viernes, 7 de diciembre de 2018

El congreso del futuro: Virtualidad, drogas y alienación


Circuitos de imágenes enhebrando el espacio público y programando el deseo, lo material y lo corpóreo desplazado por lo imaginario, un espacio público devenido escena y consumo… Tal será el paisaje distópico que nos muestra el director Ari Folman en su película “El congreso”; un paisaje que apunta a esa trama líquida en la que la administración de la vida, típica de las sociedades contemporáneas, deja la conciencia del hombre bien dispuesta a la interferencia de colosales poderes. El titánico espectáculo de las sociedades hipermodernas de capitalismo avanzado… De los titanes solo la memoria de los dioses podrá salvarnos nos dirá Ernst Jünger. Nada más. En efecto, en el tiempo de los totalitarismos, sean estos dulces o autoritarios, en el tiempo de la producción de realidad (social) desde el poder (político y económico) ninguna posición política parece poder resolver la ecuación. La jugada acontece en el alma. En nuestro fuero más íntimo. De ahí que sea necesaria una figura de libertad interior para hacer frente a tales desafíos.

En “El congreso” se retoma la advertencia de Aldous Huxley, lanzada en “Un mundo feliz”, sobre los posibles usos de fármacos psicoactivos con la finalidad apuntalar el control social y alienar lo humano. Con estos mimbres Folman elaborará una metáfora del presente. No olvidemos que la ciencia ficción, al poder indicar metafóricamente procesos vigentes en la sociedad, desnuda las inercias del mundo que habitamos. La metáfora, por extralimitar lo que acaso en nuestras sociedades acontezca de un modo discreto, es capaz de presentarnos la cuestión tal cual, sin velos.

La película está inspirada en la novela de Stanislav Lem “El congreso de futurología”. Ambas obras encuentran su horizonte en la diversidad de estados de conciencia y en las realidades que pasamos a reconocer y habitar a partir de esos estados. Esta diversidad de mundos que el hombre podría alcanzar, en buena medida, dependerán de la actividad del imaginario. De la  capacidad de imaginar dependerá acceder a texturas existenciales y mundos de lo más diverso; mundos que nos abran a las más diversas influencias. Hasta el punto que nuestra capacidad de vida tenga a su base una determinada actividad del imaginario. “Hay muchos mundos pero están en este” que diría Elouard…

Atendiendo a esta actividad del imaginario la película planteará el umbral de virtualidad y las dosis de realidad de esos mundos, la posibilidad de extravío en los mismos, su manejo incierto, la dependencia que pueden promover... También se apuntará la inquietante posibilidad de que un operador externo influya y decida desde fuera de la escena. Llegado el caso la dificultad de discernir entre lo virtual y lo real podrá diluir la tarea del hombre en ese tejido distópico. A este vaciarse de lo real en lo imaginario se le empieza hoy en día a llamar neoverdad.

En tiempos de neoverdad hay que atender detenidamente al imaginario con el fin de poner de manifiesto los procesos de alienación manejados por lo que solo puede ser una dictadura sutil y discreta. Se trata de dejar a la vista su actividad, de tomar nota de cómo la capacidad de reconocer lo que consideramos real depende de ciertos troqueles previamente inducidos, de los modos de servidumbre y explotación que se instauran...

Como podemos advertir el tratamiento del imaginario que se aborda en “El congreso” sirve todo tipo de preguntas. El director nos transporta a un futuro cercano cada vez más dominado por el peso de lo virtual. Los circuitos de imágenes formatean la vida emocional y el mundo con el que queda identificada la gente. Todo lo que irá planteando la película tendrá a su base el imperio creciente de la virtualidad. Precisamente, del ensanchamiento progresivo del mundo de lo virtual, dependerá que la vida vaya quedando acotada al propio imaginario de cada cual.

Uno de los aciertos de esta película será dejar constancia de este vínculo complejo entre lo interno y lo externo a partir de cómo nos imaginamos y representamos el mundo. Lo interno y lo externo, lejos de significar esferas estancas, se copertenecen. La cuestión es advertir la importante relevancia cognoscitiva del imaginario para a continuación entender el colosal espectáculo que nos ofrece la sociedad de la imagen. A pensar todos estos temas invitará la propuesta de Folman.

