Continuo la publicación y revisión de textos de phantastikablog en imaginatiovera. Este texto, practicamente un texto nuevo por su amplia revisión, continua lo ya indagado en la figura de Ernst Jünger en relación a las
experiencias con los fármacos visionarios; estamos pues ante una cala más. En este sentido el
texto da por supuesto y se remite a lo ya expuesto en las otras entradas
dedicadas a esta cuestión. Nos encontramos pues ante un serie de textos
encadenados con temas y reflexiones comunes. La cercanía y el régimen de
complicidades entre Ernst Jünger y Albert Hofmann, el descubridor de la LSD, a
la sazón un jungueriano, nos facilitará esta indagación.
(1)
Albert Hofmann arranca su libro "Mundo exterior, mundo
interior" narrando una experiencia de infancia. En la misma la mera
presencia de la campiña y su frondosidad, sobrecogiéndole, pareció arroparle
con su majestad. La tierra, encantada, se desvelaba como la residencia de una
potencia inmensa otorgando a cada forma un perfil renovado e inédito. La visión
parecía reconocer una profundidad que revelaba una
cualidad de ser capaz de desbordar el ámbito de la mera razón. De su mano toda
superficie vendría a quedar iluminada y el hombre hallaría una plenitud
desconocida. En tal advenimiento todo se mantendría en su propia apariencia y figura
–no habría visión externa alguna- pero el sentido revelado no sería el
ordinario. Estamos ante una visión interna. En sus propias palabras: “Hay
experiencias de las cuales la mayoría de las gentes se avergüenza de hablar
porque no entran dentro de la realidad cotidiana y escapan a una explicación
racional. No nos referimos con ello a acontecimientos extraordinarios del mundo
exterior, sino a procesos de nuestro interior a los que se priva de valor como
si fueran meras quimeras y se les expulsa de la memoria. En las experiencias a
las que nos referimos la imagen familiar del entorno experimenta, súbitamente,
una singular transformación: placentera o aterradora, se muestra bajo otra luz,
cobra un sentido especial. Tal experiencia puede acariciarnos tan sólo como un
soplo o, por el contrario, grabarse profundamente en la mente”. El químico
suizo nos narra lo que según su criterio podríamos denominar hecho
extraordinario; y lo entiende desde la transfiguración de lo cotidiano.
Para Hofmann la memoria de estas experiencias cumbre será
una de las claves de nuestra capacidad de vida. La rotundidad de lo que se
muestra nos llamará a quedar receptivo a su memoria, a replantearnos la figura
de nuestro temple interno y a cuestionar toda la trama de categorías ordinarias
que nos cosifican en la convención social. En el hecho extraordinario algo
significativo se nos muestra como Misterio que todo lo acoge y todo lo
transciende. El químico suizo hará depender nuestra propia plenitud de la
memoria de estos pasajes singulares, auténticos cuernos de la abundancia para
la vida por la potencia de lo vivido. Jünger los transformará en la raíz
originaria de su pensamiento, el gran acontecer, el gozne alrededor del cual
gira ese mirar panóptico y holográfico capaz de integrar en Unidad la diversidad
del ser conciliando así tensiones, oposiciones y contrarios; conciliatio oppositorum. Ese gran misterio
del que sabe el padre Lampros y que le permite esperar a las huestes tanáticas
del gran guardabosques con una sonrisa[1].
En tales cuestiones el hermeneuta de Wilflingen, apreciando
el perfil dialéctico de la vida del alma –todo se aquilata en su contrario-, se
ciñe escrupulosamente a la tradición metafísica occidental en lo que sería su
primado platonizante. Del acaecer gratuito de esa visión poderosa en la que
todo se revela como Uno dependerá la capacidad de transcender lo que nos
cosifica y lastra –y no al revés; de ahí la gratuidad del hecho extraordinario-.
El adormecimiento de esta capacidad de contemplar el encantamiento del mundo en
la mirada nos someterá sin tapujos a la coacción del tiempo y nos impondrá una
vida mortecina e indiferenciada. Tales serán los recursos de salud de las
inquietudes espirituales del hombre.
Jünger no dejará de lado algo de tal calibre y reivindicará
la vigencia y la actualidad de una “ciencia de la abundancia” capaz de estar a
la altura del advenimiento de las fuerzas del espíritu. La pertinencia de esta
“ciencia de la abundancia” tendrá como necesario reverso tomar conciencia del
enorme lastre que la cultura contemporánea supone de cara a reconocer registros
vitales que nos son íntimos. Consideremos como ésta arroja al cajón de sastre
de lo irracional y del subjetivismo los encuentros con el espíritu. El
hermenéuta de Wilflingen[2] se referirá a esta ciencia de la abundancia del
siguiente modo: “La vida contiene dos caminos opuestos, uno va hacia la
penuria, el otro hacia la abundancia, esa de la que se rodean los fuegos de
sacrificio. Nuestra ciencia está, por naturaleza, orientada a la penuria y
contrapuesta al lado magnífico del mundo; está inseparablemente ligada a la
necesidad, como el que mide lo está a la regla y el que cuenta a la numeración.
