jueves, 28 de febrero de 2019

Psicoterapia y fármacos visionarios: La superación creativa de la melancolía

Traigo a colación en esta entrada el artículo publicado por la prestigiosa revista The Lancet en el que se avalarían los supuestos beneficios clínicos que el consumo de psilocibina aportaría a las personas afectadas de depresión; o como antes se decía melancolía. La investigación, que obtuvo cierta resonancia internacional y académica, también fue reseñada por Scientific American lo que deja constancia de su acogida. Aprovecharé estas reseñas sobre la investigación para esbozar unas notas sobre los posibles usos terapéuticos de los fármacos visionarios.

En realidad, soy bastante escéptico en relación a estos usos; entre otras cosas por quedar contextualizados desde la psicología clínica con sus correspondientes categorías psicopatológicas... Algo que condiciona mucho a investigadores y psicólogos a la hora de enfocar la cuestión. Sobre los posibles efectos beneficiosos de estos fármacos mi impresión -haría falta más investigación para hablar con mas determinación- es que podrían aportar ganancia a personas con ciertas dosis de equilibrio previo; de ahí los límites de su uso en psicología clínica. En esto no me distancio mucho de lo expresado por Luis Cencillo sobre técnicas como el zazen. Recuerdo una conversación privada que mantuve con él sobre este asunto en la que apeló a la siguiente comparación. De algún modo el zazen, en principio eficaz, podría equipararse a un entrenamiento de alto rendimiento que exigiría de ciertos equilibrios previos. Entiendo que algo similar podría decirse sobre los usos de las plantas y las sustancias visionarias. Desde luego no apelo a equilibrios ni armonías perfectas. Apelo a ese estado, de cierta o relativa adaptación anímica, en el que el Yo no se ve notoriamente desbordado en la gestión de la propia vida por mucho que arrastre determinadas contradicciones y escisiones. Como puede advertirse me limito a una noción de equilibrio psicológico de mínimos y puramente pragmática.

Atendiendo a lo dicho entenderé que toda terapia que pretenda emplear un inductor de ebriedad visionaria, más que quedar referida a categorías propias de la psicología clínica, deberá atender a un horizonte más general de autoconocimiento personal en la línea de lo aportado por la therapein o "cuidado de sí" de la cultura clásica. En tal medida la terapia, necesariamente de corte más existencial, facilitaría la elaboración de la vertiente más introspectiva de la experiencia y con ella de todo lo relacionado con las asperezas, las escisiones y los condicionamientos de nuestra psique. En realidad todo lo relacionado con la introspección nos conducirá al concepto platónico de sombra, es decir, a todo lo que condiciona y lastra nuestra capacidad de conocer y discernir; todo lo que promueve que tomemos por real lo que es mera ficción...

La psicología dominante, al entender las psicoterapias desde la clínica -sin haber acuñado, por cierto idea alguna de salud-, tendrá considerables problemas para reconocer teóricamente toda terapia de corte existencial... Con lo que colisionamos con las complejas cuestiones de paradigma y con los sesgos que los programas de investigación puedan tener. Estos, incluso, podrán transformar en irreconocibles ciertos planteamientos. La cuestión abierta será la siguiente. Si la psicología y la psiquiatría más oficial solo es capaz de reconocer los posibles usos de estos fármacos atendiendo a categorías clínicas bien delimitadas, dejando de lado perspectivas terapéuticas más generales y, además, apelando a balances bioquímicos y a causalidades farmacológicas, ¿qué es lo que puede aportarnos?…

Aclaro que no voy a ser de los que critiquen estudios como el que traigo a colación. Muy al contrario los considero auténticos jalones en el reconocimiento de los posibles beneficios de estas sustancias y en la superación de la conflictividad social que plantean. Con todo, expongo mis reticencias ante el sesgo del programa de investigación aplicado en este caso, incapaz de no salirse del marco puramente farmacológico, para ponderar otras cuestiones como pudieran ser la de los contextos de ingesta o la de los ulteriores marcos de integración terapéutica de la experiencia. De ahí la limitación que acogen estas investigaciones ya que no tendrían capacidad teórica para dar cuenta del objeto de estudio -los efectos de la psilocibina- de un modo integral y en su propia complejidad. Y no por que la perspectiva farmacológica no deba ser valorada sino por reducirse todo a la misma. Estamos ante una cuestión previa, una cuestión de paradigma y de principios. Reflexionar sobre la misma deberá alcanzar la complejidad inherente al objeto de estudio dejando constancia de que los posibles beneficios de estas sustancias no son reducibles al enfoque puramente farmacológico. Estos dependerán también de factores contextuales como pueden ser el perfil del experimentador, el contexto de experimentación en el que se aborda la experiencia o cómo ésta se elabora e integra. Lo dicho exigirá afinar no solo los protocolos de investigación sino también la disposición crítica de quien asista a algún tipo de velada en la que se experimente con estas sustancias.

