jueves, 18 de octubre de 2018

Jünger, Hofmann: La LSD y el hecho extraordinario


Continuo la publicación y revisión de textos de phantastikablog en imaginatiovera. Este texto, practicamente un texto nuevo por su amplia revisión, continua lo ya indagado en la figura de Ernst Jünger en relación a las experiencias con los fármacos visionarios; estamos pues ante una cala más. En este sentido el texto da por supuesto y se remite a lo ya expuesto en las otras entradas dedicadas a esta cuestión. Nos encontramos pues ante un serie de textos encadenados con temas y reflexiones comunes. La cercanía y el régimen de complicidades entre Ernst Jünger y Albert Hofmann, el descubridor de la LSD, a la sazón un jungueriano, nos facilitará esta indagación.

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Albert Hofmann arranca su libro "Mundo exterior, mundo interior" narrando una experiencia de infancia. En la misma la mera presencia de la campiña y su frondosidad, sobrecogiéndole, pareció arroparle con su majestad. La tierra, encantada, se desvelaba como la residencia de una potencia inmensa otorgando a cada forma un perfil renovado e inédito. La visión parecía reconocer una profundidad que revelaba una cualidad de ser capaz de desbordar el ámbito de la mera razón. De su mano toda superficie vendría a quedar iluminada y el hombre hallaría una plenitud desconocida. En tal advenimiento todo se mantendría en su propia apariencia y figura –no habría visión externa alguna- pero el sentido revelado no sería el ordinario. Estamos ante una visión interna. En sus propias palabras: “Hay experiencias de las cuales la mayoría de las gentes se avergüenza de hablar porque no entran dentro de la realidad cotidiana y escapan a una explicación racional. No nos referimos con ello a acontecimientos extraordinarios del mundo exterior, sino a procesos de nuestro interior a los que se priva de valor como si fueran meras quimeras y se les expulsa de la memoria. En las experiencias a las que nos referimos la imagen familiar del entorno experimenta, súbitamente, una singular transformación: placentera o aterradora, se muestra bajo otra luz, cobra un sentido especial. Tal experiencia puede acariciarnos tan sólo como un soplo o, por el contrario, grabarse profundamente en la mente”. El químico suizo nos narra lo que según su criterio podríamos denominar hecho extraordinario; y lo entiende desde la transfiguración de lo cotidiano.

Para Hofmann la memoria de estas experiencias cumbre será una de las claves de nuestra capacidad de vida. La rotundidad de lo que se muestra nos llamará a quedar receptivo a su memoria, a replantearnos la figura de nuestro temple interno y a cuestionar toda la trama de categorías ordinarias que nos cosifican en la convención social. En el hecho extraordinario algo significativo se nos muestra como Misterio que todo lo acoge y todo lo transciende. El químico suizo hará depender nuestra propia plenitud de la memoria de estos pasajes singulares, auténticos cuernos de la abundancia para la vida por la potencia de lo vivido. Jünger los transformará en la raíz originaria de su pensamiento, el gran acontecer, el gozne alrededor del cual gira ese mirar panóptico y holográfico capaz de integrar en Unidad la diversidad del ser conciliando así tensiones, oposiciones y contrarios; conciliatio oppositorum. Ese gran misterio del que sabe el padre Lampros y que le permite esperar a las huestes tanáticas del gran guardabosques con una sonrisa[1].

En tales cuestiones el hermeneuta de Wilflingen, apreciando el perfil dialéctico de la vida del alma –todo se aquilata en su contrario-, se ciñe escrupulosamente a la tradición metafísica occidental en lo que sería su primado platonizante. Del acaecer gratuito de esa visión poderosa en la que todo se revela como Uno dependerá la capacidad de transcender lo que nos cosifica y lastra –y no al revés; de ahí la gratuidad del hecho extraordinario-. El adormecimiento de esta capacidad de contemplar el encantamiento del mundo en la mirada nos someterá sin tapujos a la coacción del tiempo y nos impondrá una vida mortecina e indiferenciada. Tales serán los recursos de salud de las inquietudes espirituales del hombre.

