domingo, 3 de enero de 2021

Maud Lewis y el color de la vida


"Me encantan las ventanas; un pájaro revoloteando; siempre es diferente. Toda la vida está encantada y está justo ahí", esperando el sencillo darse de nuestra atención; la vida excelente, la arete que nutre y da regalos, nada más, así de simple. Corto leña, acarreo agua, pinto, veo. Las palabras citadas de Maudie recogen el secreto de su existencia, la fertilidad de su mirada y el vigor íntimo que la encendía en una penumbra densa y gruesa. Su historia es la de una vida áspera, dura y marginal que, sin embargo, va destrenzando sus lastres en una capacidad de vida desbordada capaz de habitar territorios que para casi todos serían abismos. Hablo de la pintora canadiense Maud Lewis. Maud o Maudie, como la llamaban sus íntimos, padecía una artritis degenerativa que desde temprana edad la fue ubicando en un margen. La foto que ilustra este texto es la de Maud Lewis no la de la actriz que nos cuenta su historia; un rostro ilusionado, dulce y poderoso en esa capacidad de ilusión. Su imagen también puede suscitar temor. No olvidemos que pocas cosas nos causan mas miedo que la enfermedad y ciertos márgenes oscuros.

La película “Maudie, el color de a vida” recoge su peripecia vital; desde esa rudeza que la confrontaba en su fibra más íntima a esa mirada que nutre, ampara y todo lo sana, desde la marginalidad social más lóbrega y grisácea a su trayectoria como pintora reconocida, desde su fértil soledad a la vida que compartió con su amado. Ajena al mundo plano que nos impone el sectarismo de nuestros días estamos ante una película de personajes complejos y contradictorios, del amor en tiempos de cólera, del endurecimiento que sobrevive a la rabia contenida, de la vida que late más allá de esa dureza, de la fragilidad del siempre ultrajado capaz, sin embargo, de nutrirse del arte y de la belleza del ojo que vee. La película es excepcional, una discreta obra maestra, tan discreta como sus personajes pasando por la vida casi sin hacer ruido pero viviendo el drama de lo humano hasta rozar el latido del Misterio que todo lo empapa. La película narra una historia de amor y una historia de pasión por el arte velada por su extrema sencillez. Alrededor de Maudie y de su temple espiritual, capaz de transfigurar, gira la película pero también alrededor de su oscurecido marido. La película nos muestra un hombre hermético, de escasas palabras, endurecido por el sinsabor y la tosquedad, un tipo hosco y congelado, silencioso, rígido, bronco, de maneras bastas. Desde que lo ve Maudie le ve, y atisba un interior mucho más encendido de lo imaginable. Se lleva en su bolsillo el anuncio que este hombre, gris oscuro casi negro, había puesto en un tablón de avisos buscando alguien que le limpiara la casa. Lo elige como hombre. Madie guardará este anuncio toda la vida. Es otro marginal como ella, otro más de los tantísimos dañados por la sociabilidad y arrojados a un margen de distorsión que legitime la sociedad. La luz de Maudie, su simple presencia, va poco a poco operando el milagro y aquel hombre, encerrado en la rabia contenida y en un endurecimiento casi opaco va destilando, discretamente, un lado inesperado. Su historia de amor, a partir de sus propios claroscuros, resulta sublime por la figura que va enhebrando. El momento en que el marido se queja de que haga pinturas por la casa para, a continuación, dejarla el campo libre para que pinte toda la casa menos el rincón donde dejaba sus enseres resulta sublime. Maudie sabía que le encantaban sus pinturas, que aportaban calor a su vida y en la conversación se lo recuerda, y él solventa la cuestión dicíendola que pinte donde quiera menos en el rinconcito de sus cachivaches. También resulta sublime el sencillo baile de su noche de bodas con Maudie subida a él, con sus pies encima de sus pies para poder seguir los pasos. Y mientras los años pasan y Maudie va encontrando un reconocimiento creciente, como pintora, completamente inesperado. Su madre la había enseñado a pintar y ella había encontrado su propio estilo, su propia voz, la expresión de su propia mirada. Colores planos y rotundos, ausencia de sombras, un estilo naif, aparentemente poco elaborado pero con un intenso sabor propio. Se la asocio a la escuela naif y llegó a ser una pintura de renombre…. No se pierdan “Maudie: el color de la vida” . Alquimia en estado puro.








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