Ahi va la tecera entrega de la serie sobre Artaud dedicada a la renovación del lenguaje escénico. El texto está pensado para ser leído al margen del resto de la serie aunque mucho de lo dicho se matiza, complementa, anticipa o aclara en las otras entradas. La totalidad de la serie es la que ofrece el haz de sentido general y la significación plena d elo afirmado
(1)
Devolver al teatro a una dimensión metafísica vinculada al
significado profundo del mythos parece ser la determinación de Artaud.
Con lo dicho el marsellés no se referirá a glosar temáticas metafísicas o
mitológicas en lo textual. Se trata de reimaginar el teatro, de
apuntar a la capacidad expresiva de la vida y de la escena para descubrir la
riqueza y los horizontes del lenguaje simbólico. Artaud, efectivamente, se
decantará por la capacidad de lo simbólico para incidir sobre el hombre
desvelando lo real y subvirtiendo los imaginarios convencionales. El marsellés
pretenderá reimaginar el teatro deslizándolo desde el predominio monocorde de
la palabra hacia la indagación en un nuevo lenguaje teatral. Con tal finalidad entenderá
el teatro en intimidad con la esfera de lo ritual y atendenrá al poder
semiótico y catárquico de las imágenes. “No ha
quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el
mejor posible.” nos dirá Artaud. La apelación a la renovación del lenguaje será
recurrente en su obra. Tal renovación atenderá básicamente a las imágenes y su
capacidad de transmitir horizontes de vida y generar realidad.
Como sabemos Artaud es alguien con intuición en la
mirada, con capacidad de ver y de elaborar desde lo que ve. Deja ser en su
escritura a la imaginación creadora. Hasta el punto de apoyar toda su obra en
la capacidad del imaginario de acceder a otras texturas de vida menos mediatizadas
y más abiertas a lo Real. En tal estela ve en el teatro la posibilidad de
restituir la potencia transformadora del ritual y en los tarahumara un mito
vivo que desgrana lo originario y primigenio. Los tarahumaras son para Artaud
un motivo de inspiración que transcenderá, completamente, lo que sería el
retrato formalizado que se exigiría a un antropólogo. El, los percibe desde su
temple de poeta y desde la textura humana a la que apuntan. Su propósito es
transmitir lo que, acaso débilmente, siga aleteando en su estirpe. Artaud trata
de acoger su modo de ser en el mundo en lo que pudiera quedar velado para el típico
observador moderno. Atender a la mentalidad simbólica que desgrana su cultura
es su pretensión. Desde tal pretensión los propios tarahumara y la naturaleza
que los acoge pasan a ser rito y escena. Una escena que para Artaud destilará por
todas partes símbolos primigenios. El marsellés entenderá a los tarahumara como
los partícipes de un mito vivo, de un mito que se encarna en los cuerpos y el
paisaje.
Apelar a los tarahumara nos dice mucho del teatro de
la crueldad. En el teatro imaginado por el marsellés todo debe constituirse
como cifra simbólica del mismo modo que en la tierra tarahumara. Artaud la
contempla como una privilegiada puesta en escena -que envuelve y enerva- en la
que aparece la vida y sus misterios revelándose como símbolo. Sincrónicamente entenderá
su teatro como un tejido envolvente que, desde la imaginación creadora, sirva texturas simbólicas que apelan a la vida misma y a
sus tensiones. La finalidad, incidir y violentar las almas, envolverlas desde
la palabra pero, sobre todo, desde los símbolos, sonidos, música y danzas que
se sucedan. Se trata de imaginar un lenguaje teatral renovado y transformador que
no se reduzca a la palabra. Este será para Artaud el sentido de la escena
teatral, un sentido antiguo muy cercano al de ese rito transformador cuya
finalidad sería la renovación de la vida. En palabras del propio Artaud de lo
que se trata es de “redescubrir ciertas condiciones para engendrar en el
espíritu un espectáculo capaz de fascinarlo”. Algo que para un griego antiguo
sería inmediato en la intimidad religiosa y piadosa que le vinculaba con los
mitos que se glosaban en la tragedia.
La puesta en escena alcanzará para Artaud la esencia del
teatro. La palabra es parte de la escena y del lenguaje teatral pero no debería
agotarlo desde la ubicuidad de lo textual, tal y como viene a suceder en el
teatro contemporáneo. El teatro, lejos de caer en la trampa de constituirse
como género literario, sería pues escena que singulariza y reordena el espacio
y el tiempo. En tal sentido se acercará el teatro al rito y a la singularidad
espacial y de significados que el rito instaura desde sus tramas simbólicas.
