martes, 19 de febrero de 2019

Basho y el no-tiempo


Nos exalta con templanza. Nos pinta de belleza el alma. El entusiasmo que brinda es tranquilo y sereno. Una sobria ebrietas en la que el gozo de la simple presencia encuentra su amante en la atención simple de quien la acoge. La realidad toca a Basho. Basho se deja tocar. El poeta y monje zen nos va regalando generosamente la sucesión de esos toques. “Que majestad/ En hierbas verdes, tiernas/ la luz del sol”. Una sucesión de acaeceres sin trama alguna en la que el tiempo lineal, humano demasiado humano, desaparece. De hecho la división en capítulos que nos ofrecen las ediciones modernas, una concesión al lector, no existe en el original. Y no existe, por qué lo que debe colapsar,  es el tiempo humano para que el lector quede invitado a una tierra eterna; una tierra  en la que solo lo significativo aparezca. En esa tierra eterna el tránsito es movimiento por un presente continuo. Es un error el desglose en capítulos para aliviar al lector del toque desasosegante al que invita el no-tiempo…

Así es, el diario de viaje de Basho no nos cuenta nada, no contiene narración alguna. No hay relato salvo las teselas de un mosaico que no culmina mostrando una figura específica. En el viaje por Oku solo encuentran nombre las impresiones que Basho va recogiendo. “Se va la primavera/ lloran las aves, lágrimas en/ los ojos de  los peces”. Su capacidad de imaginar encuentra su plenitud en el decir de las cosas que son. El tiempo queda roto y todo va emergiendo en una sucesión de pinceladas sobrias. La imaginatio vera se transciende y desata en la simple atención. “Me quedo un rato/ detrás de la cascada/ Entra el Verano”. Diario de viaje, partitura del alma abierta a la vida. Solo importan las notas musicales que animaron y tocaron el ánimo. Mas allá de esas notas el Misterio de ese fondo sin fondo.

Saber del tránsito por estas tierras vivas no depende de la inventiva del hombre que nos ofrece sus palabras. Basho, sin quedar al margen de lo que se nos va diciendo, es solo una referencia más. En sus palabras aparece el propio Basho pero también están, al mismo nivel, los paisajes, situaciones y personajes que van irrumpiendo. No podía ser de otro modo ya que no hay una narrativa que de cuenta de una perspectiva. El alma de Basho queda limpia y abierta al mundo que le circunda y éste nos transmite esa serie de momentos y presencias singulares. Su perspectiva es la del que deja de lado tener perspectiva y aportar haces de sentido propios. “Junto al alero/flores que nadie advierte/ flor del castaño”.

Como sucede con la pintura de inspiración taoísta los trazos simples acontecen en el blanco del papel y esa blancura, sin constituir ella misma trazo o figura alguna, es tan decisiva como los mismos trazos. Esta misma blancura, en la poesía de Basho, es ese vacío narrativo que todo lo compendia y, al tiempo, el alma de Basho vaciada de sí, silenciosa y abierta al peregrinar por las tierras de Oku… El vacío de Basho remitiéndose a un vacío en el que todo acontece… El acercamiento al Misterio desde la atención más desnuda… Desde esta perspectiva cualquier apelación a un tiempo lineal y a una narrativa solo manifestaría el propio psiquismo del hombre. Se trata justo de lo contrario. Basho trata de prescindir de lo humano demasiado humano para descubrir qué emerge en la mirada; pero, ¿qué es Oku?

Oku es un topónimo pero también significa “al fondo”, “lo hondo”. Basho juega con un doble sentido en el que el topónimo revela otra significación. ¿qué subyace a lo que se nos aparece?, ¿qué presencia revela?. Los traductores han jugado con el campo semántico de Oku. Antonio Cabezas, el traductor de la edición de la Editorial Hiperion nos habla de “Senda hacia las tierras hondas”. Dorothy Britton tradujo Oku como “la senda estrecha hacia una provincia lejana” Manuel Luca de Tena estima[1] que la traducción más fiel sería “Sendas al final del más allá”. Como dice Antonio Cabezas en la introducción de su edición de la obra “en cuanto a lo de Oku todos los comentaristas están de acuerdo en que Basho quería denotar un viaje poético y espiritual”[2]. Por eso se ciño su hábito de monje zen en el peregrinar. Estamos pues ante una obra poética, una peregrinación espiritual y un viaje interior hacia el Misterio de lo que “simplemente es”. Tal viaje se hará posible en la precisa medida que retiremos de nuestro mirar todo lo que pueda lastrar la mirada. Un viaje a esa tierra más allá de ese tiempo imaginario que el hombre elabora y se cuenta a sí mismo anhelando sentidos que el mismo pone, una tierra más allá del más allá como dice el sutra

Contemplar al atardecer en un playa remota, recoger conchas rojas, ir a ver una cascada, adentrarse en un viejo bosque, atender a la luna rotunda del Verano, rezar en un santuario, dejarse tocar el alma por unas ruinas, acogerse a un templo, bucear en la mirada del que queda abierto a la vida, entregarse al camino con todas sus incertidumbres asumiendo también su cuota de dolor. La luna, a veces, mengua pero la disposición interior siempre es la misma. Pasajes del alma que desnudos aparecen en la mirada del hombre desnudo que todo lo soltó.  Basho, como monje zen, trata de abrirse e indaga en el silencio del alma… Como digo también se abre a su propia decadencia física. Varios de sus haikus quedan dirigidos a la debilidad del cuerpo y a las dificultades del camino. “Piernas débiles/ tendré, pero florece/ el monte Yoshino”; “Pulgas, piojos/ los caballos meando/¡Menuda almohada”.

Como vemos el poeta y monje zen no carece de cierto humor aunque su propia fragilidad quedará sostenida y transcendida por eso mismo que busca. "Piernas débiles tendré/pero florece/el monte Yoshino"(3) nos dirá Basho. Desde la presencia pura de lo contemplado no queda espacio para pesantez alguna. Se asume la propia finitud y la propia impermanencia… Al tiempo se anhela ese acaecer que es tanto donación del ser como acontecimiento íntimo del alma. No será casual que leer a Basho exija de un peculiar estado interior y, en tal medida, de una cierta irrupción de lo no convencional. Es imposible leer a Basho sin compartir, en algún grado, su entusiasmo poético yendo de su mano por las tierras de Oku… En realidad su obra es una invitación a la presencia del ser que se nos brinda, una invitación al no-tiempo que violenta nuestra conciencia corriente. En “Senda hacia tierras hondas” los haiku se suceden pero no solo. La prosa poética que los acoge no se queda atrás y va meciendo ese tiempo eterno, más allá del tiempo, que se va revelando en los haikus. Su ritmo y la carencia de narración nos va tocando también a nosotros, imponiéndonos otra mirada a la usual. “Era un monte de roca viva. Eran centenarios los pintos y cripreses, suave el musgo sobre el suelo y los peñascos. Estaban cerradas las puertas de los pabellones en el risco que coronaba el monte. El silencio era absoluto. Como acaecer de esplendida quietud penetró hasta lo hondo de mi corazón”. Las honduras del alma; uno y lo mismo que las honduras de Oku.



[1] En el libro Destino Japón. Ed Anaya. 1992
[2] Antonio Cabezas. Matsuo Basho. Senda hacia las tierras hondas. Introducción. Ed. Hiperion. Pg 10.
(3) Este haiku de Basho no está recogido en Senda de Oku

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