Por eso habría que inventar la ciencia de la abundancia si no existiera ya, que
no es otra que la teología”. La teología y no sólo. En su obra "La
emboscadura" vinculará la filosofía y la poesía con la teología en tanto
cartogramas que pueden señalar la abundancia espiritual del hombre. Como
podemos constatar esta abundancia cristalizaría en la propia mirada y en la
capacidad de visión. Estamos ante un asunto decisivo para este maestro discreto;
por ser la única vía abierta hacia la libertad que le queda al hombre en plena
era de los titanes y por lo que desvela la gran abundancia.
Estas posibilidades de apertura espiritual cuajarían en
la capacidad de visión del hombre. En este sentido la propia salud y la
plenitud, de uno mismo y del mundo percibido, irían de la mano. Con todo, la
capacidad de visión no solo vendría a cuajar en estas experiencias cumbre. Todo
podría considerarse una visión en la medida en que todo respondería a una
determinada imago mundi. El mundo que
cada imago mundi vendría a desvelar
dependería de la calidad de nuestros estados anímicos. De esto modo el hombre accedería
mundos y texturas de ser bien diversas dependiendo de la calidad de su mirada.
“Hay muchos mundos pero esta en este” que diría Paul Eluard… Tal será la
relevancia ontológica del “poder visual” del alma al que alude Jünger en su
novela "Visita a Godenholm". Desanudando ese poder visual el
hermeneuta de Wilflingen nos ofrecerá en esta novela una precisa arquitectónica
de la experiencia visionaria; “Visita a Gondeholm” es un relato inspirado en sus
experiencias con la LSD junto al químico suizo.
Hofmann, por su parte, nos reseña en su libro "La
historia de la LSD" tal poder visual como una de las cifras de comprensión
de los efectos de las sustancias visionarias en el advenimiento de una belleza
palpitante y sobrecogedora. De su mano se podría insinuar un modo de presencia
arrebatador facilitado por la ingesta de LSD... En tal caso el cambio en la
cualidad del ser percibido quedaría asimilado a estas experiencias cumbre y así
serian vivenciado por el experimentador. El químico suizo no se refiere a una
experiencia meramente estética sino al desvelamiento de una vitalidad ubicua y
unificante que todo lo reúne. Esta esfera de vitalidad apuntará a esa
transcendencia que lejos de desencantar lo inmediato lo revestirá de plenitud y
brillo. Como vemos Hofmann focalizará el interés de la ingesta de las
sustancias visionarias en la posibilidad de favorecer un cambio encantado en la
cualidad de la visión. No atiende a fantasía visionaria alguna. Se decanta más
bien por un realismo y una sobriedad visionaria que atiende a un modo de visión
interna. Despertar la mirada a lo dado y dejar de lado los automatismos que
lastran las propias potencias perceptivas será el eje de su acercamiento a
estas cuestiones.
Estas potencias de la percepción alcanzarían así una
esfera de visión olímpica que, como tal, va más allá de lo estrictamente
sensorial; una esfera, la propia de estas experiencias cumbre, en que lo sensible
queda refinado en un modo de intelección estrictamente espiritual que
transciende, cualifica, acoge y aquilata los meros datos sensoriales. La
intelección, en realidad una intuición directa de la plenitud de las formas y
del Misterio de la Unidad, transcenderá no solo la esfera de lo sensorial sino
también el mero psiquismo. Ante la misma todos quedaremos igualados en la
apertura a lo intuido. Estamos pues ante un modo de visión interior que
cualifica la visión al tiempo que asimila al hombre con la plenitud que se
intuye. No perdamos de vista que esta visión le revelará al hombre su propia
plenitud.
La reflexión de Plotino sobre el modo en que lo
sensorial se engrana en lo intelectivo, que bebe tanto de Aristóteles como de
Platón, resuena con fuerza en este modo de entender la percepción. También la
doctrina de los sentidos espirituales de los padres de la Iglesia, especialmente
de Orígenes. Tanto Orígenes como Plotino se remitirán al gran caudal
intelectual de la tradición griega y a su modo de entender la verdad como
visión.
Los vínculos que podemos apreciar de Jünger con la
Grecia antigua y el platonismo, en realidad, son sus vínculos con la metafísica
occidental; como se ha dicho una serie de notas a pie de página de los diálogos
platónicos. Acaso este vecindad con las fuentes clásicas y con la propia
tradición metafísica, bien lejos de todo fideísmo y de la sola fides luterana, sea lo que lo hiciera bascular hacia el
catolicismo en el umbral de su muerte. En realidad un ejercicio de coherencia.
