En estas primeras
mañanas de Julio acabo de ver, como de costumbre, el encierro. Hace años corrí
en San Fermín -también en otros encierros- y sé lo que es ver un toro de cerca.
Minotauro, un castillo vigoroso que impone, una mirada impersonal que sabe matar,
una presencia de apabullante belleza derramándose... El corredor sabe de su
propia muerte... El ritual la deja un hueco, una oquedad por la que se cuelan
Misterio y Vacío... No estamos ante una ficción ni ante una representación
escénica. Todo queda abierto. La muerte asoma.
El toro, esa irrupción
de la muerte como compañera... La muerte; la muerte que menos temida da más
vida... Eso nos decían los abuelos en un viejo dicho medieval que se perdió.
Eran otros tiempos, tiempos de cercanía con la Tierra, con la Physis(1); tiempos que sabían que la Tierra es bella no por ser
jardín sino por ser selva; selva, orden, llamada a Ser, medida y Unidad... Coincidentia
oppositorum...Por aquel entonces hombre y tierra eran nitidamente Uno y las
costumbres de los hombres desgranaban esa cercanía. Los viejos tiempos paganos,
los tiempos de los hombres de la Physis,
laten en el encierro; viejos modos de ser hombre, modos intempestivos, modos
que no son amables, modos que desgranan un calado insondable y un corazón
encendido.
Los tiempos han
cambiado. El toro deja de ser un totem -o un dios o un daymon- y
pasa a ser humanizado. Esa humanización nos acerca a su dolor en la lidia y los
encierros pero también introduce al toro en la producción industrial de carne
entregándolo al mayor de los horrores imaginables: el de los mataderos y la
vida estabulada. Sinceramente, no creo que el toro salga ganando con esa
humanización. Tampoco sale ganando el imaginario del hombre en la ceguera
devenida al valor de esos viejos tiempos de intimidad con Physis y Tierra. Esos tiempos en que nuestros antepasados chapoteaban en los pastizales bajo el sol, el viento, y la lluvia sabiendo de
las cautelas y del saber hacer que todo entusiasmo exige. Lidiando con la
selva, siendo la selva misma... Paraíso recio de belleza primigenia, cópula y
cruce de finitud y eternidad... No idealizo esos tiempos recios y bellos. Me
limito a constatar su valor y el calado de su mundo y mirada.
Estamos muy lejos de
esos tiempos de comunión entre hombre y naturaleza. De la lidia del toro bravo
solo se entiende el dolor del toro y abrirse a ese dolor es algo noble. Con
todo, la pérdida del tránsito acaecido es tremenda en el orden del imaginario.
Los toros, un ritual pagano e intempestivo que, insólitamente, pugna por
sobrevivir en tiempos hipermodernos... De un lado, ese apertura y reconocimiento al dolor del toro. Del otro, la compleja elaboración ritual, estética y axiológica que rodea los festejos taurinos como ritos de probatura de valor que despliegan una intensa complejidad simbólica en tanto expresión de lo humano. La disyuntiva no es sencilla ni se sale de ella demonizando la posición contraria. Todo depende del imaginario donde uno quede ubicado. Tómese nota de que todos los imaginarios no tienen el mismo valor. No abren las mismas puertas.
(1) Physis: En griego clásico naturaleza, aunque entendida desde su potencia de regeneración que permanentemente queda abierta a su renovación incesante
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