jueves, 2 de noviembre de 2023

El sol salió anoche y me cantó

 

Acabo de recibir el nuevo libro de Juan Carlos Usó. El libro, atendiendo al llamado experimento de  Viernes Santo, reflexiona sobre la llamativa capacidad de las sustancias visionarias para inducir experiencias de perfil espiritual. Para ello el autor glosará tanto el experimento indicado como las investigaciones que sobre la conciencia se vienen sucediendo en el ámbito de la neurociencia. Al tiempo introducirá una serie de entrevistas a gentes perfil diverso sobre la cuestión planteada. Estas personas serán gente conocedora de la experiencia que sirven estas sustancias y/o de la fenomenología de las experiencias religiosas. Entre los entrevistados destacaré al antropólogo Josep María Fericgla, al poeta Vicente gallego, a Fernando Mora, gran conocedor de la obra de Ibn Arabi, al maestro zen Dokusho Villalba o al indólogo Oscar Pujol. Usó tuvo a bien entrevistarme también a mí en el libro.


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El nuevo libro de JC Usó de título “El sol salió anoche y me cantó” es todo un homenaje al famoso experimento realizado en la Universidad de Harvard el 20 de Abril de 1962 conocido como el experimento de Viernes Santo. Ese día, según se iba constatando la potencia de las plantas y sustancias visionarias para dinamizar experiencias vividas en clave religiosa y mística, se dio psicolocibina a veinte alumnos voluntarios de la Facultad de Teología de Harvard. Se trataba de profundizar e indagar en la cuestión planteada. En el experimento se confirmó una cuestión que no deja de desafiarnos intelectualmente. Más allá de los testimonios de los participantes o de las limitaciones evidentes en el diseño del experimento las preguntas que se planteaban eran muchas. ¿Vincular las experiencias místicas a la bioquímica o la fisiología cerebral las restaba credibilidad?. ¿Podían replicarse experiencias de perfil espiritual con la simple ingesta de un psicoactivo?.[1] ¿Nos encontramos realmente con experiencias espirituales significativas?. ¿Qué diferencia hay entre una experiencia espiritual profunda y la dinamizada por un psicoactivo?. ¿Cual es el valor real de estas experiencias desde el punto de vista del ser y del conocer?... Ante estas preguntas Usó, con acierto, reconoce y delimita el desafío intelectual que plantean. ¿Cabe preguntar e interpelar a la gente conocedora de la fenomenología religiosa y/o de las experiencias que brindan estas sustancias? Consideremos que no estaremos ante experimentadores bisoños ni ante meros aficionados. A partir de estas cuestiones y teniendo muy presentes los avances que se han sucedido en fisiología cerebral y neurología arranca la propuesta de Juan Carlos Usó.

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“El sol salió anoche y me cantó”  incluye una glosa detallada del experimento de Viernes Santo, una serie de entrevistas a gentes de perfil diverso pero al tanto de la cuestión planteada y un texto del propio Usó en el que se reflexiona y compendia las investigaciones científicas en curso sobre asuntos que competen a lo planteado por este experimento. En el texto se nos sugiere una propuesta afortunada. Hay quien ha dicho que el siglo XXI, en términos científicos, será el siglo del cerebro y lo cierto es que las investigaciones sobre neurología y fisiología cerebral van adquiriendo una relevancia creciente. En tal contexto una de las grandes cuestiones planteadas es la de la conciencia y la del vínculo esquivo y complejo de ésta con el cerebro. En el texto Usó nos hará un magnífico compendio del estado de la cuestión y de las investigaciones que se van sucediendo. Según su criterio, y sin pretender vaciar las cuestiones espirituales en lo estrictamente científico, la pregunta por lo divino acontecería en vecindad con la pregunta por la conciencia de la que se ocupan los neurocientíficos y que no deja de desbordarles. Reitero, Usó no comete el error de pretender vaciar las cuestiones espirituales en lo científico y en lo neurológico pero si que demanda un diálogo. En tal debate las sustancias visionarias si algo dejan claro es la complejidad de las cuestiones de conciencia sobre todo si queremos delimitarlas desde la persona singular. ¿Hasta donde alcanza la conciencia?. ¿Cómo vienen a entrelazarse el perceptor y el mundo percibido en eso que llamamos conciencia?. ¿Se pueden reducir explicativamente conciencia y mente a la esfera de lo fisiológico?. ¿Totaliza lo neurofisiológico todo lo que podamos decir sobre la conciencia? ¿Cuál es el vínculo entre conciencia y mundo percibido?. Con tino, Usó, advertirá en las cuestiones vinculadas a la conciencia y sus figuras la insinuación de las viejas preguntas por el espíritu.

