Termino con esta entrada la serie dedicada a Antonin Artaud poniendo el acento en su intensa relación con el dolor y en el posible vínculo existente entre la creatividad, el propio proceso personal y el dolor, al menos en la perspectiva de Artaud. ¿El dolor como acicate?. ¿La propia figura pugnando por no resquebrajarse y estar a la altura del desgarro?. ¿El alma sobreviviendo?. ¿El dolor desafiando el alma probando y catando honduras y superficies?. Antonin Artaud, nacido en la helénica ciudad de Marsella mecido por el dolor y más allá del dolor… Por lo demás recordar al lector que las entradas dedicadas a este autor no constituyen un texto único y continuo. Las diversas entradas de la serie están concebidas para tener una lectura autónoma con lo que mismos temas pueden reaparecer en los textos, eso sí, bajo perspectivas diversas.
(1)
Artaud,
el dolor. Antonin Artaud y su vida dolorida… En la
conversación infinita nos dirá Maurice Blanchot “es verdad que su pensamiento
fue dolor y su dolor el infinito del pensamiento”. Blanchot, efectivamente, es
quien indica de manera expresa la pista más lúcida para acercarnos al enigma
Artaud. Su pensamiento arraigando en el dolor, sus pensares y decires
desvelando el dolor inherente a lo infinito que se brinda desde su propia
dormición... El dolor como algo inherente a la separación entre la criatura y
el misterio creador. Tal dolor anidaría tanto en la persona singular como en el
propio acto creador acaso en alguna de sus alcobas. ¿Un parto doloroso el del
Uno que a sí mismo se enajena –o aliena- para que todo sea?. Creo que a nadie
de cultura cristiana podría sorprenderle demasiado la perspectiva de un acto
creador doloroso ni de una justificación dolorosa de lo humano o de la creación.
Tal fue la cruz de Cristo y sin la cruz, en términos cristianos, nada sería.
El enigma Artaud, efectivamente, y
es que si alguien fue consciente de las escisiones de lo humano, acaso inseparables
de la condición de criatura, fue este marsellés maldito a través de la prueba
intensa de dolor que padeció… En su discurso y su pasaje por el dolor y la
aspereza estará implícita su singular perspectiva metafísica.
Artaud escondido tras sus propias
patologías e incertidumbres, tras el encierro en los psiquiátricos y los
electroshock con los que lo machacaban y trataban devolverlo a lo humano
demasiado humano; Artaud como misterio que nos dice y retrata en su dolor; ¿qué
dice de todos su dura biografía?, la infancia con meningitis, las secuelas de
por vida en su carácter voluble y agitado, la mediana edad quedando a merced de
una neurosífilis[1] heredada
desatando sus devastadores efectos, la demencia agarrándolo con su garfio de
metal ennegrecido… Artaud como hombre que se ve chamuscado y ardiendo en lo
infinito, como hombre que sabe de la rudeza en la que arraiga lo humano y su
tarea… Desde ahí, desde su propio locus, pensará este marsellés, enloquecido
y genial. Atendiendo al dolor como un pasaje necesario que mide y pone del
revés la conciencia humana y sus convenciones; catástrofe, etimológicamente, lo
que todo pone del revés...
Todo del revés, la catástrofe… Eso
fue precisamente lo que padeció este marsellés genial tras ser ingresado en el
psiquiátrico de Rodez en el 38 y caer en manos de los psiquiatras. En sus
propias palabras: “Sé que
tengo cáncer. Lo que quiero decir antes de morir es que odio a los psiquiatras.
En el hospital de Rodez yo vivía bajo el terror de una frase: -El señor Artaud
no come hoy, pasa al electroshock-. Sé que existen torturas más abominables.
Pienso en Van Gogh, en Nerval, en todos los demás. Lo que es atroz es que en pleno
siglo XX un médico se pueda apoderar de un hombre y con el pretexto de que está
loco o débil hacer con él lo que le plazca. Yo padecí cincuenta electroshocks,
es decir, cincuenta estados de coma. Durante mucho tiempo fui amnésico. Había
olvidado incluso a mis amigos: Marthe Robert, Henri Thomas, Adamov; ya no
reconocía ni a Jean Louis Barrault. Aquí en Ivry sólo el doctor Delmas me hizo
bien; lamentablemente murió...”
