(1)
La edición que tenemos entre manos es un libro “para
otra gente” que nos invita a nombrar el proceso histórico de los últimos siglos
de otra manera. Como verán el toro sale bravo de chiqueros más allá de la templanza
del autor del libro y de su estilo. Y es que pocas cosas de más riesgo, para el
lector y para el que escribe, que la ruptura con la convención social impuesta.
Estamos ante una iniciativa intensa y valiente de crítica filosófica que
exigiendo coraje al lector no busca el aplauso ni el reconocimiento fácil. En
términos taurinos no sería esta una faena pinturera de toro pastueño sino una
de temple lidiando al astado de más genio. La crítica que aborda Fernando
Muñoz, crítica en su sentido de discernimiento -el que manejara Baltasar
Gracián en El Criticón- nos abismará a un contarnos las cosas completamente
diferente al usual; un relato del otro lado, un libro para partisanos y
francotiradores de la filosofía. Nos
encontramos ante un libro de crítica filosófica que asume la emboscadura
jungueriana. El libro de un emboscado que lanza bengalas a sabiendas de que
serán vistas por otros emboscados que, aguardando, también trabajan en lo
profundo del bosque desbrozando maleza y, acaso, delineando pequeños claros al
calor de un bosque ya convertido en protector. No hablamos de cualquier cosa.
Para Ernst Jünger lo que más atemoriza a los poderosos es la existencia
de personas no pautadas desde las imágenes colectivas que el poder vigente y la
convención social imprimen en las conciencias apuntalándolo dado; imágenes de
rebeldía incluidas. Su mera existencia atemoriza al poder pues augura imágenes
por venir en tiempos de crisis hondas. Calibre el respetable la faena
del diestro en su regalo de ofrecernos la posibilidad, no tan habitual, de
entender lo que nos circunda de otro modo. Enriquézcanse; tengan encuentros y
desencuentros. Ahí va mi reseña. Por cierto, parafraseo a Skinner en el título
al indicar que la conducta no deja de ser el cuerpo; cuerpo vivo, cuerpo
animado de la piel hacia fuera.
(2)
A modo de sumario.
Salir de si de Fernando Muñoz. El libro compendia y sistematiza
una perspectiva crítica de la Modernidad al tiempo que ahonda en esa crítica desde su
propio enfoque analizando al individuo de las sociedades modernas desde
diversos frentes y en una clave antropológica. La Modernidad acontecería, para
el autor del libro, como un proceso y un devenir siempre abierto sin quedar
referido a proyecto sustantivo alguno. En palabras de Fernando Muñoz “un
curso de transformaciones o un constante devenir que acaso responda a una
legalidad sin más fundamento que su misma positividad. Todo es efímero. Nada
es, todo deviene”. La revolución que nunca finaliza apostillará Muñoz; un
devenir insustancial en permanente cambio.
Tal devenir tendrá a su base la liquidación de la comunitas
tradicional y de sus instituciones políticas constituidas cuerpo a cuerpo a
partir de la vida y el tejido de relaciones y vínculos comunitarios existente.
Confrontándose criticamente con tal devenir el autor vindicará el comunitarismo
de la sociedad tradicional; lo que, por lo demás, no le llevará a adoptar
planteamiento utópico alguno respecto de la vida comunitaria. En sus propias
palabras no se tratará de “celebrar ingenuamente la comunidad sino señalar su
valor primario en la constitución del campo antropológico”. Esta es una
cuestión bien relevante ya que el utopismo, cincelando una sociedad dirigida a
lo ideal, será uno de los totems modernos por excelencia.
Como podemos ya advertir el libro será una invitación
a deconstruir ciertos relatos compartidos en el seno de la convención social
vigente; especialmente los delimitados desde el mito del progreso y desde la
consideración de la modernidad desde los parámetros ilustrados denigrando todo
pasado.
El proceso abierto también supondría el desvanecimiento
del imaginario previo a la modernidad; de los marcos rituales y litúrgicos que lo
daban vida y en los que se encarnaba ese imaginario nutriendo la comunidad. El
devenir que así se abrió detonará, no podría ser de otro modo, la crisis de la metafísica
tradicional en tanto elaboración teórica a la que se acogía la mentalidad
tradicional. A partir de tal movimiento epocal todo lo sólido, nos dirá Carlos
Marx en el Manifiesto Comunista, se desvanecerá y todo lo sagrado
será profanado. Entiendo que sorprenda esta cita de Marx y, efectivamente,
habrá que buscarla su contexto.