Para alcanzar esa complejidad apelo a un planteamiento estrictamente empírico y a la relevancia en la investigación de la experiencia directa con estos fármacos. Por eso habrá que atender a las diversas tradiciones de uso existentes, por valorar estas esos marcos contextuales y su adecuada transmisión. Efectivamente, poder reconocer los beneficios que puedan aportar los fármacos visionarios y saber de los contextos de ingesta exigirá conocer esas tradiciones de uso y lo que nos transmiten sus formas rituales y escénicas. No olvidemos que un ritual abre a una representación y a una simbólica que apela a la instauración de un tiempo eterno y a lo que éste transmite... Los fármacos visionarios no son aspirinas y su efecto convoca una umbral muy elevado de complejidad del que solo se podrá dar cuenta fenomenologicamente y atendiendo al núcleo de la experiencia misma. En este sentido conviene no olvidar que los actuales protocolos experimentales vigentes en Psicologia y Psiquiatría descartan lo que sería una perspectiva de investigación fenomenológica y, con ella, cualquier acercamiento a la experiencia como tal. Lo que dificulta discernir y ponderar esos contextos que faciltarían los usos más idóneos. 

Ya he indicado mis reticencias al empleo de estas sustancias en psicología clínica. Acaso una de estas excepciones pudiera ser la de la depresión atendiendo al perfil anímico del deprimido. En este sentido, y como punto de partida, no es causal que los autores de la investigación de The Lancet se refieran a los altos umbrales de seguridad existentes y, también, a que una sola toma pudiera ser efectiva. Y es que, en términos fenomenológicos, a los depresivos podría favorecerles las catarsis, tomas de conciencia y emergencias de sentido que suelen acontecer al encuentro de los fármacos visionarios. De ahí que no puedan extrañarme los prometedores resultados de este estudio. Con todo, el cuidado del contexto de experiencia -se hace evidente que no vale tomar de cualquier manera- y la terapia ulterior creo que son algo ineludible ya que, como bien nos recuerda Alexander Shulgin, las propias actitudes y disposiciones posteriores a la toma serán lo verdaderamente decisivo... Y para eso sirve una terapia; para aquilatar actitudes, disposiciones y modos de praxis; para elaborar e integrar los haces de sentido que puedan haberse brindado Como digo mi criterio es estrictamente empírico. Se apoya en la valoración y atención a la experiencia con estas sustancias. Como se hace evidente lo dicho debería ser contrastado a través de las investigaciones pertinentes.

Una precisión importante. No me refiero a la catarsis tal y como Freud la entiende, en tanto abreación y desagüe emocional, sino al modo en que la entendían los clásicos y los trágicos griegos -katarsis- en el sentido de reordenación de los afectos y emociones (Aristóteles); una reordenación de pasiones que, en el caso de la depresión, conlleve una toma de conciencia de lo tanático de ciertos estados de sopor e inacción y que ampare volver a apostar por la vida y por el eros. Un modo de tocar fondo y tomar tierra tomando conciencia tanto del trágico calado de ciertos infiernos como de determinadas vías abiertas a la plenitud. No olvidemos que si estas experiencias nos aportan algo es el contacto íntimo y encendido, a veces desgarrado, con nuestra vida anímica, con sus sombras y sus trastiendas.

Hablamos de plenitudes del alma y de devenires melancólicos... Bastaría ponderar la semántica tradicional de la melancolía para servir un contexto teórico para ciertos procesos de orden espiritual inherentes al remover del alma que inducen estas sustancias. La pérdida de la semántica tradicional de la melancolía es todo menos irrelevante. Esta distinguía entre diversas variedades melancólicas. Desde las más tanáticas hasta las que albergaban posibilidades de desarrollo espiritual –crisis espirituales las llaman ahora-. De hecho, la propia semántica del término, en su polisemia, nos sugiere un paisaje emocional más poliédrico y menos cargado de negatividad y, claro, no conviene olvidar que los nombres –cómo nombramos las cosas- forjan y constituyen la realidad humana que el hombre habita; como si de un a priori se tratara. Acaso la vitalidad y las donaciones de sentido que puedan inducir los encuentros con los fármacos visionarios estén en estrecha relación con la superación creativa de la melancolía.

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