Este es un asunto decisivo para entender la reforma de lo teatral que reivindica
Artaud y el modo en el que su teatro se acercaría a la teúrgia. Tal reforma si
algo pretende es romper con el teatro moderno, dominado por lo textual y lo
mental, para desplegar un espacio acogido los sentidos y a la riqueza de una
percepción que ve y conoce. De ahí la importancia que da Artaud a la renovación
del lenguaje escénico y su capacidad de
interpelar a la capacidad de visión y de mirada desde una esfera simbólica y
sensitiva más allá del dominio de la palabra. En este sentido el capítulo que
dedica al teatro balines en “El Teatro y su doble” , en realidad un compendio
de hasta donde alcanza el lenguaje escénico, resulta de ineludible lectura para
acercarnos al teatro de la crueldad.
La cuestión del lenguaje es, efectivamente, la piedra
angular de las propuestas de Artaud para el teatro. Su mirada como venimos
indicando trata de dejar de lado la constitución de lo teatral exclusivamente desde
lo textual. El lenguaje del teatro moderno cerraría su significación en la
palabra y la representación meramente conceptual del mundo. Artaud llama a
violentar la suplantación del mundo que impone la palabra-concepto dejando atrás
las deudas con el logicismo de la razón moderna. Dejar de lado la reducción del
mundo a conceptos y significados cerrados en sí mismos es, por tanto, la tarea
fundamenal. A partir de ahí la sensibilidad contramoderna del marsellés y su
pretensión de liberar las potencias de lo simbólico y de la propia metafísica
como ciencia de la salud y de la vida. Su territorio será el de la imaginación
creadora y el del poder de la imagen, con todas sus polisemias, y no el de ese
concepto que acota el mundo a su significar y que solo favorece un vínculo con
el mundo basado en criterios de cosificación y utilidad. Lejos de ello el lenguaje
debe ser asumido como un quicio abierto al mundo y a su pasaje. Artaud quiere
otra cualidad en la existencia del hombre y en tal medida otro cuerpo, es
decir, otra vida anímica abriéndose a la vida. Para el marsellés el cuerpo
mismo, en tanto viviente, debe estar abíerto a las tramas simbólicas del cosmos
y ser partícipe de la percepción del mundo como símbolo y relato. Crecer desde
la propia percepción y desde su capacidad de conocer… Para el marsellés lo
simbólico, por liberar la capacidad de vida, libera y descubre las potencias
del cuerpo. Por eso apostará por un teatro que se aleje de su reducción a la
mera palabra para abrirse a los sonidos, danzas, música, gestos, ademanes, etc.
En sus propias palabras “gestos, signos, actitudes,
sonoridades que son… el lenguaje de la escena, ese lenguaje que ejerce
plenamente sus efectos físicos y poéticos en todos los niveles de la conciencia
y en todos los sentidos, induce necesariamente al pensamiento a adoptar
meditaciones profundas que podrían llamarse metafísica en acción”[1].
En tal teatro el cuerpo pasa de ser un mero recitador a
convertirse en un receptor, paradójicamente activo, de una trama compleja que le
involucra en su propia totalidad sensitiva e intelectual. Al perder valor lo
textual y el dialogo se apelará a una asimilación energética de la escena “la
parte activa otorgada a la oscura emoción poética impone signos materiales… la
extensión y los objetos hablan, las imágenes nuevas hablan, incluso las
imágenes de las palabras donde se acumulan sonidos también hablan”. Artaud llega
a hablar de lo sensorial como destino de la escena, un espacio sensorial que,
trenzado por lo simbólico, pugnará por elevar la mirada del hombre del mismo
modo que sucedía en el teatro trágico griego. Consideremos que todo lo que dice
este marsellés indaga y experimenta en una escena renovada.
(2)
A partir de toda esta reconsideración del lenguaje Artaud
se vuelve hacia la tradición metafísica entendiéndola desde lo simbólico y lo
imaginario y sobre todo, desde la textura de vida a la que abre. Artaud dejará de lado toda clave libresca y apelará a una metafísica viva en la que como horizonte
se haga patente la copertenencia de contrarios, es decir, la remisión al caos y
el desorden –en un formato catárquico- pero también a una armonía que todo lo
compendia. Esta deberá enhebrar la puesta escena desde lo que él mismo llega a
llamar una metafísica en acción[2].
