viernes, 30 de octubre de 2020

Alberto Caeiro: El paganismo de lo inmediato





A algunos Caeiro les estremece en su contemplatio naturalis y en su Deus sive natura. Otros reconocen la vibración mistérica de su deus revelatus o la apatehia que implica su apertura incondicional a “lo que hay” y a “lo que es”. Los más distantes esgrimirán sus simpatías con el ocultismo pero lo cierto es que un poeta de la talla de Pessoa no es reducible a eso -Valle Inclán o Yeats también las tuvieron-. También habrá quien le reproche que se quede en la sacralidad de la naturaleza, materialista espiritual le han llamado algunos. Estos últimos olvidan que el tránsito por los caminos del espíritu es vibración y vida efectiva, y no algo que se aprende en un libreto para ser repetido. Y tanto será así que la poesía, en un mundo que se apaga, es uno de los refugios contemporáneos del vibrar del espíritu en estos tiempos crepusculares y confusos. Precisamente por eso ceñiré mi aproximación al paganismo de Pessoa atendiendo, básicamente, a la intuición poética de su heterónimo Alberto Caeiro[1].

 

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Hay un cruce de frontera en la vida de Fernando Pessoa al encuentro de Alberto Caeiro. Su irrupción fue una auténtica explosión. Un éxtasis discreto que todo lo reconfigura y lo hace cuajar. No debiera sorprendernos. Toda la inquietud poética y espiritual de Pessoa encuentra ahí su horizonte propio. El 8 de Marzo de 1914, en un estado de intenso entusiasmo poético, irrumpe en Pessoa “El Guardador de rebaños”, el gran poema de Caeiro. Pessoa no puede parar de escribir. Con la fluidez arrebatada de un torrente de montaña se suceden los poemas. En palabras del propio Pessoa: “Escribí treinta y tantos poemas uno tras otro, en una especie de éxtasis que no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca tendré otro igual”. Es un momento de apoteosis. Pessoa alcanza ser dicho por la palabra inagural. Desde ese momento Caeiro será el horizonte existencial y teórico de Pessoa, un horizonte mínimo y desnudo en que la sencillez y la simpleza serán la clave que se divisa. Caeiro es un viejo vate, un druida antiguo, un hermeneuta de lo sagrado, un sencillo hombre de campo. Como sabio vive emboscado y silvestre al margen de casi todo, sobre todo al margen de la pretensión de verdad entendida al modo en que la entiende el mundo moderno. En el estalla ese paganismo en lo concreto e inmediato, “la  clara sencillez/y salud de existir/de los árboles y plantas” que tanto movió el anhelo de Pessoa. “Quiero la realidad” nos dirá el poeta…. En todo caso Caeiro no contrapondrá realidad y verdad. La verdad que critica es la verdad entendida como concepto que nos tiene. El vate tiene a la vista las verdades del representar humano, la verdad entendida exclusivamente como predicación, como enunciado sobre la vida que, paradojicamente, olvida toda apertura a la vida. Caeiro prima el acaecer de la vida donándose. No hay relativismo alguno en Caeiro. Dando la voz a Antonio Mora[2] y reivindicando a Spinoza, Pessoa, vinculará la cuestión de la verdad con la perseverancia del ser en el propio ser. “Ser verdadero es existir”[3] nos dirá. El ser llegando a ser en su existir. No es casual que Mora reivindique a Spinoza ni que resuelva la cuestión del ser en la existencia. Mora será otro de los heterónimos de Pessoa y en su voz el poeta portugués abordará cierto desarrollo filosófico del paganismo de Caeiro. Su palabra no lo necesita pero acaso los hombres si.   

La finura espiritual de Caeiro y su colosal irrupción le convirtieron en el maestro de Pessoa y de sus otros heterónimos. El propio Pessoa así lo afirma. Un maestro que irrumpe desde la intimidad desnuda del poeta. Caeiro, un sabio antiguo que ve la luz arraigando en el vínculo entre poesía y profecía, entre poesía y vida real al fin desvelada. “Soy el descubridor de la Naturaleza./Soy el argonauta  de las sensaciones verdaderas. Traigo al universo un nuevo Universo/por que traigo al propio universo”.

