sábado, 1 de julio de 2023

En cuatro movimientos: Abdennur Prado, la visión de los acantilados


 


“Imposible gemir en este instante/concentrado en la nada vigorosa[1]


(1)

No conozco personalmente a Abdennur Prado aunque se de su trayectoria  desde hace tiempo. Escribir sobre él no se si me hace fácil o difícil precisamente por ser importantes las vecindades entre ambos. Digamos que es alguien a quien entiendo bien, o incluso demasiado bien, también en el disenso. Acaso por eso hacer una reseña de su libro ha encontrado su singular tránsito. Vo y anotando el poemario y sus  versos se entremezclan con mis subrayados y notas. El resultado final termina acojiendo diversas orillas en un libro vivo profusamente anotado y subrayado a lápiz. Todas esas orillas van recorriendo un iterin de marcado acento espiritual y visionario. Este iterin arranca en el pálpito de una crisis interna que divisa al propio mundo chascándose como sandía para descubrirlo como herida…  Una herida de la que acabará, sin embargo, manando luz en la aceptación de “lo que hay” y “va siendo”[2], La aceptación de ”lo que hay” incluirá la de la propia finitud y nuestra muerte venidera. “Nada nos reclama/tan solo el oleaje” [3] nos dirá el poeta reconociendo el tiempo como ese  “anillo/ de compromiso con la muerte”[4]… Y ahí “nos caemos entonces del lado del destino/en el acto más puro cantando la alabanza/ del tiempo como hijos de los acantilados”[5] y es que “nos ampara el señor de la fortuna cuando nos sometemos al destino”[6]

 

¿Aceptar el destino como gran eje del espíritu –ruh- despojándose de su velo?… En realidad, una exigencia de la unidad de todo lo real que dijera Ibn Arabi -o incluso su sello-. Al tiempo la intensa expresión de vigor interno –en realidad, una gracia- que anima la sagrada potencia del decir si aceptando intimamente “lo que hay”. “Estas en el presente como un todo”[7] nos dirá el poeta… En ese presente, abriéndose al todo y a su engrana de sentido, será recurrente vivir nuestro propio desplome cayendo desde las alturas del acantilado hacia ese mar que nos confunde en lo sin forma. El cerro que nos elevaba se revela como acantilado derramándose en las aguas siempre excedidas del océano. El mundo dejando de ser lo que soñábamos. El nivel del mar subiendo; temor y temblor. El acantilado como hogar recio y ventoso que precipita y permite divisar la mar océana más allá de la forma. “Llegar a ser lo que eres: un recipiente y una forma abierta a lo increado”[8]. El  anhelo de lo Uno como rostro de la gracia que se muestra… “pero las olas cesan de estar ebrias/si el corazón se calla y la promesa/ de la unidad no mueve las manos como remos”[9] nos advertirá el poeta. El Misterio de la Unidad conjurado. Lo Uno desvelándose para amparar y acoger la diversidad de lo real. “Desde la perspectiva unitaria la simpatía vence toda oposición y la semejanza supera toda diferencia. Pero al hacerlo las preserva”[10]. Lo Múltiple como manifestación de la Unidad, su propio rostro revelado...

 

Como decía mis afinidades con Abdennur Prado no son pocas. Compartimos áreas comunes en nuestra formación como filósofos y también cierta figura un poco beat[11]. Hemos leído a los hijos de Nietzsche (Deleuze o Foucault) y a ambos nos alcanza esa nostalgia por lo sagrado y el Misterio que, en nuestra infancia, supimos ver en Bataille. Aprendimos de la filosofía del siglo XX tanteando sus luces, bucles y vías angostas. Ambos quedamos deslumbrados por los grandes sufíes al abrirse salvaje su palabra como un tejido de fuego. Bebimos del cuerno del nihilismo hasta las últimas gotas, por no ser cautelosos reaccionarios, y vislumbramos sin tapujos la decadencia, casi de vía muerta, de nuestra civilización. Conocemos bien la estela de Nietzsche y su gran visión, capaz de advertir que la decadencia de Occidente es más honda que la que serviría un mero problema de subversión violentando una traditio.