A partir de ahí caería como fruta madura el diálogo entre ciencia y espiritualidad lo que no será sino el diálogo entre ciencia y sabiduría tradicional. Usó aludirá a las upanishads con el fin de ampliar las desconcertantes veredas que van insinuándose. No será el único. En la historia han sido varios los científicos de calado que han planteado las resonancias entre ciencia y disciplinas metafísicas y/o espirituales. Pienso en el premio Nobel Erwin Schrödinger apelando al Vedanta tan vinculado, por lo demás, a las upanishads. El libro del prestigioso científico Fritjof  Capra “El tao de la física” sea acaso lo más recomendable para acercarse a estas resonancias. También será reseñable el libro publicado por Ed. Kairos “Cuestiones cuánticas”  en el que se  recogen los textos de los más destacados científicos cuánticos sobre tales vecindades.

Y así es; los saberes humanísticos, en su riqueza hermenéutica y en tanto interpretaciones de lo humano, podrían aportar a las ciencias mucho más de lo que suele suponerse. Para empezar capacidad de lenguaje, comprensión y expresión, esto es, una formulación adecuada de las preguntas pertinentes y una comprensión más aquilatada de las implicaciones de lo estrictamente experimental más allá de lo propiamente científico. Al tiempo, cabe también preguntarse qué puede aportar la ciencia a las disciplinas espirituales. Consideremos que éstas tienes sus propios métodos de validación –los propios de cada senda espiritual- y una manera específica de entender sus enunciados completamente vinculada a la operativa espiritual y a un determinado refinamiento de la conciencia.

Usó cierra el libro citando un texto de Antonio Escohotado en el que se apunta al retorno al origen del principio de animación de la vida singular una vez que esta declina en la muerte. En la cita Escohotado maneja la idea de alma en un sentido filosófico de tal modo que ésta no sería sino la vida y la animación del cuerpo. Y es que la animación del cuerpo, la vida del cuerpo, exige de un concepto que la nombre. Por eso, la recurrencia y potencia del concepto de alma por mucho que se intente dar por periclitado. Recuerdo el monumental libro de Rohde “Psijé”. En el mismo el autor nos recuerda que en la obra homérica se podría directamente traducir psije por vida sin que esta traducción lastrara en demasía el sentido indicado por Homero.

Lo planteado por Escohotado resulta sugerente. ¿Cuál es el vínculo de la vida de cada cuerpo con la vida en general?, ¿cuál es el vínculo entre el principio de animación de la vida singular y el principio de animación de la vida-toda?. Los antiguos griegos distinguían entre la byos -la vida singular de cada organismo- y la zoé -la vida toda; la vida en un sentido general-. ¿Cuál es el vínculo entre ambas?. ¿Retorna nuestro aliento vital a la zoé?. ¿Cabe hablar en estos términos?.

La perspectiva hegeliana de espíritu de Escohotado y el despliegue del mismo en la historia entendido como evolución e historia de la conciencia creo que sobrevuela el texto de Usó y la perspectiva del libro; lo que no deja de introducir una impronta intelectual deudora de la concepción de progreso, eso sí, de considerable fuste intelectual a partir precisamente de su hegelianismo. Más allá de esta cuestión la propuesta de Usó de atender a los estudios científicos actuales centrados en la conciencia es muy sugerente, especialmente, si consideramos el debate existente entre los propios neurocientíficos. ¿Las cuestiones de conciencia rebasan la esfera de lo individual?. ¿Es la conciencia algo ubicuo?. ¿Es reducible a lo neurológico o más bien lo neurológico es fruto de ese darse eterno de la zoé y de las redes de sentido que promueve?. ¿Hay algún vínculo entre la perspectiva de la conciencia humana y la potencia creativa a la que se acogen la vida y todo lo real?...

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El estado de la cuestión(1): Psicología. Las preguntas no son pocas y sirven asuntos de enorme transcendencia antropológica y también existencial. La cuestión de Dios aparece en un recodo, el de las drogas, en el que acaso no se la esperara. Ya en los acercamientos más tempranos a las plantas y sustancias visionarias y en los primeros formatos de investigación –ya lo hemos indicado- se advertía la recurrencia de vivencias que el propio experimentador consideraba de corte espiritual o religioso. Estas vivencias, como bien supo advertir Osmond, promovían catarsis personales; lo que favorecía las expectativas terapéuticas que se pudieran tener. En estos primeros compases del encuentro con estas sustancias la experimentación se movió en la esfera de las investigación psicológica y psiquiátrica y en ambientes intelectuales muy al margen de la cultura de masas.

