PRELUDIO: LA
IMAGINACION CREADORA
(1)La imaginación creadora a la base de
toda intelección, de toda noesis. Somos
cuerpo y en tanto cuerpo una rica trama de sensaciones a la espera de sentido. Cuerpo
que imagina, siente y dibuja la vida en su trazo. También somos lenguaje. Entre
palabras se aquilata nuestro espíritu, nuestras potencias y esa capacidad de sentido. Las ideas y
las palabras crean e instauran el mundo que el hombre habita; y tanto
es así que la capacidad de entender y discernir -también la de extraviarse- se
enhebra desde esas palabras. Las palabras hundirán sus raíces en nuestra imaginación
e inventiva. En un nombrar imaginario de palabras imaginadas y sonidos soñados encontrará
su piedra angular el ser del hombre.
(2)La riqueza de la idea de alma, en
tanto indicación de la vida del cuerpo, será esa atalaya de la que no podemos
prescindir. El alma tanteará sus potencias de plenitud poniendo nombres a las
personas y las cosas. La capacidad de vida indicada en el lenguaje lo transcenderá.
Lo indicado siempre quedará más allá a la espera del hombre que realiza esas
potencias; aun así no podrá olvidarse que lo que no se nombra no existe. La
cuestión del lenguaje, para el hombre, será constitutiva. El lenguaje servirá
de espejo de su propia capacidad de vida y experiencia.
(3)Del mismo modo que el mundo que reconocemos
queda delimitado desde nuestra interioridad la vida del alma, en su misma constitución,
queda abierta a la exterioridad. Conocemos, somos y accedemos a lo real a partir
del estado de nuestra alma y así alumbramos mundos. Lo interior y lo exterior
se encuentran en un absoluto régimen de reciprocidad, retroalimentación y
copertenencia; hasta el punto que de la propia capacidad de imaginarnos y representarnos
el mundo dependerá la realidad que reconocemos y habitamos. De diversos
condicionamientos y a prioris internos dependerá la imago mundi de la que somos capaces y, desde ella, nuestra
capacidad de conocer. Me limito a constatar el carácter creador de nuestra
capacidad de comprensión y de nuestro juicio y entendimiento. En ese proceso el
lenguaje y el “cómo nos relatamos el mundo” vehiculará y dará forma al intenso
vínculo existente entre nuestra capacidad de imaginación y la sección de lo
real –por utilizar una expresión jungueriana- a la que accedemos. El término no
es baladí. No olvidemos que atender a la urdimbre imaginaria del proceso cognoscitivo
no nos conduce a la imposibilidad del conocimiento sino a ponderar la cualidad
del imaginario que ampara y promueve el conocer.
(4)A esa urdimbre se brindará lo real esperando
la respuesta del conocer del hombre y el emerger de su propia vida -la vida de
lo real- en la medida del hombre. Al encuentro de lo real el conocer del hombre
responderá imaginando desde la propia medida de lo humano. Lo real
encontrándose con el imaginar del hombre... El imaginar del hombre accediendo al
reconocimiento de lo real en su propia plenitud y forma... Lo real encontrará así
su ser y expresión humana. Lo real, lo máximamente real, no es; carece de forma por acogerlo todo A sí mismo se
encuentra en los seres y en la multiplicidad inagotable que acoge. Todo es lo
real soñando su propio sueño, tanteando su ser y su carne.
(5)De la actividad del imaginario dependerán
desde determinados aconteceres cognoscitivos hasta el trastorno de la capacidad
de conocer en la esterilidad del propio imaginario. La capacidad de imaginarnos
y representarnos el mundo a partir de una doxa[1]
dispuesta y receptiva al logos o
sentido de lo real –la endoxa platónica-
será la condición de posibilidad de ese acontecer cognoscitivo.
Como podemos advertir en el mismo núcleo del
pensamiento platónico la endoxa y una
actividad del imaginario bien orientada, una pistis[2] apropiada,
será lo que facilite la salida de la caverna platónica. No olvidemos que para
Platón tanto la pistis como la doxa tienen una base imaginaria de tal
modo que de su buena orientación dependa quedar receptivo y dispuesto al logos[3].
Logos la palabra que instaura el
mundo por ser capaz de reconocerlo, el horizonte de sentido de lo real, lo que
da razón de lo real brindándose al hombre, ese plano de sentido que expresa la
forma de una multiplicidad dada y aparentemente dispersa, el ser de las cosas
que son, el lenguaje que lo apunta… El logos como horizonte de sentido que para poder ser hallado necesita de un cuerpo que
sueñe e imagine. ¿Donde queda palabra que instaura la vida?
DE PALABRAS
Y CANTOS
(1)El lenguaje es nuestro límite pero
al tiempo nuestra fibra. Límite y fibra sirven nuestra forma, es decir, lo que
nos delimita, y singulariza. Precisamente, el hecho de que la
palabra nos constituya y modele es lo que permite afirmar que lo que no se
nombra no existe, cerrándose así su emerger en la conciencia. Más allá del
extendido culto a un experiencialismo de orden sentimental, que se contrapone a
lo racional, advirtamos cómo nombres y palabras delimitan posibilidades de
sentido y discernimiento. Y no sólo. En la palabra acontece la propia
instauración de la vida, de la vida de la que somos capaces. La palabra será
así símbolo de algo que la transciende pero, al tiempo, la exige. En la palabra
viva vendrá a cobrar figura nuestra capacidad de experiencia y nuestro conocer.