Ahí Abdennur decidirá un viraje íntimo relevante en el que no pierde la figura. Su conversión al Islam es todo un ejemplo al mantener la virilidad espiritual del que no se arabiza colapsando eso de ser musulman en una cuestión externa de costumbres supuestamente bendecidas; algo muy extendido por la debilidad del converso y por la presión de lo que sería el Islam realmente existente quince siglos después de la muerte del profeta. De ahí que no nos deba sorprender, por ejemplo, su rotunda atención a la cuestión de la mujer en el Islam y al feminismo islámico. Por lo demás, Abdennur Prado, uno de los nuestros, nos confronta en nuestra fibra andalusí atendiendo a un esplendor deliberadamente olvidado. Esta no es una cuestión menor ya que con la conversión, el poeta, reformula un destino inédito de nuestra propia tradición cultural. Algo que quizá se percibiera mejor hace unas décadas lejos del panorama de choque de civilizaciones que actualmente se implementa.

(2)

La poesía se abre como flor no cuando nos gusta o complace  -la poética no es una cuestión de gusto ni deleite- sino cuando se descubre viva y con capacidad de nombrarnos de tal modo que la prosodia, emancipada del autor y del gusto del lector, se convierte en esa palabra sin dueño que nombra las vías y goznes abiertos de lo humano. Ni siquiera es que nos reconozcamos en la palabra del poeta. Más bien el poeta, en su propia ebriedad e inspiración, abierto queda a los paisajes del hombre nombrando su llegar a ser a través de una poética que es espejo. Un ser que, para Abdennur Prado, enraíza en lo que él llama lo siempre ausente brindándonos su poder más allá de lo humano y sus carencias.

Lo siempre ausente, el “él o el hu del sufismo”, la invocación de la divinidad más reservada de los sufíes. Hu, hu repiten los sufíes en sus rituales de oración y trance. Llamativa manera de invocar a Dios invocando lo que en términos de sintaxis no es sino la tercera persona del singular, de suyo siempre ausente, pero cualificándolo todo al tejer el marco en el que quedan definida toda relación –la vida siempre va más allá de la simple relación entre el yo y el tu; la tercera persona es lo que cualifica el conjunto-. Hu, en realidad, una llamada a lo completamente transcendente, a lo completamente otro más allá del ser, a eso que no vemos y de lo que nada podemos decir; una alteridad que, sin embargo, tal y como indiqué cualifica todo el escenario para tornarlo significativo y simbólico; potencia de la vida que se brinda en la copa del ausente que se anhela… “pero lo siempre ausente me dona su poder/ de amar la lejanía mientras veo/la lluvia descender como un presagio”[12]… ¿Solo es el hombre en el anhelo?. La poética como espejo “la poesía transparente toca/ la línea de la aurora/cuando el silencio vence la derrota”[13]. El anhelo y el silencio como aduana.

Desde la propia herida del alma dejada a su albur y desde el insinuarse del ausente aparece la noción de senda, de vereda, de camino que se recorre desgranando las estancias que el corazón habita. Para Abdennur la amada, espejo y vibración del alma, será la privilegiada referencia que desgrana el camino que trazan las esferas transitadas “una pequeña luz que me contiene/ y hace  de mis locos pensamientos/ una huella del cuerpo de la amada”; la amada y no solo, también “la visión del mar como camino”[14]… La dama en el mar; ancla, astrolabio y timón; esa dama increada[15] que vivifica al amante en su devenir del mar océano; “solo tu imagen tímida y remota/concilia mi esperanza y mi pereza/ se deshace en instantes de pura devoción”[16].

