día. El texto es de una gran belleza y esa belleza, en el estilo y la forma literaria,
alcanza la brillante traducción de Marcos Nava. El texto es un poema en prosa,
que diría Baudelaire, en el que se intercalan algunos versos y hasta algún
canto homérico. Thoreau entiende que la contemplación de la naturaleza, en
tanto expresión de lo real, es la gran vía abierta a la salud y la plenitud;
basta con abrirse dócilmente a sus ritmos, atendiendo a lo que nos ofrece en cada pasaje y suceso. “La
corriente de un río es un maravilloso ejemplo de la ley de la obediencia,
sendero para el hombre que se busca a sí mismo, ruta por la que la cúpula de
una bellota puede flotar segura con su carga”. La salud del hombre arraiga en
la conformidad con lo real. Para Thoreau la cuestión de lo real no será sino la cuestión del ser. En Walden nos dirá: “llegamos así hasta un suelo duro y rocoso que podemos llamar
realidad y del que podamos decir: esto,
sin duda es”. El suelo firme de la vida: la receptividad y la atención
simple a las cosas que son...
En
el relato se nos invita a la práctica de lo salvaje, a dejarnos persuadir por
esos mundos antiguos para los cuales los ciclos naturales eran la liturgia de
lo real derramándose. La confrontación de Thoreau con el devenir moderno es
directa y sin cuartel. No deja lugar a dudas. Apuesta por los viejos nativos
americanos; por los primeros colonos, por el oeste como frontera abierta a la
vida que deja atrás toda la civilización moderna con sus quimeras, sus
necesidades virtuales y sus expectativas siempre crecientes. A partir de su
crítica al modo de vida moderno, como romántico, sabe que no cabe una simple
vuelta atrás. Es consciente de la necesidad de una renovatio de enorme calado.
En “Un paseo invernal” Thoreau aborda la descripción
de su experiencia y de las reflexiones a las que va abriendo la intimidad con
la naturaleza. La naturaleza, la vida y el necesario encuentro con la misma
como práctica de la gran salud. En el texto la belleza de la vida encendida se
intercala con alguna reflexión filosófica y, en general, con esa práctica de lo
salvaje; esa vida abierta a la ofrenda del instante y a la sencilla presencia
de la vida natural, recia y bella, que Thoreau añoraba; y la presencia de la
nieve, la gran prueba que abre a la vida pura y fuerte y al Misterio de las
formas que se cubren, silenciosamente, según cae la nevada… “Nuestro lujo no es
oriental sino boreal, alrededor de una estufa de hierro y un fuego de leña,
observando la sombras que dejan las motas en un rayo de sol” nos dirá. Estamos
ante un texto de elevado calado y alcance para los que aman la sobria ebrietas que brinda la belleza y
la contemplación pura y desnuda de lo real... En sus propias palabras: “Aquí
reinan la simplicidad y la pureza de una era primitiva, y una salud y una
esperanza muy distantes de los pueblos y las ciudades. En la profundidad del
bosque, completamente solos, mientras el viento sacude la nieve de los árboles
y dejamos atrás los últimos rastros humanos, nuestras reflexiones adquieren una
riqueza y una variedad muy superiores a las que ostentan cuando estamos inmersos
en la vida de las ciudades. En este valle solitario… nuestra vida es más serena
y verdaderamente digna de contemplación”.
Thoreau y su paseo invernal, un ejemplo de lo que el
mismo llamara la práctica de lo salvaje y el caminar hacia lo sagrado entendiéndolo
en el sentido que nos propone en su ensayo “Caminar”. Caminar, sauntering, simplemente caminar hacia
tierra santa como revela la etimología inglesa de la palabra o acaso –como dice
la etimología alternativa de sauntering-
caminar como un “sin tierra”, desnudo y sin apegos, deslizándose por el río de
la vida y asumiendo todo lo que se va brindando… En ambos casos este sauntering será el perfecto ejemplo de esa
práctica de lo salvaje que no será sino llamada al contacto directo con la
naturaleza y con el caudal de salud que
fluye desde la misma simplemente con brindarla atención. El ensayo de
Thoreau encontrará en este sauntering su
piedra angular.
Un matiz, cuando Thoreau alaba la vida natural no lo
hace como quien añora un pasado idealizado sino atendiendo a lo que supone
quedar abierto, perceptivamente, al tránsito vital del que queda inmerso en la naturaleza.
Se trata de dejar de lado la convención social y sus exigencias. Su actitud es
estrictamente filosófica y por eso indaga en un modo de vida que ampare ese umbral intimidad con lo real. Walden será su gran indagación. El poeta y
seguidor de Thoreau, además de practicante de zen, Gary Snyder nos dirá sobre
la práctica de lo salvaje “el cultivo de los
valores más arcaicos que existen, desde el Paleolítico tardío: la fertilidad de
la tierra, la magia de los animales, la visión del poder en la soledad, la
iniciación terrorífica y el renacimiento, el amor y el éxtasis de la danza, el
trabajo común de la tribu”… Thoreau llama, más allá de las perversiones, los olvidos
y la virtualidad de la vida civilizada –con todos sus forceps-, a descubrir e indagar en el hombre natural,
en la propia naturaleza de lo humano. Tal indagación, a partir de la propia
naturaleza y corporalidad, será lo que revele lo
sagrado y su esfera Misterio.
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