Por lo que se refiere a los psicólogos no eran pocos los que indagaban en su posible potencial terapéutico tras advertir los cambios y transformaciones profundas que podían catalizar. Estas dependerían de los aportes de sentido y de la potencia introspectiva que se brindaba en la experiencia. Los cambios podían tener una impronta espiritual o quedar referidos a modificaciones relevantes en el modo de entender la propia vida. Ambas perspectivas, la puramente espiritual y la más introspectiva y existencial, lejos de marcar una diferencia, se entrelazaban sin problema alguno en los testimonios de los experimentadores. Tras la ingesta decían conocerse mejor al tiempo que manifestaban haber quedado deslumbrados por la naturaleza en su grandeza y belleza desvelándose. A veces este conocerse mejor tenía su traqueteo y sus durezas. Algo que no debe perderse de vista.

En esa época la amplia libertad de investigación previa a la prohibición facilitó mucho los estudios que se iban desarrollando. Master y Houston en el experimento, de corte fenomenológico, que recogen en su libro “Secretos de la experiencia psicodélica“, reportan cientos de experiencias con la LSD. Los investigadores trataran de establecer una pauta de experiencia. En su estudio se indica la recurrencia de una mística cosmológica, en tanto acontecer cumbre de la experiencia, centrada en la belleza colosal del cosmos y su unidad.  El milagro de la vida se nos brinda parecían decir estos experimentadores en sus testimonios…

Por especificar; los contextos de experimentación terapéutica de los cincuenta y primeros sesenta respondieron a dos planteamientos. La llamada escuela psicolítica trabajaba con dosis relativamente bajas intentado aprovechar el potencial introspectivo de la experiencia en clave terapeútica. De esto modo las intuiciones servidas se elaborarían en terapia. La otra escuela, la llamada escuela catártica, lo que buscaba era una catarsis que removiera las conciencias y modificara disposiciones básicas en lo que sería una toma de conciencia relevante. Esta escuela trabajaba con dosis más altas. Todos los ensayos y las aventuras intelectuales existentes quebraron o se ocultaron con la prohibición y con la asimilación de ciertas drogas a la cultura de masas.

Al día de hoy y desde hace cierto tiempo se observa la reactivación de las investigaciones en curso, eso sí, desde los propios parámetros de investigación dominantes hoy en día condicionados por la evolución de la psicología en las últimas décadas. Efectivamente, el paisaje de la psicología disciplinar en la actualidad  no es el mismo que a mitad del siglo pasado. Consideremos que el perfil de la investigación ha cambiado hacia registros más conductistas y más biomédicos. Este giro, avalado por el cientificismo y el criptopositivismo dominante, tendrá beneficios pero también el notable perjuicio de dejar de lado el estudio y análisis de la experiencia interna (será infravalorada por considerarse una experiencia subjetiva que queda fuera del campo científico); algo decisivo para entender los beneficios que puedan producirse.

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El estado de la cuestión(2): Desde los pensares, las sustancias visionarias; indagando en cómo nos las representamos En la esfera de lo cultural Aldous Huxley acaso sea quien más claramente haya indagado en lo propiamente religioso de la experiencia visionaria. En sus libros “Las puertas de la percepción” y “Cielo e infierno” este género de experiencias parecieran delimitar una vía abierta hacia a esos estados del espíritu en las que el alma queda abierta a la trama de sentido de la totalidad de lo real al tiempo que a un poderoso juzgador de nuestros equilibrios internos; de ahí lo de cielo e infierno. Para Huxley lo aportado por estas sustancias serviría un determinado umbral de comprensión de las diversas sabidurías espirituales lo que podría dinamizar nuestra vida espiritual y/o religiosa.

Por su parte, Ersnt Junger, asigna con claridad un valor iniciático a estas experiencias en virtud del cual el mundo y la vida se nos insinuaría desde claves y registros que transcienden lo que sería la conciencia común u ordinaria. El desvelamiento de lo Uno, enhebrando todo lo real[2], como finalidad o telos del viático visionario será lo espiritualmente decisivo. La perspectiva de que todo evento o fenómeno presenta una superficie y una profundidad a desvelar, un más allá de la apariencia podríamos decir, estaría a la base de la impronta iniciática que Jünger reconoce en este tipo de experiencias.