A partir de tales veredas el poeta nos invitará a habitar una nostalgia de retorno a la naturaleza y la saudade que, imbuida de paganismo, radica en su palabra. El vate da testimonio de la atención a la vida natural en su diversidad y ritmos, del tomar distancia de todo pensamiento entendido como representación... De ahí su sencillez y la distancia que toma respeto de lo erudito y lo elaborado. Su poética es libre, ni mide ni rima ni busca el ornamento: “No me importan las rimas./ Raras veces hay dos árboles iguales…/ lo esencial es saber ver”. Caeiro descalificará con dureza a los poetas que transforman la prosodia en la aliteración y lo ornamental. En sus propias palabras “hay poetas que son artistas/y trabajan en sus versos/¡como un carpintero en la madera!... ¡Qué triste no saber florecer!/Tener que poner verso sobre verso , como quien construye un muro…”. Su poesía es tan sencilla y tan pura como la vida en el bosque y los campos. Atiende a la palabra viva que nos dice y no a las figuras que compone.

El poeta rescatará el pensar vinculándolo con la sensación. “Nuestra única riqueza es ver” llegará a decir. “Soy un guardador de rebaños/El rebaño es mis pensamientos/y mis pensamientos/son todo sensaciones/./Pienso con los ojos y con los oídos/y con las manos y los pies/y con la nariz y la boca”.  Caeiro atenderá a la visión o a un pensar entendido como visión y mirada; lo que le acercará a la noesis griega. En el paganismo de Pessoa no cabrá, por tanto, intelectualismo alguno, y la hermosura entendida como intensidad de ser que se vierte en los sentidos, será lo que inagure la vida. La condición de un advenimiento de tal intensidad vendrá dada por la apatheia del alma, por su disposición receptiva y por la incondicionalidad en esa disposición receptiva: vaciamiento, kenosis[4].

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La Naturaleza. La palabra de nadie.  El poeta utiliza el término Naturaleza generosamente. Acaso por eso mismo precisará el modo en que entiende la presencia de lo natural.  Consideremos que el término Naturaleza no deja de ser una abstracción que representa en la mente la vida pujante. Lo natural para Caeiro se destrenza en la diversidad de una vida sinfónica de múltiples ritmos y realidades. En esa vida sinfónica la multiplicidad será lo inmediato y lo que se nos haga evidente. De lo que se tratará será de atender sencillamente a esa multiplicidad que incesantemente se ofrece. Como ya he indicado esta disposición atenta y receptiva no exigirá elaboración intelectual o apelación a categoría general alguna. Ninguna representación o abstracción de la ratio cabe en la paganidad del vate aunque, como vemos, su manera de delimitar la cuestión es todo menos poco precisa. “Vi que no hay Naturaleza/que Naturaleza no existe/que hay montes, valles, llanuras,/…pero que no hay un todo a que eso pertenezca”. El poeta se decanta por la afirmacion de la gran diversidad de la vida guareciéndose de la tentación de indicar la perspectiva del Todo en tanto esfera en la que pudiera colapsar lo múltiple. Este modo de precisar su mirada será lo que permita a Caeiro retomar el término atendiendo a su potencia expresiva y a su comunicabilidad. La ductilidad de la poética permite tales paradojas.

La Naturaleza, constitutivamente plural y saturada de diferencias, será por tanto esa potencia exterior que irrumpe en el hombre a partir de su riqueza sinfónica; una Naturaleza que Pessoa vincula con lo divino. El poeta deberá quedar abierto a la presencia inapelable de lo natural, incondicionalmente y vaciado de sí, en perfecto silencio, atento a la exterioridad de lo natural, con total receptividad hacia lo que hay… En tal umbral de silencio irrumpirá esa palabra que nos dice. En la palabra inagural, no será Pessoa o Caeiro quien nos hable. Y así será por que el poeta transciende en la atención encendida la propia capacidad de representación y el propio imaginario. El poeta sale de sí, deja de lado el flujo del imaginario, las elaboraciones mentales y su mundo interior. Se adentra en su propio silencio y receptividad y deja ser a la vida que desvela lo Real. Para Pessoa, en el saberse vaciar  irrumpe una esfera que, colmándonos, resulta ajena a todo lo que pudiera resultar humano demasiado humano; ”…desenvolverme y ser yo/ no Alberto Caeiro/sino un animal humano que la Naturaleza produjo/ Y así escribo, queriendo sentir la Naturaleza, ni siquiera como un hombre/sino como quien siente la Naturaleza y nada más”. Hay que divisar fuera de sí a este hermeneuta antiguo en su entusiasmo, abierto a todo; entenderle como cielo, nube, río, estrella, árbol que acoge...