Por esto mismo la importancia de saber nombrar y dejar ser a las palabras de
cara a la cualidad y forja de la propia capacidad de experiencia. De metáforas
y recursos hermenéuticos dependerá la textura de vida que surja de todo acontecer.
De la carencia de tales recursos, incluso, se podrá derivar el desplazamiento
de la conciencia y la ignorancia sobre ciertos procesos vitales y sobre ciertos
repertorios de experiencia.
(2)Toda narrativa, sea ésta mítica,
poética o filosófica, no será sino la estela dejada por alguna singladura del
alma al tiempo que el intento de elaborarla y componerla. De ahí su interés y
su inteligibilidad. La palabra, en tanto símbolo, encontrará así su esencia más
allá de sí y en la propia carne del hombre. Así las cosas, de lo que se
tratará será de adentrarse en estas expresiones –básicamente narrativas- que
destilan, refinan y asientan la capacidad y las variedades de experiencia del
hombre en tanto cuerpo sintiente.
(3)Acogerse a palabras inadecuadas o
ajenas a nuestra intimidad será todo menos irrelevante de cara a la densidad
con que se nos brinde la vida. Conviene no olvidar que nombrar la vida del
alma, lejos de responder a criterios unívocos, se desgrana desde temperamentos y
contextos bien diversos. Con todo, más lesivo será acogerse a ideologemas o
convenciones sociales que, inadvertidamente, estabulen nuestra capacidad de
experiencia. Ernst Jünger nos recordará en La Emboscadura esta
dimensión mediadora del lenguaje como fuente de vida. En sus propias palabras “El
lenguaje forma parte de la propiedad del ser humano, de su modo propio de ser,
de su patrimonio heredado, de su patria, de una patria que le toca en suerte
sin que él tenga conocimiento de su plenitud y riqueza... Así como la luz hace
visible el mundo y su figura, así el lenguaje lo hace comprensible en lo más
íntimo, y no cabe prescindir de él, pues es la llave que abre las puertas de
los tesoros del mundo. La ley y el dominio en los reinos visibles y aún en los
invisibles comienzan con el poner nombre a las cosas.”
(4)Del encuentro con la palabra viva
dependerá algo que rebasará completamente lo meramente verbal, lo libresco, lo
erudito y el puro significado mental de los conceptos. Efectivamente, más allá
de la representación y de lo meramente enunciativo la palabra nos indica esa
clave en la que la vida irrumpe. Esta intimidad con la palabra, capaz de
revelar su naturaleza creadora, nos la muestran singularmente los poetas. Su
especial modo de relación con la palabra, es el que con mayor nitidez nos
revela cómo ésta, transparentando y cristalizando mundos y realidades,
manifiesta su potencia creadora. Y es que la poética, acaso como ningún otro
uso del lenguaje, acusa ese grado de intimidad con la palabra. Una intimidad
creadora y fértil que nos revela la esencia de la palabra como forja de lo
humano. En pocos ámbitos como en el de la poesía se nos ofrece y desnuda el
lenguaje con tanta claridad. Por eso la palabra propia que alumbre la vida de
cada cual siempre será palabra poética... Esta potencia creadora de la palabra,
generalmente impensada, nos dará cuenta de la esencia y del misterio que acoge
el lenguaje.
Hugo Mujica,
en la estela de Martin Heidegger, se refiere a esa palabra de vida como a la expresión
de un “escuchar ontológico”, es decir, de una escuchar del Ser. El Ser, lo que
es, to on. En sus propias palabras,
“el hombre volverá en ello a lo propio y desde lo propio todo será puesto
inicialmente al descubierto... y -el hombre- será tocado por la esencia cercana
de las cosas. El hombre mortal habitará, en definitiva, poéticamente, habitará
desde la manifestación inicial, creacional, desde la poiesis. Y
volverá a conjugar el juego del mundo, el juego de los mortales y los dioses,
el cielo y la tierra, un día de fiesta…” El hombre se volverá hacia lo propio
nos dice Mújica, esto es, hacia las posibilidades de su alma. Ahí precisamente
acontecerá la vida y se aquilatará el espíritu. En la sensibilidad poética la
palabra encontrará su carne y la más refinada potencia de vida. En la poesía se
revela el poder fundamental de la palabra. Un poder que, a partir de la visión
y la simple escucha, realiza, cristaliza y aquilata la apertura al ser de las
cosas que son, la más desnuda contemplación de lo que es.
