Ahí va una reflexión sobre la iconografía rotunda de Don carnal y
Doña Cuaresma , de muy hondas raíces, y que atiende a la alternancia de los tiempos
de expansión y contracción tratando de lidiar con el deseo tanteando la propia figura
Don Carnal y doña Cuaresma, así son dichos y mentados por el
refranero popular. Don Carnal el gran cerdo y Doña Cuaresma la cadavérica de los
mil pies moviéndose agitada en diez mil direcciones... Ambos nos dan el tono de
la dualidad de contrarios que delimita ese gusano interior de lo humano
demasiado humano que nos impide tanto ser como perdonar. Me los ha recordado
eso que dijera Ernst Jünger, el viejo meister, en “El Tirachinas”.
"Para poder perdonar, antes
hay que haber vencido al gusano que anida en uno mismo". Y el caso es que saber
perdonar, soltando y dejando ir, es bien importante si es que uno quiere sobrevivir
en el mundo crepuscular que habitamos. No resulta pues casual que Jünger se
refiera a esta cuestión con tal umbral de dramatismo.
En los carnavales de Hita, siendo niño, me encontré por la calle a Don
Carnal y Doña Cuaresma con su comitiva, los mismísimos y señorísimos. Fue en la
plaza del pueblo. Primero iba don Carnal, un hombre obeso con cara de cerdo
subido a una barrica de vino como si fuera su montura. Tras él iba Doña
Cuaresma; un mujer avejentada y enjuta, delgada hasta casi lo esquelético, rigurosa
consigo misma y con los demás, con un bastón en la mano que bien podía usar de vara
de mando y mamporreo… Uno a proa y otro a popa... Doña Cuaresma, obsesionada
por la sed de mal y, por eso mismo, encarnando no se si el mal pero desde luego
el desorden. A la postre, y a pesar de sus esfuerzos, tan mundana y tan
desordenada como el jinete porcino de Don Carnal. Ambos unidos por un vínculo
discreto expresando la ausencia de figura. Un vínculo que es como un chiste
malo, una maldita ironía, un donaire, una donosura capaz de compendiar los
contrarios. Los contrarios quedando enlazados, siendo uno aunque no lo mismo. Chiste,
donaire, ironía, gracejo, ingenio, donosura son todos ellos términos que traducen
el término alemán Witz, el Witz que dijeran los románticos y que tan
provechosamente empleara Hegel en su dialéctica convirtiéndolo en motor del progreso.
Doña Carnal y Doña Cuaresma el witz en Castilla, el chiste malo de la
hermandad de Don Carnal y Doña Cuaresma; coincidentia opositorum. La
trama que nos dice. la gran iornia que nos acoge.
Don Carnal y Doña Cuaresma de la mano compartiendo su salvaje comitiva
y estremeciendo infantes como fue en mi caso. En realidad, lo que viví fue una suerte
de aparición. Mi encuentro con estos personajes sucedió en Hita, en la Alcarria,
en las tierras del arcipreste, el pueblo raíz de mi infancia que tanto se me hace
presente en mis recuerdos, entre lo visionario y lo cotidiano. Desde el presente
imagino a los de Don Carnal como los cerdos de Circe entregados a la debilidad
de su alma y a los de Doña Cuaresma como puritanos aguerridos y afeados con el alma
endurecida, temerosos de sí y repartiendo varazos a diestro y siniestro, sin
perdonar a nadie, sin perdonarse a ellos mismos; cerdos a la postre. Unos y
otros entregados y sojuzgados por la propia miseria, la que impide el perdón y
la liberalidad en el buen trato que decían en el Siglo de Oro. Doña Cuaresma
intenta disciplinar el alma desconociendo que la voluntad humana, intentando
aquilatarse, es como un elefante dando tirones de su propia oreja; o, quizá, como un arquero
disparando hacia el cielo de tal forma que la flecha le termina cayendo encima
con la misma fuerza que la lanzó. Habrá quien vea cierto valor en Doña Cuaresma
añorando un cambio, pugnando por él; o quien vea en Don Carnal la ligereza de
quien, insatisfecho, a todo se entrega y a nada se confronta… No se equivoquen, en ambos solo queda la
gusanera de quien no acierta con su propia figura, de quien no quiere acertar,
de quien no quiere ir más allá de sí. Miseria, basicamente miseria. Solo sana lo que gratuitamente se brinda,
lo que sencillamente acontece, lo que nos traslada a un plano de vigor, lo que
nos dice y llama más allá de nos. Nada de esto se alcanza por méritos propios.
Se trata más bien de seguir llamando, a las puertas del amor, de la unidad y la
belleza pero, ¿desde donde llamar?.
Recuerdo haber visto, revisto hace un par de días, un
video de la maestra Zen Ana María Schlüter, entrevistada por Beatriz Calvo
Villoria. En el mismo decía con gran sencillez, como si narrara lo más evidente,
que las personas sanan con la irrupción de su verdadera naturaleza, es decir,
con la práctica. No se trata tanto de adoptar una estrategia u otra ante
determinadas emociones, no se trata de dejar salir ni de contención... Sin
descansar la cabeza en la práctica no hay nada, absolutamente nada; y lo que
sana no es, ni siquiera, el ejercicio de la práctica sino nuestros quilates irrumpiendo de su mano. Perdonar si algo exige son nuestros quilates...
Práctica qué practica; ¿la de alguna vereda que se transite?… Sin traditio
no hay nada, absolutamente nada. Bien lo supieron ver los románticos del Círculo
de Jena. Esta será ya la cuestión de la siguiente entrada.

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