Circuitos de imágenes enhebrando el
espacio público y programando el deseo, lo material y lo corpóreo desplazado
por lo imaginario, un espacio público devenido escena y consumo… Tal será el
paisaje distópico que nos muestra el director Ari Folman en su película “El
congreso”; un paisaje que apunta a esa trama líquida en la que la
administración de la vida, típica de las sociedades contemporáneas, deja la
conciencia del hombre bien dispuesta a la interferencia de colosales poderes. El
titánico espectáculo de las sociedades hipermodernas de capitalismo avanzado…
De los titanes solo la memoria de los dioses podrá salvarnos nos dirá Ernst
Jünger. Nada más. En efecto, en el tiempo de los totalitarismos, sean estos
dulces o autoritarios, en el tiempo de la producción de realidad (social) desde
el poder (político y económico) ninguna posición política parece poder resolver
la ecuación. La jugada acontece en el alma. En nuestro fuero más íntimo. De ahí
que sea necesaria una figura de libertad interior para hacer frente a tales
desafíos.
En “El congreso” se retoma la advertencia
de Aldous Huxley, lanzada en “Un mundo feliz”, sobre los posibles usos de fármacos
psicoactivos con la finalidad apuntalar el control social y alienar lo
humano. Con estos mimbres Folman elaborará una metáfora del presente. No
olvidemos que la ciencia ficción, al poder indicar metafóricamente procesos
vigentes en la sociedad, desnuda las inercias del mundo que habitamos. La
metáfora, por extralimitar lo que acaso en nuestras sociedades acontezca de un
modo discreto, es capaz de presentarnos la cuestión tal cual, sin velos.
La película está inspirada en la novela de
Stanislav Lem “El congreso de futurología”. Ambas obras encuentran su horizonte
en la diversidad de estados de conciencia y en las realidades que pasamos a reconocer
y habitar a partir de esos estados. Esta diversidad de mundos que el hombre
podría alcanzar, en buena medida, dependerán de la actividad del imaginario. De
la capacidad de imaginar dependerá
acceder a texturas existenciales y mundos de lo más diverso; mundos que nos
abran a las más diversas influencias. Hasta el punto que nuestra capacidad de
vida tenga a su base una determinada actividad del imaginario. “Hay muchos
mundos pero están en este” que diría Elouard…
Atendiendo a esta actividad del imaginario
la película planteará el umbral de virtualidad y las dosis de realidad de esos
mundos, la posibilidad de extravío en los mismos, su manejo incierto, la
dependencia que pueden promover... También se apuntará la inquietante posibilidad
de que un operador externo influya y decida desde fuera de la escena. Llegado
el caso la dificultad de discernir entre lo virtual y lo real podrá diluir la
tarea del hombre en ese tejido distópico. A este vaciarse de lo real en lo
imaginario se le empieza hoy en día a llamar neoverdad.
En tiempos de neoverdad hay que atender
detenidamente al imaginario con el fin de poner de manifiesto los procesos de
alienación manejados por lo que solo puede ser una dictadura sutil y discreta.
Se trata de dejar a la vista su actividad, de tomar nota de cómo la capacidad
de reconocer lo que consideramos real depende de ciertos troqueles previamente
inducidos, de los modos de servidumbre y explotación que se instauran...
Como podemos advertir el tratamiento del
imaginario que se aborda en “El congreso” sirve todo tipo de preguntas. El
director nos transporta a un futuro cercano cada vez más dominado por el peso
de lo virtual. Los circuitos de imágenes formatean la vida emocional y el mundo
con el que queda identificada la gente. Todo lo que irá planteando la película
tendrá a su base el imperio creciente de la virtualidad. Precisamente, del
ensanchamiento progresivo del mundo de lo virtual, dependerá que la vida vaya
quedando acotada al propio imaginario de cada cual.
Uno de los aciertos de esta película será
dejar constancia de este vínculo complejo entre lo interno y lo externo a
partir de cómo nos imaginamos y representamos el mundo. Lo interno y lo
externo, lejos de significar esferas estancas, se copertenecen. La cuestión es
advertir la importante relevancia cognoscitiva del imaginario para a
continuación entender el colosal espectáculo que nos ofrece la sociedad de la
imagen. A pensar todos estos temas invitará la propuesta de Folman.
La trama de “El congreso” se ordena a
partir de la vida de una actriz, un icono mediático con multitud de seguidores.
