miércoles, 7 de diciembre de 2022

El teatro alquímico de Antonin Artaud: El dolor, el mal, la crueldad (I)



Termino con esta entrada la serie dedicada a Antonin Artaud poniendo el acento en su intensa relación con el dolor y en el posible vínculo existente entre la creatividad, el propio proceso personal y el dolor, al menos en la perspectiva de Artaud. ¿El dolor como acicate?. ¿La propia figura pugnando por no resquebrajarse y estar a la altura del desgarro?. ¿El alma sobreviviendo?. ¿El dolor desafiando el alma probando y catando honduras y superficies?. Antonin Artaud, nacido en la helénica ciudad de Marsella mecido por el dolor y más allá del dolor… Por lo demás recordar al lector que las entradas dedicadas a este autor no constituyen un texto único y continuo. Las diversas entradas de la serie están concebidas para tener una lectura autónoma con lo que mismos temas pueden reaparecer en los textos, eso sí, bajo perspectivas diversas.
 

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Artaud, el dolor. Antonin Artaud y su vida dolorida… En la conversación infinita nos dirá Maurice Blanchot “es verdad que su pensamiento fue dolor y su dolor el infinito del pensamiento”. Blanchot, efectivamente, es quien indica de manera expresa la pista más lúcida para acercarnos al enigma Artaud. Su pensamiento arraigando en el dolor, sus pensares y decires desvelando el dolor inherente a lo infinito que se brinda desde su propia dormición... El dolor como algo inherente a la separación entre la criatura y el misterio creador. Tal dolor anidaría tanto en la persona singular como en el propio acto creador acaso en alguna de sus alcobas. ¿Un parto doloroso el del Uno que a sí mismo se enajena –o aliena- para que todo sea?. Creo que a nadie de cultura cristiana podría sorprenderle demasiado la perspectiva de un acto creador doloroso ni de una justificación dolorosa de lo humano o de la creación. Tal fue la cruz de Cristo y sin la cruz, en términos cristianos, nada sería.

El enigma Artaud, efectivamente, y es que si alguien fue consciente de las escisiones de lo humano, acaso inseparables de la condición de criatura, fue este marsellés maldito a través de la prueba intensa de dolor que padeció… En su discurso y su pasaje por el dolor y la aspereza estará implícita su singular perspectiva metafísica.

Artaud escondido tras sus propias patologías e incertidumbres, tras el encierro en los psiquiátricos y los electroshock con los que lo machacaban y trataban devolverlo a lo humano demasiado humano; Artaud como misterio que nos dice y retrata en su dolor; ¿qué dice de todos su dura biografía?, la infancia con meningitis, las secuelas de por vida en su carácter voluble y agitado, la mediana edad quedando a merced de una neurosífilis[1] heredada desatando sus devastadores efectos, la demencia agarrándolo con su garfio de metal ennegrecido… Artaud como hombre que se ve chamuscado y ardiendo en lo infinito, como hombre que sabe de la rudeza en la que arraiga lo humano y su tarea… Desde ahí, desde su propio locus, pensará este marsellés, enloquecido y genial. Atendiendo al dolor como un pasaje necesario que mide y pone del revés la conciencia humana y sus convenciones; catástrofe, etimológicamente, lo que todo pone del revés...

Todo del revés, la catástrofe… Eso fue precisamente lo que padeció este marsellés genial tras ser ingresado en el psiquiátrico de Rodez en el 38 y caer en manos de los psiquiatras. En sus propias palabras: “Sé que tengo cáncer. Lo que quiero decir antes de morir es que odio a los psiquiatras. En el hospital de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: -El señor Artaud no come hoy, pasa al electroshock-. Sé que existen torturas más abominables. Pienso en Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en pleno siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el pretexto de que está loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo padecí cincuenta electroshocks, es decir, cincuenta estados de coma. Durante mucho tiempo fui amnésico. Había olvidado incluso a mis amigos: Marthe Robert, Henri Thomas, Adamov; ya no reconocía ni a Jean Louis Barrault. Aquí en Ivry sólo el doctor Delmas me hizo bien; lamentablemente murió...”