Ponderando esta valoración de la capacidad de visión
interior podemos calibrar las posibilidades que tanto Hofmann como Jünger
atisban en los fármacos visionarios en la medida en que estos liberan las
posibilidades de la propia mirada. Jünger estima que estas sustancias podrían
terminar por encontrar un hueco en nuestra sociedad precisamente por haberse
reprimido con dureza la dimensión espiritual del hombre. El contexto de su uso sería
presentar a las claras y con contundencia las viejas cuestiones del espíritu y la
complejidad perceptiva de la psique del hombre. El hermenuta de Wilflingen no
desconoce las complejidades del empleo de estas sustancias. Tampoco como pueden
desatar los desórdenes del propio psiquismo de tal modo que lo que revelen no
sea esa profundidad olímpica sino las heridas y desequilibrios del alma
inundando e interceptando el encuentro con la vida. Por eso, será tan
consciente de la necesidad de saberes y contextos a la altura de sus efectos y,
por eso, su pronóstico[3]
en relación al uso de estas sustancias no queda referido a festejar
ingenuamente la mera ingesta. De lo que se trataría es de estar a la altura de
la ebriedad visionaria y de su dionisismo salvaje; necesitado de brida, de
manejo y de saber hacer[4].
Tales contextos debieran ser capaces de promover los efectos más cercanos a las
cuestiones espirituales, por la plenitud colosal y las potencias de salud que
sirven, al tiempo que deberían ser también capaces de atender
introspectivamente a esos momentos ásperos que declaran nuestros propios límites… Jünger, en realidad, se
limita a dejar constancia de lo que podrían aportarnos las sustancias
visionarias considerando el secularizado temple cultural vigente y en la medida
en que éstas están ahí, en plena calle, irrumpiendo en la vida de las gentes.
No olvidemos que son precisamente sus malos usos los que incrementan
exponencialmente sus riesgos.
De todo lo afirmado en modo alguno puede deducirse el
craso error de vincular, precipitadamente, la espiritualidad y las experiencias
con la LSD -o con sustancias afines-. Jünger está muy lejos de postular un
misticismo lisérgico de libre consumo al modo de la new age. La auténtica espiritualidad se aleja mucho del simple
experimentalismo y apunta a la transformación integral de la persona y a un
cultivo de sí que arraiga en la cotidianidad más sobria y en lo que sería una sobria ebrietas –otra vez la conciliación
de contrarios-. Ésta exigirá de contextos precisos y de una práctica cotidiana.
Las experiencias con sustancias visionarias, básicamente, lo que hacen es dejar
abierta la posibilidad de introducir a ciertos estados. Este será su límite y
también su condición propia.
(2)
Profundidad, superficie, advenimiento… La imagen de la
superficie y la profundidad parece ofrecernos pistas para dar cuenta de los efectos de las
sustancias visionarias. Con tales nociones se pretenden indicar las
posibilidades perceptivas y de discernimiento de nuestra capacidad de visión. Y
es que la irrupción en escena de determinadas profundidades desvelará haces de
sentido hasta entonces inéditos; lo que revelará toda superficie desde una clave
simbólica que la significa. Estas claves simbólicas podrán desde insinuar ese Misterio
que nos conduce más allá de sí a tornar explícito nuestro propio psiquismo con
sus proyecciones y escisiones internas. Tales desvelamientos si algo quebrantan
es la imagen convencional que solemos tener del mundo en nuestra cotidianidad. Los
riesgos del uso de estas sustancias quedaran vinculados con esta quiebra.
Jünger y Hofmann consideraran, necesariamente, las
sustancias visionarias como llaves que ofrecen, en palabras del químico suizo,
un cruce de frontera. Este cruce de frontera impondrá dejar de lado la imagen
ordinaria que tenemos del mundo abismándonos al viaje por las diversas
estancias de la vida del alma. De ahí que este género de experiencias dinamicen
tomar conciencia de las diversas posibilidades de la vida anímica y de su creatividad; lo que
incluye transitar por las veredas del espíritu aunque no solo. En los
testimonios de los experimentadores escuchamos hablar de acercamientos a los límites
de lo humano, es decir, a los propios límites y también de acercamientos a ese
núcleo esencial donde palpita y se aquilata la vida más allá de todo
condicionamiento; lo que no deja de ser un límite aunque de otro género, el gran límite. Entender los efectos de estas sustancias, más allá de los acercamientos puramente
psicológicos, exigirá atender a esa instancia puramente espiritual que anida en
el alma y que para acaecer exige del silencio de la misma.
