En la entrada abordo un encuentro con el poemario de Méndez Rubio “El fin del mundo”. No deja de ser tristemente paródico que sea en un momento en que la amenaza nuclear nos avasalla como un tránsito incierto que amaga con tomar cuerpo. El poemario de Méndez Rubio “El fin del mundo”, por fortuna, queda libre del hastío que produce la política contemporánea para detenerse en la cuestión de una finitud ubicua de cita ineludible[1]; la finitud, lo humano...
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Recobrar
libros perdidos en infames cajas de mudanzas, a veces, depara esos buenos ratos
de lectura que tanto apreciamos. Adquirí este libro hace muchos años en una de las
expediciones que solía hacer a la librería Hiperión en el Madrid de finales de los
ochenta y noventa. Sobre todo buscaba poesía, tanto clásicos como libros
desconocidos que me sugirieran buena palabra. “El fin del mundo” de
Antonio Méndez Rubio pertenece a este segundo grupo de libros que se
dejaron encontrar o saltaron de los estantes a mis manos sin que conociera
demasiado del autor. Tras pasar una serie de años entre las sombras de Caronte el
libro se volvió a presentar con su voz
áspera y poética invitando a una lectura centrada en la vida y su acoso. El poemario
se desliza desde la larga dormición de
todos estos años sin esquivar la sombra y ajeno a frivolidad alguna. Eso si
encuentra un lector diferente del que hubiera encontrado al filo de los noventa.
Un lector implicado en muchas de las figuras, la mayoría ásperas, que nos lanza
Méndez Rubio en su poemario. El caos, el sinsentido, eso tan humano de poner
nombres a las cosas alumbrando mundos de vértebra frágil, la fragilidad cierta del ser del hombre, acaso
ser tesela de una trama de sentido misterioso
y sobrehumano que se retrae y nada dice, el silencio y la nada atronadora que
todo nombra, el silencio como carencia de respuestas y vehículo del sinsentido,
como estadio final en el retorno de todo a la nada; “el silencio brota tenaz
con cada objeto” nos dirá el poeta… De la mano de toda esa desazón la memoria
personal ladrándonos como perro encorajinado; acariciándonos también a veces y,
acaso, reconociendo el fruto maduro del amor....
Méndez
Rubio se sumerge y bracea por todas estas cuestiones, tan de todos, y elabora una poesía que, sirviendo
devenires diversos abre básicamente a lo común, a eso humano tan humano que a
todos nombra e incumbe. Mi afinidad por su prosodia no parte necesariamente de
lo que se sugiere en sus visiones –la poesía siempre es visionaria- sino del
hecho de plantearlas desde el coraje y la lucidez exigidas. Coraje por no ceder
para evadirse de la cuestión del sinsentido y del dolor. Lucidez por
contemplarlas como fibra de lo humano; el hombre viviendo su fragilidad, su
vivir dolorido y, en penumbra, pegando hebra por la propia supervivencia. En
tal paisaje, ¿eligiremos la cordura?
“Dolor
es lo que mueve ahora lo visible. Lentamente dolor”; un dolor de recurrente presencia… Paralelamente
el poeta nos confronta con la complejidad que emerge. Méndez Rubio acoge la
disolución y la finitud como esa cita dolorida que nos hace ser lo que somos. ”Ignorar el dolor no parece posible/ cuando
es dolor la fuente y la ciudad del pensamiento” … la ciudad del pensamiento… Ahí el poeta se detiene y opta por no decantarse
por teodicea alguna ni aventurar una resolución precipitada a la cuestión del
dolor. El dolor duele y descompone. No podemos obviar su cita que no es sino
apertura radical a la finitud y al sinsentido inhabitando lo humano. Sus frutos
el escepticismo y la duda. “Hazme ver si todo esto es real”[2]
nos dirá su desesperanza. Tocar lo real, acceder a alguna brizna sólida de
sentido que, sin embargo, parece retirarse en la niebla apuntalando nuestra
fragilidad y soledad. ¿Lo real?.