Jünger no dejará de lado algo de tal calibre y reivindicará la vigencia y la actualidad de una “ciencia de la abundancia” capaz de estar a la altura del advenimiento de las fuerzas del espíritu. La pertinencia de esta “ciencia de la abundancia” tendrá como necesario reverso tomar conciencia del enorme lastre que la cultura contemporánea supone de cara a reconocer registros vitales que nos son íntimos. Consideremos como ésta arroja al cajón de sastre de lo irracional y del subjetivismo los encuentros con el espíritu. El hermenéuta de Wilflingen[2] se referirá a esta ciencia de la abundancia del siguiente modo: “La vida contiene dos caminos opuestos, uno va hacia la penuria, el otro hacia la abundancia, esa de la que se rodean los fuegos de sacrificio. Nuestra ciencia está, por naturaleza, orientada a la penuria y contrapuesta al lado magnífico del mundo; está inseparablemente ligada a la necesidad, como el que mide lo está a la regla y el que cuenta a la numeración. Por eso habría que inventar la ciencia de la abundancia si no existiera ya, que no es otra que la teología”. La teología y no sólo. En su obra "La emboscadura" vinculará la filosofía y la poesía con la teología en tanto cartogramas que pueden señalar la abundancia espiritual del hombre. Como podemos constatar esta abundancia cristalizaría en la propia mirada y en la capacidad de visión. Estamos ante un asunto decisivo para este maestro discreto; por ser la única vía abierta hacia la libertad que le queda al hombre en plena era de los titanes y por lo que desvela la gran abundancia.

Estas posibilidades de apertura espiritual cuajarían en la capacidad de visión del hombre. En este sentido la propia salud y la plenitud, de uno mismo y del mundo percibido, irían de la mano. Con todo, la capacidad de visión no solo vendría a cuajar en estas experiencias cumbre. Todo podría considerarse una visión en la medida en que todo respondería a una determinada imago mundi. El mundo que cada imago mundi vendría a desvelar dependería de la calidad de nuestros estados anímicos. De esto modo el hombre accedería mundos y texturas de ser bien diversas dependiendo de la calidad de su mirada. “Hay muchos mundos pero esta en este” que diría Paul Eluard… Tal será la relevancia ontológica del “poder visual” del alma al que alude Jünger en su novela "Visita a Godenholm". Desanudando ese poder visual el hermeneuta de Wilflingen nos ofrecerá en esta novela una precisa arquitectónica de la experiencia visionaria; “Visita a Gondeholm” es un relato inspirado en sus experiencias con la LSD junto al químico suizo.

Hofmann, por su parte, nos reseña en su libro "La historia de la LSD" tal poder visual como una de las cifras de comprensión de los efectos de las sustancias visionarias en el advenimiento de una belleza palpitante y sobrecogedora. De su mano se podría insinuar un modo de presencia arrebatador facilitado por la ingesta de LSD... En tal caso el cambio en la cualidad del ser percibido quedaría asimilado a estas experiencias cumbre y así serian vivenciado por el experimentador. El químico suizo no se refiere a una experiencia meramente estética sino al desvelamiento de una vitalidad ubicua y unificante que todo lo reúne. Esta esfera de vitalidad apuntará a esa transcendencia que lejos de desencantar lo inmediato lo revestirá de plenitud y brillo. Como vemos Hofmann focalizará el interés de la ingesta de las sustancias visionarias en la posibilidad de favorecer un cambio encantado en la cualidad de la visión. No atiende a fantasía visionaria alguna. Se decanta más bien por un realismo y una sobriedad visionaria que atiende a un modo de visión interna. Despertar la mirada a lo dado y dejar de lado los automatismos que lastran las propias potencias perceptivas será el eje de su acercamiento a estas cuestiones.

Estas potencias de la percepción alcanzarían así una esfera de visión olímpica que, como tal, va más allá de lo estrictamente sensorial; una esfera, la propia de estas experiencias cumbre, en que lo sensible queda refinado en un modo de intelección estrictamente espiritual que transciende, cualifica, acoge y aquilata los meros datos sensoriales. La intelección, en realidad una intuición directa de la plenitud de las formas y del Misterio de la Unidad, transcenderá no solo la esfera de lo sensorial sino también el mero psiquismo. Ante la misma todos quedaremos igualados en la apertura a lo intuido. Estamos pues ante un modo de visión interior que cualifica la visión al tiempo que asimila al hombre con la plenitud que se intuye. No perdamos de vista que esta visión le revelará al hombre su propia plenitud.

La reflexión de Plotino sobre el modo en que lo sensorial se engrana en lo intelectivo, que bebe tanto de Aristóteles como de Platón, resuena con fuerza en este modo de entender la percepción. También la doctrina de los sentidos espirituales de los padres de la Iglesia, especialmente de Orígenes. Tanto Orígenes como Plotino se remitirán al gran caudal intelectual de la tradición griega y a su modo de entender la verdad como visión.

