domingo, 25 de febrero de 2018

Henry David Thoreau: El Invierno y sus tránsitos






Abordo en esta entrada una reseña del libro, recientemente aparecido en la editorial errata naturae,“Un paseo invernal”. En la edición junto al relato “Un paseo imvernal” se incluye también el ensayo “Caminar”. Con acierto el editor, dada su calidad literaria, da mayor relevancia a “Un paseo invernal”, un auténtico poema en prosa a pesar de ser un texto menos extenso y conocido que “Caminar”. En este relato Thoreau se adentra en lo que siempre quiso que fuera su obra, un esbozo de la práctica de lo salvaje, dando la palabra a la naturaleza y dejando ser a la salud y belleza que brinda su presencia. También estamos ante un experimento literario de esa poética de la naturaleza y del instante –en el texto se intercala prosa poética y verso- que reivindica Thoreau como horizonte propio de la poesía.


“Traedme buenas nuevas/aun soy todo oídos/ para la serena eternidad/ que no teme el Invierno” nos dirá Thoreau… Las buenas nuevas del Invierno, la serenidad que aporta su prueba... Los lakotas vinculaban el Invierno con la dirección del norte, con el momento en que somos probados y templados; ese escenario en que el alma descubre sus quilates si es que los tiene. La orientación hacia el norte, rebuscando el propio cimiento y raíz en el duelo con los elementos. La necesaria aduana del dominio de sí. La fragua de la forma ordenando lo elemental… El Oeste como última frontera que deja atrás el abrigo de la civilización y como escenario de encuentro con lo elemental. Los nativos americanos y los primeros colonos como modelo de encuentro...

Pasear en Invierno, ver, caminar, contemplar la naturaleza replegada pero viva tras la capa de nieve que todo lo cubre, sentir la pureza que transmite el frío invernal y el blanco de la nieve y de los hielos. El frío contrae y nada queda en la contracción, todo lo que supuso la expansión y la exuberancia del cálido Verano cesa y se detiene. La nieve cae con suavidad y dulzura; sin alharacas todo queda cubierto por un manto blanco que va velando las formas. Todo cesa y se retrae pero todo permanece. Todo parece concluir salvo el latido de vida que se advierte bajo el grosor de la nieve. Incluso en la blancura absoluta se escucha su vibración. Sentir y vivir el Invierno; quedando abierto a los ritmos que la naturaleza marca. En otra de sus obras, en Musketaquid, nos hablará Thoreau del ritmo musical, bello y magnífico, de la naturaleza; compases y armonías que esconden no solo la semilla de plenitud de la vida toda sino también de la vida del alma. El invierno de la vida, el invierno del alma; como es arriba es abajo; el Invierno en las amplias praderas del gran oeste, en un tipi de piel junto a la hoguera; en una cabaña de madera en los Apalaches al abrigo de la estufa de leña. Las nieves y esos latidos de vida que acoge. La naturaleza y sus ascuas encendidas. Los hombres vivos codeándose con lo real.

Quien se mantiene de pie en el Invierno, atravesando la blancura absoluta y el invierno del alma alcanza desnudo su propia pureza; esa misma que se derrama desde la sensación azul y despierta en los amaneceres invernales. La dureza del toque del Invierno nos contrae y retrae pero la vida se desata al encuentro de la prueba invernal como bien nos recuerdan los lakotas. En el Invierno de la vida solo cabe saber soltar expectativas y quimeras para mantener la propia figura. Ahí, para Thoreau, se revela una firmeza que atendiendo a lo esencial todo lo depura, filtra y afina. La belleza de los Inviernos se sirve en la virtud invernal de la propia firmeza. Nada como la belleza de la amanecida invernal con los tonos azules de la nieve despertando en la mirada. Nada como sencillamente estar ahí, despierto ante todo ese gran silencio blanco. No olvidemos que para Thoreau, como apunta en Walden, la sabiduría es una experiencia de amanecida, una experiencia auroral. Abrirse al Misterio del Invierno, al ritmo invernal del alma, a la belleza de la lidia con esa blancura sin forma que todo lo vela y cubre... El invierno acoge una clave ascética que fragua en lo elemental. Una poderosa belleza moral que sabe privarse de lujos y necesidades ficticias arraigando en lo recio y lo salvaje.

En el limes de las nieves de Zeus, que todo lo cubren con su manto, están las aguas de Poseidón nos dirá Thoreau glosando a Homero. Las aguas, las nieves, ambos símbolo y señal de lo sin forma, lo apeiron. El tercer hermano de Zeus no se queda atrás en esa indicación de lo sin forma. El reino de Hades es el de lo no manifiesto. La nieve incolora que todo lo cubre y acoge, el agua sin forma, lo no manifiesto más allá de toda forma; símbolos todos ellos de ese apeiron que los griegos entendieron como arje… Thoreau maneja referencias mitológicas y engrandece así su latido poético.

