martes, 8 de agosto de 2023

Juegos filosóficos: A vueltas con el logos

 


 


Como juego se reconocen esta entrada y la siguiente que bien debieran entrar con mucho más densidad en las cuestiones planteadas aunque, claro, ya no serían las entradas de un blog. Juegos filosóficos, intuiciones, visiones; simplemente advirtiendo desde lo alto del acantilado el moverse de las aguas. En la estela de Dionisos, el dios-niño que juega.

 


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Prolegómeno visionario. Logos, palabra: La palabra inagural que compone e hila rostros y figuras. La palabra que nos dice y nombra. El logos apuntando sentido y forma enhebrando lo real. En la palabra los hombres instauran el mundo que habitan y así todo pasa a ser nombre y mundo. La palabra reconociendo y nombrando la vida que florece. El mundo que es aconteciendo en la palabra de vida. Logos, palabra ordenadora, sentido que alumbra lo múltiple en su forma, la unidad velándose y desvelándose; lo real en su sentido. Al reverso del logos el silencio más profundo. Logos, el silencio sonoro que nos dice; piedra líquida, fuego fresco, el agua al fin ardiendo. A la búsqueda enfebrecida de la palabra de luz que nombra y en la que el ser florece. De la palabra hablamos. (Del diccionario de ideas que se encienden)

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Según los contextos logos se ha traducido por razón, verbo o palabra; también se ha traducido por medida al aludir a la proporción que integra en un plano de sentido diversos elementos, o por habla, al reunir el habla ordenadamente las palabras otorgando sentido a las cosas; derivadamente se ha utilizado también para significar principio o ley.

A modo de ejemplo doméstico se podría decir que las reglas del juego del ajedrez son su logos, es decir, lo que permite que el juego exista como tal en el plano internamente coherente y dotado de sentido que conforman esas reglas capaces delimitar al ajedrez como juego. La expresión castellana “dar razón de” -las reglas del ajedrez dan razón del juego del ajedrez- incorporaría algún sentido análogo al del logos griego en alguna de sus vertientes.

Como podemos observar atendemos a una realidad –el ajedrez- que alcanza el umbral del ser desde sus propias reglas. Reglas y juego, uno y lo mismo; el ser que se alcanza y su logos como una unidad que compone. Sin reglas no hay juego; sin juego no hay reglas. Si bien el ser y su logos son uno y lo mismo esto no supondrá que el logos y el ser sean referencias idénticas; estamos ante un paisaje engranado desde las reglas el cual compone y enlaza diferencias y complejidad; el juego como tal, la realidad física de las fichas, el tablero generalmente de madera, los jugadores dando cuerpo al juego, su pericia y destreza; y todo ello, simultáneamente, siendo juego... Tras este prolegómeno de juego de mesa vayamos a las cuestiones semánticas y filológicas.

El campo semántico del sustantivo logos derivaría del verbo legein –contar, enumerar, decir, seleccionar, reunir, recoger-. Así, su significado convoca una diversidad dada –que se cuenta, se enumera, se selecciona, se nombra, se reúne, se significa- atendiendo a un criterio específico de ordenación. Heidegger, por su parte, con el telón de fondo del significado compartido de las raíces del indoeuropeo y atendiendo a tales raíces en otras lenguas indoeuropeas, ha destacado como significados primarios de legein presentar, extender, poner (tras reunir), según criterio; el logos como la pauta de ordenación de lo que se presenta o expone, el logos haciendo presente las cosas mediante tal pauta de ordenación  Piénsese, por ejemplo, en una cosecha que se muestra en la que se han seleccionado los frutos según el criterio que se establezca.

En conclusión, el logos aludiría a la composición ordenada de una diversidad que se revela y da a conocer y al horizonte ordenador de esa diversidad; también al discurso y al decir que enuncia y presenta esa pauta de ordenación. Así, lo propio del logos es tanto el haz de sentido que se enuncia y dice como la pauta ordenadora de la realidad que se instaura; atendiendo al logos algo llega a ser. Indagando en el lenguaje entenderemos el significado filosófico que se va incorporando al término a partir de las potencias de significado existentes en el habla. Acaso uno de los grandes retos de la filosofía en su momento inagural fuera forjar un vocabulario filosófico a partir de las potencias semánticas de determinados términos.

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Convocar el significado filosófico de logos, en sus diversas derivas y atendiendo a su enorme importancia, nos desvelará mucho sobre los jalones recorridos y sobre los auges y declinares de la cultura occidental; también sobre sus futuros inéditos. Consideremos la importante distancia que se ha ido abriendo entre el significado moderno de razón –para Heidegger esa razón que todo lo nivela vinculada al nihilismo[1] como devenir histórico -  y el campo de significación del logos griego. En las anotaciones que siguen detengámonos en la génesis del logos griego.