Considérese la vida de Artaud todos esos
años hasta su muerte. Cincuenta electroshoks en pocos años. El estado vegetal
en que deja el electroshock y el posterior estado de poda emocional duran
varios días… En esos años desde el 38 hasta su muerte salió alguna vez del
psiquiátrico –los amigos consiguieron sacarlo y tenerlo fuera durante un par de
años- aunque terminaba por volver a ingresar. Considérense también sus
padecimientos previos. Finalmente su diagnóstico de cáncer colorrectal en 1948
y su muerte ese mismo año en el psiquátrico de Ivry-Sur-Seine. Sus últimas palabras fueron “para
continuar haciendo de mi este hechizado eterno”…
De este marsellés al límite no podrá
sorprendernos que en su vida, poética e intelectualmente, indagara en la
cuestión del dolor. Ante la contundente irrupción y el avasallamiento del dolor
atenderá a su carácter ineludible –un pasaje necesario- y apelará a una
dimensión cosmológica y teológica que venga a justificarlo y dotarlo de sentido.
Sus reflexiones son una praxis de supervivencia, confrontando y asumiendo la
necesidad, pero también un granero que expresa lo humano tratando de dotar de
sentido al dolor. La coherencia de sus pensares con su singular perspectiva
metafísica es plena ya que nada podría sustraerse al sentido de lo divino que
todo lo enhebra y asume.
(2)
El teatro
trágico griego como espejo. Esta atención al dolor,
efectivamente, está muy lejos de tratarse de un desliz masoquista o de
un mero exceso verbal. Y es que la confrontación con el mal y la crueldad no
será sino el necesario sondeo del alma que nos confronta “con nuestra vitalidad
y con todas nuestras posibilidades”[2].
Una aduana que su teatro alquímico deberá
tener muy en cuenta en tanto el necesario pasaje capaz de atender a la ulterior
catarsis y reordenación de las
pasiones equilibrando el alma. Sin la confrontación con el dolor no se podría
apuntar a catarsis alguna, ni habría
refinamiento cognoscitivo ni anagnórisis
viable en tanto giro[3]
consciente hacia el espíritu. El alma queda así catada y probada en sus
potencias sumergiéndose en un tránsito en el que se decide su propio
aquilatamiento. Recordemos que el objetivo de su teatro es un refinamiento del
conocer que apunta a la esfera de lo iniciático. De ahí la pertinencia de la
apelación al vocabulario técnico
del teatro mistérico griego y a la catarsis
de las pasiones –pathemata- en el reequilibrio
del alma. La catarsis y el reequilibrio
del alma apuntando a lo mistérico y lo iniciático. Anagnorisis,
darse cuenta de algo, hacer consciente algo que nos interpela intimamente y que
desconocíamos. La anagnórisis del
protagonista de la tragedia que cataliza su destino trágico al dejarse llevar
por la esfera de las pasiones; piénsese en Edipo al conocer la sentencia del
oráculo de que mataría a su padre y se casaría con su madre-. La anagnórisis del espectador que asiste al
duro precio de dejarse llevar por las pasiones. La dyke -la ley divina- y la
templanza o prudencia –phronesis-
como sellos del ethos[4]
griego. Un ethos orientado como senda
de acercamiento a lo divino y a los dioses… En manos de los dioses estamos y de
los equilibrios que establecen; solo queda ser piadoso, asumir la dyke divina dejando de lado la esfera de
lo pasional y de lo humano demasiado humano. La sobriedad y el equilibrio del
alma como ciencia de la salud.
¿Acaso
no quería Artaud devolvernos la posibilidad de un teatro iniciático?.
Recordemos que en la Grecía antigua la gente acudía al teatro con una actitud
piadosa a ver los quehaceres y avatares de dioses, de héroes y de lo humano del
extraviándose al verse arrastrado por sus propias pasiones. Muchos de los
asistentes atravesaban una experiencia espiritual y religiosa profunda tras
verse afectados por el intenso impacto que servía la escena. Estamos ante una
obra de teatro pero también ante la celebración de un rito no demasiado
distante de la celebración de unos misterios. El teatro viendo la luz desde la
esfera de lo ritual y en una estela que se acerca a la teúrgia.