Al tiempo la trama metafísica de la escena aseguraría para Artaud la poética
del lenguaje teatral. El marsellés se sitúa ante la poesía entendiéndola desde
una visión metafísica capaz de nutrir el alma y de iniciar en los misterios del
mundo. En sus propias palabras “La verdadera poesía es metafísica quiérase o
no, y yo aún diría que su valor depende de su alcance metafísico, de su grado
de eficacia metafísica”. De la potencia poética del teatro y de configurar un
lenguaje puramente teatral -y no meramente literario- dependería esa capacidad
de alcanzar el alma. Insisto, para Artaud esa capacidad de transformación, como
sucede en los ritos a través del poder de las imágenes, vendría dada desde las
simbólicas metafísicas que se nos brindan. Para que así suceda la escena deberá
apelar y envolver al hombre desde su carácter físico y sensorial y no solo
desde la esfera de lo intelectual. Se trataría de interpelar no solo a la mente
sino a la totalidad viviente del cuerpo; a los sentidos, al alma que se
conmueve en la escena. Por eso la asimilación de la simbólica existente tanto
en el rito como en el teatro de la crueldad no arraiga en verdad logicista
alguna sino más bien en esa totalidad viviente del hombre que viéndose
interpelado se encuentra y se reconoce en la escena. Símbolos vivos que por
vivos arraigan en la vida del hombre y en su relación con el cosmos; y la
palabra en tanto símbolo usado como “encantamiento”[3]
y conjuro.
Metafísica, simbólica, poética…. Todo ello enhebrándose en el
lenguaje escénico en el que Artaud indaga; poesía de la escena integrando todo
tipo de recursos sonoros, musicales y visuales conmoviendo las almas y
envolviendo los sentidos, violentando los cuerpos, despertando y animando al
intelecto en su capacidad de visión… La escena un espacio-tiempo que queda
singularizado desde una trama simbólica específica y precisa que opera en el
alma animando a la transformación de lo humano. Un lenguaje escénico que
imagina y alumbra nuevas formas artísticas aplicadas a la escena. No será
casual que el propio Artaud sea quien nos indique los paralelismos de su teatro
alquímico con lo que sería una magia ceremonial, o mejor ritual, capaz de
servir una operativa de transformación de lo humano: magia pneumática que
dirían los renacentistas. En sus propias palabras: “sustituir así las formas
rígidas del arte por formas intimidantes y vivas que darán una nueva realidad
al teatro en el sentido de la antigua magia ceremonial”[4].
La clave teúrgica de la magia ceremonial a la que apela Artaud será la piedra
angular de la escena. Para la misma la poesía de la escena brindará su poder
transformador. El marsellés entenderá desde la magia este poder el cual, desde
planos diversos, perturbará, encantará, y excitará el espíritu. En palabras de
Artaud “el teatro… participa de esa intensa poesía de la naturaleza y conserva
sus relaciónes mágicas con todos los grados objetivos del magnetismo universal.
La puesta en escena es un instrumento de magia”,[5]
cuya vocación será sanar el alma y devolverla su vigor espiritual desde la asimilación
de ciertos símbolos de la mano de la poética de la escena; en realidad una magia sanadora de resonancias
teúrgicas. Esta, por lo demás, radicará en la operatividad de ciertos símbolos
metafísicos. Con cierto sorna y vocación de provocación nos dirá Artaud que el
autor de teatro que solo maneja palabras debería dar el paso a los que saben de
“hechicería objetiva y animada”.[6]
Habrá quien se sorprenda de que Artaud apele a la urdimbre
metafísica del teatro de la crueldad al hablar de la escena; incluso llegará a
hablar de la puesta en escena como de una metafísica en acción[7]
capaz de transformar al hombre llevándole más allá de sí. En tal sentido
llegará a hablar de la eficacia material de la metafísica, es decir, de su
eficacia a la hora de transformar el cuerpo vivo y sintiente[8].
La cuestión del cuerpo, ya lo he indicado, será decisiva en tanto clave desde la que
entender esa eficacia material de la metafísica indicada por Artaud en tanto
horizonte de verdades que el cuerpo encarna y reconoce desde su capacidad de
vida. La metafísica como viático hacia la plenitud en la intensidad de la vida
abierta al espíritu.
