lunes, 1 de agosto de 2022

La teurgia y el lenguaje teatral: Antonin Artaud

 

Ahi va la tecera entrega de la serie sobre Artaud dedicada a la renovación del lenguaje escénico. El texto está pensado para ser leído al margen del resto de la serie aunque mucho de lo dicho se matiza, complementa, anticipa o aclara en las otras entradas. La totalidad de la serie es la que ofrece el haz de sentido general y la significación plena d elo afirmado 




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Devolver al teatro a una dimensión metafísica vinculada al significado profundo del mythos parece ser la determinación de Artaud. Con lo dicho el marsellés no se referirá a glosar temáticas metafísicas o mitológicas en lo textual. Se trata de reimaginar el teatro, de apuntar a la capacidad expresiva de la vida y de la escena para descubrir la riqueza y los horizontes del lenguaje simbólico. Artaud, efectivamente, se decantará por la capacidad de lo simbólico para incidir sobre el hombre desvelando lo real y subvirtiendo los imaginarios convencionales. El marsellés pretenderá reimaginar el teatro deslizándolo desde el predominio monocorde de la palabra hacia la indagación en un nuevo lenguaje teatral. Con tal finalidad entenderá el teatro en intimidad con la esfera de lo ritual y atendenrá al poder semiótico y catárquico de las imágenes. “No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible.” nos dirá Artaud. La apelación a la renovación del lenguaje será recurrente en su obra. Tal renovación atenderá básicamente a las imágenes y su capacidad de transmitir horizontes de vida y generar realidad.

 

Como sabemos Artaud es alguien con intuición en la mirada, con capacidad de ver y de elaborar desde lo que ve. Deja ser en su escritura a la imaginación creadora. Hasta el punto de apoyar toda su obra en la capacidad del imaginario de acceder a otras texturas de vida menos mediatizadas y más abiertas a lo Real. En tal estela ve en el teatro la posibilidad de restituir la potencia transformadora del ritual y en los tarahumara un mito vivo que desgrana lo originario y primigenio. Los tarahumaras son para Artaud un motivo de inspiración que transcenderá, completamente, lo que sería el retrato formalizado que se exigiría a un antropólogo. El, los percibe desde su temple de poeta y desde la textura humana a la que apuntan. Su propósito es transmitir lo que, acaso débilmente, siga aleteando en su estirpe. Artaud trata de acoger su modo de ser en el mundo en lo que pudiera quedar velado para el típico observador moderno. Atender a la mentalidad simbólica que desgrana su cultura es su pretensión. Desde tal pretensión los propios tarahumara y la naturaleza que los acoge pasan a ser rito y escena. Una escena que para Artaud destilará por todas partes símbolos primigenios. El marsellés entenderá a los tarahumara como los partícipes de un mito vivo, de un mito que se encarna en los cuerpos y el paisaje.

Apelar a los tarahumara nos dice mucho del teatro de la crueldad. En el teatro imaginado por el marsellés todo debe constituirse como cifra simbólica del mismo modo que en la tierra tarahumara. Artaud la contempla como una privilegiada puesta en escena -que envuelve y enerva- en la que aparece la vida y sus misterios revelándose como símbolo. Sincrónicamente entenderá su teatro como un tejido envolvente que, desde la imaginación creadora, sirva texturas simbólicas que apelan a la vida misma y a sus tensiones. La finalidad, incidir y violentar las almas, envolverlas desde la palabra pero, sobre todo, desde los símbolos, sonidos, música y danzas que se sucedan. Se trata de imaginar un lenguaje teatral renovado y transformador que no se reduzca a la palabra. Este será para Artaud el sentido de la escena teatral, un sentido antiguo muy cercano al de ese rito transformador cuya finalidad sería la renovación de la vida. En palabras del propio Artaud de lo que se trata es de “redescubrir ciertas condiciones para engendrar en el espíritu un espectáculo capaz de fascinarlo”. Algo que para un griego antiguo sería inmediato en la intimidad religiosa y piadosa que le vinculaba con los mitos que se glosaban en la tragedia.