Antes de nada creo conveniente atender a las reflexiones de Martínez Marzoa sobre el epos -en tanto palabra de sabiduría- el mythos y el logos en su Historia de la filosofía griega. Marzoa nos recuerda como en griego arcaico mythos, logos y epos eran sinónimos. El griego clásico especializará el significado de logos y mythos de tal modo que el primero atenderá a las palabras de sabiduría en las que se emplea la argumentación y el segundo a esas mismas palabras indicando lo verdadero valiéndose del relato y de sus potencias simbólicas, metafóricas y analógicas. Sera Aristóteles en la Poética quien mejor delimite teóricamente el ámbito del mythos y de los relatos.

Atendiendo a ese momento inagural y a la evolución habida en el significado de logos y, también, a la de los términos que históricamente lo han traducido se tomará el pulso no ya solo a la tradición filosófica occidental sino al devenir histórico del propio Occidente en sus luces y sombras. Consideremos que la intimidad del logos griego discurre de la mano de entender la verdad como visión característico de la Grecia antigua algo que se aleja mucho del modo de entender la verdad propio de la razón predicativa y de la racionalidad ilustrada.

Será Heráclito[2] quien ponga las bases del significado filosófico de logos en sus aforismos aludiendo tanto al orden y al sentido de lo real como al discurso ordenado o palabra que apunta a ese sentido; el logos como esfera de sentido instauradora de lo real, el logos como la palabra que apunta al sentido de lo real. Adentrémonos en Heráclito y en la génesis misma de ese sentido filosófico.

La idea de logos para el sabio jonio apelará, por tanto, a ese plano de sentido universal y omnicomprensivo de tal modo que todas las cosas habrían llegado a ser mediante el logos y su eternidad. Por esa razón la sabiduría tendrá que ver con reconocer y atender a lo común que todo lo compendia, que no será sino ese logos. En sus propias palabras “No escuchándome a mi sino al logos es sabio confesar que todas las cosas son uno”. La perspectiva de la Unidad, de poderosas resonancias filosóficas y metafísicas, quedará introducida por Heráclito a la par de la idea de logos. Paralelamente la capacidad del hombre de atender y reconocer el logos, es decir, de desplegar una determinada intuición de lo verdadero dependerá del estrecho vínculo entre el logos y el alma del hombre. A partir de este vínculo será concebible la capacidad humana para el conocimiento de “lo que es” y para un discurso que apunte al logos mismo. En palabras de este jonio de Éfeso ”el alma pertenece al logos, que se acrecienta por sí mismo”.

La potencia de ese logos que enhebra la unidad de todo lo real no solo desgranará una “armonía invisible” –no podría ser de otro modo- sino la íntima copertenencia de los contrarios y diferencias que asoman en el plano de lo real; “de las cosas diferentes la más bella armonía” nos dirá el jónico. La cuestión de la coindidentia opositorum será así una de las derivas intelectualmente más escandalosas y arriesgadas vinculadas a la cuestión del logos. Hago notar que sin tal radicalidad lo propio del logos no podría apelar a universalidad alguna. La radicalidad con la que Heráclito apuesta por la  unidad de todo lo real será decisiva en su pensamiento. De la misma se derivará esa intuición poderosa del sabio transcendiendo en la armonía y la belleza las escisiones del cosmos que no serán sino mera apariencia que nos violenta y desconcierta. “lo completo y lo incompleto, lo convergente y lo divergente, lo consonante y lo disonante. De todas las cosas una, y una de todas”.

Creo que se entenderán nítidamente las resonancias teológicas del logos de Heráclito. Atendiendo al logos se entenderá todo devenir y todo acontecer en tanto la expresión de esa Unidad que desvela que para “Dios todo es bueno, hermoso y justo”. “Obedecer la voluntad del Uno” será pues la divisa del sabio.

El efesio matizará estas resonancias teológicas siendo consciente de que la perspectiva a la que abre rebasa una perspectiva popular o meramente fideista de la religiosidad. Por un lado, el efesio, entenderá la perspectiva del logos transcendiendo los iconos de lo divino del paganismo popular aunque desde cierto reconocimiento de los mismos. De ahí, su afamado aforismo de que “el único acepta y rechaza ser llamado con el nombre de Zeus”. La esfera del logos transcenderá pues la de los dioses de la religiosidad civil en la perspectiva de la eterna productividad creadora del logos. El logos -lo Uno- al que gusta y no gusta significarse como Zeus encendiendo el mundo en el mismo seno de la materia…

