A algunos Caeiro les estremece en su contemplatio naturalis y en su Deus sive natura. Otros reconocen la vibración mistérica de su deus revelatus o la apatehia que implica su apertura incondicional a “lo que hay” y a “lo que es”. Los más distantes esgrimirán sus simpatías con el ocultismo pero lo cierto es que un poeta de la talla de Pessoa no es reducible a eso -Valle Inclán o Yeats también las tuvieron-. También habrá quien le reproche que se quede en la sacralidad de la naturaleza, materialista espiritual le han llamado algunos. Estos últimos olvidan que el tránsito por los caminos del espíritu es vibración y vida efectiva, y no algo que se aprende en un libreto para ser repetido. Y tanto será así que la poesía, en un mundo que se apaga, es uno de los refugios contemporáneos del vibrar del espíritu en estos tiempos crepusculares y confusos. Precisamente por eso ceñiré mi aproximación al paganismo de Pessoa atendiendo, básicamente, a la intuición poética de su heterónimo Alberto Caeiro[1].
(1)
Hay un cruce de
frontera en la vida de Fernando Pessoa al encuentro de Alberto Caeiro. Su irrupción
fue una auténtica explosión. Un éxtasis discreto que todo lo reconfigura y lo
hace cuajar. No debiera sorprendernos. Toda la inquietud poética y espiritual
de Pessoa encuentra ahí su horizonte propio. El 8 de Marzo de 1914, en un
estado de intenso entusiasmo poético, irrumpe en Pessoa “El Guardador de
rebaños”, el gran poema de Caeiro. Pessoa no puede parar de escribir. Con la
fluidez arrebatada de un torrente de montaña se suceden los poemas. En palabras
del propio Pessoa: “Escribí treinta y tantos poemas uno tras otro, en una
especie de éxtasis que no podría definir. Fue el día triunfal de mi vida y
nunca tendré otro igual”. Es un momento de apoteosis. Pessoa alcanza ser dicho
por la palabra inagural. Desde ese momento Caeiro será el horizonte existencial
y teórico de Pessoa, un horizonte mínimo y desnudo en que la sencillez y la
simpleza serán la clave que se divisa. Caeiro es un viejo vate, un druida
antiguo, un hermeneuta de lo sagrado, un sencillo hombre de campo. Como sabio vive
emboscado y silvestre al margen de casi todo, sobre todo al margen de la
pretensión de verdad entendida al modo en que la entiende el mundo moderno. En
el estalla ese paganismo en lo concreto e inmediato, “la clara sencillez/y salud de existir/de los
árboles y plantas” que tanto movió el anhelo de Pessoa. “Quiero la realidad”
nos dirá el poeta…. En todo caso Caeiro no contrapondrá realidad y verdad. La
verdad que critica es la verdad entendida como concepto que nos tiene. El
vate tiene a la vista las verdades del representar humano, la verdad entendida exclusivamente
como predicación, como enunciado sobre la vida que, paradojicamente, olvida toda
apertura a la vida. Caeiro prima el acaecer de la vida donándose. No hay
relativismo alguno en Caeiro. Dando la voz a Antonio Mora[2] y
reivindicando a Spinoza, Pessoa, vinculará la cuestión de la verdad con la
perseverancia del ser en el propio ser. “Ser verdadero es existir”[3] nos dirá. El ser llegando
a ser en su existir. No es casual que Mora reivindique a Spinoza ni que
resuelva la cuestión del ser en la existencia. Mora será otro de los
heterónimos de Pessoa y en su voz el poeta portugués abordará cierto desarrollo
filosófico del paganismo de Caeiro. Su palabra no lo necesita pero acaso los
hombres si.
La finura espiritual
de Caeiro y su colosal irrupción le convirtieron en el maestro de Pessoa y de
sus otros heterónimos. El propio Pessoa así lo afirma. Un maestro que irrumpe
desde la intimidad desnuda del poeta. Caeiro, un sabio antiguo que ve la luz
arraigando en el vínculo entre poesía y profecía, entre poesía y vida real al
fin desvelada. “Soy el descubridor de la Naturaleza./Soy el argonauta de las sensaciones verdaderas. Traigo al
universo un nuevo Universo/por que traigo al propio universo”.
