Si bien las
referencias a los vehículos visionarios abundan a lo largo y ancho de su obra
será en dos de sus libros, Acercamientos y Visita a Godenhölm, en los que
aborde de manera central tales asuntos. En ambos una perspectiva que supera
todo corsé psicologicista da cuenta del calado de lo que este autor alemán
entiende como acercamientos. Lejos de toda tentación sistemática, deseosa de
castrar la experiencia en la escasísima extensión de la razón predicativa y el
juicio lógico, Jünger "nos invita a reconocer en nosotros y alrededor de
nosotros la parte imperecedera y gloriosa, la parte de eternidad que nos salva
de la confusión morosa y el olvido"[1]. Sus experiencias con las sustancias visionarias, lejos de
enmohecer en formas de vanidad o frivolidad, encuentran un perfecto encaje en
la urdimbre de su pensamiento y de su vida. De alguna manera, al igual que las
trincheras o el exilio interior, representan para él un desafío, una
interpelación de la propia vida, un límite, quizá una frontera velada a nuestra
identidad. Tal cita con el Misterio, desde el desgarro que éste conjura, verá
emerger mundos interiores de muy diversa cualidad. Así son para Jünger las
sustancias visionarias, "como una posada española, cada cual encuentra
aquello que lleva dentro"[2].
Las trincheras de la
guerra, las sustancias visionarias, el exilio interior... ¿Qué une, vincula y
da cuenta de planos tan diversos? Ernst Jünger en su ensayo La Emboscadura, uno
de sus libros de referencia, nos habla del discurrir de la vida moderna como de
una nave que atravesara el espacio a gran velocidad. Tal trepidación, como si
de un fenómeno de abducción se tratara, velará y desplazará indefinidamente
nuestro encuentro con la vida. En la imagen del bosque nuestro autor encontrará
el contrapunto capaz de detener el tiempo y hacer emerger la vida y el Misterio
que la envuelve. Precisamente aquello que todo el frenesí de la nave viene a
desplazar. Bosques, trincheras, soledades, trances visionarios… qué nos ofrecen
sino situaciones que acercan al límite y al Misterio, a ese envés que nos
troquela. Acaso en tales límites permitamos a la vida emerger. Aunque más bien
sea ésta la que irrumpa en nuestra conciencia. A veces de manera violenta...
Allí no caben subterfugios ni aplazamientos. Aquello que cubre y vela todo ese
frenesí de la existencia, nuestros anhelos más verdaderos, aquello que no
deseamos ni ver ni reconocer, el Misterio de nuestra vida y de la vida misma al
encuentro con nuestra finitud y fragilidad… Todo esto, toda la verdad de la
vida, emerge para interpelarnos en ese nuestro acercamiento. Tales
aproximaciones a nosotros mismos desvelan un perfil del mundo muy diferente del
habitual. El cambio no siempre es agraciado en la irrupción de todo lo que
desplazamos de nuestra conciencia. El tiempo pareciera perder consistencia en
esa instalación en el misterio. La línea del tiempo constata que no es tal
línea sino que bucles y entrecruzamientos abundan en ella hasta el punto de
llegar a plantearnos si hubo alguna vez tal línea. ¿Bucles, entrecruzamientos,
sincronicidades?... La vida y sus eventos quedan iluminados por nuevos perfiles
en esta irrupción de profundidades diversas, de sincronías desconocidas. El
pasado puede verse alterado en sus significaciones, hasta el punto de hacerse
irreconocible para la conciencia ordinaria, y el futuro, lo previsto,
desaparecer de un plumazo. El presente se perfila como un centro axial, capaz
de modelar y convocar todo tiempo en su derredor, ejerciendo sobre él una nueva
mirada que reelabora prodigiosamente su textura. En ese sentido el tiempo y su
frenético progreso parecieran descansar en su reposo. "Pasado y futuro se
concentran así... en la prodigiosa tensión del instante"[3]. Y es que, "algo sufre un cambio en la estructura del
mundo cuando se produce el acercamiento. Las cosas se ensamblan diversamente
porque el tiempo se transforma. Sobreviene un poder extraño en el tiempo
mensurable, en la vida cotidiana"[4]. En la hora del misterio cae toda máscara, incluso aquellas
de las que no teníamos conciencia. Esto puede llegar a causar serios
problemas...
El propio Jünger nos
advierte: "Aquí pude experimentar, por primera vez, cómo el ser humano se
carea con su karma; esta confrontación linda con la del tribunal de los muertos"[5]. Así, puede ser que, tras el dintel de esa posada española,
no nos encontremos más que un espejo donde mirarnos. Acaso sea el escenario más
idóneo para ver emerger todo el entramado de nuestros hábitos, afecciones y
condicionamientos psicobiográficos. Es decir, todo ese agregado al que pensamos
como nuestra identidad y que, a la postre, no será sino una adherencia
inconsciente que cosifica lo real desde diversas categorías dualistas y pares
de opuestos, surgidos precisamente a partir de las fobias y querencias propias
de la textura de nuestro eros. Ni que decir tiene que divisar tales asuntos
ofrecerá un momento privilegiado para el modo de introspección que le es propio.