La puesta en escena alcanzará para Artaud la esencia del teatro. La palabra es parte de la escena y del lenguaje teatral pero no debería agotarlo desde la ubicuidad de lo textual, tal y como viene a suceder en el teatro contemporáneo. El teatro, lejos de caer en la trampa de constituirse como género literario, sería pues escena que singulariza y reordena el espacio y el tiempo. En tal sentido se acercará el teatro al rito y a la singularidad espacial y de significados que el rito instaura desde sus tramas simbólicas. Este es un asunto decisivo para entender la reforma de lo teatral que reivindica Artaud y el modo en el que su teatro se acercaría a la teúrgia. Tal reforma si algo pretende es romper con el teatro moderno, dominado por lo textual y lo mental, para desplegar un espacio acogido los sentidos y a la riqueza de una percepción que ve y conoce. De ahí la importancia que da Artaud a la renovación del lenguaje escénico y  su capacidad de interpelar a la capacidad de visión y de mirada desde una esfera simbólica y sensitiva más allá del dominio de la palabra. En este sentido el capítulo que dedica al teatro balines en “El Teatro y su doble” , en realidad un compendio de hasta donde alcanza el lenguaje escénico, resulta de ineludible lectura para acercarnos al teatro de la crueldad.

 

La cuestión del lenguaje es, efectivamente, la piedra angular de las propuestas de Artaud para el teatro. Su mirada como venimos indicando trata de dejar de lado la constitución de lo teatral exclusivamente desde lo textual. El lenguaje del teatro moderno cerraría su significación en la palabra y la representación meramente conceptual del mundo. Artaud llama a violentar la suplantación del mundo que impone la palabra-concepto dejando atrás las deudas con el logicismo de la razón moderna. Dejar de lado la reducción del mundo a conceptos y significados cerrados en sí mismos es, por tanto, la tarea fundamenal. A partir de ahí la sensibilidad contramoderna del marsellés y su pretensión de liberar las potencias de lo simbólico y de la propia metafísica como ciencia de la salud y de la vida. Su territorio será el de la imaginación creadora y el del poder de la imagen, con todas sus polisemias, y no el de ese concepto que acota el mundo a su significar y que solo favorece un vínculo con el mundo basado en criterios de cosificación y utilidad. Lejos de ello el lenguaje debe ser asumido como un quicio abierto al mundo y a su pasaje. Artaud quiere otra cualidad en la existencia del hombre y en tal medida otro cuerpo, es decir, otra vida anímica abriéndose a la vida. Para el marsellés el cuerpo mismo, en tanto viviente, debe estar abíerto a las tramas simbólicas del cosmos y ser partícipe de la percepción del mundo como símbolo y relato. Crecer desde la propia percepción y desde su capacidad de conocer… Para el marsellés lo simbólico, por liberar la capacidad de vida, libera y descubre las potencias del cuerpo. Por eso apostará por un teatro que se aleje de su reducción a la mera palabra para abrirse a los sonidos, danzas, música, gestos, ademanes, etc. En sus propias palabras “gestos, signos, actitudes, sonoridades que son… el lenguaje de la escena, ese lenguaje que ejerce plenamente sus efectos físicos y poéticos en todos los niveles de la conciencia y en todos los sentidos, induce necesariamente al pensamiento a adoptar meditaciones profundas que podrían llamarse metafísica en acción”[1].

 

En tal teatro el cuerpo pasa de ser un mero recitador a convertirse en un receptor, paradójicamente activo, de una trama compleja que le involucra en su propia totalidad sensitiva e intelectual. Al perder valor lo textual y el dialogo se apelará a una asimilación energética de la escena “la parte activa otorgada a la oscura emoción poética impone signos materiales… la extensión y los objetos hablan, las imágenes nuevas hablan, incluso las imágenes de las palabras donde se acumulan sonidos también hablan”. Artaud llega a hablar de lo sensorial como destino de la escena, un espacio sensorial que, trenzado por lo simbólico, pugnará por elevar la mirada del hombre del mismo modo que sucedía en el teatro trágico griego. Consideremos que todo lo que dice este marsellés indaga y experimenta en una escena renovada.