El propio Antonio Escohotado en “Aprendiendo de las drogas” aludía a la cita con el espíritu –nos las vemos con el  espíritu decía- que suponía la experimentación con estas sustancias. El comentario de Escohotado viniendo de un hegeliano y de alguien que manejaba el lenguaje con precisión no es ligero ni baladí. Su perspectiva de la ingesta no es religiosa pero queda abierta a la madurez y al grado de libertad del propio espíritu y, en tal medida, a la cualidad de vida y realidad que esto reporta. No olvidemos que el espíritu para Hegel no es sino la fuerza activa del hombre, su fuerza vital, exteriorizándose y objetivándose en el mundo a través de sus propias creaciones y de los umbrales alcanzados. En realidad, el espíritu -lo absoluto- transciende lo estrictamente humano realizándose en la historia humana. Con el estado de nuestro espíritu nos las vemos nos dirá Escohotado… El espíritu y su creatividad; ¿hasta donde alcanzan las potencias del espíritu humano y la propia idea de espíritu?.

Podríamos citar más referencias de experimentadores intelectualmente relevantes y en tal sentido no puedo dejar de referirme a Albert Hofmnn, el químico descubridor de la LSD, del que acaso se ha ponderado poco su capacidad de reconocer el fuste de este tipo de experiencias. El químico, tras una ingesta accidental, fue capaz de reconocer tal calado a partir de su formación humanística. Como digo esto creo que se ha destacado poco y es que mucho investigador, dócil con el criptopositivismo dominante, no habría tenido la más mínima capacidad de poner nombre o atisbar el marco propio de los efectos de esa ingesta accidental. Poner los nombres a las cosas, el preámbulo de toda comprensión… Al hilo de lo dicho creo conveniente advertir que la mentalidad de la que se parta no será ajena a la capacidad de experiencia que se habita.

Por lo demás, Hofmann, integrante del círculo íntimo de Jünger, entenderá las experiencias desde la metáfora del emisor y del receptor. Desde tal metáfora el mundo humano dependería del encuentro con lo que el hombre capta y, al tiempo, de la elaboración que hacen los sentidos y el entendimiento de lo captado. Las sustancias visionarias incidirían en ese proceso de elaboración liberando potencias por venir –las que aluden a las experiencias cumbre de las que nos habla Hofmann- y, también, haciendo aflorar modos de mirar renovados; de esto último, añado, dependerá su gran potencia introspectiva.

Diferencias con repetición que desvelan, a partir de un determinado refinamiento de la conciencia y de la mirada, diversos temples intelectuales y mentalidades al encuentro de una experiencia capaz de conmovernos hasta los cimientos y de asomarnos tanto a nuestras plenitudes como a nuestras fragilidades ontológicas.

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Algunas precisiones filosóficas. Reflexionar sobre el significado de las ideas acercándonos a su clave filosófica creo que resulta decisivo de cara a delimitar la pregunta por la conciencia, por la espiritualidad o por la mística. Ahí vamos. Una mera aproximación que será fértil incluso en los debates y disensos que puedan establecerse. Lejos de cerrar significados de lo que se trata es de servir horizontes de debate sin dar nada por sentado. Plantear las preguntas pertinentes; saber de su anchura y sus calados; abrir posibilidades y potencias hermenéuticas.

La conciencia. En términos filosóficos y, en principio, la expresión conciencia queda vinculada al conocer y comprender del hombre lo que, de entrada, nos delimita una serie de umbrales más o menos intensos dependientes del grado de realización de esa capacidad de comprensión. Estos umbrales delimitaran el grado efectivo de la conciencia sobre la base de la unidad de la misma de tal modo que la unidad de la conciencia no sea sino la unidad de la potencia cognoscitiva que somos. En tal sentido la conciencia será un vortex o vórtice que desde sí, desde su propia potencia y posibilidades, conoce, comprende, relaciona y reconoce la actividad que la circunda.

Entender la conciencia desde su propia unidad -la unidad que articula la capacidad de conocimiento, percepción y atención- tendrá un importante correlato. Quien conoce tiene conciencia de que conoce y, por tanto, autoconciencia y conciencia de sí en tanto agente que conoce. Paralelamente la autoconciencia y los diversos aconteceres y hechos de conciencia lo serán por acogerse a un determinado horizonte de sentido general que se sirve al conocer del hombre. Sin la posibilidad abierta de conocer un mundo ahí afuera no habrá pues posibilidad de conciencia ni autoconciencia. Hasta el punto que hacernos consciente de cualquier objeto supondrá abrir la vía hacia su comprensión en el plano de unidad del mundo.