La sencillez divina de habitar la simple exterioridad será difícil de alcanzar; “me falta la sencillez divina de ser totalmente mi exterior” nos dirá. Por eso mismo esa sencillez se configura como telos o finalidad del hombre. Un telos del que el vate deja testimonio en esa palabra que nos dice y nos nombra. En tal umbral de sencillez, como apunta el poeta, quien contempla y lo contemplado son solo Naturaleza. Nada más. La naturaleza es lo que es, lo único que hay, quien siente y contempla, quien a sí mismo se siente y festeja. La palabra del poeta pertenecerá, por tanto, a la Naturaleza, y ésta habitará en su palabra. No es palabra de Pessoa ni de Caeiro. Es palabra común, palabra de nadie a todos dirigida, palabra que nos nombra y nos dice en nuestro vínculo con Lo Real. Nada siente, nada escucha sino la naturaleza que a sí mismo se atiende. Mi nombre es nadie podría decir Caeiro en su anhelo de apertura a la exterioridad de lo natural y en relación a su propia poética. Así le dijo a Ulises al cíclope Polifemo en lo profundo de su gruta en la misma génesis de la tradición poética occidental. Entre vates andamos. Conjurando un espíritu antiguo. “ No soy nada/Nunca seré nada/No puedo querer ser nada”[5] nos dirá otro heterónimo, Alvaro de Campos. ¿De qué misterio hablan?...

(3)

El ser, el mal, la paganidad. La palabra de nadie, la palabra de Caeiro… Hablamos de un poetizar inagural, originario, constituyente de un modo de habitar el mundo plenamente arraigado en lo natural y capaz de servirnos nuestro ser pleno. Esta poética que canta la vida nada tendrá que ver con el tedio y la volubilidad de los propios sentimientos.“Vi como un loco/Amé las cosas sin sentimentalidad alguna/Nunca tuve un deseo que no pudiera realizar por qué/nunca me cegué” nos dirá el poeta. No olvidemos que la esfera de lo sentimental puede obturar la atención pura a los sentidos. El hombre ve y escucha, es cuerpo animado y sintiente. En el mismo sentido nos dirá Antonio Mora otro de los heterónimos de Pessoa “Los dioses me concedan que, desnudo/de afectos, de la fría libertad/de las cumbres yo goce”[6].

 A partir de ahí la poética transmitirá este modo de plenitud abierto a la percepción. El ser del hombre se revelará en su más elevada octava. La apertura incondicional al ser de las cosas que son, a su simple y desnuda irrupción configura el gran testimonio de Caeiro. “Por qué todo es como es y así es como es/y lo acepto”, “las cosas, son aquello que son”. Por eso el poeta equipara lo verdadero a lo existente: el llegar a ser de lo que es, el acontecer incesante del ser en el existir…. Dando la voz a  su heterónimo Ricardo Reis nos dirá Pessoa: “Que me concedan no pedirles nada/pido a los dioses”[7]. Basta con el tremendo acontecer de lo que es. El propio Reis apostillará esta apertura al simple acontecer de las cosas.“Los dioses sólo socorren/con su ejemplo a aquéllos/que no más pretenden que ir/en el río de las cosas”.[8]