 

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A partir de toda esta reconsideración del lenguaje Artaud se vuelve hacia la tradición metafísica entendiéndola desde lo simbólico y lo imaginario y sobre todo, desde la textura de vida a la que abre. Artaud dejará de lado toda clave libresca y apelará a una metafísica viva en la que como horizonte se haga patente la copertenencia de contrarios, es decir, la remisión al caos y el desorden –en un formato catárquico- pero también a una armonía que todo lo compendia. Esta deberá enhebrar la puesta escena desde lo que él mismo llega a llamar una metafísica en acción[2]. Al tiempo la trama metafísica de la escena aseguraría para Artaud la poética del lenguaje teatral. El marsellés se sitúa ante la poesía entendiéndola desde una visión metafísica capaz de nutrir el alma y de iniciar en los misterios del mundo. En sus propias palabras “La verdadera poesía es metafísica quiérase o no, y yo aún diría que su valor depende de su alcance metafísico, de su grado de eficacia metafísica”. De la potencia poética del teatro y de configurar un lenguaje puramente teatral -y no meramente literario- dependería esa capacidad de alcanzar el alma. Insisto, para Artaud esa capacidad de transformación, como sucede en los ritos a través del poder de las imágenes, vendría dada desde las simbólicas metafísicas que se nos brindan. Para que así suceda la escena deberá apelar y envolver al hombre desde su carácter físico y sensorial y no solo desde la esfera de lo intelectual. Se trataría de interpelar no solo a la mente sino a la totalidad viviente del cuerpo; a los sentidos, al alma que se conmueve en la escena. Por eso la asimilación de la simbólica existente tanto en el rito como en el teatro de la crueldad no arraiga en verdad logicista alguna sino más bien en esa totalidad viviente del hombre que viéndose interpelado se encuentra y se reconoce en la escena. Símbolos vivos que por vivos arraigan en la vida del hombre y en su relación con el cosmos; y la palabra en tanto símbolo usado como “encantamiento”[3] y conjuro.

 

Metafísica, simbólica, poética…. Todo ello enhebrándose en el lenguaje escénico en el que Artaud indaga; poesía de la escena integrando todo tipo de recursos sonoros, musicales y visuales conmoviendo las almas y envolviendo los sentidos, violentando los cuerpos, despertando y animando al intelecto en su capacidad de visión… La escena un espacio-tiempo que queda singularizado desde una trama simbólica específica y precisa que opera en el alma animando a la transformación de lo humano. Un lenguaje escénico que imagina y alumbra nuevas formas artísticas aplicadas a la escena. No será casual que el propio Artaud sea quien nos indique los paralelismos de su teatro alquímico con lo que sería una magia ceremonial, o mejor ritual, capaz de servir una operativa de transformación de lo humano: magia pneumática que dirían los renacentistas. En sus propias palabras: “sustituir así las formas rígidas del arte por formas intimidantes y vivas que darán una nueva realidad al teatro en el sentido de la antigua magia ceremonial”[4]. La clave teúrgica de la magia ceremonial a la que apela Artaud será la piedra angular de la escena. Para la misma la poesía de la escena brindará su poder transformador. El marsellés entenderá desde la magia este poder el cual, desde planos diversos, perturbará, encantará, y excitará el espíritu. En palabras de Artaud “el teatro… participa de esa intensa poesía de la naturaleza y conserva sus relaciónes mágicas con todos los grados objetivos del magnetismo universal. La puesta en escena es un instrumento de magia”,[5] cuya vocación será sanar el alma y devolverla su vigor espiritual desde la asimilación de ciertos símbolos de la mano de la poética de la escena;  en realidad una magia sanadora de resonancias teúrgicas. Esta, por lo demás, radicará en la operatividad de ciertos símbolos metafísicos. Con cierto sorna y vocación de provocación nos dirá Artaud que el autor de teatro que solo maneja palabras debería dar el paso a los que saben de “hechicería objetiva y animada”.[6]

 

Habrá quien se sorprenda de que Artaud apele a la urdimbre metafísica del teatro de la crueldad al hablar de la escena; incluso llegará a hablar de la puesta en escena como de una metafísica en acción[7] capaz de transformar al hombre llevándole más allá de sí. En tal sentido llegará a hablar de la eficacia material de la metafísica, es decir, de su eficacia a la hora de transformar el cuerpo vivo y sintiente[8]. La cuestión del cuerpo, ya lo he indicado,  será decisiva en tanto clave desde la que entender esa eficacia material de la metafísica indicada por Artaud en tanto horizonte de verdades que el cuerpo encarna y reconoce desde su capacidad de vida. La metafísica como viático hacia la plenitud en la intensidad de la vida abierta al espíritu.