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Dejando
de lado este anhelo de realidad la trama mundana de lo humano parece decir caos,
un caos doloroso capaz de disolverlo todo en el olvido y que gustamos de
maquillar para poder evadirmos. Méndez Rubio nos lleva la mirada a ángulos
ásperos y broncos ; “Mi memoria es un perro inseparable mordiéndome con rabia
la nuca”... El caos ubicuo, cercenándolo
todo, nos arraiga en el imperio del fragmento que se rompe y en el desconsuelo de un vacío helado que
todo parece devorarlo –“la nieve se apresura, indiferente va cayendo sin
tregua, de forma misteriosa , solo blanca”. Nada queda tras la marea de la nieve…
Acaso un misterio ubicuo, el misterio
como realidad última, sea lo que hace al poeta deslizar en el poema “Si miente”
la única veleidad metafísica del poemario –“Ronco mar enséñame, pues, como
respira en ti lo inagotable mientras la nieve borra todos los caminos”-. La
nieve, que se asume y la esperanza de un océano vivo como gran divisa de la
vida. Agua, olas rizadas, heladas, formas y figuras que se yerguen para
deshacerse desde si, figuras emergiendo
y volviendo a lo sin forma, la llamada del agua. Un océano de formas colorido
que según se yerguen van quebrando. Las formas que surgen del agua para
deshacerse y retornar al misterioso
líquido. Es agua pero podría ser arena sin forma ni límite. Solo el silencio y
el vacío quedan tras un abismo rugiente en la noche más plena.
Méndez
Rubio no se dejará seducir por la tentación metafísica y con claridad enuncia
su crudo escepticismo, incluso frente al amor: “Como miente la noche en los
cristales. La noche es amplia, ajena. Sin embargo ahora sé que no puedes sino
estar conmigo. Otros cuerpos desnudos nos miran, abrasados por un humo
constante. Su ausencia dura. Pájaros que agonizan de frío entre la ropa, por
las baldosas en sombra de la habitación, las palabras la buscan acaso. Fingen
esta muerte tranquila que discurre, silenciosa, por nosotros, más hábil y más
cierta que nosotros”. Así comienza el poemario con este texto en prosa que no
deja de ser una discreta declaración de intenciones. ¿Nos salva el amor a pesar
de sus grietas?. El amor como espejo mecido por la desolación “por tus labios
conozco la inocencia/ y la desolación que al viento en las terrazas nos
igualan”.
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La
imagen del mar como indicación de un reservorio metafísico de sentido -o la del amor- quedaran
esbozadas en “El fin del mundo” más se ven asediadas por su propia fragilidad en
su pretensión de cuadrar lo humano. Todo parece borrarse configurándose el
olvido eterno como el gran puerto de llegada, “¿Qué nos unce además de este
lento perdernos”. ¿Qué somos sino esa
conciencia quebradiza asediada por el
dolor que nada firme pisa?. Sin premuras Méndez Rubio parece conducirnos a esa
presencia ubicua de la fractura y del olvido rozándonos sin amabilidad el alma…
Atendiendo
a una perspectiva vitalista, afirmante de la vida, bien pudiera decirse que
este poemario naufraga en el desánimo y, efectivamente, es cierto que el poeta
se instala en la aporía del dolor y la diagnosis del sinsentido ; “tal vez pura
condena/ a recordar que el sueño su pálpito de tierra/apenas presentida/sobre
el umbral del dolor madura”. Con todo hago notar que cualquier modo de afirmación
de la vida necesita de la conciencia de ciertas aduanas y de un proceso de
maduración que aquilate. Ahí es donde el
poemario muestra su brillo y la pertinencia de su palabra. El sufrimiento sordo,
la textura incierta de lo dado, el desgarro que se produce, ese desgarro
amasándonos en su misterio... Y en toda esa jungla incierta la palabra pugnando
por mantenernos erguidos “según hablas del mundo prende el mundo/según abres
los brazos distraídos el viento recompone adivinanzas”. La palabra, la
capacidad de palabra y el amor como espejo en el que se recomponen los anhelos
más íntimos. La palabra enamorada, la palabra y el amor a la base del humano
que se yergue. El poder de la
palabra construyendo mundos. El nombrar que nos escribe “palabra que
desciende/hasta mi sed continua/ no la que en signos escribo/ sino
aquella/diurna/ de la que yo soy dócil escritura”. El misterio que nos mece y
enmudece. Palabra pero también silencio,
“no entiendo/esta luz sin calor que es el silencio”. El acoso parece no cesar
estrangulándonos el juicio…
“El fin
del mundo”. La verdad del hombre arraigando en el puerto de la disolución
cierta y alumbrando como fruto ácido un escepticismo bronco y desasosegado.