A partir de tales
veredas el poeta nos invitará a habitar una nostalgia de retorno a la
naturaleza y la saudade que, imbuida de paganismo, radica en su palabra.
El vate da testimonio de la atención a la vida natural en su diversidad y
ritmos, del tomar distancia de todo pensamiento entendido como representación...
De ahí su sencillez y la distancia que toma respeto de lo erudito y lo
elaborado. Su poética es libre, ni mide ni rima ni busca el ornamento: “No me
importan las rimas./ Raras veces hay dos árboles iguales…/ lo esencial es saber
ver”. Caeiro descalificará con dureza a los poetas que transforman la prosodia
en la aliteración y lo ornamental. En sus propias palabras “hay poetas que son
artistas/y trabajan en sus versos/¡como un carpintero en la madera!... ¡Qué
triste no saber florecer!/Tener que poner verso sobre verso , como quien
construye un muro…”. Su poesía es tan sencilla y tan pura como la vida en el
bosque y los campos. Atiende a la palabra viva que nos dice y no a las figuras
que compone.
El poeta rescatará el
pensar vinculándolo con la sensación. “Nuestra única riqueza es ver” llegará a
decir. “Soy un guardador de rebaños/El rebaño es mis pensamientos/y mis
pensamientos/son todo sensaciones/./Pienso con los ojos y con los oídos/y con
las manos y los pies/y con la nariz y la boca”.
Caeiro atenderá a la visión o a un pensar entendido como visión y mirada;
lo que le acercará a la noesis griega. En el paganismo de Pessoa no
cabrá, por tanto, intelectualismo alguno, y la hermosura entendida como
intensidad de ser que se vierte en los sentidos, será lo que inagure la vida.
La condición de un advenimiento de tal intensidad vendrá dada por la apatheia
del alma, por su disposición receptiva y por la incondicionalidad en esa
disposición receptiva: vaciamiento, kenosis[4].
(2)
La
Naturaleza. La palabra de nadie. El poeta utiliza el término Naturaleza
generosamente. Acaso por eso mismo precisará el modo en que entiende la presencia
de lo natural. Consideremos que el
término Naturaleza no deja de ser una abstracción que representa en la mente la
vida pujante. Lo natural para Caeiro se destrenza en la diversidad de una vida sinfónica
de múltiples ritmos y realidades. En esa vida sinfónica la multiplicidad será
lo inmediato y lo que se nos haga evidente. De lo que se tratará será de
atender sencillamente a esa multiplicidad que incesantemente se ofrece. Como ya
he indicado esta disposición atenta y receptiva no exigirá elaboración
intelectual o apelación a categoría general alguna. Ninguna representación o
abstracción de la ratio cabe en la paganidad del vate aunque, como
vemos, su manera de delimitar la cuestión es todo menos poco precisa. “Vi que
no hay Naturaleza/que Naturaleza no existe/que hay montes, valles,
llanuras,/…pero que no hay un todo a que eso pertenezca”. El poeta se decanta
por la afirmacion de la gran diversidad de la vida guareciéndose de la
tentación de indicar la perspectiva del Todo en tanto esfera en
la que pudiera colapsar lo múltiple. Este modo de precisar su mirada será lo que permita a Caeiro retomar el
término atendiendo a su potencia expresiva y a su comunicabilidad. La
ductilidad de la poética permite tales paradojas.
La Naturaleza, constitutivamente plural y saturada de
diferencias, será por tanto esa potencia exterior que irrumpe en el hombre a
partir de su riqueza sinfónica; una Naturaleza que Pessoa vincula con lo
divino. El poeta deberá quedar abierto a la presencia inapelable de lo natural,
incondicionalmente y vaciado de sí, en perfecto silencio, atento a la
exterioridad de lo natural, con total receptividad hacia lo que hay… En
tal umbral de silencio irrumpirá esa palabra que nos dice. En la palabra
inagural, no será Pessoa o Caeiro quien nos hable. Y así será por que el poeta
transciende en la atención encendida la propia capacidad de representación y el
propio imaginario. El poeta sale de sí, deja de lado el flujo del imaginario, las
elaboraciones mentales y su mundo interior. Se adentra en su propio silencio y
receptividad y deja ser a la vida que desvela lo Real. Para Pessoa, en el
saberse vaciar irrumpe una esfera que,
colmándonos, resulta ajena a todo lo que pudiera resultar humano demasiado
humano; ”…desenvolverme y ser yo/ no Alberto Caeiro/sino un animal humano que
la Naturaleza produjo/ Y así escribo, queriendo sentir la Naturaleza, ni
siquiera como un hombre/sino como quien siente la Naturaleza y nada más”. Hay
que divisar fuera de sí a este hermeneuta antiguo en su entusiasmo, abierto a
todo; entenderle como cielo, nube, río, estrella, árbol que acoge...
