lunes, 3 de noviembre de 2025

Don Carnal Y Doña Cuaresma

 

Ahí va una reflexión sobre la iconografía rotunda de Don carnal y Doña Cuaresma , de muy hondas raíces, y que atiende a la alternancia de los tiempos de expansión y contracción tratando de lidiar con el deseo tanteando la propia figura




Don Carnal y doña Cuaresma, así son dichos y mentados por el refranero popular. Don Carnal el gran cerdo y Doña Cuaresma la cadavérica de los mil pies moviéndose agitada en diez mil direcciones... Ambos nos dan el tono de la dualidad de contrarios que delimita ese gusano interior de lo humano demasiado humano que nos impide tanto ser como perdonar. Me los ha recordado eso que dijera Ernst Jünger, el viejo meister, en “El Tirachinas”. "Para poder perdonar, antes hay que haber vencido al gusano que anida en uno mismo". Y el caso es que saber perdonar, soltando y dejando ir, es bien importante si es que uno quiere sobrevivir en el mundo crepuscular que habitamos. No resulta pues casual que Jünger se refiera a esta cuestión con tal umbral de dramatismo.

En los carnavales de Hita, siendo niño, me encontré por la calle a Don Carnal y Doña Cuaresma con su comitiva, los mismísimos y señorísimos. Fue en la plaza del pueblo. Primero iba don Carnal, un hombre obeso con cara de cerdo subido a una barrica de vino como si fuera su montura. Tras él iba Doña Cuaresma; un mujer avejentada y enjuta, delgada hasta casi lo esquelético, rigurosa consigo misma y con los demás, con un bastón en la mano que bien podía usar de vara de mando y mamporreo… Uno a proa y otro a popa... Doña Cuaresma, obsesionada por la sed de mal y, por eso mismo, encarnando no se si el mal pero desde luego el desorden. A la postre, y a pesar de sus esfuerzos, tan mundana y tan desordenada como el jinete porcino de Don Carnal. Ambos unidos por un vínculo discreto expresando la ausencia de figura. Un vínculo que es como un chiste malo, una maldita ironía, un donaire, una donosura capaz de compendiar los contrarios. Los contrarios quedando enlazados, siendo uno aunque no lo mismo. Chiste, donaire, ironía, gracejo, ingenio, donosura son todos ellos términos que traducen el término alemán Witz, el Witz que dijeran los románticos y que tan provechosamente empleara Hegel en su dialéctica convirtiéndolo en motor del progreso. Doña Carnal y Doña Cuaresma el witz en Castilla, el chiste malo de la hermandad de Don Carnal y Doña Cuaresma; coincidentia opositorum. La trama que nos dice. la gran iornia que nos acoge.

Don Carnal y Doña Cuaresma de la mano compartiendo su salvaje comitiva y estremeciendo infantes como fue en mi caso. En realidad, lo que viví fue una suerte de aparición. Mi encuentro con estos personajes sucedió en Hita, en la Alcarria, en las tierras del arcipreste, el pueblo raíz de mi infancia que tanto se me hace presente en mis recuerdos, entre lo visionario y lo cotidiano. Desde el presente imagino a los de Don Carnal como los cerdos de Circe entregados a la debilidad de su alma y a los de Doña Cuaresma como puritanos aguerridos y afeados con el alma endurecida, temerosos de sí y repartiendo varazos a diestro y siniestro, sin perdonar a nadie, sin perdonarse a ellos mismos; cerdos a la postre. Unos y otros entregados y sojuzgados por la propia miseria, la que impide el perdón y la liberalidad en el buen trato que decían en el Siglo de Oro. Doña Cuaresma intenta disciplinar el alma desconociendo que la voluntad humana, intentando aquilatarse, es como un elefante dando tirones de su propia oreja; o, quizá, como un arquero disparando hacia el cielo de tal forma que la flecha le termina cayendo encima con la misma fuerza que la lanzó. Habrá quien vea cierto valor en Doña Cuaresma añorando un cambio, pugnando por él; o quien vea en Don Carnal la ligereza de quien, insatisfecho, a todo se entrega y a nada se confronta… No se equivoquen, en ambos solo queda la gusanera de quien no acierta con su propia figura, de quien no quiere acertar, de quien no quiere ir más allá de sí. Miseria, basicamente miseria. Solo sana lo que gratuitamente se brinda, lo que sencillamente acontece, lo que nos traslada a un plano de vigor, lo que nos dice y llama más allá de nos. Nada de esto se alcanza por méritos propios. Se trata más bien de seguir llamando, a las puertas del amor, de la unidad y la belleza pero, ¿desde donde llamar?.

Recuerdo haber visto, revisto hace un par de días, un video de la maestra Zen Ana María Schlüter, entrevistada por Beatriz Calvo Villoria. En el mismo decía con gran sencillez, como si narrara lo más evidente, que las personas sanan con la irrupción de su verdadera naturaleza, es decir, con la práctica. No se trata tanto de adoptar una estrategia u otra ante determinadas emociones, no se trata de dejar salir ni de contención... Sin descansar la cabeza en la práctica no hay nada, absolutamente nada; y lo que sana no es, ni siquiera, el ejercicio de la práctica sino nuestros quilates irrumpiendo de su mano. Perdonar si algo exige son nuestros quilates... Práctica qué practica; ¿la de alguna vereda que se transite?… Sin traditio no hay nada, absolutamente nada. Bien lo supieron ver los románticos del Círculo de Jena. Esta será ya la cuestión de la siguiente entrada.


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