El camello que llora, un film de Byambasuren
Davaa y Luigi Falorni. Quedamos ubicados en un drama de animales y de
hombres promoviendo la vida en los quicios que le son propios. También en una
película casi ubicada en el género documental sin por ello dejar lo narrativo. A
la base, la pregunta por el dolor en la intimidad de lo humano y que, en
nuestras vidas, desdibuja el exceso de velocidad. En el horizonte, la belleza,
destilándose que acaso pudiera redimir del dolor. El paisaje de lo dicho el chamanismo
originario de las estepas siberianas y sus liturgias…
A
un pequeño camello la madre le niega la teta y, por tanto, la vida. La tribu
–una tribu mogola viviendo en las estepas- se moviliza al unísono para salvar
la vida del pequeño camello. Finalmente, un músico y una chamana con su canto,
una mujer medicina podríamos decir, obrarán el milagro desatando la belleza
anudada a partir de la palabra que sana. Se habla de camellos pero, sobre todo,
se habla del alma del hombre, de sus dependencias y redenciones, de sus nudos y
de la belleza en tanto sobreabundancia de la vida. También se habla de la
potencia partera de esos ritos y liturgias que nos dicen en nuestras fibras más
íntimas… Lo que, dicho sea de paso, nos invita a considerar la debilidad del
hombre actual casi privado de su dimensión ritual. El rito, en su dimensión más
elemental como un juego y un escenario que sana.
El hecho que lo detona todo. Una madre que no quiere a
su hijo por un parto doloroso. Un hijo que se sumerge en el desafecto y el
rechazo de lo que sería ese núcleo íntimo que nos debe nutrir. Un vástago
recién nacido al que se rechaza… El resultado se hace claro; incertidumbre,
enfermedad, fragilidad… Contra lo que nos indica Freud en “El malestar en la
cultura” por mucho que seamos singulares y eso requiera de ajustes delimitando nuestra
tarea personal somos en estrecha relación con nuestras redes de parentesco -básicamente
familia y amigos; familia y clan-. Me viene a la cabeza ese emperador medieval
que quiso “descubrir” el lenguaje primigenio de la humanidad. Con ese fin
encerró a un grupo de recién nacidos en una torre. Las nodrizas que les atendían
tenían prohibido hablarles e intercomunicar con ellos. Todos murieron.
El camello que llora,
acaso esta fabula siberiana y mogola, tan magistralmente llevada al cine, nos
confronte con el núcleo más primigenio del dolor en lo que sería un mundo
desarreglado que descuida los vínculos de parentesco que nos hacen humanos... La
fuente de todo desarreglo acogida a una infancia de carencias en una familia
áspera y fría, en una madre que evita y en un entorno que agrede. Ahí, al
vástago le cuesta prosperar, le cuesta respirar, le cuesta andar, le tiemblan
las piernas... En una situación así cada cual sale por donde puede. Las
diversas alternativas desgranaran los muy variados horizontes de lo enfermizo
aunque también de la supervivencia. Esta perspectiva nos empuja a una idea de
la gran salud entendida como arte y tarea. De todo esto trata esta película; de
la salud, de la buena vida y de cómo ciertos rituales pueden promoverla
integrando la sombra y el horror. ¿De qué manera?. Congregando al buen espíritu
y a la vida triunfante que recobra su propia figura. En la película se nos
habla de los espíritus y de cómo estos se retiran ante la vida moderna –la vida
pierde así su propio rostro-. Se escenifican rituales, se hacen ofrendas y
libaciones para congregarles, para que retornen y para que aseguren el buen
discurrir de las cosas salvando al pequeño camello.
