miércoles, 16 de enero de 2019

Manifiesto imaginario (poético al modo geométrico)





PRELUDIO: LA IMAGINACION CREADORA

(1)La imaginación creadora a la base de toda intelección, de toda noesis. Somos cuerpo y en tanto cuerpo una rica trama de sensaciones a la espera de sentido. Cuerpo que imagina, siente y dibuja la vida en su trazo. También somos lenguaje. Entre palabras se aquilata nuestro espíritu, nuestras potencias y esa capacidad de sentido. Las ideas y las palabras crean e instauran el mundo que el hombre habita; y tanto es así que la capacidad de entender y discernir -también la de extraviarse- se enhebra desde esas palabras. Las palabras hundirán sus raíces en nuestra imaginación e inventiva. En un nombrar imaginario de palabras imaginadas y sonidos soñados encontrará su piedra angular el ser del hombre.

(2)La riqueza de la idea de alma, en tanto indicación de la vida del cuerpo, será esa atalaya de la que no podemos prescindir. El alma tanteará sus potencias de plenitud poniendo nombres a las personas y las cosas. La capacidad de vida indicada en el lenguaje lo transcenderá. Lo indicado siempre quedará más allá a la espera del hombre que realiza esas potencias; aun así no podrá olvidarse que lo que no se nombra no existe. La cuestión del lenguaje, para el hombre, será constitutiva. El lenguaje servirá de espejo de su propia capacidad de vida y experiencia.

(3)Del mismo modo que el mundo que reconocemos queda delimitado desde nuestra interioridad la vida del alma, en su misma constitución, queda abierta a la exterioridad. Conocemos, somos y accedemos a lo real a partir del estado de nuestra alma y así alumbramos mundos. Lo interior y lo exterior se encuentran en un absoluto régimen de reciprocidad, retroalimentación y copertenencia; hasta el punto que de la propia capacidad de imaginarnos y representarnos el mundo dependerá la realidad que reconocemos y habitamos. De diversos condicionamientos y a prioris internos dependerá la imago mundi de la que somos capaces y, desde ella, nuestra capacidad de conocer. Me limito a constatar el carácter creador de nuestra capacidad de comprensión y de nuestro juicio y entendimiento. En ese proceso el lenguaje y el “cómo nos relatamos el mundo” vehiculará y dará forma al intenso vínculo existente entre nuestra capacidad de imaginación y la sección de lo real –por utilizar una expresión jungueriana- a la que accedemos. El término no es baladí. No olvidemos que atender a la urdimbre imaginaria del proceso cognoscitivo no nos conduce a la imposibilidad del conocimiento sino a ponderar la cualidad del imaginario que ampara y promueve el conocer.

(4)A esa urdimbre se brindará lo real esperando la respuesta del conocer del hombre y el emerger de su propia vida -la vida de lo real- en la medida del hombre. Al encuentro de lo real el conocer del hombre responderá imaginando desde la propia medida de lo humano. Lo real encontrándose con el imaginar del hombre... El imaginar del hombre accediendo al reconocimiento de lo real en su propia plenitud y forma... Lo real encontrará así su ser y expresión humana. Lo real, lo máximamente real, no es; carece de forma por acogerlo todo A sí mismo se encuentra en los seres y en la multiplicidad inagotable que acoge. Todo es lo real soñando su propio sueño, tanteando su ser y su carne.

(5)De la actividad del imaginario dependerán desde determinados aconteceres cognoscitivos hasta el trastorno de la capacidad de conocer en la esterilidad del propio imaginario. La capacidad de imaginarnos y representarnos el mundo a partir de una doxa[1] dispuesta y receptiva al logos o sentido de lo real –la endoxa platónica- será la condición de posibilidad de ese acontecer cognoscitivo.
Como podemos advertir en el mismo núcleo del pensamiento platónico la endoxa y una actividad del imaginario bien orientada, una pistis[2] apropiada, será lo que facilite la salida de la caverna platónica. No olvidemos que para Platón tanto la pistis como la doxa tienen una base imaginaria de tal modo que de su buena orientación dependa quedar receptivo y dispuesto al logos[3]. Logos la palabra que instaura el mundo por ser capaz de reconocerlo, el horizonte de sentido de lo real, lo que da razón de lo real brindándose al hombre, ese plano de sentido que expresa la forma de una multiplicidad dada y aparentemente dispersa, el ser de las cosas que son, el lenguaje que lo apunta… El logos como horizonte de sentido que para poder ser hallado necesita de un cuerpo que sueñe e imagine. ¿Donde queda palabra que instaura la vida?