Considérese la vida de Artaud todos esos años hasta su muerte. Cincuenta electroshoks en pocos años. El estado vegetal en que deja el electroshock y el posterior estado de poda emocional duran varios días… En esos años desde el 38 hasta su muerte salió alguna vez del psiquiátrico –los amigos consiguieron sacarlo y tenerlo fuera durante un par de años- aunque terminaba por volver a ingresar. Considérense también sus padecimientos previos. Finalmente su diagnóstico de cáncer colorrectal en 1948 y su muerte ese mismo año en el psiquátrico de  Ivry-Sur-Seine. Sus últimas palabras fueron “para continuar haciendo de mi este hechizado eterno”…

De este marsellés al límite no podrá sorprendernos que en su vida, poética e intelectualmente, indagara en la cuestión del dolor. Ante la contundente irrupción y el avasallamiento del dolor atenderá a su carácter ineludible –un pasaje necesario- y apelará a una dimensión cosmológica y teológica que venga a justificarlo y dotarlo de sentido. Sus reflexiones son una praxis de supervivencia, confrontando y asumiendo la necesidad, pero también un granero que expresa lo humano tratando de dotar de sentido al dolor. La coherencia de sus pensares con su singular perspectiva metafísica es plena ya que nada podría sustraerse al sentido de lo divino que todo lo enhebra y asume.

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El teatro trágico griego como espejo. Esta atención al dolor, efectivamente, está muy lejos de tratarse de un desliz masoquista o de un mero exceso verbal. Y es que la confrontación con el mal y la crueldad no será sino el necesario sondeo del alma que nos confronta “con nuestra vitalidad y con todas nuestras posibilidades”[2]. Una aduana que su teatro alquímico deberá tener muy en cuenta en tanto el necesario pasaje capaz de atender a la ulterior catarsis y reordenación de las pasiones equilibrando el alma. Sin la confrontación con el dolor no se podría apuntar a catarsis alguna, ni habría refinamiento cognoscitivo ni anagnórisis viable en tanto giro[3] consciente hacia el espíritu. El alma queda así catada y probada en sus potencias sumergiéndose en un tránsito en el que se decide su propio aquilatamiento. Recordemos que el objetivo de su teatro es un refinamiento del conocer que apunta a la esfera de lo iniciático. De ahí la pertinencia de la apelación al vocabulario técnico del teatro mistérico griego y a la catarsis de las pasiones –pathemata- en el reequilibrio del alma. La catarsis y el reequilibrio del alma apuntando a lo mistérico y lo iniciático.  Anagnorisis, darse cuenta de algo, hacer consciente algo que nos interpela intimamente y que desconocíamos. La anagnórisis del protagonista de la tragedia que cataliza su destino trágico al dejarse llevar por la esfera de las pasiones; piénsese en Edipo al conocer la sentencia del oráculo de que mataría a su padre y se casaría con su madre-. La anagnórisis del espectador que asiste al duro precio de dejarse llevar por las pasiones. La dyke -la ley divina- y la templanza o prudencia –phronesis- como sellos del ethos[4] griego. Un ethos orientado como senda de acercamiento a lo divino y a los dioses… En manos de los dioses estamos y de los equilibrios que establecen; solo queda ser piadoso, asumir la dyke divina dejando de lado la esfera de lo pasional y de lo humano demasiado humano. La sobriedad y el equilibrio del alma como ciencia de la salud.

¿Acaso no quería Artaud devolvernos la posibilidad de un teatro iniciático?. Recordemos que en la Grecía antigua la gente acudía al teatro con una actitud piadosa a ver los quehaceres y avatares de dioses, de héroes y de lo humano del extraviándose al verse arrastrado por sus propias pasiones. Muchos de los asistentes atravesaban una experiencia espiritual y religiosa profunda tras verse afectados por el intenso impacto que servía la escena. Estamos ante una obra de teatro pero también ante la celebración de un rito no demasiado distante de la celebración de unos misterios. El teatro viendo la luz desde la esfera de lo ritual y en una estela que se acerca a la teúrgia.