La trama de “El congreso” se ordena a partir de la vida de una actriz, un icono mediático con multitud de seguidores. Tras el icono la persona y su rechazo a reducir su vida a ser objeto de consumo de multitudes. La película nos muestra su propio proceso y sus resistencias al mismo. No voy a destripar la trama pero si que indicaré que el primado creciente de lo virtual desembocará en un mundo en el que buena parte de la población se encuentre permanentemente enganchada a su propio imaginario a través del efecto de determinadas sustancias visionarias y de la programación externa de sus efectos. Estas sustancias, gracias a la gestión de unos programadores, ofrecerán una vida aparentemente dulce en unos mundos virtuales en los que todo anhelo será realizable. Como digo, estos mundos paralelos serán gestionados desde el exterior. Así quedará asegurado un bienestar capaz de alejarnos del dolor y las insatisfacciones de nuestra existencia y, también, de las sombras de nuestra propia imaginación. En el contexto social distópico que se nos presenta muchos decidirán pasar sus vidas, previa entrega de bienes y haciendas, en estas matrices de virtualidad desentendiéndose de su proyecto personal. La organización política, en manos de determinadas empresas y corporaciones, administrará lo que no será sino una huida general del dolor y de todo problema. Habrá quien mueva los hilos y ponga las reglas aunque llegado cierto punto la capacidad para saber qué queda fuera de lo virtual se irá desdibujando. El control será total y la mayoría de la población quedará reducida a una existencia puramente vegetal. Fuera de la matrix estarán los servidores de estas corporaciones actuando su propio papel en el engranaje. No será raro que estos servidores, en un momento dado, decidan sumergirse en la matrix. Como podemos observar, en una sociedad así, el individuo singular se difumina en la complejidad técnica del  sistema y en la trama líquida impuesta a las existencias humanas.

¿Cabe un uso de las drogas en tal sentido?. Las drogas, hoy en día, se usan no solo en términos puramente lúdicos o recreativos sino también para neutralizar los propios malestares, desplazar fracturas existenciales y tapar síntomas. Las compañías farmacéuticas planifican su oferta de psicofármacos desde estos objetivos y, en tal sentido, recetan drogas los profesionales de la medicina y la salud. En “El congreso” cualquier referencia a lo lúdico en el uso de drogas queda referida a esta misma pretensión de desplazar fracturas existenciales y ´”tapar” las asperezas de la vida. Con todo, al día de hoy, el imperio vigente de los circuitos de imágenes y la virtualidad que imponen no parece que vaya a ordenarse a partir del uso de sustancias visionarias. La dificultad de controlar sus efectos lo dificulta a extremos aunque de la aparición de nuevas drogas y, también, del modo new age de entenderlas cabe esperar cualquier aberración. En realidad, la cuestión de fondo que plantea “El congreso” no es ésta de las drogas sino la irrealidad creciente de la sociedad en que vivimos. Las drogas, como siempre sucede, no son más que un medio, un vehículo que mostrará un rostro u otro dependiendo del contexto y de los usos que se haga de ellas. En este sentido Folman acierta al advertir la posibilidad de entornos de ingesta de sustancias visionarias mediatizados y lastrados por quienes organizan y ordenan dichos entornos.

La protagonista del film, Robin Wright, será una rebelde en todo ese mundo aunque no podrá, ni sabrá, ni querrá quedarse al margen. La película nos conduce a una reflexión inquietante en que la referencia de lo real se desdibuja y, ni siquiera, la posibilidad de salir de ese universo imaginario se torna viable. ¿A partir de ahí donde queda lo real?. Con acierto la cuestión que sugiere la película es que más allá de la acción de los programadores –por los demás meras piezas del engranaje social- el gran ejecutor del control se nos escapa. Lo que prima es un macrosistema social que reduce el hombre a la nada.

La película es de un enorme colorido con parte del metraje filmado con técnicas de animación, con los protagonistas y sus avatares instalados en polimorfos mundos de ficción. El espectador, sin embargo, queda instalado en un tono emocional denso y en un inquietante gris plomo. ¿Qué fue de lo real y de los cuerpos, de la vida brindándose? ¿Quién sabe y quiere salir del laberinto?.

2 comentarios:

  1. Gracias, no he visto la pelicula, todavía. Quizás la veré, pero de pronto vaya la meditación y reflexión sobre vuestro artículo como aviso para navegantes. Vuestra ultima pregunta me recuerda la historia del Hilo de Ariadna. Realmente vale la pena conocer la mitología, su origen y significado. El laberinto es un símbolo muy antiguo, y existe en realidad en la vida de toda persona que todavía no se ha encontrado, liberado y conocido.

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