Observemos cómo el poeta resuelve la cuestión del dolor y del mal. “Acepto las dificultades de la vida porque son el destino/como acepto el frío excesivo en lo agudo del Invierno/apaciblemente, sin quejarme, como quien meramente acepta/y encuentra una alegría en el mero hecho de aceptar/en el hecho sublimemente científico y difícil de aceptar lo natural inevitable”. Nada se contrapone a la vida natural y al ser siendo. El ser todo lo abarca. No hay ningún mal en sí. Se trata de quedar abierto al acontecer de lo que llega a ser. Tal será nuestra tarea. Estamos ante un si potente a la vida capaz de asumirla plenamente tanto en su expansión como en su contracción. La sombra en la perspectiva del poeta solo podría aludir a la posible privación y alienación respecto del propio ser y al olvido de lo que somos y de nuestra tarea gozosa. La Grecia antigua resuena en la palabra de este hermeneuta del Misterio. Con todo, el poeta no se planteará la unidad del ser. Habrá quien piense que tal unidad será su correlato necesario, y tendrá razón, ahora bien la intuición poética de Caeiro es no velar la afirmación de la vida múltiple.

Plantear el mal como la privación del propio ser ni es ingenuo ni desconoce la devastación que el mal puede provocar. Pessoa atisba el mal en el olvido del ser y la desatención a la vida. El olvido del ser empujaría a un modo de habitar el mundo singular al tiempo que instaura una relación con la vida mediada e interferida por la actividad mental del hombre y por sus representaciones mentales, lo que nos remite a la gran cuestión filosófica del nihilismo inherente a la cultura contemporánea. En palabas del poeta “Tristes de las almas humanas que ponen todo en orden/que trazan líneas de cosa a cosa,/que ponen letreros con nombre en los árboles absolutamente reales”

Esta vida mediada por la representación encontrará su propia apoteosis en el atender a las cosas que son desde el cálculo y la razón utilitaria. ¿Por qué será éste el momento de apoteosis de la representación?. Por las posibilidades tecno-operatorias que sirve considerar lo real desde la precisión del cálculo. Si atendemos a las palabras de Caeiro los fastos de la técnica supondrán una auténtica inversión de lo que confiere plenitud al hombre desde el primado de una relación con lo real caracterizada por la violencia. En esta inversión emergería un modo enajenado y deformado de habitar el mundo. Consideremos que en la actividad desplegada por el representar humano lo real quedará desplazado desde los a prioris que presente tal actividad. En tal medida todo quedará cosificado desde el pensar del hombre y sus disposiciones internas. El resultado es que, si atendemos al hombre en el tiempo del nihilismo, todo quedará alterado y enajenado en su ser desde las propias praxis humanas. En su máxima intensidad tal proceso solo encontrará al hombre mirando su sombra al otro lado del espejo. Para Caeiro el paisaje de violencia y alteración de lo Real será un paisaje de devastación extrema. “Todo el mal viene de preocuparse los unos por los otros/ya para hacer el bien, ya para hacer el mal”   El vate asimilará esta praxis con la guerra. “La guerra como todo lo humano, quiere alterar/pero la guerra , antes que nada, quiere alterar y alterar mucho,/y alterar deprisa/ pero la guerra infringe muerte/ y la muerte es el desprecio del universo por nosotros/Teniendo como consecuencia la muerte, la guerra prueba/ que es falsa./Siendo falsa, prueba que es falso todo el querer alterar”. Toda la programática de deshacer lo real para rehacerlo a la medida del hombre queda cuestionado con dureza en este poema. El vate también nos advierte que lo Real, desde sus propias dinámicas, responde y que antes o después ese hombre mirando su sombra en el espejo se encuentra con un destino trágico. El precio de rehusar del propio ser…

En la crítica de Caeiro, ya lo he indicado, la diana será ese pathos ilustrado de transformación, administración y reordenación de la vida. Del mismo modo que la sencillez silvestre y antigua del poeta revelaría la plenitud de lo humano el apogeo ilustrado de la modernidad no sería sino la inversión de lo humano. Los tiempos modernos como cifra del mal, así lo ve Pessoa… Lo dicho delimita con claridad la reivindicación de la paganidad que aborda el portugués. Estamos ante un ejercicio de memoria en el que lo pagano opera como  una figura de liquidación de la mentalidad ilustrada. La paganidad en tanto vía abierta a la restauración de la vida