Al hilo de lo dicho no nos podrá sorprender el formato escénico del pasaje eleusino. Del misterio eleusino tampoco debería sorprendernos que arraigue en el dolor y la pérdida, en el encuentro con la finitud y la muerte; la fractura como la esfera más inmediata a la experiencia humana. Por eso Artaud apelará a los misterios de Eleusis; y lo hará, precisamente, por el modo en que se planteaba la cuestión del mal y del dolor en el telesterion eleusino. Recordemos que los misterios eleusinos glosaban el rapto de Perséfone por Hades para desposarla y llevarla al inframundo. El rapto, celebrado ritualmente en los misterios de Agrai y parte del proceso eleusino, conducía al colapso de la vida en el mundo. En la narrativa verdadera del mito, la cólera de Démeter, la madre de Perséfone y mujer de Zeus, liquidará la vida de la tierra devolviéndolo todo a lo no manifiesto. Este imperio de la muerte conducía al espectador a la catarsis y anagnorisis tras atravesar este primado de la finitud y la consiguiente bajada a los infiernos. En el mito eleusino, finalmente, la muerte acabará participando del eterno retorno de la vida y de la propia de Perséfone como diosa salvífica al permitir Hades su retorno cíclico tras el mandato final de Zeus. Recuérdese que el mundo humano es el del eterno retorno –lo que supone la muerte- a diferencia del mundo divino en el que la plenitud de ser permanece..

La cuestión del dolor, la cuestión del mal tan importante en Artaud, la cuestión de una crueldad que todo pareciera empaparlo en ese inicial dejar hacer a Hades por parte de Zeus el supremo. El dolor como misterio necesario en el alumbrarse de nuestro mundo... La anagnórisis del retorno de la diosa raptada y sumergida en lo no manifiesto. La catarsis de quien encarna el viático mistérico.

 

La denominación teatro de la crueldad surgirá precisamente ahí y es que para Artaud la irrupción de lo sagrado, en su figura poliédrica, va de la mano necesariamente no ya solo del abordaje de la cuestión del dolor sino del desquicio y el desengarce de lo humano demasiado humano en su tránsito por el dolor. En tal sentido el teatro, en su capacidad de transformación del alma, será una “formidable invocación a los poderes que llevan al espíritu, por medio del ejemplo, a la fuente misma de sus conflictos” y esto sería “el símbolo de una tarea superior y absolutamente esencial”[5]. La fuente de los conflictos remitiría, para Artaud, a la confrontación con el mal y su complejidad metafísica. En sus propias palabras “la aterrorizante aparición del Mal, que en los misterios de Eleusis acontecía en su forma pura verdaderamente revelada, corresponde a la hora oscura de algunas tragedias antiguas”. Artaud añadirá, “esto es algo que todo verdadero teatro debería recobrar”. La noche oscura como presencia que abraza lo humano desatando la garra del oso del misterio. La necesidad, la nemesis, Anenke nos acucia. “No somos libres -nos dirá Artaud- y el cielo se nos puede caer encima. Y el teatro ha sido creado para enseñarnos ante todo eso”[6]. En manos de los dioses y del destino estamos dependiendo del hilo de las hilanderas tejedoras de destinos

 

Como vemos Artaud se inserta con nitidez en la sensibilidad y el pensamiento trágico y en el anhelo de una transformación que supone la catarsis y la anagnórisis de la tragedia. Efectivamente, podemos entender el teatro de la crueldad en la estela de la tragedia y desde la intención de retornar a un teatro mistérico y transformador. El propio Artaud nos desafiará a “mostrarmos capaces de retornar por medios … actuales a esa idea superior de la poesía y de la poesía por el teatro que alientan los mitos de los grandes trágicos antiguos capaces de revivir una idea religiosa del teatro(91)”[7] Su convocatoria será tremendamente ambiciosa: Repensar y revivir un teatro y una poética de aires teúrgicos.



[1] Hasta que se descubrió un remedio farmacológico la neurosífilis desató sus devastadores efectos. Al llegar la mediana edad empezaban a aparecer, con intensidad creciente, brotes y fuertes desequlibrios psicológicos que conducían al psiquiátrico a quien la padecía.

[2] Antonin Artaud. El teatro y su doble. pg, 97

[3] Con esta expresión –giro- se refiere Platón al momento en el que el alma vira su atención hacia la tarea de retorno a lo divino.

[4] Ethos en griego clásico significaba morada y a partir de tal significación aparece el sentido filosófico del ethos griego en tanto conducta que apunta a la virtud

[5] El teatro y su doble. pg 34.

[6] El teatro y su doble, pg 91.

[7] El teatro y su doble, pg 91.

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