La crisis de la sociedad tradicional, la emergencia de
un nuevo orden, la modernidad burguesa incesantemente destruyendo y rediseñando
la vida a partir de una colosal liberación de energía productiva y dominio tecno-operatorio
como nunca se había visto en la historia... En el reverso de tal proceso las
fisuras que éste sirve traspasando el alma de los hombres en la exposición al
permanente deshacer y rehacer que conlleva tal proceso de transformaciones
incesantes… En palabras de Fernando Muñoz el mismo desvelaría “una
enorme capacidad de desrealización que concluye en un estado social
fantasmagórico o, como se diría hoy en día, virtual” El resultado un caos y un desorden
aparente que, según Dostoievski, es el grado más alto del
orden burgués. Todo lo sólido se desvanece en el aire que nos decía Marx…
La liquidación de las viejas creencias y el precio
político pagado por todo ello, la vida de la persona singular en esa caótica
liberación de potencia y de producción desatada, los grandes cambios que van
aconteciendo… A todo lo dicho nos introducirá este libro y es que acaso la
emergencia de lo telúrico, más allá del disfraz de sofisticación y del
higienismo político de la vida moderna, sea acaso lo que mejor delimita el
devenir moderno. Lo dicho, por cierto, debe mucho a cierta lectura de Marx
aminorando su perfil ilustrado y atendiendo a su crítica del orden burgués. La
emergencia de lo telúrico, el dominio de lo elemental: Me viene a la cabeza Ernst
Jünger divisando la figura del trabajador e intentando afirmar la vida en
plena tragedia. Consideremos que la Modernidad ha hecho de la “crisis su propia
naturaleza” y a eso pesar de los planteamientos utopistas y de plenitud
histórica que enarbola. En palabras del autor de Salir de sí “Ese
carácter de plenitud y culminación hacia el orden definitivo se cumple, por el
contrario, como una circunstancia siempre en vilo o cambiante que apenas
podemos llamar un estado. Por el contario frente a esa plenitud buscada la
Modernidad ha hecho de la crisis su permanente naturaleza”
Entre los referentes de Fernando Muñoz podemos
intuir a Marx en lo que tiene de crítico duro de la burguesía, a
Santo Tomás y su síntesis poderosa entre realismo aristotélico y
cristianismo, a Gustavo Bueno renovando la filosofía materialista, a
ese Chesterton que decía que “solo la Iglesia Católica puede salvar al
hombre moderno de la destructora y humillante esclavitud de ser un hijo de su
tiempo”; matizando lo dicho con la sentencia de que “quien deja de creer en
Dios pasa a creen en cualquier cosa” o al magisterio de Juan Bautista
Fuentes en su crítica a la psicología moderna y en su disenso
filosófico respecto de los tiempos modernos y contemporáneos. De hecho, asistiendo
a sus seminarios conocí a Fernando Muñoz hace un buen puñado de años.
Advierto, estamos ante un libro politicamente incorrecto que no se deja
clasificar. De ahí que sea capaz de desafiarnos y asaltar todos esos lugares
comunes en los que se refugia la razón a la búsqueda de confort. ¿Cabe aunar el
tomismo y el marxismo en un modelo crítico coherente?. Advierto, más allá de
toda crítica o disenso la coherencia de Salir de si es plena en su
propia figura. Por lo demás, su capacidad para revisar y volver a pensar
asuntos cerrados le convierte en un libro escrito desde el disenso frente a la
convención social. Un libro para otra gente capaz de asimilar dudas sobre los
diversos menús que nos ofrece lo socialmente dado.
(3)
La idiocia como preludio. El
libro tiene un subtítulo: Para la revolución de los idiotas... Así es,
de los idiotés se trata. De esos idiotas, que dijera Chesterton,
a los que alumbra la modernidad liberal como perfectos receptores de lo que
disponga la sociedad de mercado. En la apelación a los idiotas no estamos ante
un título poco solemne para un libro de crítica filosófica. La delimitación
estrictamente racional de la apelación a la idiocia será precisa encontrando su
quibla en el propio Chesterton y en el significado que, en griego
clásico, se daba a la palabra idiota -idiotés-; un significado en
estrecha vecindad de la reflexión griega sobre la polis y la reflexión política
de la naciente filosofía. El significado de idiotés alude al mal
ciudadano que no se implica en los asuntos públicos atento, en exclusiva, a las
cuestiones privadas y desentendiéndose de los asuntos de la comunidad a la que
pertenece.