(5)Hasta lo dicho llegaría la tensión
de la palabra llevada a esa esencia simbólica que se limita a indicar. Hasta la
misma instauración de la vida más allá de la propia palabra. La palabra como espejo y acicate que siempre
se transciende a sí mismo, como insinuación que inspira y cataliza figuras de
vida... Con la capacidad de ver y de crear nos las vemos. A eso mismo aludirá el
término griego poiesis -producir, crear-. No se trata
pues de un mero tema estilístico o de un exclusivo ejercicio retórico. Ahí
palabra poética equivale a palabra propia, a palabra íntima. Y la palabra
propia lo será por conjurar la propia plenitud, por resonar en nuestra vida
anímica y por servirnos de cauce íntimo. En relación a lo dicho es
completamente irrelevante la autoría de tales palabras. Ya he indicado que
tampoco es cuestión de su brillo formal. Estamos ante un encuentro con el
lenguaje capaz de remontarse hasta esa esencia creadora de la palabra que tan
bien nos muestran los poetas en su canto. Apelar a la poesía no supondrá, ingenuamente,
animar a imitar las tareas versificadoras de Píndaro o de algún poeta sino
encontrar la palabra propia que libera el alma. Tanto da si uno se dedica o no
a la escritura ya que poeta es quien moldea, crea y redescubre el mundo desde
su percibir y sentir íntimo. De ahí el significado de poiesis. Se
trata pues de encarnar esa esencia del lenguaje que instaura realidad y vida a
través del encuentro con la palabra que hace ser. Toda palabra creadora
participa de esa esencia poética del lenguaje. Ahí la palabra se hace carne, alumbra
universos, transforma mundos y cristaliza visiones. Por eso, quien encuentra la
propia palabra, accede a una auténtica reserva del espíritu y la creatividad
humana. Tal será el sentido de la relevancia de pensamiento, imaginación y
palabra en la propia senda vital. Hombre y relato serán uno y lo mismo.
(6)El encuentro con las
palabras de los demás no será desde luego un asunto menor. Advirtamos la enorme
riqueza que depara el encuentro con la palabra de esos pioneros que se
adentraron por estas mismas veredas del espíritu al encuentro de lo real y su misterio.
Su testimonio recapitula la cualidad de su viático. El encuentro con estos ecos
de vida olímpica, abiertos con naturalidad a literatura, arte, filosofía y
teología, tendrá una gran relevancia. No olvidemos que en las tradiciones
humanísticas acontecen cifradas las posibilidades y potencias de la vida del
alma. Este viático, desde diversos temperamentos, nos congrega. Ahí las
palabras son del hombre abierto a la vida y poeta es quien desnudo las encarna.
La referencia de la autoría se diluye jubilosa y liberada de ese dogal
(7) Dice el aforismo que lo que no es
tradición es plagio. Y así es si atendemos al significado original de la
palabra tradición (en latín traditio),
es decir, transmisión. Las palabras nos vienen dadas brotando desde la misma
urdimbre de lo humano. Son nuestro patrimonio excelente; el reconocimiento de
la excelencia de los que fueron y serán. Las palabras y sus iluminaciones; los
nombres que indican la apertura al ser que se nos brinda; la tarea íntima de lo
humano atendiendo a diferentes temperamentos y culturas. Todo comienza dando
nombre a las cosas… Con todo, el lenguaje nos desnuda al brindarnos el ser de
la vida y nos descubre desposeídos en el lenguaje mismo. No es el hombre el que
canta sino la vida indestructible la que a sí mismo se canta en el canto. La
vida dionisiaca y divina que encuentra su residencia en la palabra y su
culminación en la vida excelente del hombre que a lo divino queda abierto. No
somos sino vida, vida indestructible.
[1]
En griego clásico opinión. La doxa
griega no quedaba vinculada con la racionalidad que es capaz de esgrimir quien algo
conoce sino con un imaginario que se adopta como propio. El terreno de las
convenciones sociales y de los imaginarios colectivos que nos vienen dados será
el terreno por excelencia de la doxa. Atendamos
a como la doxa u opinión queda entendida no desde su propio argumentar,
meramente retórico y virtual, sino desde su incapacidad para la racionalidad.
No olvidemos que para la paideia griega las ideas de intelecto o razón quedan
vinculadas no con una capacidad meramente logicista, argumentativa o retórica, esto sería lo
propio de los sofistas, sino con la verdad y el sentido que desvelan.
[2]
La pistis, en la paideia griega, alude a la fe y al acercamiento piadoso a los dioses
y a los ritos que los rememoran. La pistis
será la base de las tradiciones mistéricas griegas.
[3]
La necesidad
de un imaginario orientado hacia el logos
se enriquecerá con los aportes de Aristóteles apelando a que el
conocimiento se nos brinda a través de imágenes; con lo que el conocer exigirá
de figuras y esquemas capaces de compendiar lo que en principio se nos ofrece
disperso. Los estoicos, dando por supuesto esta operativa de imágenes y
esquemas en el conocer, diferenciaran nítidamente una phantasia con relevancia cognoscitiva de otra que carecería de esa
capacidad. Así se consolidará otro jalón importante de las veredas de la
imaginación creadora. Las tradiciones medievales de la imaginación creadora,
sus sabios, filósofos y poetas, se servirán de todo este preludio griego.
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