Como hemos sugerido el hecho de que la idea de conciencia presuponga la de lo real brindándose al conocer y al saber es, precisamente, lo que nos ilustra sobre los diversos niveles de la misma. Tales niveles estarán en precisa correspondencia con la intensidad del conocer y por los horizontes de sentido que se puedan realizar al quedar abiertos a la comprensión. Desde lo apuntado se hablará  de estados o niveles de conciencia pero, también, de los estados del ser correspondientes con los diversos niveles del conocer y con cómo se reconoce el mundo en tales niveles. De esto modo las posibilidades de la conciencia desvelarían umbrales ontológicos y texturas de ser diversas. Esta y no otra es la razón de que en los ambientes de uso de sustancias visionarias se hable de expansión de la conciencia. Consideremos que bajo los efectos  de estas sustancias no es raro que el sentir quede abierto a un modo de percibir y a una capacidad de visión que se considera ensanchada, cargada de sentido y especialmente penetrante. Ahí, la percepción sensible y el entendimiento revelarían la hondura de su intimidad. En tal pasaje, como diría Artaud, la percepción queda abierta como si de un tejido se tratara. Los malos viajes y las malas experiencias dependerán precisamente de este ensanchamiento de la percepción en una percepción que conoce y ve. Y es que tal pasaje puede desbordarnos con facilidad y desordenarnos el temple. No todo lo que se ve gusta.

Más allá de lo dicho la conciencia, en su grado cumbre, percibirá al mundo como una totalidad o red integrada que  nos viene dada y en la que nos desenvolvemos; lo que, de suyo, servirá la indicación de un principio ontológico general. Atender a un principio ontológico general, prácticamente, nos instala en la perspectiva de lo divino en tanto vía abierta a lo que Platón llamó la cuestión de lo Uno y de lo Múltiple –lo Uno, la unidad de todo lo real en tanto esfera universal de sentido que todo lo acoge; lo Múltiple, la diversidad de la lo real y de la vida toda-. Hago notar que Aristóteles llamó teología a la filosofía que atiende al primer principio o principio ontológico. En este sentido no olvidemos la etimología de religión -religare-; la unidad irrumpiendo y sellando en tal unidad lo que parecía separado y diviso. Diferencias con repetición, diferentes veredas con paisajes que se entrelazan.

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La mística. Desde la perspectiva de la conciencia estaríamos en la mística ante un acontecer que desvela no solo la Unidad de lo real sino, también, esa copertenencia de contrarios –coincidentia opositorum- que exige tal perspectiva unitaria. A la base de la misma encontramos una percepción entusiasmada y una mirada de privilegio que transciende los estados ordinarios de conciencia. Tal percepción acogería el acceso al ser vibrante de todo lo real y a la Nada a la que se acoge. Utilizo la expresión de Nada en el sentido que maneja San Juan de la Cruz. El gran místico distingue claramente la vía religiosa de la vía de acceso directo al océano de la divinidad. Esta sería la vía propiamente mística centrada en remover todo contenido de conciencia de la capacidad de atención; lo que incluirá, incluso, toda imagen preconcebida o elaboración mental sobre lo que es Dios. El puerto de llegada será esa atención pura o atención enamorada de la que nos habla este místico. Según San Juan, en la atención pura, debe vaciarse la conciencia de todo lo relacionado con la memoria, el intelecto y la voluntad. En esa noche del alma –del que ya no sabe y permanece desasido de todo- brotaría la divinidad al tiempo que el mundo quedaría acogido a lo divino en una visión olímpica. “Mi amado las montañas”; “un entender no entendiendo”, nos dirá en sus poemas… Tal será la mística cristianocatólica acogida a la llamada teología negativa  (Dionisio Aeropagita, Eckhart, Suso, Tauler -la mística renana; san Juan y la mística del Carmelo). Acaso la religión en su esencia cumbre nos instale en ese más allá de la religión que indica la mística, esto es, en ese religare que solo sabe de lo Uno y de la unicidad del cosmos. La nada divina: Nada satisface un decir sobre Dios, nada cósico o fenoménico es Dios. Dios como noche o tiniebla más allá del ser. Para Platón ese sol que ciega. La mística católica conciliará esta perspectiva con la de la encarnación y con la del hombre que se diviniza acogiendo lo divino.