La sencillez divina de habitar la simple exterioridad
será difícil de alcanzar; “me falta la sencillez divina de ser totalmente mi
exterior” nos dirá. Por eso mismo esa sencillez se configura como telos
o finalidad del hombre. Un telos del que el vate deja testimonio en esa
palabra que nos dice y nos nombra. En tal umbral de sencillez, como apunta el poeta,
quien contempla y lo contemplado son solo Naturaleza. Nada más. La naturaleza
es lo que es, lo único que hay, quien siente y contempla, quien a sí mismo se
siente y festeja. La palabra del poeta pertenecerá, por tanto, a la Naturaleza,
y ésta habitará en su palabra. No es palabra de Pessoa ni de Caeiro. Es palabra
común, palabra de nadie a todos dirigida, palabra que nos nombra y nos dice en
nuestro vínculo con Lo Real. Nada siente, nada escucha sino la naturaleza que a
sí mismo se atiende. Mi nombre es nadie podría decir Caeiro en su anhelo de
apertura a la exterioridad de lo natural y en relación a su propia poética. Así
le dijo a Ulises al cíclope Polifemo en lo profundo de su gruta en la misma
génesis de la tradición poética occidental. Entre vates andamos. Conjurando un
espíritu antiguo. “ No soy
nada/Nunca seré nada/No puedo querer ser nada”[5]
nos dirá otro heterónimo, Alvaro de Campos. ¿De qué misterio hablan?...
(3)
El ser, el mal, la paganidad. La
palabra de nadie, la palabra de Caeiro… Hablamos de un poetizar inagural,
originario, constituyente de un modo de habitar el mundo plenamente arraigado
en lo natural y capaz de servirnos nuestro ser pleno. Esta poética que canta la
vida nada tendrá que ver con el tedio y la volubilidad de los propios
sentimientos.“Vi como un loco/Amé las cosas sin sentimentalidad alguna/Nunca
tuve un deseo que no pudiera realizar por qué/nunca me cegué” nos dirá el
poeta. No olvidemos que la esfera de lo sentimental puede obturar la atención
pura a los sentidos. El hombre ve y escucha, es cuerpo animado y sintiente. En
el mismo sentido nos dirá Antonio Mora otro de los heterónimos de Pessoa “Los dioses me concedan que, desnudo/de
afectos, de la fría libertad/de las cumbres yo goce”[6].
A partir de ahí
la poética transmitirá este modo de plenitud abierto a la percepción. El ser
del hombre se revelará en su más elevada octava. La apertura incondicional al
ser de las cosas que son, a su simple y desnuda irrupción configura el gran
testimonio de Caeiro. “Por qué todo es como es y así es como es/y lo acepto”,
“las cosas, son aquello que son”. Por eso el poeta equipara lo verdadero a lo
existente: el llegar a ser de lo que es, el acontecer incesante del ser en el
existir…. Dando la voz a su heterónimo Ricardo
Reis nos dirá Pessoa: “Que me
concedan no pedirles nada/pido a los dioses”[7]. Basta
con el tremendo acontecer de lo que es. El propio Reis apostillará esta
apertura al simple acontecer de las cosas.“Los dioses sólo socorren/con
su ejemplo a aquéllos/que no más pretenden que ir/en el río de
las cosas”.[8]
Observemos cómo el poeta resuelve la cuestión del
dolor y del mal. “Acepto las dificultades de la vida porque son el destino/como
acepto el frío excesivo en lo agudo del Invierno/apaciblemente, sin quejarme,
como quien meramente acepta/y encuentra una alegría en el mero hecho de
aceptar/en el hecho sublimemente científico y difícil de aceptar lo natural
inevitable”. Nada se contrapone a la vida natural y al ser siendo. El ser todo
lo abarca. No hay ningún mal en sí. Se trata de quedar abierto al acontecer de
lo que llega a ser. Tal será nuestra tarea. Estamos ante un si potente a la
vida capaz de asumirla plenamente tanto en su expansión como en su contracción.