Pessoa, Caeiro, Mora, Campos, Reis -Pessoa y sus heterónimos- indagan en la mentalidad antigua y en la condición pagana con la finalidad de enhebrar y amparar las viejas veredas del espíritu. De ahí su énfasis en atender a lo natural y a lo real desde la multiplicidad que se ofrece. Su Dios sería, por tanto, un deus revelatus. Caeiro, efectivamente, nos habla de Dios, y lo hará a partir de una imagen de lo divino que se remite a esa pluralidad sinfónica de lo natural “Pero si Dios es las flores y los árboles/y los montes y el sol y la luna (entonces creo en él/entonces creo en el en cada instante/ y mi vida es toda una oración y una misa/y una comunión con los ojos y por los oídos.” El tiene a la vista un Dios que se vacía en su incesante manifestación. Pessoa no apela a abstracción de totalidad alguna desligada del mundo “Pero si Dios es los árboles y las flores/y los montes y la luna y el sol/¿para qué le llamo Dios”/Le llamo flores y árboles y montes y sol y luna”. Su paganismo lejos de ser algo imaginado o fantástico apela a la presencia de la Naturaleza en su inmediatez. Lo divino nada será al margen del darse encantante de la vida.

Ya he indicado cómo la representación que deja de lado la vida no será bienvenida. Tampoco el imaginario y las meras creencias son bienvenidas sin más; “creo en el mundo como en una margarita/ porque lo veo” nos aclara el poeta. Solo cabe la vida advertida y sentida, y la gran visión que es visión de lo Real: la noche, los días, los árboles mecidos por el viento, la montaña, el atardecer y el canto del poeta atendiendo a esa vida desgranada en lo múltiple. “Procuro decir lo que siento sin pensar en lo que siento”; “El mundo no se hizo para pensaren él/(pensar es estar enfermo de los ojos)/ sino para mirar hacia él y estar de acuerdo”. Lo decisivo será el acaecer inmediato de lo vivo y no creencia o elaboración imaginaria alguna. No nos equivoquemos. No hay en Pessoa hostilidad o rechazo del imaginario. De hecho, su elaboración poética de la figura del niño Jesús resulta sublime. El poeta se limita a entronizar la capacidad de visión del hombre y la atención a lo que hay como su figura más excelsa. El imaginario debe servir a la atención pura.

¿Su paganismo es coherente?. En el sentido de que todo paganismo mira a la naturaleza como su referencia inmediata, como símbolo vivo y como gran imagen del hombre si que lo es. Más allá de eso Pessoa, en su saudade de paganidad, aborda un ejercicio de memoria cuyo sentido es nutrir el aventurarse en el espíritu. Poco sentido tendría juzgarlo con el celo académico de un historiador de las religiones. Pessoa no investiga academicamente, golpea el terruño y la piedra para que de la memoria brote el agua. Hay que atender a su vibrar poético y a su condición de poeta. Ahí emerge su valor.

(4)

La cuestión del cuerpo. En la pura exterioridad natural que se anhela y en el saberse cesar ante su presencia la cuestión del cuerpo será decisiva. De esta manera para Pessoa el cuerpo tendrá completa preferencia frente a la actividad anímica y la esfera de lo mental. Los dioses -nos dirá- son divinos; encuentran su esencia en el cuerpo, en el cuerpo sintiente, vivo, pleno y en la perfecta atención a lo que es. “Hay en cada cosa aquello que es lo que le anima…/En el hombre es el alma que vive en él y es ya él/En los dioses tiene el mismo tamaño/y el mismo espacio que el cuerpo./Por eso se dice que los dioses nunca mueren./Por eso los dioses no tienen cuerpo y alma/sino solo cuerpo, y son perfectos./ El cuerpo es lo que les es alma/ y tiene la conciencia de su propia carne divina.” En el dios, por tanto, la actividad se ciñe al cuerpo sintiente; no podría considerarse ni ponderarse un mundo interior al margen del cuerpo sintiente. El dios es plenamente cuerpo y, por tanto, pura exterioridad.