 

(3)

 

Recapitulando y resumiendo. En el lenguaje escénico y ritual que plantea Artaud la palabra no se deja de lado y forma parte del mismo aunque los recursos expresivos que se ponderan serán muchos más, de ahí que la palabra tenga una presencia más acotada. La danza, la música, el canto y los más diversos efectos escénicos tendrán una relevancia preponderante. Con todo, lo verdaderamente decisivo será la trama simbólica que se sirve y la ordenación singular del espacio y del tiempo que se instaura a partir de un lenguaje escénico que se acerca a lo ritual.

 

Consideremos que la esfera de lo simbólico alcanza nuestra vida precisamente por recrear la vida anímica y sus itinerarios a través de determinadas imágenes con capacidad de evocar e indicar esa vida anímica. La imagen en tanto símbolo metafísico muestra los desafíos de lo humano en sus posibilidades de extravío, estancamiento y plenitud, Su operativa no apunta a una asimilación racional sino al despertar que promueve el símbolo por recrear lo humano, resonando en la más absoluta intimidad. Así, los símbolos de raigambre metafísica, en las imágenes de y para el alma, le revelan al hombre su intimidad y destino quedando abierto al espíritu. La simbólica metafísica y el poder de las imágenes animando y transformando la vida del alma en el teatro y en el rito.

 

El rito singulariza el tiempo –me remito a Eliade- y lo lanza hacia un tiempo que se reconoce como originario. El sentido de la irrupción de este tiempo originario será la reinstauración y renovación abundante de la vida. En la esfera de lo ritual, la teúrgia, servirá un pasaje de ordenación del alma y de elevación hacia estados del ser –y del conocer- más afinados que transcienden los estados corrientes del hombre. La clave de la teúrgia será, por tanto, el equilibrio del alma, su sanación y su purificación, es decir, su catarsis en esa perspectiva de estados del ser cada vez más unitarios y, por tanto, más capaces de resolver escisiones desde su propia finura ontológica –recuerdese lo dicho sobre la coincidentia opositorum.

 

Considérese el teatro de la crueldad y su lenguaje a partir de lo dicho en tanto espacio capaz de promover la salud del alma y la apertura a lo sagrado y su Misterio a partir del poder de los símbolos y de catarsis y tomas de conciencia precisas. El teatro como teúrgia capaz de deslastrar la vida anímica promoviendo la superación de sus escisiones y fracturas. La teúrgia acercando al misterio de la unidad de todo lo real en tanto hallazgo desvelado por la salud y el silencio del alma. La teúrgia es una praxis ritual no es una posición meramente teórica.

 

De la teúrgia y del rito al lenguaje escénico. De la semiótica ritual al teatro de la crueldad. El lenguaje escénico propuesto por Artaud, al modo del rito, deberá ser entendido, como una como una totalidad compleja capaz de transmitir un lenguaje propio en el engarce de todo tipo de recursos sonoros, y visuales: danza, música, mímica, plástica, decorado, vestuario, iluminación, sonidos, el posible uso de máscaras, entonaciones singulares de la palabra, la propia palabra que no queda excluida… Todo ello quedaría compendiado y enhebrado en esas tramas simbólicas cuya finalidad sería resonar en el hombre y activar las potencias de su vida anímica alcanzando sus sentidos y emociones, también su intelecto y capacidad de intuición y visión. El objetivo: transformar el estado del alma en la identificación del hombre con lo que ve de sí mismo en la escena. Esta, como si de un espejo se tratara, sería el fiel reflejo de las posibilidades de la vida anímica reconociendo el hombre sus posibles horizontes y devenires. “Un teatro serio que transtorne todos nuestros preconceptos y que nos inspire con el magnetismo ardiente de sus imágenes y actúe en nosotros como una terapéutica espiritual de imborrable efecto”[9].



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Todas las notas pertenecen a la edición de Edhasa barcelona 1978 

[1] Antonin Artaud. El hombre y su doble, pg 50

[2] Antonin Artaud. El teatro y su doble, pg 48

[3] Antonin Araaud. El teatro de la crueldad, pg 103

[4] Antonin Artaud. El hombre y su doble, pg 43

[5] Antonin Artaud. El teatro y su doble, pg 84.

[6] Antonin Artaud. El teatro y su doble, pg 84.

[7] Antonin Artaud. El hombre y su doble, pg 48.

[8] Antonin Artaud. El hombre y su doble, pg 40.

[9] Antonin Artaud. El hombre y su doble, pg 95.


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