La doncella, la dama celeste (y terrestre), la doble femenina del alma y su cuerpo rebosando luz, estará muy presente a lo largo del poemario. La relevancia de la dama no será ajena a la gracia donándose por ser la dama el espejo del viajero. ” la gracia de lo eterno que se ofrece, la amada como gracia”, bendecido cuerpo de luz, “sueño con tu cuerpo luminoso”[17]; te recibo “como a un volcán su lava”[18] dirá el poeta.

El carácter visionario de los poemas se intensifica a lo largo del texto para alcanzar esa palabra que nombra en una trama de paradojas enlazadas. Según nos adentramos en lectura de los versos se va elevando el nivel de las aguas aunque el deseo mal elaborado lastra, confunde y limita. Aun así, el camino se nos revela con una contundencia devoradora “ya conozco el camino/estoy en sus veredas incenciado”. Y el camino es el maestro y la vía abierta a lo divino; y, también, la brasa más ardiente “estoy en el camino/ cuando siento lo divino/inundándolo todo con su fuego”[19]. La propia nada, la fatuidad que nos enhebra, esa derrota íntima que se asume se acepta como el más preciado tesoro[20] acogiendo el mundo ardiendo en un tiempo eterno que siempre permanece[21]. La derrota necesaria vuelve a insinuarse y es que nuestro psiquismo se ubica en el centro de la vida como si nada más hubiera que la sombra que creemos ser; la  derrota será pues conciencia de nuestros límites; no somos el centro de nada. Nos sabemos frágiles, nos sabemos livianos, nos reconocemos incluso como una nada -“es un camino agreste donde asumo/mi nada como el cauce que impulsa la certeza”[22], que solo sabe del fuego desde ese encuentro que aniquila en lo divino; “es una fuerza bruta en su belleza/primaria y siempre viva/un despertar salvaje como el trono/de Dios sobre las aguas una brutalidad tan cálida y hermosa/que lo arrasa todo/y nos deja entregados a la llama/ del corazón sellado por la gracia”[23].

La belleza desatada estará muy lejos de ser algo que tenga que ver con el gusto o lo bonito. Más bien es el reino de lo salvaje inflamando la vida toda, el aullido del lobo que estremece, la vida que arrebata y nos saca de todo quicio, las aguas bullendo frescas y haciendo girar en la locura toda forma… Y en la gloria del copero desvelada, el creyente abre el alma a su desgarro “por amor de la lluvia/purificando el pecho”[24]. El desgarro que sirve lo celeste; “las emociones liberadas del peso de los días”…

(3)

En su poema Confesión el poeta glosará su propia crisis. En la feria continua de imágenes de la sociedad de consumo y en el menú de diseño que se ofrecía se movía algo detrás de la escena y, un buen día, tocó quedar tendido con el canal bien abierto; fieramente y casi sin darse cuenta, sin alharacas ni alborotos, en el silencio del abismo y en la palabra que nombra… “a lomos de un instante mortal como un gemido/ respiramos el orden insumiso/ de la divinidad más pura y lujuriosa/enterrados en la vida nos dimos a la fuga/sentimos el abismo abrirse en el silencio… fue un fiero despertar a lo invisible/la voz de la otra vida nos reclama[25]”… Lo salvaje, ubicándonos fuera de sí haciendo añicos la convención social, sus pequeñas verdades y nuestra fatua identidad, eso que, algún día, creímos ser.

