Nos
exalta con templanza. Nos pinta de belleza el alma. El entusiasmo que brinda es
tranquilo y sereno. Una sobria ebrietas
en la que el gozo de la simple presencia encuentra su amante en la atención
simple de quien la acoge. La realidad toca a Basho. Basho se deja tocar. El
poeta y monje zen nos va regalando generosamente la sucesión de esos toques. “Que
majestad/ En hierbas verdes, tiernas/ la luz del sol”. Una sucesión de acaeceres
sin trama alguna en la que el tiempo lineal, humano demasiado humano,
desaparece. De hecho la división en capítulos que nos ofrecen las ediciones
modernas, una concesión al lector, no existe en el original. Y no existe, por
qué lo que debe colapsar, es el tiempo
humano para que el lector quede invitado a una tierra eterna; una tierra en la que solo lo significativo aparezca. En
esa tierra eterna el tránsito es movimiento por un presente continuo. Es un
error el desglose en capítulos para aliviar al lector del toque desasosegante
al que invita el no-tiempo…
Así
es, el diario de viaje de Basho no nos cuenta nada, no contiene narración
alguna. No hay relato salvo las teselas de un mosaico que no culmina mostrando una figura específica. En el viaje por Oku solo encuentran nombre las
impresiones que Basho va recogiendo. “Se va la primavera/ lloran las aves,
lágrimas en/ los ojos de los peces”. Su capacidad de imaginar encuentra su plenitud en el decir de las cosas que son. El
tiempo queda roto y todo va emergiendo en una sucesión de pinceladas sobrias. La imaginatio vera se transciende y desata en la simple atención. “Me quedo un rato/ detrás de la cascada/ Entra el Verano”. Diario de viaje, partitura
del alma abierta a la vida. Solo importan las notas musicales que animaron y
tocaron el ánimo. Mas allá de esas notas el Misterio de ese fondo sin fondo.
Saber
del tránsito por estas tierras vivas no depende de la inventiva del hombre que
nos ofrece sus palabras. Basho, sin quedar al margen de lo que se nos va
diciendo, es solo una referencia más. En sus palabras aparece el propio Basho
pero también están, al mismo nivel, los paisajes, situaciones y personajes que
van irrumpiendo. No podía ser de otro modo ya que no hay una narrativa que de cuenta de una perspectiva. El alma de Basho queda limpia y abierta al mundo que le
circunda y éste nos transmite esa serie de momentos y presencias singulares. Su perspectiva es la del que deja de lado tener perspectiva y aportar haces de sentido propios. “Junto
al alero/flores que nadie advierte/ flor del castaño”.
Como sucede con la
pintura de inspiración taoísta los trazos simples acontecen en el blanco del
papel y esa blancura, sin constituir ella misma trazo o figura alguna, es tan
decisiva como los mismos trazos. Esta misma blancura, en la poesía de Basho, es
ese vacío narrativo que todo lo compendia y, al tiempo, el alma de Basho
vaciada de sí, silenciosa y abierta al peregrinar por las tierras de Oku… El
vacío de Basho remitiéndose a un vacío en el que todo acontece… El acercamiento
al Misterio desde la atención más desnuda… Desde esta perspectiva cualquier
apelación a un tiempo lineal y a una narrativa solo manifestaría el propio
psiquismo del hombre. Se trata justo de lo contrario. Basho trata de
prescindir de lo humano demasiado humano para descubrir qué emerge en la
mirada; pero, ¿qué es Oku?
Oku
es un topónimo pero también significa “al fondo”, “lo hondo”. Basho juega con
un doble sentido en el que el topónimo revela otra significación. ¿qué subyace
a lo que se nos aparece?, ¿qué presencia revela?. Los traductores han jugado
con el campo semántico de Oku. Antonio Cabezas, el traductor de la edición de la
Editorial Hiperion nos habla de “Senda hacia las tierras hondas”. Dorothy
Britton tradujo Oku como “la senda estrecha hacia una provincia lejana” Manuel
Luca de Tena estima[1]
que la traducción más fiel sería “Sendas al final del más allá”. Como dice
Antonio Cabezas en la introducción de su edición de la obra “en cuanto a lo de
Oku todos los comentaristas están de acuerdo en que Basho quería denotar un
viaje poético y espiritual”[2]. Por eso se ciño su hábito
de monje zen en el peregrinar. Estamos pues ante una obra poética, una
peregrinación espiritual y un viaje interior hacia el Misterio de lo que “simplemente
es”. Tal viaje se hará posible en la precisa medida que retiremos de nuestro
mirar todo lo que pueda lastrar la mirada. Un viaje a esa tierra más allá de
ese tiempo imaginario que el hombre elabora y se cuenta a sí mismo anhelando
sentidos que el mismo pone, una tierra más allá del más allá como dice el
sutra…
Contemplar
al atardecer en un playa remota, recoger conchas rojas, ir a ver una cascada, adentrarse
en un viejo bosque, atender a la luna rotunda del Verano, rezar en un
santuario, dejarse tocar el alma por unas ruinas, acogerse a un templo, bucear
en la mirada del que queda abierto a la vida, entregarse al camino con todas
sus incertidumbres asumiendo también su cuota de dolor. La luna, a veces,
mengua pero la disposición interior siempre es la misma. Pasajes del alma que desnudos
aparecen en la mirada del hombre desnudo que todo lo soltó. Basho, como monje zen, trata de abrirse e
indaga en el silencio del alma… Como digo también se abre a su propia
decadencia física. Varios de sus haikus quedan dirigidos a la debilidad del
cuerpo y a las dificultades del camino. “Piernas débiles/ tendré, pero florece/
el monte Yoshino”; “Pulgas, piojos/ los caballos meando/¡Menuda almohada”.
Como
vemos el poeta y monje zen no carece de cierto humor aunque su propia fragilidad quedará sostenida
y transcendida por eso mismo que busca. "Piernas débiles tendré/pero florece/el monte Yoshino"(3) nos dirá Basho. Desde la presencia pura de lo
contemplado no queda espacio para pesantez alguna. Se asume la propia finitud y
la propia impermanencia… Al tiempo se anhela ese acaecer que es tanto donación
del ser como acontecimiento íntimo del alma. No será casual que leer a Basho exija de
un peculiar estado interior y, en tal medida, de una cierta irrupción de lo no
convencional. Es imposible leer a Basho sin compartir, en algún grado, su
entusiasmo poético yendo de su mano por las tierras de Oku… En realidad su obra
es una invitación a la presencia del ser que se nos brinda, una invitación al
no-tiempo que violenta nuestra conciencia corriente. En “Senda hacia tierras
hondas” los haiku se suceden pero no solo. La prosa poética que los acoge no se
queda atrás y va meciendo ese tiempo eterno, más allá del tiempo, que se va revelando en los haikus. Su ritmo y
la carencia de narración nos va tocando también a nosotros, imponiéndonos otra mirada a la usual. “Era un
monte de roca viva. Eran centenarios los pintos y cripreses, suave el musgo
sobre el suelo y los peñascos. Estaban cerradas las puertas de los pabellones
en el risco que coronaba el monte. El silencio era absoluto. Como acaecer de
esplendida quietud penetró hasta lo hondo de mi corazón”. Las honduras del alma; uno y lo mismo que las honduras de Oku.
(3) Este haiku de Basho no está recogido en Senda de Oku
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