Sobre la eternidad del cosmos y de la materia animándose nos dirá Heráclito; “Este mundo, el mismo para todos, ningún dios ni hombre lo hizo sino que ha sido siempre, es y será, fuego eterno que se enciende y apaga según medida”. Todo es fuego medido por el logos en todo momento o lugar. ¿El logos como dios creador?. Si bien en Heráclito se introduce una perspectiva teológica y una perspectiva sapiencial específica atendiendo a esa perspectiva teológica en el jonio no podremos advertir lo propio de un dios personal y creador separado la materia. Para Heráclito el mundo será eterno arraigando en la eternidad del logos que todo lo ordena de la mano de ese fuego que transmutando y recombinándose alumbra todos los elementos materiales. El logos siendo la instancia de animación de la materia será por tanto completamente inseparable de la misma; análogamente a lo dicho para el juego del ajedrez. Sirva lo dicho para delimitar el contexto del uso filosófico del término logos a partir de la potencia ordenadora que esgrime.


(4)

Serán los estoicos quienes más acojan el logos tal y como lo entendiera Heráclito. En su estela, lo entenderán como el principio inagotable de lo real, activo y creador, al que todo se somete y del que todo depende en su ser. Conocer el cosmos en el llamado, por los estoicos, logos universal sería, por tanto, acceder a su propia esfera de plenitud atendiendo a la pluralidad del cosmos revelándose en un haz de sentido universal. Así en este logos universal radicaría y se manifestaría la plenitud de todo ser y la propia excelencia del cosmos en su belleza desbordante.

Del mismo modo que para Heráclito en los estoicos todo sería fuego animado por el logos siendo éste indesligable de ese fuego; la inteligencia ígnea del universo lo llamará Zenón. Como podemos observar tanto en el jonio como en los estoicos encontramos el par logos-fuego otorgando forma a lo real.

La dimensión teológica de lo dicho, paralela a la del Heráclito, se hará evidente eso si entendiendo esa dimensión teológica completamente inmanente e incardinada en la materialidad de ese fuego primigenio que se enciende y apaga según la medida del logos universal. Será pues un par indesligable la materia como principio pasivo y el fuego en el que acontece el logos en tanto principio activo de todo lo real. Zenón considerará al logos como  “artífice del conjunto universal considerándolo no solamente destino y necesidad de las cosas, sino también Dios y espíritu de Zeus»4. Lactancio se referirá al logos como al dios y espíritu de Zeus. Como ya hemos dicho estos guiños a la religiosidad civil, que traducen a los estoicos a su propio contexto, solo cabe entenderlos desde el estricto ámbito de la teología filosófica y de las reflexiones ontológicas.

La aceptación del destino será muy relevante para los estoicos –aceptar las cosas como nos vengan- ya que entenderán todo lo que sucede desde su engarce en la permanente tarea del logos universal ordenando y determinándolo todo. Efectivamente, la perspectiva del Todo, de la naturaleza –physis- y del logos como agente totalizador será decisiva para los estoicos. Por eso mismo su énfasis en la aceptación del destino y del acontecer ya que entenderán esa totalidad como un orden natural universal y bello del cual se forma parte y que se ha de asumir.

Platón, por su parte, dando por sentado el significado filosófico establecido por Heráclito, indagará en el significado del logos como palabra de sentido que indica la verdad –a esta cuestión dedicaré la siguiente entrada-. El cristianismo, en el célebre versículo del prólogo del evangelio de San Juan, lo asociará con Dios mismo en su potencia creadora –la teología entenderá el logos como la segunda persona de la trinidad-. De este modo el logos encarnándose y habitando en lo humano no alumbrará a un sabio sino a Dios mismo siendo cuerpo animado. A partir de ahí no será de extrañar que los padres de la Iglesia constituyeran la teología cristiana en tanto teología del logos que se encarna...

Atender a los diversos significados dados al término logos y, también, al posterior desarrollo de la ratio latina y la razón moderna nos ubica en la entraña misma de la tradición teológica y filosófica, en sus auges y encrucijadas y, también, en sus declinares. Recuérdese el duro juicio ya indicado que hace Heidegger sobre la racionalidad en los tiempos del nihilismo cumplido. Sobre la evolución del significado de la ratio latina, en realidad todo un proyecto de investigación, atender al debate de los universales y a su significación ontológica quizá sea una cita obligada. Sera el neoescolástico Suárez el que dé el cerrojazo final al umbral de realidad de los universales al considerarlos solo entes de razón distinguiendo nítidamente lo racional y el pensamiento, en tanto actividad del alma, de lo real y del ser al que abre. Sirva lo dicho como personal y brevísima pincelada sobre la cuestión del logos bien lejos de toda sistematicidad. 



[1] Martin Heidegger. Acerca del nihilismo.

[2] Todos los entrecomillados serán fragmentos de Heráclito.


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