Desde mi propia singularidad me resuenan las palabras del poeta. A pesar de nosotros mismos y como un regalo, sin merecerlo especialmente, algo entreabríó los ojos. “no es un abismo sobrio/es un espacio arrebatado/por el sol del vacío/y el cuerpo lujurioso”[26]. La pregunta por el cuerpo surge en las palabras del poeta. El cuerpo, tan maltratado y despreciado cuando la ascética no sirve por fracasar el caminante en sus esfuerzos y experimentos de autocontrol. ¿Quién afina el cuerpo incrementando los quilates del eros?. Recuerdo a Spinoza “si supiéramos lo que puede un cuerpo”… Es el cuerpo estremecido y animado, con sus sentidos hirviendo, quien se gira a la presencia revelada en el océano más que vivo, “este cuerpo salvaje.../se aparta del camino transitado/y se orienta al recóndito paraje/donde habita su alma enamorada”[27]. El alma como destino del cuerpo, como cesión del cuerpo del creyente enamorado a la erótica divina. En palabras del poeta “es la gloria furtiva/ del creyente que cede/su cuerpo a lo infinito”[28]. Por eso nos dirá el poeta que la visión –lo visionario- no es un final sino la vía abierta que “irradia el fin que une y purifica los deseos”[29]. La purificación del eros, la plenitud espiritual del cuerpo, la visión como plenitud del cuerpo en el alma que despierta a sus potencias; “si despiertas la luz latente en tus sentidos/y tus sentidos latentes en la luz//si abres los ojos del alma a las esferas…”[30]. Más allá del cuerpo y sus sentidos inflamados ese océano sin forma y el alma abriendo al extremo sus entrañas... El cuerpo espiritualizando sus sentidos en la gracia. La materia hirviendo en la luz.

Como podemos advertir ante la cuestión del cuerpo no estamos ante la necesidad de una ascética voluntarista y desbocada sino en la urdimbre misma del alma cebándose en su intuición y apertura a lo divino. Una cuestión de gracia y no de mera voluntad…”mi pereza/ se deshace en instantes de pura devoción” nos dirá el poeta[31]. Advirtamos la transparencia con la que el poeta aborda la cuestión del cuerpo y los vericuetos del eros. No nos quejemos tanto del cuerpo descabalgándonos y quejémonos de nuestros modos de pereza en la marejada desbordada del espíritu brindándose. Oratio et contemplatio. El cuerpo como “materia luminosa”. El eros bendiciendo la vida.

El desafío de la “materia luminosa” en esa gracia que se ofrece lo impregnará todo. “Nada puede detener la dicha/de una divinidad telúrica y borracha/ de poder y belleza naturales”[32]. El dios de lo salvaje brindándose ausente en un misterio ubicuo. Lo siempre ausente y su presencia “me dona su poder”[33]… Al filo de los acantilados más abruptos fuimos arrojados pero de la mano de un eros salvífico nos encontramos. Al frente, el océano de la inmensidad sin límites ni formas. El laberinto del eros y el desafío del océano. Ya el poeta nos contó en Confesión los laberintos de un eros que no siempre mira hacia lo alto. En el poema “Proclamo mi derrota”[34] la persona singular desvelará su límite y su dependencia radical del Misterio “tan ciegamente roto/ tan animal, tan abismado/tan mudo como ciego/… completamente ido… no puedo ser siquiera no puedo ni no ser/tan solo darme al fango de la espera/y esperar que el amor de las mareas/me devuelva mis restos a la playa/de la desolación de lo infinito”. Continua el poeta “aquí en el santuario proclamo mi derrota/ aquí en el santuario donde espero/la visita del ángel y el fuego del hogar/ proclamo la victoria de la materia luminosa/cruzando por la puerta abierta de mis dedos/ tocados por la gracia”. La dependencia de la belleza como gran fuente de salud; la dependencia de lo divino.

(4)

Los acantilados como visión y poesía: Poesia de espera, poesía visionaria, poesía ebria y borracha sin orden ni concierto, poesía de derrotas regaladas y silencios que desbordan, poesía de los acantilados más agrestes y de las caídas al océano vacío, poesía del desgarro como crisol que nos alumbra en el útero marino, poesía de pasajes del alma bien abiertos al misterio de la luz, poesía que aguarda la palabra que nos nombra indicando la vereda iluminada, poesía del éxtasis haciendo y deshaciendo, de la nada íntima que se abre al más allá y su honda noche, poesía del fuego abrasando las entrañas, poesía como pasaje de frescura en el atanor del misterio, poesía de conjuros en el agua iluminada: la llamada que nos dice; poesía anhelante que clama la intimidad con lo divino, poesía de la dama que nos dice el ser vibrante abierto al infinito, poesía de la herida nutriendo como pan celeste; la herida como condición al silencio más sonoro. Desgarro y luz. Redención en el amor que al fin crece en sus quilates…