Los vínculos que podemos apreciar de Jünger con la Grecia antigua y el platonismo, en realidad, son sus vínculos con la metafísica occidental; como se ha dicho una serie de notas a pie de página de los diálogos platónicos. Acaso este vecindad con las fuentes clásicas y con la propia tradición metafísica, bien lejos de todo fideísmo y de la sola fides luterana, sea lo que lo hiciera bascular hacia el catolicismo en el umbral de su muerte. En realidad un ejercicio de coherencia.

Ponderando esta valoración de la capacidad de visión interior podemos calibrar las posibilidades que tanto Hofmann como Jünger atisban en los fármacos visionarios en la medida en que estos liberan las posibilidades de la propia mirada. Jünger estima que estas sustancias podrían terminar por encontrar un hueco en nuestra sociedad precisamente por haberse reprimido con dureza la dimensión espiritual del hombre. El contexto de su uso sería presentar a las claras y con contundencia las viejas cuestiones del espíritu y la complejidad perceptiva de la psique del hombre. El hermenuta de Wilflingen no desconoce las complejidades del empleo de estas sustancias. Tampoco como pueden desatar los desórdenes del propio psiquismo de tal modo que lo que revelen no sea esa profundidad olímpica sino las heridas y desequilibrios del alma inundando e interceptando el encuentro con la vida. Por eso, será tan consciente de la necesidad de saberes y contextos a la altura de sus efectos y, por eso, su pronóstico[3] en relación al uso de estas sustancias no queda referido a festejar ingenuamente la mera ingesta. De lo que se trataría es de estar a la altura de la ebriedad visionaria y de su dionisismo salvaje; necesitado de brida, de manejo y de saber hacer[4]. Tales contextos debieran ser capaces de promover los efectos más cercanos a las cuestiones espirituales, por la plenitud colosal y las potencias de salud que sirven, al tiempo que deberían ser también capaces de atender introspectivamente a esos momentos ásperos que declaran nuestros  propios límites… Jünger, en realidad, se limita a dejar constancia de lo que podrían aportarnos las sustancias visionarias considerando el secularizado temple cultural vigente y en la medida en que éstas están ahí, en plena calle, irrumpiendo en la vida de las gentes. No olvidemos que son precisamente sus malos usos los que incrementan exponencialmente sus riesgos.

De todo lo afirmado en modo alguno puede deducirse el craso error de vincular, precipitadamente, la espiritualidad y las experiencias con la LSD -o con sustancias afines-. Jünger está muy lejos de postular un misticismo lisérgico de libre consumo al modo de la new age. La auténtica espiritualidad se aleja mucho del simple experimentalismo y apunta a la transformación integral de la persona y a un cultivo de sí que arraiga en la cotidianidad más sobria y en lo que sería una sobria ebrietas –otra vez la conciliación de contrarios-. Ésta exigirá de contextos precisos y de una práctica cotidiana. Las experiencias con sustancias visionarias, básicamente, lo que hacen es dejar abierta la posibilidad de introducir a ciertos estados. Este será su límite y también su condición propia.

(2)

Profundidad, superficie, advenimiento… La imagen de la superficie y la profundidad parece ofrecernos pistas para dar cuenta de los efectos de las sustancias visionarias. Con tales nociones se pretenden indicar las posibilidades perceptivas y de discernimiento de nuestra capacidad de visión. Y es que la irrupción en escena de determinadas profundidades desvelará haces de sentido hasta entonces inéditos; lo que revelará toda superficie desde una clave simbólica que la significa. Estas claves simbólicas podrán desde insinuar ese Misterio que nos conduce más allá de sí a tornar explícito nuestro propio psiquismo con sus proyecciones y escisiones internas. Tales desvelamientos si algo quebrantan es la imagen convencional que solemos tener del mundo en nuestra cotidianidad. Los riesgos del uso de estas sustancias quedaran vinculados con esta quiebra.

Jünger y Hofmann consideraran, necesariamente, las sustancias visionarias como llaves que ofrecen, en palabras del químico suizo, un cruce de frontera. Este cruce de frontera impondrá dejar de lado la imagen ordinaria que tenemos del mundo abismándonos al viaje por las diversas estancias de la vida del alma. De ahí que este género de experiencias dinamicen tomar conciencia de las diversas posibilidades de la vida anímica y de su creatividad; lo que incluye transitar por las veredas del espíritu aunque no solo. En los testimonios de los experimentadores escuchamos hablar de acercamientos a los límites de lo humano, es decir, a los propios límites y también de acercamientos a ese núcleo esencial donde palpita y se aquilata la vida más allá de todo condicionamiento; lo que no deja de ser un límite aunque de otro género, el gran límite. Entender los efectos de estas sustancias, más allá de los acercamientos puramente psicológicos, exigirá atender a esa instancia puramente espiritual que anida en el alma y que para acaecer exige del silencio de la misma.