La sombra en la perspectiva del poeta solo podría aludir a la posible privación
y alienación respecto del propio ser y al olvido de lo que somos y de nuestra tarea
gozosa. La Grecia antigua resuena en la palabra de este hermeneuta del Misterio.
Con todo, el poeta no se planteará la unidad del ser. Habrá quien piense que
tal unidad será su correlato necesario, y tendrá razón, ahora bien la intuición
poética de Caeiro es no velar la afirmación de la vida múltiple.
Plantear el mal como la privación del propio ser ni es
ingenuo ni desconoce la devastación que el mal puede provocar. Pessoa atisba el
mal en el olvido del ser y la desatención a la vida. El olvido del ser empujaría
a un modo de habitar el mundo singular al tiempo que instaura una relación con
la vida mediada e interferida por la actividad mental del hombre y por sus
representaciones mentales, lo que nos remite a la gran cuestión filosófica del
nihilismo inherente a la cultura contemporánea. En palabas del poeta “Tristes
de las almas humanas que ponen todo en orden/que trazan líneas de cosa a
cosa,/que ponen letreros con nombre en los árboles absolutamente reales”
Esta vida mediada por la representación encontrará su
propia apoteosis en el atender a las cosas que son desde el cálculo y la razón
utilitaria. ¿Por qué será éste el momento de apoteosis de la representación?.
Por las posibilidades tecno-operatorias que sirve considerar lo real desde la
precisión del cálculo. Si atendemos a las palabras de Caeiro los fastos de la
técnica supondrán una auténtica inversión de lo que confiere plenitud al hombre
desde el primado de una relación con lo real caracterizada por la violencia. En
esta inversión emergería un modo enajenado y deformado de habitar el mundo.
Consideremos que en la actividad desplegada por el representar humano lo real
quedará desplazado desde los a prioris que presente tal actividad. En tal
medida todo quedará cosificado desde el pensar del hombre y sus disposiciones
internas. El resultado es que, si atendemos al hombre en el tiempo del
nihilismo, todo quedará alterado y enajenado en su ser desde las propias praxis
humanas. En su máxima intensidad tal proceso solo encontrará al hombre mirando
su sombra al otro lado del espejo. Para Caeiro el paisaje de violencia y
alteración de lo Real será un paisaje de devastación extrema. “Todo el mal
viene de preocuparse los unos por los otros/ya para hacer el bien, ya para
hacer el mal” El vate asimilará esta
praxis con la guerra. “La guerra como todo lo humano, quiere alterar/pero la
guerra , antes que nada, quiere alterar y alterar mucho,/y alterar deprisa/
pero la guerra infringe muerte/ y la muerte es el desprecio del universo por
nosotros/Teniendo como consecuencia la muerte, la guerra prueba/ que es
falsa./Siendo falsa, prueba que es falso todo el querer alterar”. Toda la
programática de deshacer lo real para rehacerlo a la medida del hombre queda
cuestionado con dureza en este poema. El vate también nos advierte que lo Real,
desde sus propias dinámicas, responde y que antes o después ese hombre mirando
su sombra en el espejo se encuentra con un destino trágico. El precio de
rehusar del propio ser…
En la crítica de Caeiro, ya lo he indicado, la diana
será ese pathos ilustrado de transformación, administración y
reordenación de la vida. Del mismo modo que la sencillez silvestre y antigua del
poeta revelaría la plenitud de lo humano el apogeo ilustrado de la modernidad
no sería sino la inversión de lo humano. Los tiempos modernos como cifra del
mal, así lo ve Pessoa… Lo dicho delimita con claridad la reivindicación de la
paganidad que aborda el portugués. Estamos ante un ejercicio de memoria en el
que lo pagano opera como una figura de liquidación de la mentalidad
ilustrada. La paganidad en tanto vía abierta a la restauración de la vida