(3)
Recapitulando y resumiendo. En el lenguaje escénico y ritual que
plantea Artaud la palabra no se deja de lado y forma parte del mismo aunque los
recursos expresivos que se ponderan serán muchos más, de ahí que la palabra
tenga una presencia más acotada. La danza, la música, el canto y los más
diversos efectos escénicos tendrán una relevancia preponderante. Con todo, lo verdaderamente
decisivo será la trama simbólica que se sirve y la ordenación singular del
espacio y del tiempo que se instaura a partir de un lenguaje escénico que se acerca
a lo ritual.
Consideremos que la esfera de lo simbólico alcanza nuestra
vida precisamente por recrear la vida anímica y sus itinerarios a través de
determinadas imágenes con capacidad de evocar e indicar esa vida anímica. La
imagen en tanto símbolo metafísico muestra los desafíos de lo humano en sus
posibilidades de extravío, estancamiento y plenitud, Su operativa no apunta a
una asimilación racional sino al despertar que promueve el símbolo por recrear
lo humano, resonando en la más absoluta intimidad. Así, los símbolos de raigambre metafísica, en las
imágenes de y para el alma, le revelan al hombre su intimidad y destino quedando abierto al espíritu. La
simbólica metafísica y el poder de las imágenes animando y transformando la vida del alma en el
teatro y en el rito.
El rito singulariza el tiempo –me remito a Eliade- y lo lanza
hacia un tiempo que se reconoce como originario. El sentido de la irrupción de
este tiempo originario será la reinstauración y renovación abundante de la
vida. En la esfera de lo ritual, la teúrgia, servirá un pasaje de ordenación
del alma y de elevación hacia estados del ser –y del conocer- más afinados que transcienden
los estados corrientes del hombre. La clave de la teúrgia será, por tanto, el
equilibrio del alma, su sanación y su purificación, es decir, su catarsis en
esa perspectiva de estados del ser cada vez más unitarios y, por tanto, más
capaces de resolver escisiones desde su propia finura ontológica –recuerdese lo
dicho sobre la coincidentia opositorum.
Considérese el teatro de la crueldad y su lenguaje a partir
de lo dicho en tanto espacio capaz de promover la salud del alma y la apertura
a lo sagrado y su Misterio a partir del poder de los símbolos y de catarsis y tomas
de conciencia precisas. El teatro como teúrgia capaz de deslastrar la vida
anímica promoviendo la superación de sus escisiones y fracturas. La teúrgia
acercando al misterio de la unidad de todo lo real en tanto hallazgo desvelado
por la salud y el silencio del alma. La teúrgia es una praxis ritual no es una
posición meramente teórica.
De la teúrgia y del rito al lenguaje escénico. De la
semiótica ritual al teatro de la crueldad. El lenguaje escénico propuesto por
Artaud, al modo del rito, deberá ser entendido, como una como una totalidad
compleja capaz de transmitir un lenguaje propio en el engarce de todo tipo de
recursos sonoros, y visuales: danza, música, mímica, plástica, decorado,
vestuario, iluminación, sonidos, el posible uso de máscaras, entonaciones
singulares de la palabra, la propia palabra que no queda excluida… Todo ello
quedaría compendiado y enhebrado en esas tramas simbólicas cuya finalidad sería
resonar en el hombre y activar las potencias de su vida anímica alcanzando sus
sentidos y emociones, también su intelecto y capacidad de intuición y visión.
El objetivo: transformar el estado del alma en la identificación del hombre con
lo que ve de sí mismo en la escena. Esta, como si de un espejo se tratara,
sería el fiel reflejo de las posibilidades de la vida anímica reconociendo el hombre
sus posibles horizontes y devenires. “Un teatro serio que transtorne todos
nuestros preconceptos y que nos inspire con el magnetismo ardiente de sus
imágenes y actúe en nosotros como una terapéutica espiritual de imborrable
efecto”[9].
[1] Antonin
Artaud. El hombre y su doble, pg 50
[2] Antonin
Artaud. El teatro y su doble, pg 48
[3] Antonin
Araaud. El teatro de la crueldad, pg 103
[4] Antonin
Artaud. El hombre y su doble, pg 43
[5] Antonin
Artaud. El teatro y su doble, pg 84.
[6] Antonin
Artaud. El teatro y su doble, pg 84.
[7] Antonin
Artaud. El hombre y su doble, pg 48.
[8] Antonin
Artaud. El hombre y su doble, pg 40.
[9] Antonin
Artaud. El hombre y su doble, pg
95.
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