Nos las vemos pues con la idea de espíritu; esa esfera de creatividad pura que se expresa en todo lo que vemos y que cuaja su potencia creativa dándose y dando forma a la materia. Los fármacos visionarios podrán, según Hofmann, acercarnos a ese “preciso punto donde tiene lugar el tránsito entre materia y espíritu”. Consideremos que ese preciso punto es la sede donde la vida adquiere su perfil y cualidad; el interfaz en el que la materia acoge la potencia creativa del espíritu. Tanto para Jünger como para Hofmann el alma del hombre actuará como interfaz constituyendo el espacio privilegiado para ese tránsito. Según la cualidad y el perfil de la propia mirada el hombre quedará instalado en mundos y secciones de lo real bien diversos por mucho que en su apariencia externa éstos puedan coincidir; de ahí que, de algún modo, participe del proceso creador del espíritu al llamar esos mundos a ser a través de la calidad de su propio vivir. Percibir será crear en la mirada, participar, en suma, del proceso generador de la vida. De este modo entenderá Albert Hofmann la creatividad subyacente al propio proceso perceptivo en su libro "Mundo interior, mundo exterior. Ahí, el químico suizo, presentará el mundo que habitamos y percibimos como la resultante del encuentro entre el perceptor humano y un emisor que queda fuera de escena. De un lado el cuerpo y la psique del hombre alumbrando el mundo humano a partir de su propia manera de sentir y percibir; del otro un océano inédito que necesita de algún perceptor para que los mundos posibles lleguen a ser...

La importancia de que el hombre sepa dirigir su propia creatividad perceptiva a las secciones de lo real que conducen a su propia plenitud no será poca. En las mismas saldrá fuera de sí y quedará abierto a  un umbral de Misterio que le rebasará. Las sustancias visionarias serán, pues, llaves de acceso a los misterios de nuestra propia creatividad perceptiva, al porqué de sus extravíos y a los modos de plenitud de la misma… La vida del alma no sería sino atanor y residencia de las potencias del ser y de la vida toda; el interfaz en el que una diversidad de mundos pueden tomar cuerpo. Para Hofman, insisto, sin perceptor no cabria considerar la existencia de mundo alguno…

Hofmann, Jünger… Personalmente veo a ambos autores como esos filósofos-magos-alquimistas del Renacimiento surgiendo en pleno siglo XX a medio camino entre la filosofía, la poesía y cierto género de experiencias límite sondeando las potencias del alma. Estamos, pues, ante dos aventureros, dos eslabones de lo más granado de la cultura occidental, dos hombres que supieron mirar en una dirección orientada. La manera en que estos dos cómplices abordaron el desafío que suponen los efectos de las sustancias visionarias debería ser una de las atalayas privilegiadas para su comprensión. No olvidemos la urgencia de referentes y contextos puramente occidentales por lo que a la experiencia visionaria se refiere.

Superar la problemática social existente y estar a la altura de los procesos que promueven estas sustancias serían las felices consecuencias de ahondar en la senda indicada por estos alquimistas; una senda de buenaventura con no pocos peligros e incertidumbres. Esta senda me recuerda a la de Teseo en su encuentro con Ariadna, la dama del alma. Tomemos conciencia de cómo Teseo se identifica con Ariadna y se une a ella para salir del laberinto y dejar atrás el Minotauro. La memoria de Ariadna será su hilo conductor. Ariadna, esto es, la pura receptividad capaz de transcender todo ese entramado de proyecciones que nos cosifican y cosifica la vida; el Minotauro, por el contrario, el símbolo del furor tanático, del puro poder, del control y de la ceguera a la vida. Paradojicamente, la verdadera fuerza no estará en la rígida y temerosa disposición del Minotauro sino en la ductilidad y flexibilidad del agua, esto es, en el caudal de salud que dimana de la receptividad y de la capacidad para toda forma. El vigor espiritual, la fuente de esa abundancia que menciona Ernst Jünger, será pues la dúctil Ariadna y su tremenda potencia de generación de sentido. Ariadna. Sólo esta dama será capaz de otorgar el hilo de seda capaz de vencer al Minotauro y liberar la mirada.




[1] Cfr. Ernst Jünger. “Los acantilados de mármol”
[2] En Wilflingen se retiro Ernst Jünger algunos años después de terminar la segunda guerra mundial.
[3] En el volumen IV de sus diarios
[4] El propio Jünger al hacer este pronóstico cita a Dionisos.

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