DE PALABRAS Y CANTOS

(1)El lenguaje es nuestro límite pero al tiempo nuestra fibra. Límite y fibra sirven nuestra forma, es decir, lo que nos delimita, y singulariza. Precisamente, el hecho de que la palabra nos constituya y modele es lo que permite afirmar que lo que no se nombra no existe, cerrándose así su emerger en la conciencia. Más allá del extendido culto a un experiencialismo de orden sentimental, que se contrapone a lo racional, advirtamos cómo nombres y palabras delimitan posibilidades de sentido y discernimiento. Y no sólo. En la palabra acontece la propia instauración de la vida, de la vida de la que somos capaces. La palabra será así símbolo de algo que la transciende pero, al tiempo, la exige. En la palabra viva vendrá a cobrar figura nuestra capacidad de experiencia y nuestro conocer. Por esto mismo la importancia de saber nombrar y dejar ser a las palabras de cara a la cualidad y forja de la propia capacidad de experiencia. De metáforas y recursos hermenéuticos dependerá la textura de vida que surja de todo acontecer. De la carencia de tales recursos, incluso, se podrá derivar el desplazamiento de la conciencia y la ignorancia sobre ciertos procesos vitales y sobre ciertos repertorios de experiencia.

(2)Toda narrativa, sea ésta mítica, poética o filosófica, no será sino la estela dejada por alguna singladura del alma al tiempo que el intento de elaborarla y componerla. De ahí su interés y su inteligibilidad. La palabra, en tanto símbolo, encontrará así su esencia más allá de sí y en la propia carne del hombre. Así las cosas, de lo que se tratará será de adentrarse en estas expresiones –básicamente narrativas- que destilan, refinan y asientan la capacidad y las variedades de experiencia del hombre en tanto cuerpo sintiente.

(3)Acogerse a palabras inadecuadas o ajenas a nuestra intimidad será todo menos irrelevante de cara a la densidad con que se nos brinde la vida. Conviene no olvidar que nombrar la vida del alma, lejos de responder a criterios unívocos, se desgrana desde temperamentos y contextos bien diversos. Con todo, más lesivo será acogerse a ideologemas o convenciones sociales que, inadvertidamente, estabulen nuestra capacidad de experiencia. Ernst Jünger nos recordará en La Emboscadura esta dimensión mediadora del lenguaje como fuente de vida. En sus propias palabras “El lenguaje forma parte de la propiedad del ser humano, de su modo propio de ser, de su patrimonio heredado, de su patria, de una patria que le toca en suerte sin que él tenga conocimiento de su plenitud y riqueza... Así como la luz hace visible el mundo y su figura, así el lenguaje lo hace comprensible en lo más íntimo, y no cabe prescindir de él, pues es la llave que abre las puertas de los tesoros del mundo. La ley y el dominio en los reinos visibles y aún en los invisibles comienzan con el poner nombre a las cosas.”

(4)Del encuentro con la palabra viva dependerá algo que rebasará completamente lo meramente verbal, lo libresco, lo erudito y el puro significado mental de los conceptos. Efectivamente, más allá de la representación y de lo meramente enunciativo la palabra nos indica esa clave en la que la vida irrumpe. Esta intimidad con la palabra, capaz de revelar su naturaleza creadora, nos la muestran singularmente los poetas. Su especial modo de relación con la palabra, es el que con mayor nitidez nos revela cómo ésta, transparentando y cristalizando mundos y realidades, manifiesta su potencia creadora. Y es que la poética, acaso como ningún otro uso del lenguaje, acusa ese grado de intimidad con la palabra. Una intimidad creadora y fértil que nos revela la esencia de la palabra como forja de lo humano. En pocos ámbitos como en el de la poesía se nos ofrece y desnuda el lenguaje con tanta claridad. Por eso la palabra propia que alumbre la vida de cada cual siempre será palabra poética... Esta potencia creadora de la palabra, generalmente impensada, nos dará cuenta de la esencia y del misterio que acoge el lenguaje.

Hugo Mujica, en la estela de Martin Heidegger, se refiere a esa palabra de vida como a la expresión de un “escuchar ontológico”, es decir, de una escuchar del Ser. El Ser, lo que es, to on. En sus propias palabras, “el hombre volverá en ello a lo propio y desde lo propio todo será puesto inicialmente al descubierto... y -el hombre- será tocado por la esencia cercana de las cosas. El hombre mortal habitará, en definitiva, poéticamente, habitará desde la manifestación inicial, creacional, desde la poiesis. Y volverá a conjugar el juego del mundo, el juego de los mortales y los dioses, el cielo y la tierra, un día de fiesta…” El hombre se volverá hacia lo propio nos dice Mújica, esto es, hacia las posibilidades de su alma. Ahí precisamente acontecerá la vida y se aquilatará el espíritu. En la sensibilidad poética la palabra encontrará su carne y la más refinada potencia de vida. En la poesía se revela el poder fundamental de la palabra. Un poder que, a partir de la visión y la simple escucha, realiza, cristaliza y aquilata la apertura al ser de las cosas que son, la más desnuda contemplación de lo que es.