Como digo desde una postura falsamente vitalista se desestimará este puerto de
llegada por ser incapaz de reconocer la potencia de la vida, su estricta
potencia ontológica. Con todo, los vitalismos demasiado bisoños dejan de lado
la cita ineludible de la finitud, su permanente presión que iguala a todos en
la nada. Una cita acaso no conclusiva pero que a todos espera como necesaria e
insuperable aduana.
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Antonin
Artaud planteó con nitidez y dureza la cuestión del dolor de un modo casi
agónico para devolvernos tras el tránsito de dolor a un vitalismo de aires
metafísicos –la potencia de la vida originaria desvelada-. Más cercano veo este
poemario a la sensibilidad barroca, rabiosamente moderna, de Segismundo en “La
vida es sueño”. Desconcierto, escepticismo, escasa atención a la plenitud
ontológica que el mundo revela, el mundo como niebla y sinsentido… A Segismundo le salva del naufragio la actitud
ética como ese suelo firme en el que apoyarse, el único criterio de seguridad
que encuentra ante el caos y el sinsentido. La disposición ética, el firme
asidero, la vía abierta hacia lo real más allá del sueño, el más allá del
escenario desvelándose. Calderón tan moderno y tan barroco nos sigue
retratando. “El fin del mundo” no nos muestra un mundo diferente al de “La vida
es sueño”, un mundo en que nada es confiable y el dolor deglute la vida en su
incierta placenta. A diferencia de Calderón, Méndez Rubio, parece no atisbar
salida ni criterio de verdad o de realidad cierta en la que sostenerse. De ahí
el tono bronco y desasogado del libro. Desde tal pathos y sin concesiones navegan los versos del poeta indagando en
cuestiones existenciales decisivas. Su respuesta será ese escepticismo del que
se ve y se abisma en la inconsistencia del mundo que nos rodea. Como a
Segismundo poco o nada le dirá el mundo y su belleza, ni ningún modo de
plenitud ontológica que pueda servírsenos. El poeta no pierde cara a la insatisfacción
como fibra íntima de lo humano. No se trata asumir la totalidad de sus visiones
como respuesta a las cuestiones planteadas. La capacidad de visión del poeta se
muestra en el planteamiento del olvido y el dolor como atanor oscuro de la vida,
lo que esboza lo humano con una nitidez diamantina. Y ahí nos estamos moviendo.