Nos las vemos pues con la idea de espíritu; esa esfera de
creatividad pura que se expresa en todo lo que vemos y que cuaja su potencia
creativa dándose y dando forma a la materia. Los fármacos visionarios podrán,
según Hofmann, acercarnos a ese “preciso punto donde tiene lugar el tránsito
entre materia y espíritu”. Consideremos que ese preciso punto es la sede donde
la vida adquiere su perfil y cualidad; el interfaz en el que la materia acoge
la potencia creativa del espíritu. Tanto para Jünger como para Hofmann el alma
del hombre actuará como interfaz constituyendo el espacio privilegiado para ese
tránsito. Según la cualidad y el perfil de la propia mirada el hombre quedará
instalado en mundos y secciones de lo real bien diversos por mucho que en su apariencia externa éstos puedan coincidir; de ahí que, de algún modo,
participe del proceso creador del espíritu al llamar esos mundos a ser a través de la calidad de su propio vivir. Percibir será crear en la mirada, participar, en suma, del
proceso generador de la vida. De este modo entenderá Albert Hofmann la
creatividad subyacente al propio proceso perceptivo en su libro "Mundo
interior, mundo exterior. Ahí, el químico suizo, presentará el mundo que
habitamos y percibimos como la resultante del encuentro entre el perceptor
humano y un emisor que queda fuera de escena. De un lado el cuerpo y la psique
del hombre alumbrando el mundo humano a partir de su propia manera de sentir y percibir;
del otro un océano inédito que necesita de algún perceptor para que los mundos
posibles lleguen a ser...
La importancia de que el hombre sepa dirigir su propia
creatividad perceptiva a las secciones de lo real que conducen a su propia
plenitud no será poca. En las mismas saldrá fuera de sí y quedará abierto
a un umbral de Misterio que le rebasará.
Las sustancias visionarias serán, pues, llaves de acceso a los misterios de
nuestra propia creatividad perceptiva, al porqué de sus extravíos y a los modos
de plenitud de la misma… La vida del alma no sería sino atanor y residencia de las
potencias del ser y de la vida toda; el interfaz en el que una diversidad de
mundos pueden tomar cuerpo. Para Hofman, insisto, sin perceptor no cabria considerar
la existencia de mundo alguno…
Hofmann, Jünger… Personalmente veo a ambos autores
como esos filósofos-magos-alquimistas del Renacimiento surgiendo en pleno siglo
XX a medio camino entre la filosofía, la poesía y cierto género de experiencias
límite sondeando las potencias del alma. Estamos, pues, ante dos aventureros,
dos eslabones de lo más granado de la cultura occidental, dos hombres que
supieron mirar en una dirección orientada. La manera en que estos dos cómplices
abordaron el desafío que suponen los efectos de las sustancias visionarias debería
ser una de las atalayas privilegiadas para su comprensión. No olvidemos la
urgencia de referentes y contextos puramente occidentales por lo que a la
experiencia visionaria se refiere.
Superar la problemática social existente y estar a la
altura de los procesos que promueven estas sustancias serían las felices
consecuencias de ahondar en la senda indicada por estos alquimistas; una senda
de buenaventura con no pocos peligros e incertidumbres. Esta senda me recuerda
a la de Teseo en su encuentro con Ariadna, la dama del alma. Tomemos conciencia
de cómo Teseo se identifica con Ariadna y se une a ella para salir del
laberinto y dejar atrás el Minotauro. La memoria de Ariadna será su hilo
conductor. Ariadna, esto es, la pura receptividad capaz de transcender todo ese
entramado de proyecciones que nos cosifican y cosifica la vida; el Minotauro,
por el contrario, el símbolo del furor tanático, del puro poder, del control y
de la ceguera a la vida. Paradojicamente, la verdadera fuerza no estará en la
rígida y temerosa disposición del Minotauro sino en la ductilidad y
flexibilidad del agua, esto es, en el caudal de salud que dimana de la
receptividad y de la capacidad para toda forma. El vigor espiritual, la fuente de
esa abundancia que menciona Ernst Jünger, será pues la dúctil Ariadna y su
tremenda potencia de generación de sentido. Ariadna. Sólo esta dama será capaz
de otorgar el hilo de seda capaz de vencer al Minotauro y liberar la mirada.
[1] Cfr. Ernst
Jünger. “Los acantilados de mármol”
[2] En Wilflingen se retiro Ernst Jünger algunos años después de terminar la segunda guerra mundial.
[2] En Wilflingen se retiro Ernst Jünger algunos años después de terminar la segunda guerra mundial.
[3] En el
volumen IV de sus diarios
[4] El
propio Jünger al hacer este pronóstico cita a Dionisos.
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