Tras el icono la persona y su rechazo a reducir su vida a ser objeto de consumo
de multitudes. La película nos muestra su propio proceso y sus resistencias al
mismo. No voy a destripar la trama pero si que indicaré que el primado
creciente de lo virtual desembocará en un mundo en el que buena parte de la
población se encuentre permanentemente enganchada a su propio imaginario a
través del efecto de determinadas sustancias visionarias y de la programación externa
de sus efectos. Estas sustancias, gracias a la gestión de unos programadores,
ofrecerán una vida aparentemente dulce en unos mundos virtuales en los que todo
anhelo será realizable. Como digo, estos mundos paralelos serán gestionados
desde el exterior. Así quedará asegurado un bienestar capaz de alejarnos del
dolor y las insatisfacciones de nuestra existencia y, también, de las sombras
de nuestra propia imaginación. En el contexto social distópico que se nos
presenta muchos decidirán pasar sus vidas, previa entrega de bienes y
haciendas, en estas matrices de virtualidad desentendiéndose de su proyecto
personal. La organización política, en manos de determinadas empresas y
corporaciones, administrará lo que no será sino una huida general del dolor y
de todo problema. Habrá quien mueva los hilos y ponga las reglas aunque llegado
cierto punto la capacidad para saber qué queda fuera de lo virtual se irá
desdibujando. El control será total y la mayoría de la población quedará
reducida a una existencia puramente vegetal. Fuera de la matrix estarán los servidores
de estas corporaciones actuando su propio papel en el engranaje. No será raro
que estos servidores, en un momento dado, decidan sumergirse en la matrix. Como
podemos observar, en una sociedad así, el individuo singular se difumina en la
complejidad técnica del sistema y en la trama líquida impuesta a las
existencias humanas.
¿Cabe un uso de las drogas en tal
sentido?. Las drogas, hoy en día, se usan no solo en términos puramente lúdicos
o recreativos sino también para neutralizar los propios malestares, desplazar
fracturas existenciales y tapar síntomas. Las compañías farmacéuticas
planifican su oferta de psicofármacos desde estos objetivos y, en tal sentido,
recetan drogas los profesionales de la medicina y la salud. En “El congreso”
cualquier referencia a lo lúdico en el uso de drogas queda referida a esta
misma pretensión de desplazar fracturas existenciales y ´”tapar” las asperezas
de la vida. Con todo, al día de hoy, el imperio vigente de los circuitos de imágenes
y la virtualidad que imponen no parece que vaya a ordenarse a partir del uso de
sustancias visionarias. La dificultad de controlar sus efectos lo dificulta a
extremos aunque de la aparición de nuevas drogas y, también, del modo new age de entenderlas cabe esperar
cualquier aberración. En realidad, la cuestión de fondo que plantea “El
congreso” no es ésta de las drogas sino la irrealidad creciente de la sociedad
en que vivimos. Las drogas, como siempre sucede, no son más que un medio, un
vehículo que mostrará un rostro u otro dependiendo del contexto y de los usos que
se haga de ellas. En este sentido Folman acierta al advertir la posibilidad de
entornos de ingesta de sustancias visionarias mediatizados y lastrados por
quienes organizan y ordenan dichos entornos.
La protagonista del film, Robin Wright,
será una rebelde en todo ese mundo aunque no podrá, ni sabrá, ni querrá
quedarse al margen. La película nos conduce a una reflexión inquietante en que
la referencia de lo real se desdibuja y, ni siquiera, la posibilidad de salir
de ese universo imaginario se torna viable. ¿A partir de ahí donde queda lo
real?. Con acierto la cuestión que sugiere la película es que más allá de la
acción de los programadores –por los demás meras piezas del engranaje social-
el gran ejecutor del control se nos escapa. Lo que prima es un macrosistema
social que reduce el hombre a la nada.
La película es de un enorme colorido con parte
del metraje filmado con técnicas de animación, con los protagonistas y sus
avatares instalados en polimorfos mundos de ficción. El espectador, sin
embargo, queda instalado en un tono emocional denso y en un inquietante gris
plomo. ¿Qué fue de lo real y de los cuerpos, de la vida brindándose? ¿Quién
sabe y quiere salir del laberinto?.
Gracias, no he visto la pelicula, todavía. Quizás la veré, pero de pronto vaya la meditación y reflexión sobre vuestro artículo como aviso para navegantes. Vuestra ultima pregunta me recuerda la historia del Hilo de Ariadna. Realmente vale la pena conocer la mitología, su origen y significado. El laberinto es un símbolo muy antiguo, y existe en realidad en la vida de toda persona que todavía no se ha encontrado, liberado y conocido.
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