Como
podemos observar en Méndez Rubio no hay por tanto evasión ni mera atención a “la
experiencia” trasladándola a un lenguaje poético sino poesía de la entraña
brotando desde el propio silencio, palabra común que a todos nos dice, canto de
lo humano que señala la mirada más dura, esa que constata como la nieve “borra
todos los caminos” esbozando un apocalipsis perpetuo de todo lo que pareciera
ser firme como criterio de realidad. “la escarcha ha ido dejando, desafiante,
mi cuerpo inacabado a la intemperie”. El
fin perpetuo de todo. El apocalipsis aquí y ahora…
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¿Si a
Segismundo le salva la ética salva el amor al poeta?. “cuando vengas tráete/papel de almendras
lento/frutas blancas/astrolabios y arcilla/ descreída/ trae también remolinos/
y días de niebla para/que yo te busque/entre su frío reciente/en su reciente
enigma/ven con la lluvia/suficiente)” o, más bien, la que se impone es esa
“muerte tranquila que discurre, silenciosa, por nosotros, más hábil y más
cierta que nosotros” llevándose todo lo vivo a su gélido desierto sin matices… Dejando
en suspenso el dilema, esto es, dejando de lado toda figura del juicio conjurará
el poeta el amor y a su potencia, “frente a tu frente/ incrédula danza/ baila un
mar compartido/loco al fin/milagro necesario”; “tu en mi/en el medio de
mi…/lugar sin dueño/ en la materia cierta”. La vida a pesar de todos sus acosos
acaba cogiendo el timón y el poeta queda abierto a su potencia, su apertura
desdeña todo soporte racional y toda visión de cordura. El poeta sale de sí en
la vida desatada y deslastrada que no puede ser sino locura palpitante… Al cabo,
en esa manía que tan bien supieron
ver los antiguos griegos. Dice el poeta “De donde vienes tu no hay
esperanza/apenas sino sombra/temblando en las hojas/noche nueva en el agua/de
cuando vienes tu no hay ya futuro/ y sin embargo nada en tus manos significa
renuncia/nada derrota nada arena oscura/ ni nada desencuentro”. El amor, ebrio
de sí, rebosando… Lo humano más allá de
sí desafiando la desesperanza y la incertidumbre en una suerte de locura del eros más allá de toda cordura. Ahí
quiebra lo humano demasiado humano con toda su sensatez grisacea.
El
poeta bien sabe de esa figura de ebriedad capaz de revelarnos el amor como
potencia de vida. La finitud nos constituye pero el amor nos aquilata. Muy lejos
de lo que para él serian salidas en falso –“siembra de signos prematuros la
cordura”- el poeta nos conduce a apurar la confrontación con el dolor hasta sus
últimas consecuencias; es lo que hay y no conviene engañarse. El dolor se asume
como lo dado pero asumir el dolor no niega el alzarse de la locura bendecida que
yergue la vida.
Más
allá de todo debate la propuesta poética de Méndez Rubio aborda las cuestiones
existenciales más nucleares navegando por la palabra dejándola ser y
desflorando su ánimo en la propia navegación. Y por todo eso estimula su
lectura aun desde las distancias que puedan existir ante las diversas visiones
que se ofrecen. Hay que ser valiente para escribir ciertas cosas y recorrer su
calado. Hay que reconocerse herido y no esconder la herida –“realidad que se
quiere senda y es ante todo herida”- vislumbrando la herida de todos . Al cabo
la nostalgia de Rubio es una nostalgia
de certeza y de quedar saciado, de plenitud vivida y tocada. Bien sabe el poeta
que desde la esfera del juicio cabe esperar muy poco. A la mania no alcanza el juicio dejado al albur de su propio pathos. Solo esa locura bendecida, la mania de los antiguos helenos, es capaz
de ir más allá de uno mismo y perderse en una ebriedad que eleva. Una embriaguez
luminosa queda apuntada discretamente. El poemario se yergue desde el juicio
precario y acosado del hombre aunque la locura, de la mano del amor, queda
apuntada como la respuesta que se nos aparece entre penumbras; “loco al
fin/milagro necesario”. La locura como estación que se aguarda capaz de vencer
el mundo. Como paisaje que fractura y deja atrás lo humano demasiado humano
“También esta locura se contagia/espero como nadie una señal/mientras trago
saliva”
[1] Todas
las citas de la entrada pertenecen al libro de Antonio Méndez Rubio “El fin del
mundo”
[2] Con este dicho pawnee cierra –y
necesariamente compendia- Méndez Rubio su poemario “El fin del mundo”
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