Pessoa, Caeiro, Mora, Campos, Reis -Pessoa y sus heterónimos- indagan en la mentalidad antigua y en la
condición pagana con la finalidad de enhebrar y amparar las viejas veredas del
espíritu. De ahí su énfasis en atender a lo natural y a lo real desde la
multiplicidad que se ofrece. Su Dios sería, por tanto, un deus revelatus. Caeiro,
efectivamente, nos habla de Dios, y lo hará a partir de una imagen de lo divino
que se remite a esa pluralidad sinfónica de lo natural “Pero si Dios es las
flores y los árboles/y los montes y el sol y la luna (entonces creo en
él/entonces creo en el en cada instante/ y mi vida es toda una oración y una
misa/y una comunión con los ojos y por los oídos.” El tiene a la vista un Dios
que se vacía en su incesante manifestación. Pessoa no apela a abstracción de
totalidad alguna desligada del mundo “Pero si Dios es los árboles y las
flores/y los montes y la luna y el sol/¿para qué le llamo Dios”/Le llamo flores
y árboles y montes y sol y luna”. Su paganismo lejos de ser algo imaginado o
fantástico apela a la presencia de la Naturaleza en su inmediatez. Lo divino
nada será al margen del darse encantante de la vida.
Ya he indicado cómo la
representación que deja de lado la vida no será bienvenida. Tampoco el
imaginario y las meras creencias son bienvenidas sin más; “creo en el mundo
como en una margarita/ porque lo veo” nos aclara el poeta. Solo cabe la vida
advertida y sentida, y la gran visión que es visión de lo Real: la noche, los
días, los árboles mecidos por el viento, la montaña, el atardecer y el canto
del poeta atendiendo a esa vida desgranada en lo múltiple. “Procuro decir lo
que siento sin pensar en lo que siento”; “El mundo no se hizo para pensaren
él/(pensar es estar enfermo de los ojos)/ sino para mirar hacia él y estar de
acuerdo”. Lo decisivo será el acaecer inmediato de lo vivo y no creencia o
elaboración imaginaria alguna. No nos equivoquemos. No hay en Pessoa hostilidad
o rechazo del imaginario. De hecho, su elaboración poética de la figura del
niño Jesús resulta sublime. El poeta se limita a entronizar la capacidad de
visión del hombre y la atención a lo que hay como su figura más excelsa.
El imaginario debe servir a la atención pura.
¿Su paganismo es coherente?. En el sentido de que todo
paganismo mira a la naturaleza como su referencia inmediata, como símbolo vivo
y como gran imagen del hombre si que lo es. Más allá de eso Pessoa, en su saudade
de paganidad, aborda un ejercicio de memoria cuyo sentido es nutrir el aventurarse
en el espíritu. Poco sentido tendría juzgarlo con el celo académico de un
historiador de las religiones. Pessoa no investiga academicamente, golpea el
terruño y la piedra para que de la memoria brote el agua. Hay que atender a su
vibrar poético y a su condición de poeta. Ahí emerge su valor.
(4)
La cuestión del cuerpo. En
la pura exterioridad natural que se anhela y en el saberse cesar ante su
presencia la cuestión del cuerpo será decisiva. De esta manera para Pessoa el
cuerpo tendrá completa preferencia frente a la actividad anímica y la esfera de
lo mental. Los dioses -nos dirá- son divinos; encuentran su esencia en el
cuerpo, en el cuerpo sintiente, vivo, pleno y en la perfecta atención a lo que
es. “Hay en cada cosa aquello que es lo que le anima…/En el hombre es el alma
que vive en él y es ya él/En los dioses tiene el mismo tamaño/y el mismo
espacio que el cuerpo./Por eso se dice que los dioses nunca mueren./Por eso los
dioses no tienen cuerpo y alma/sino solo cuerpo, y son perfectos./ El cuerpo es
lo que les es alma/ y tiene la conciencia de su propia carne divina.” En el
dios, por tanto, la actividad se ciñe al cuerpo sintiente; no podría considerarse
ni ponderarse un mundo interior al margen del cuerpo sintiente. El dios es plenamente
cuerpo y, por tanto, pura exterioridad.