Los hombres quieren ayudar al camello y van tejiendo
diversas estrategias para solventar la situación. Finalmente será un ritual el
que reconcilie a la madre con su camello. El ritual será sencillo. Unas
salmodias, un canto y la bella llamada de un violón oriental. Ante el buen espíritu
y la belleza convocadas la madre camello llorará y así reconocerá su dolor sin
desagüarlo en el bebé. La camella llora y el llanto la mueve el alma aconteciendo
una katarsis y una anagnórisis,
esto es, una toma de conciencia. Finalmente, la conciliación se
produce. El cachorro accede contento y
demandante a la teta de la madre y se nutre de su leche. El mundo en su quicio.
Ni más, ni menos.
Esta fábula mogola nos coloca en uno de los núcleos
más elementales del dolor al tiempo que nos muestra esos rituales que saben
promover la salud y restaurar los equilibrios perdidos. Sólo un bobo quedaría
insatisfecho porque la historia se desplace a un camello ya que los animales
nos dicen. Y si esto es cierto en términos generales lo será con más fuerza en
relación a las tradiciones chamánicas; precisamente por ser tradiciones de la physis,
esto es, tradiciones de la naturaleza animada.
La relevancia de lo ritual nos hará divisar ese
chamanismo ancestral que, en tanto sabiduría de la salud, sabe manejar
determinados estados extáticos –acaso muy discretos- para equilibrar lo
desordenado y la salud perdida. Podemos tirar del hilo y siguiendo la directriz
de Eliade utilizar nociones helénicas para arrojar luz sobre algo que,
en principio, nos resulta ajeno. La salud como el equilibrio de las diversas
potencias del alma, la salud como la tarea que nos devuelve la forma perdida;
rememorar el propio eidos, la propia figura de plenitud, la salud como la
intensidad vivida en el horizonte de la propia forma; la enfermedad como el
lastre, como deformación, como desequilibrio y fractura de la propia figura…
Si bien cada cual no construye la realidad no es menos
cierto que realidad y conciencia se encuentran estrechamente vinculadas. Hasta
el punto que la copula entre ambas quede determinada no sólo por aquello que se
nos confronta –lo que nos sucede- sino por la elaboración que desde el
imaginario hacemos de eso que se nos confronta. De ahí que haya quienes se
pasen la vida inmersos en infiernos privados o en territorios amables
sublimando la necesidad. En este proceso la relevancia de las facultades
imaginativas del alma serán algo decisivo. De tal suerte que sanar el
imaginario se traduciría en reordenar la percepción y visión de lo que nos
acontece. Hay visiones que enferman, que nos enferman profundamente.
Apelo a una manera de entender la imaginación en tanto
cognoscitivamente relevante y muy distante al modo en que es entendida hoy en
día. Apelo a esas tradiciones helénicas y mediterráneas de la imaginación
creadora. De acuerdo a las mismas, la imaginación tendrá una enorme relevancia
en el enhebramiento de nuestra imago mundi y en nuestro capacidad de
vida y conocimiento. Así, según veamos el mundo, el perfil de la experiencia
resultante nos conducirá a texturas de vida completamente diferentes. Y no, no
se trata de constructivismo alguno, lo real no deja de ser lo dado. Se trata
más bien del carácter de phantasmata de todo contenido de conciencia tal
y como nos recuerda Aristóteles… La magia pneumática o ritual intentará
mover ese punto de encaje del imaginar humano con el fin de corregir ciertos
desequilibrios; lo que supondrá tomar conciencia de nuestras dosis de dolor y
de nuestra propia cruz. Convocar el buen espíritu, el buen demon -la eudaymonia
que decían los griegos-, será convocar el orden y la propia figura de plenitud
en medio de la contracción y del dolor. Una simple canción, una voz que
irrumpe, un sonido que nos devuelve la vida, una salmodia que nos atraviesa
cuerpo y mente... La memoria de la palabra que sana... Un instante privilegiado
y propicio fuera del tiempo ordinario y capaz de reordenarlo desde su riqueza. La
mujer-medicina atenderá al manejo de ciertos escenarios con el fin de dinamizar
esos procesos que promueven la salud fracturando las inercias del tiempo y su
coacción.
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