Ahondemos en la crítica que se esboza y en lo
desvelado apelando a estos referentes clásicos. Como ya he indicado, en
términos de ciudadanía, nada peor para un griego clásico que quien se
desentiende de la trama comunitaria a la que pertenece. Es cierto que la
condición de ciudadanía, centrada en la condición del ciudadano-soldado y en el
ascenso a la dominancia político-militar de las unidades de hoplitas,
era exigente pero no dejaba de ser lo que aseguraba la supervivencia de la
comunidad y de todos sus miembros. Al tiempo servía una serie de derechos
inherentes de ciudadanía y, también, de deberes que variaban según las diversas
polis. La ascensión política de las asambleas de hoplitas en tanto
soldados de infantería, todos ellos al mismo nivel, había generado en la Grecia
antigua comunitas muy atentas a la igualdad económica -Esparta- o a la
igualdad política -Atenas-
Ser un miembro de la polis suponía quedar
integrado en unas determinadas redes de parentesco, lo que apuntaba a una trama
específica de asistencia mutua que cuajaba en esa trama de derechos y deberes,
y, también, en una serie de instituciones que emanaban de esas redes de
parentesco y, por tanto, de la propia comunidad organizada.
Estas eran las instituciones que ejercían el poder. En
toda esta trama de relaciones humanas y de comunicación cuerpo a cuerpo,
persona a persona, descansaba la condición de ciudadanía y la perspectiva de lo
político. Sobre la base de lo dicho el duro descalificativo que merecía quien
se desentendía de la comunidad ya que se desentendía de su propio contexto de
vida e intereses compartidos.
Lo indicado sobre la idiocia desvela un perfecto preludio
de la edición que tenemos entre manos ya que el libro se ocupa de cartografiar
al hombre de las sociedades modernas inserto en las dinámicas de la sociedad de
consumo; bien distantes de las propias de una sociedad tradicional. De hecho,
esta edición, en palabras de su autor “trata de levantar acta de la
transformación que la modernidad ejerce sobre la condición humana”. Esta
transformación encontrará figura en la confrontación de las instituciones propias
de las sociedades tradicionales con el Estado y su tarea permanente de
administración de la vida. De este modo el idiotés de las sociedades
liberales y capitalistas, ordenadas desde el Mercado y el Estado, quedará
confrontado con el tipo de hombre integrado en la red comunitaria de vínculos
interpersonales a partir de la cuales se organiza la sociedad política
tradicional. No será casual que el libro destile un discreto, intenso y
matizado aroma anarquista.
En perfecta sintonía
con lo dicho recordemos como la iniciativa política propuesta por Chesterton,
el distribucionismo, si algo pretendía era devolver la economía al marco de
decisión de las comunidades naturales y las personas singulares y concretas
arrebatándoselo al Estado y a los grandes trust. El individuo moderno,
el idiotés, la dócil oveja de un rebaño universal, bien embarazada de
derechos evanescentes y condenada a ser poco más que una pieza de engranaje a
la que se le exigen rentabilidades específicas atendiendo a los intereses
sistémicos de un modo producción de ámbito -el capitalista- ya planetario...
“En esa situación -nos dirá Fernando Muñoz- los individuos conciben sus
fines individuales como átomos dispersos en el espacio público, llegando a
creer que esos fines se coordinan en un plan universal que resulta de la mera
suma de fines individuales… Esa sociedad abstracta concluye en el
cosmopolitismo del idiota, en el que cada individuo adopta como fin su
felicidad individual, suponiendo que no hay contradicción entre los contenidos
concretos de dichas felicidades”. La suma de los egoísmos colectivos
configurando mágicamente la bonancía y el bienestar general; ¿la fe del idiotés?;
una vieja idea del liberalismo a la que no le salen las cuentas a no ser que
entendamos unívocamente la felicidad universal desde el crecimiento incesante
del modo del modo producción capitalista, en su propio perfil de desarrollo y
modo de vida, y atendiendo a aquellos que beneficia. Los individuos como átomos
dispersos en un espacio público ordenado desde la economía al que se vinculan
desde su condición de consumidores y empleados. El resultado, en palabras del
autor de Salir de si, una enorme polvareda desenhebrada de humanos
equivalentes sin claros lazos entre sí más allá de los puramente económicos. El
imperium del homo aecqualis que nos diría Louis Dumont. Hasta aquí la reseña, en unas semanas el escolio entero