Al
hilo de lo dicho no nos podrá sorprender el formato escénico del pasaje
eleusino. Del misterio eleusino tampoco debería sorprendernos que arraigue en
el dolor y la pérdida, en el encuentro con la finitud y la muerte; la fractura
como la esfera más inmediata a la experiencia humana. Por eso Artaud apelará a los misterios de Eleusis; y lo hará,
precisamente, por el modo en que se planteaba la cuestión del mal y del dolor en
el telesterion eleusino. Recordemos
que los misterios eleusinos glosaban el rapto de Perséfone por Hades para
desposarla y llevarla al inframundo. El rapto, celebrado ritualmente en los
misterios de Agrai y parte del proceso eleusino, conducía al colapso de la vida
en el mundo. En la narrativa verdadera del mito, la cólera de Démeter, la madre
de Perséfone y mujer de Zeus, liquidará la vida de la tierra devolviéndolo todo
a lo no manifiesto. Este imperio de la muerte conducía al espectador a la catarsis y anagnorisis tras atravesar este primado de la finitud y la consiguiente
bajada a los infiernos. En el mito eleusino, finalmente, la muerte acabará
participando del eterno retorno de la vida y de la propia de Perséfone como
diosa salvífica al permitir Hades su retorno cíclico tras el mandato final de
Zeus. Recuérdese que el mundo humano es el del eterno retorno –lo que supone la
muerte- a diferencia del mundo divino en el que la plenitud de ser permanece..
La
cuestión del dolor, la cuestión del mal tan importante en Artaud, la cuestión
de una crueldad que todo pareciera empaparlo en ese inicial dejar hacer a Hades
por parte de Zeus el supremo. El dolor como misterio necesario en el alumbrarse
de nuestro mundo... La anagnórisis
del retorno de la diosa raptada y sumergida en lo no manifiesto. La catarsis de quien encarna el viático
mistérico.
La denominación teatro de la crueldad surgirá precisamente ahí
y es que para Artaud la irrupción de lo sagrado, en su figura poliédrica, va de
la mano necesariamente no ya solo del abordaje de la cuestión del dolor sino
del desquicio y el desengarce de lo humano demasiado humano en su tránsito por
el dolor. En tal sentido el teatro, en su capacidad de transformación del alma,
será una “formidable invocación a los poderes que llevan al espíritu, por medio
del ejemplo, a la fuente misma de sus conflictos” y esto sería “el símbolo de
una tarea superior y absolutamente esencial”[5].
La fuente de los conflictos remitiría, para Artaud, a la confrontación con el
mal y su complejidad metafísica. En sus propias palabras “la aterrorizante
aparición del Mal, que en los misterios de Eleusis acontecía en su forma pura verdaderamente
revelada, corresponde a la hora oscura de algunas tragedias antiguas”. Artaud
añadirá, “esto es algo que todo verdadero teatro debería recobrar”. La noche
oscura como presencia que abraza lo humano desatando la garra del oso del
misterio. La necesidad, la nemesis, Anenke nos acucia. “No somos libres
-nos dirá Artaud- y el cielo se nos puede caer encima. Y el teatro ha sido
creado para enseñarnos ante todo eso”[6].
En manos de los dioses y del destino estamos dependiendo del hilo de las
hilanderas tejedoras de destinos
Como vemos Artaud se inserta con nitidez en la sensibilidad y
el pensamiento trágico y en el anhelo de una transformación que supone la catarsis y la anagnórisis de la tragedia. Efectivamente, podemos entender el
teatro de la crueldad en la estela de la tragedia y desde la intención de
retornar a un teatro mistérico y transformador. El propio Artaud nos desafiará
a “mostrarmos capaces de retornar por medios … actuales a esa idea superior de
la poesía y de la poesía por el teatro que alientan los mitos de los grandes
trágicos antiguos capaces de revivir una idea religiosa del teatro(91)”[7]
Su convocatoria será tremendamente ambiciosa: Repensar y revivir un teatro y
una poética de aires teúrgicos.
[1] Hasta que se descubrió un
remedio farmacológico la neurosífilis desató sus devastadores efectos. Al
llegar la mediana edad empezaban a aparecer, con intensidad creciente, brotes y
fuertes desequlibrios psicológicos que conducían al psiquiátrico a quien la
padecía.
[2] Antonin
Artaud. El teatro y su doble. pg, 97
[3] Con esta
expresión –giro- se refiere Platón al momento en el que el alma vira su
atención hacia la tarea de retorno a lo divino.
[4] Ethos en
griego clásico significaba morada y a partir de tal significación aparece el sentido
filosófico del ethos griego en tanto
conducta que apunta a la virtud
[5] El
teatro y su doble. pg 34.
[6] El
teatro y su doble, pg 91.
[7] El
teatro y su doble, pg 91.
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