El “limite extasiado que rompe la coraza”[35]. La poesía narrando la gracia que se brinda en la fractura más íntima; “la gracia de estar ebrio”[36], la embriaguez como gracia, “la embriaguez divina/ uniendo y separando el oleaje/ del saber que la gracia nos dona sin medida”[37]. Tal será el acercamiento que haga el poeta a la idea de gracia, la gracia como vida desbordándose al fin fluyente, como salud recobrada “alimento bendito del alma como herida/ visión intempestiva del corazón sanado”[38]; “al fin la gracia/me dona sus raíces/ para hacer de estas lágrimas de fuego/ una totalidad de amor como camino”[39]

La alusión a la salud no será una cuestión menor ya que en la gracia el alma recuperaría la plenitud espiritual y cognoscente que le es connatural, “este mente encendida/por el amor divino”[40]. La gracia como lo divino irrumpiendo, como la ausencia iluminada, como lo infinito derramado, como el útero divino abriendo sus rincones. Para Abdennur la cuestión de la gracia es inseparable del despertar del alma del hombre inhabitado por lo divino y animando sus pasos hacia el encuentro, la gracia como “orientadora de los pasos de cristal/hacia la misma fuente/ genésica y triunfal de la belleza”[41], la luz del Misterio divino irrumpiendo, la gracia como gran alegría, la gracia como ese hecho extraordinario que dijera Morente en la vida misma iluminando el aquí y el ahora, la gracia como perfección de la fe en el abrazo de Dios. La gracia en la coherencia del hombre con su alma.

 



[1] Abdennur Prado. La visión de los acantiladados. Mandala ediciones, pg. 27

[2] Es una pena que en romance no dispongamos del participio activo o de presente del verbo ser para indicar la dinamicidad procesual de la cuestión del ser ajena a todo estatismo y a toda abstracción excesiva; algo que pareciera introducir la remisión al infinitivo del verbo ser. Efectivamente, la pregunta por el ser en el ámbito del pensamiento griego no fue formulada en infinitivo lo que sirve diversos problemas de comprensión de algo filosóficamente decisivo.

[3] Abdennur Prado. La visión de los acantliados. Mandala ediciones, pg 16.

[4] Ibid, pg. 25

[5] Ibid, pg. 20.

[6] Abdennur Prado La visión de los acantilados, Ed. Mandala, pg. 106

[7] Ibid, pg 157.

[8] Ibid, pg. 180

[9] Ibid, pg 28.

[10] Ibid, pg 183.

[11] La beat generation, Los beats, los dañados, los golpeados, literalmente los mordidos… Para desde esa mordedura ser conscientes de que en las antiguas veredas del espíritu está la salida del laberinto. Bien lejos de toda tentación new age de lo que se trataría es de renombrar.

[12] Ibid, pg 13

[13] Ibid, pg. 95

[14] Ibid, pg. 160

[15] Ibid, pg 34

[16] Ibid, pg 36

[17] Ibid, pg. 35.

[18] Ibid, pg 36.

[19] Ibid, pg 46

[20] Ibid, pg 44.

[21] Ibid, pg 17.

[22] Ibid, pg 47

[23] Ibid, pg 53

[24] Ibid, pg. 56

[25] Ibid, pg 18-19

[26] Ibid, pg 82.

[27] Ibid, pg.80.

[28] Ibid, pg. 55

[29] Ibd, pg 175.

[30] Ibid, pag 76.

[31] Ibid, pg 36

[32] Ibid, pg. 32

[33] Ibid, pg 13.

[34] Ibid, pg.27

[35] Ibid, pg 103.

[36] Ibid, pg. 77

[37] Ibid, pg 69

[38] Ibid, pg. 68.

[39] Ibid, pg 66

[40] Ibid, pg 80.

[41] Ibid, pg 61


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