Desde esta primacía del cuerpo vivo la enfermedad quedará entendida como el olvido del ser del hombre y del sentir del cuerpo en el apego a nuestra actividad mental y a nuestro mundo interior. La interioridad para Pessoa es el rumiar del hombre consigo mismo. Este rumiar, en realidad un flujo de representaciones, de sentimientos y de imaginario, será el comienzo de las errancias y los desvaríos de lo humano. En la inmersión en la interioridad el hombre se ve desdoblado, queda roto y separado de la vida potente que le muestra su cuerpo. De lo que se tratará será, por tanto, de recuperar esa atención pura a los sentidos. Por eso, la palabra del poeta no será sino lo Real revelándose al hombre en el templo de su cuerpo. Lo Real en el hombre y en el orden del ser. Es lo Real quien nos habla y convoca; las cosas que son y se suceden, diferencia y repetición, un eterno retorno de lo diverso. No hay dos árboles iguales ni dos miradas que sean la misma nos dirá el poeta… Y el hombre, ve, mira, contempla, canta en su palabra la vida, acoge lo real siendo cuerpo en la escucha desnuda de las cosas que son.  

El cuerpo animado será, por tanto, el sello de lo divino y la posibilidad de desvarío del hombre tendrá que ver con el olvido del cuerpo por parte del alma. Y así será porque somos básica y primariamente exterior. “Sí, antes de ser interior somos exterior/ Por eso somos exterior esencialmente” nos dirá el poeta; y, por eso, los dioses son dioses, por vivir en el exterior sin descanso y con placer, siendo cuerpo. Los dioses, pura exteriodad que habita la vida toda. En la voz del contemplativo pagano Ricardo Reis “Dejadme la realidad de este momento/y mis dioses serenos e inmediatos/que en lo vago no moran,/sino en ríos y campos”.[9]

 

En cambio, los hombres, por no ser pura exterioridad, caerán en las errancias del alma al desconectarse ésta del cuerpo… “Creo más en mi cuerpo que en mi alma” nos dirá el poeta. “Que perfecto que es en él lo que él es: su cuerpo”. Desde el cuerpo y en el cuerpo cabrá entender el ser pleno del hombre, su perfección y la esfera del espíritu. “Si desean que tenga misticismo, está bien, lo tengo/Soy místico pero solo con el cuerpo” nos dirá el poeta. Caeiro el vate, en su estela nos dirá Pessoa “Que los Dioses me concedan que, desnudo de afectos, tenga la fría libertad de las cimas sin nada. Quien quiere poco, tiene todo; quien quiere nada es libre; quien no tiene, y no desea, siendo hombre es igual a los Dioses"[10] nos dirá Ricardo Reis.



[1] Las citas pertenecen a la poética completa de Alberto Caeiro publicada por la editorial Visor con el título “Poemas de Alberto” Caeiro” editado por Visor. De no ser así se incluirá la referencia bibliográfica

[2] La perspectiva filosófica de Pessoa descansa en su heterónimo Antonio Mora. Sobre Pessoa y la Filosofia: Antonio de Pina Coelho. Fernando Pessoa: Textos Filosóficos. Atica. Lisboa 1968

[3] Fernando Pessoa. El regreso de los dioses. Ed. Seix Barral, pg 39-40

[4] Kenosis significa vaciamiento en griego clásico

[5] Fernando Pessos, trad. José Antonio Llardent, Madrid, Alianza Editorial, 1997, pg 324.

[6] Fernando Pessoa. 42 poemas, trad. Angel Crespo. Madrid, Mondadori, 1998, p.52.

[7] Fernando Pessoa. 42 poemas, trad. Angel Crespo. Madrid, Mondadori, 1998, p.55.

[8] Fernando Pessoa, trad. José Antonio Llardent. Madrid Alianza Editorial, p. 211.

[9] Fernando Pessoa, trad. José Antonio Llardent. Madrid. Alianza Editorial  pg, 209

[10] Fernando Pessoa. 42 poemas, trad. Angel Crespo, Madrid, Mondadori, 1998, p.52.

 

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