Desde esta primacía del cuerpo vivo la enfermedad quedará
entendida como el olvido del ser del hombre y del sentir del cuerpo en el apego
a nuestra actividad mental y a nuestro mundo interior. La interioridad para
Pessoa es el rumiar del hombre consigo mismo. Este rumiar, en realidad un flujo
de representaciones, de sentimientos y de imaginario, será el comienzo de las
errancias y los desvaríos de lo humano. En la inmersión en la interioridad el
hombre se ve desdoblado, queda roto y separado de la vida potente que le
muestra su cuerpo. De lo que se tratará será, por tanto, de recuperar esa atención
pura a los sentidos. Por eso, la palabra del poeta no será sino lo Real
revelándose al hombre en el templo de su cuerpo. Lo Real en el hombre y en el
orden del ser. Es lo Real quien nos habla y convoca; las cosas que son y se
suceden, diferencia y repetición, un eterno retorno de lo diverso. No hay dos
árboles iguales ni dos miradas que sean la misma nos dirá el poeta… Y el
hombre, ve, mira, contempla, canta en su palabra la vida, acoge lo real siendo
cuerpo en la escucha desnuda de las cosas que son.
El cuerpo animado será, por tanto, el sello de lo
divino y la posibilidad de desvarío del hombre tendrá que ver con el olvido del
cuerpo por parte del alma. Y así será porque somos básica y primariamente
exterior. “Sí, antes de ser interior somos exterior/ Por eso somos exterior
esencialmente” nos dirá el poeta; y, por eso, los dioses son dioses, por vivir
en el exterior sin descanso y con placer, siendo cuerpo. Los dioses, pura
exteriodad que habita la vida toda. En la voz del contemplativo pagano Ricardo
Reis “Dejadme la realidad de este
momento/y mis dioses serenos e inmediatos/que en lo vago no moran,/sino
en ríos y campos”.[9]
En cambio, los hombres, por no ser pura exterioridad,
caerán en las errancias del alma al desconectarse ésta del cuerpo… “Creo más en
mi cuerpo que en mi alma” nos dirá el poeta. “Que perfecto que es en él lo que
él es: su cuerpo”. Desde el cuerpo y en el cuerpo cabrá entender el ser pleno
del hombre, su perfección y la esfera del espíritu. “Si desean que tenga
misticismo, está bien, lo tengo/Soy místico pero solo con el cuerpo” nos dirá
el poeta. Caeiro el vate, en su estela nos dirá Pessoa “Que los Dioses me concedan que, desnudo de afectos,
tenga la fría libertad de las cimas sin nada. Quien quiere poco, tiene todo;
quien quiere nada es libre; quien no tiene, y no desea, siendo hombre es igual
a los Dioses"[10]
nos dirá Ricardo Reis.
[1] Las
citas pertenecen a la poética completa de Alberto Caeiro publicada por la
editorial Visor con el título “Poemas de Alberto” Caeiro” editado por Visor. De
no ser así se incluirá la referencia bibliográfica
[2] La
perspectiva filosófica de Pessoa descansa en su heterónimo Antonio Mora. Sobre
Pessoa y la Filosofia: Antonio de Pina Coelho. Fernando Pessoa: Textos
Filosóficos. Atica. Lisboa 1968
[3] Fernando
Pessoa. El regreso de los dioses. Ed. Seix Barral, pg 39-40
[4] Kenosis
significa vaciamiento en griego clásico
[5] Fernando Pessos, trad. José Antonio Llardent, Madrid, Alianza
Editorial, 1997, pg 324.
[6] Fernando Pessoa. 42 poemas, trad. Angel Crespo. Madrid,
Mondadori, 1998, p.52.
[7] Fernando Pessoa. 42 poemas, trad. Angel Crespo. Madrid,
Mondadori, 1998, p.55.
[8] Fernando Pessoa, trad. José Antonio Llardent. Madrid
Alianza Editorial, p. 211.
[9] Fernando Pessoa, trad. José Antonio Llardent. Madrid.
Alianza Editorial pg, 209
[10] Fernando Pessoa. 42 poemas, trad. Angel Crespo, Madrid, Mondadori,
1998, p.52.
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