Con la cuestión de Dios, en términos metafísicos, queda nombrada la de la Unidad del mundo más allá de toda escisión, dualidad o fisura interna. En lo Uno todo queda acogido y justificado. Hasta el punto que sin unidad no se podría hablar de Dios. Lo Uno, Dios; la permanencia más allá de todo cambio y la afirmación de un plano mistérico causal, omniabarcante e integrador. Vislumbrar el horizonte de lo divino supondrá asomarnos a su Misterio y transcendencia y, también,  a la unidad de todo lo real acogiéndose a ese Misterio; la experiencia del Todo y del cosmos en tanto Unidad expresando una plenitud desconocida. Hen kai Pan –Uno y Todo- nos dirán los románticos

La vía mística y el gran desafío de un sentir desatado que nos indica tal vereda: la de un estado interno que nos asimila a la Unidad desvelando la copertenencia de los contrarios y un plano de sentido que todo lo ampara. La vía mística: el desvelamiento de Dios como la Nada y la Tiniebla que todo lo acoge, la afirmación gloriosa de la vida y su diversidad exhuberante…

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El espíritu. El término espíritu deriva del latino aire, soplo, aunque el latín como lengua sapiencial toma cuerpo al encuentro con el griego. Así, el espíritu latino traducirá el griego pneuma que tendrá un significado similar; viento, aire en movimiento, soplo, respiración. En la medicina griega el pneuma quedará asimilado a la respiración que renueva la vida del cuerpo valiéndose de la circulación de la sangre. Los estoicos entenderán el pneuma como aire pero también desde el elemento fuego distiguiendo aire -aer- de pneuma. El pneuma sería por tanto el aire cálido y dador de vida que aporta el aliento vital. No olvidemos la importancia del fuego en la cosmología estoica tan cercana a la de Heráclito.

Progresivamente el significado de pneuma se irá acercando al significado de eter –aither- que aludiría un elemento aéreo, una especie de aire superior y celeste; para Homero la región que habitan los dioses. El pneuma, que terminó significando algo no muy diferente al ki del budismo en tanto presencia vivificadora, era el elemento más sutil y menos denso de ahí que se vinculará con lo celeste, la plenitud de la vida y la animación del cuerpo. Serán los cristianos quienes adjudiquen al pneuma una dimensión completamente inmaterial y divina –el espíritu santo- al significar la presencia de Dios en el mundo y una de las hipóstasis del Dios uno y trino.

Más allá de lo dicho tanto para los griegos como para los cristianos, la parte superior e intelectiva del alma, la que conoce contemplando, estaría compuesta por pneuma. De la misma dependería el acceso a esa esfera de Unidad.  Los padres de la Iglesia nos dirán que el hombre integra cuerpo, alma y espíritu. Del alma dependerá la animación del cuerpo y del espíritu la parte superior del alma, la que conoce y queda abierta a Dios. La escolástica nos dirá que esta parte superior del alma tendría una textura espiritual en su capacidad de conocer la verdad y unirse con Dios. En el horizonte de lo que venimos diciendo podría decirse que el alma sería el principio de animación que nombra la vitalidad del cuerpo y el espíritu la potencia creativa, intelectiva y receptiva del alma en su apertura al conocer y a Dios mismo. En la realización espiritual el hombre llega a ser lo que ya es en potencia –realiza su potencial- alcanzando su propia plenitud. Con todo, alma –psije- en griego- y pneuma serán términos muy emparentados y su significación será siempre dinámica de ahí que no convenga establecer categorías rígidas. En su origen psije alude también a la respiración al pertenecer al campo semántico del verbo psijo –respirar- y al aliento vital que se ingiere y exhala para renovar la vida del cuerpo.

Hasta aquí hemos llegado en este pequeño y limitado tránsito por las resonancias de significado de términos tales como conciencia, Dios, espíritu, alma o mística. Sirva lo dicho para el justo nombrar y el atinado decir.



[1] En un interesante artículo publicado en la revista Ulises Fernando Rodríguez Bornaetxea precisa que la diferencia entre los estados místicos y los experiencias místicas servidos por las sustancias visionarias es que los primeros son estados estables que totalizan la experiencia en esa clave mística, sin embargo, los pasajes espirituales servidos por estas sustancias se inscriben en una experiencia que oscila en el contexto general de experiencia de este tipo de experiencias, con momentos más espirituales y otros de otra significación.

[2] Cfr “Visita a Godenholm”


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