(5)Hasta lo dicho llegaría la tensión de la palabra llevada a esa esencia simbólica que se limita a indicar. Hasta la misma instauración de la vida más allá de la propia palabra. La palabra como espejo y acicate que siempre se transciende a sí mismo, como insinuación que inspira y cataliza figuras de vida... Con la capacidad de ver y de crear nos las vemos. A eso mismo aludirá el término griego poiesis -producir, crear-. No se trata pues de un mero tema estilístico o de un exclusivo ejercicio retórico. Ahí palabra poética equivale a palabra propia, a palabra íntima. Y la palabra propia lo será por conjurar la propia plenitud, por resonar en nuestra vida anímica y por servirnos de cauce íntimo. En relación a lo dicho es completamente irrelevante la autoría de tales palabras. Ya he indicado que tampoco es cuestión de su brillo formal. Estamos ante un encuentro con el lenguaje capaz de remontarse hasta esa esencia creadora de la palabra que tan bien nos muestran los poetas en su canto. Apelar a la poesía no supondrá, ingenuamente, animar a imitar las tareas versificadoras de Píndaro o de algún poeta sino encontrar la palabra propia que libera el alma. Tanto da si uno se dedica o no a la escritura ya que poeta es quien moldea, crea y redescubre el mundo desde su percibir y sentir íntimo. De ahí el significado de poiesis. Se trata pues de encarnar esa esencia del lenguaje que instaura realidad y vida a través del encuentro con la palabra que hace ser. Toda palabra creadora participa de esa esencia poética del lenguaje. Ahí la palabra se hace carne, alumbra universos, transforma mundos y cristaliza visiones. Por eso, quien encuentra la propia palabra, accede a una auténtica reserva del espíritu y la creatividad humana. Tal será el sentido de la relevancia de pensamiento, imaginación y palabra en la propia senda vital. Hombre y relato serán uno y lo mismo.

(6)El encuentro con las palabras de los demás no será desde luego un asunto menor. Advirtamos la enorme riqueza que depara el encuentro con la palabra de esos pioneros que se adentraron por estas mismas veredas del espíritu al encuentro de lo real y su misterio. Su testimonio recapitula la cualidad de su viático. El encuentro con estos ecos de vida olímpica, abiertos con naturalidad a literatura, arte, filosofía y teología, tendrá una gran relevancia. No olvidemos que en las tradiciones humanísticas acontecen cifradas las posibilidades y potencias de la vida del alma. Este viático, desde diversos temperamentos, nos congrega. Ahí las palabras son del hombre abierto a la vida y poeta es quien desnudo las encarna. La referencia de la autoría se diluye jubilosa y liberada de ese dogal

(7) Dice el aforismo que lo que no es tradición es plagio. Y así es si atendemos al significado original de la palabra tradición (en latín traditio), es decir, transmisión. Las palabras nos vienen dadas brotando desde la misma urdimbre de lo humano. Son nuestro patrimonio excelente; el reconocimiento de la excelencia de los que fueron y serán. Las palabras y sus iluminaciones; los nombres que indican la apertura al ser que se nos brinda; la tarea íntima de lo humano atendiendo a diferentes temperamentos y culturas. Todo comienza dando nombre a las cosas… Con todo, el lenguaje nos desnuda al brindarnos el ser de la vida y nos descubre desposeídos en el lenguaje mismo. No es el hombre el que canta sino la vida indestructible la que a sí mismo se canta en el canto. La vida dionisiaca y divina que encuentra su residencia en la palabra y su culminación en la vida excelente del hombre que a lo divino queda abierto. No somos sino vida, vida indestructible.




[1] En griego clásico opinión. La doxa griega no quedaba vinculada con la racionalidad que es capaz de esgrimir quien algo conoce sino con un imaginario que se adopta como propio. El terreno de las convenciones sociales y de los imaginarios colectivos que nos vienen dados será el terreno por excelencia de la doxa. Atendamos a como la doxa u opinión queda entendida no desde su propio argumentar, meramente retórico y virtual, sino desde su incapacidad para la racionalidad. No olvidemos que para la paideia griega las ideas de intelecto o razón quedan vinculadas no con una capacidad meramente logicista, argumentativa o retórica, esto sería lo propio de los sofistas, sino con la verdad y el sentido que desvelan.
[2] La pistis, en la paideia griega, alude a la fe y al acercamiento piadoso a los dioses y a los ritos que los rememoran. La pistis será la base de las tradiciones mistéricas griegas.
[3] La necesidad de un imaginario orientado hacia el logos se enriquecerá con los aportes de Aristóteles apelando a que el conocimiento se nos brinda a través de imágenes; con lo que el conocer exigirá de figuras y esquemas capaces de compendiar lo que en principio se nos ofrece disperso. Los estoicos, dando por supuesto esta operativa de imágenes y esquemas en el conocer, diferenciaran nítidamente una phantasia con relevancia cognoscitiva de otra que carecería de esa capacidad. Así se consolidará otro jalón importante de las veredas de la imaginación creadora. Las tradiciones medievales de la imaginación creadora, sus sabios, filósofos y poetas, se servirán de todo este preludio griego.

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