Más allá de todo
esto, más al fondo, dejado atrás el dintel, la posada española podrá depararnos
sorpresas. Penetrar tales salas exigirá de cierta ductibilidad acuática y
mercurial en el ánimo, de cierta ligereza y distancia ante el emerger del
espejo de nuestro estado. Asunto importante será no proyectar nuestros
fantasmas en aquel que tengamos más a mano. El alma deberá saber fluir sin
apegarse ni detenerse excesivamente, más tampoco sin rechazar obstáculo alguno,
navegando entre todo ese emerger de nuestra cartografía psíquica. De la misma
manera como el agua fluye en los ríos, arroyos y torrenteras, haciéndose a
todo, atravesándolo todo. Así, como fruta madura de tales lides, la experiencia
del visionario podrá mostrar desde el corazón más oculto de nuestro interior el
acercamiento del intelecto y la percepción de la Unidad de todo lo real. Unidad
que no cabrá entificar, ni expresar, ni apresar, ni categorizar en modo alguno,
aunque si percibir y sentir como aroma, como intuición, como potencia que en
todo se actualiza, como Unidad en el espíritu, sin posibilidad de contrario o
réplica, presente en todas y cada una de las cosas, mas como tal inexistente y
en permanente estado de apertura. Unidad que nunca quedará cerrada o completa
sino que expresará un Misterio inagotable y desbordantemente creativo. Unidad
que encontrará su cifra privilegiada en la percepción e irrupción de esa belleza,
majestuosa y orgánica, capaz de acoger y recoger todo lo real. La belleza, una
belleza ubicua y transversal que rebasará todo esteticismo en la intensidad
perceptiva de una vitalidad omniabarcante, integrada y ubicua.
Desde la conciliación
y el acuerdo que sirve la belleza, en tanto escenario que muestra el Misterio,
Jünger nos dirá: "En tales momentos percibimos algo nuevo que nos
sorprende y extraña, pero que al mismo tiempo reconocemos con absoluta nitidez,
como si siempre lo hubiéramos sabido"[6]. Mnemosyne, Diosa de la memoria, asoma así su rostro. La
memoria de sí, de nuestra más profunda naturaleza, corresponderá con nitidez
con la irrupción de tal plano unitario. Mnemosyne, pareja de Zeus y madre de
las musas, reveladoras del recuerdo, transmisoras de la palabra divina,
patronas de la ateniense Academia Platónica. Ante la recuperación de la propia
memoria, ante la anamnesis, estaremos ante uno de los más importantes ejes en
torno al cual han girado las diversas tradiciones iniciáticas occidentales.
En palabras de Enrique Ocaña:
"Jünger alude a un conocimiento desacostumbrado, que irrumpe a la
conciencia en una suerte de epifanía o revelación facilitada tanto por ciertas
drogas como por diversas prácticas ascéticas"[7]. La experiencia con visionarios conjura algo que se presenta sin
solicitar pareceres. Sobreviene una nueva manera de mirar de la que brotan
formas y perfiles más nítidos. Cambia el observador y con éste la textura y la
cualidad del mundo. En tales instantes privilegiados pareciera que una membrana
de luz contuviera en su derredor todo espacio y lugar, e incluso toda oposición
de contrarios. La fractura de ese tiempo humano y febril hará emerger una
belleza ubicua sin contrario alguno. Presencia que siempre estuvo ahí y que
ahora percibimos. La belleza no será pues sino el correlato de la propia salud
capaz de dejar entrever la trama unitaria del mundo y la religación de los
opuestos. Dicha belleza no será pues una mera sensación subjetiva. Al
contrario, sellará una perspectiva ontológica donde la plenitud del ser de
nuestro interior se hará una con la plenitud de lo exterior. El movimiento de
la nave nos hacía autistas respecto a ella. Así este advenimiento nos mostrará
los perfiles más nítidos y las formas más perfectas. Un entramado, un plano de
luz pareciera acogerlo todo. Un orden majestuoso y armónico queda desvelado. La
dicha del ser de lo que va siendo se nos presenta y parece empapar lo real.
¿Qué se asoma tras tanta definición?. El Misterio de la vida nos ofrece su
perfil manifiesto, su más acabada danza. En palabras de Júnger: "Este
secreto era inexpresable, pero todos los misterios aludían a él, trataban de
él, de él sólo... El tema único de todas las artes fue siempre ese Uno y desde
él cada pensamiento fue ordenado en su categoría... El grano de polvo, el
gusano, el asesino todos participaban de ella. No había nada de muerte en esa
luz"[8]. En la ruptura del tiempo la presencia se torna lo evidente. Un sentimiento
de unidad y conciliación se abre paso. La mente se ha unificado reuniendo sus
pedazos ante tanta belleza. El mundo se muestra Uno y el observador Uno con él
y en él. La nitidez de los perfiles parece reunirse en dicho observador y
"la vida se templa en una nueva clase"[9]. El desafío del tiempo parece conjurado. Y así "vemos objetos que
se han liberado de sus propiedades corrientes y han ganado en cualidad. Esta es
la ganancia de un acercamiento medio: que la marea ascendente del ser inunda
con más ímpetu el mundo”.
_______________________________________________________________________[1] Luc-Olivier D`Algange. “la ciencia de los límites y los umbrales. Revista Axis mundi nº2. Ed Paidos
[2] Esta frase cierra la novela "Visita a Godenholm".
[3] Ernst Jünger. Acercamientos. Tusquets Editores, pg 254.
[4] Ibid, pg 125.
[5] Ibid, pg 107.
[6] Ibid, pg 98.
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