Todo lo indicado palpita y bulle en “Un paseo invernal”; la narración de una larga caminata entre veredas y bosques nevados; desde el amanecer al desdibujarse del día. El texto es de una gran belleza y esa belleza, en el estilo y la forma literaria, alcanza la brillante traducción de Marcos Nava. El texto es un poema en prosa, que diría Baudelaire, en el que se intercalan algunos versos y hasta algún canto homérico. Thoreau entiende que la contemplación de la naturaleza, en tanto expresión de lo real, es la gran vía abierta a la salud y la plenitud; basta con abrirse dócilmente a sus ritmos, atendiendo  a lo que nos ofrece en cada pasaje y suceso. “La corriente de un río es un maravilloso ejemplo de la ley de la obediencia, sendero para el hombre que se busca a sí mismo, ruta por la que la cúpula de una bellota puede flotar segura con su carga”. La salud del hombre arraiga en la conformidad con lo real. Para Thoreau la cuestión de lo real no será sino la cuestión del ser. En Walden nos dirá: “llegamos así hasta un suelo duro y rocoso que podemos llamar realidad  y del que podamos decir: esto, sin duda es”. El suelo firme de la vida: la receptividad y la atención simple a las cosas que son... 

En el relato se nos invita a la práctica de lo salvaje, a dejarnos persuadir por esos mundos antiguos para los cuales los ciclos naturales eran la liturgia de lo real derramándose. La confrontación de Thoreau con el devenir moderno es directa y sin cuartel. No deja lugar a dudas. Apuesta por los viejos nativos americanos; por los primeros colonos, por el oeste como frontera abierta a la vida que deja atrás toda la civilización moderna con sus quimeras, sus necesidades virtuales y sus expectativas siempre crecientes. A partir de su crítica al modo de vida moderno, como romántico, sabe que no cabe una simple vuelta atrás. Es consciente de la necesidad de una renovatio de enorme calado.

En “Un paseo invernal” Thoreau aborda la descripción de su experiencia y de las reflexiones a las que va abriendo la intimidad con la naturaleza. La naturaleza, la vida y el necesario encuentro con la misma como práctica de la gran salud. En el texto la belleza de la vida encendida se intercala con alguna reflexión filosófica y, en general, con esa práctica de lo salvaje; esa vida abierta a la ofrenda del instante y a la sencilla presencia de la vida natural, recia y bella, que Thoreau añoraba; y la presencia de la nieve, la gran prueba que abre a la vida pura y fuerte y al Misterio de las formas que se cubren, silenciosamente, según cae la nevada… “Nuestro lujo no es oriental sino boreal, alrededor de una estufa de hierro y un fuego de leña, observando la sombras que dejan las motas en un rayo de sol” nos dirá. Estamos ante un texto de elevado calado y alcance para los que aman la sobria ebrietas que brinda la belleza y la contemplación pura y desnuda de lo real... En sus propias palabras: “Aquí reinan la simplicidad y la pureza de una era primitiva, y una salud y una esperanza muy distantes de los pueblos y las ciudades. En la profundidad del bosque, completamente solos, mientras el viento sacude la nieve de los árboles y dejamos atrás los últimos rastros humanos, nuestras reflexiones adquieren una riqueza y una variedad muy superiores a las que ostentan cuando estamos inmersos en la vida de las ciudades. En este valle solitario… nuestra vida es más serena y verdaderamente digna de contemplación”.

Thoreau y su paseo invernal, un ejemplo de lo que el mismo llamara la práctica de lo salvaje y el caminar hacia lo sagrado entendiéndolo en el sentido que nos propone en su ensayo “Caminar”. Caminar, sauntering, simplemente caminar hacia tierra santa como revela la etimología inglesa de la palabra o acaso –como dice la etimología alternativa de sauntering- caminar como un “sin tierra”, desnudo y sin apegos, deslizándose por el río de la vida y asumiendo todo lo que se va brindando… En ambos casos este sauntering será el perfecto ejemplo de esa práctica de lo salvaje que no será sino llamada al contacto directo con la naturaleza y con el caudal  de salud que fluye desde la misma simplemente con brindarla atención. El ensayo de Thoreau encontrará en este sauntering su piedra angular.

Un matiz, cuando Thoreau alaba la vida natural no lo hace como quien añora un pasado idealizado sino atendiendo a lo que supone quedar abierto, perceptivamente, al tránsito vital del que queda inmerso en la naturaleza. Se trata de dejar de lado la convención social y sus exigencias. Su actitud es estrictamente filosófica y por eso indaga en un modo de vida que ampare ese umbral intimidad con lo real. Walden será su gran indagación. El poeta y seguidor de Thoreau, además de practicante de zen, Gary Snyder nos dirá sobre la práctica de lo salvaje “el cultivo de los valores más arcaicos que existen, desde el Paleolítico tardío: la fertilidad de la tierra, la magia de los animales, la visión del poder en la soledad, la iniciación terrorífica y el renacimiento, el amor y el éxtasis de la danza, el trabajo común de la tribu”… Thoreau llama, más allá de las perversiones, los olvidos y la virtualidad de la vida civilizada –con todos sus forceps-,  a descubrir e indagar en el hombre natural, en la propia naturaleza de lo humano. Tal indagación, a partir de la propia naturaleza y corporalidad, será lo que revele lo sagrado y su esfera Misterio.

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