martes, 3 de abril de 2018

Thoreau y la economía: La práctica de lo salvaje


Otra economía. Economía en su vieja acepción de intendencia de recursos y acondicionamiento de espacios con el fin de asegurar la propia manutención y bienestar; a partir de ahí saber vivir, vivir del modo idóneo, saber distinguir una manutención que abra al mejor vivir de otra que lastre las posibilidades que nos ofrece la vida, ordenar la costumbre, pautar del mejor modo el trabajo y  la cotidianidad… Se dice que Aristóteles dedicó un tratado específico a la Economía y no debiera sorprendernos. La filosofía aspira también al saber vivir, al vivir y su excelencia... Thoreau, con enorme intuición, considerará ambas disciplinas en estrecha conexión; en sus propias palabras “economía de la vida que es un sinónimo de la palabra filosofía”[1].  A partir de ahí no deberá extrañarnos que entienda su vida como un abordaje de las posibilidades efectivas de un vivir orientado desde la admiración por lo real. La admiración, en la que arraiga según los griegos el origen de la filosofía, será para Thoreau la cumbre del saber vivir. Este será el horizonte filosófico[2] en el que debiera culminar la propia economía y, acaso, la economía en un sentido general. Tal será la perspectiva teórica de la que parta el sabio de Walden.
Hablamos de economía en su sentido tradicional, el que le daba Aristóteles, atendiendo a la organización del vivir en el mundo. Thoreau, básicamente, escribía sobre su vida. Su filosofar rebosa en el desplegarse del día a día borboteando a partir de la narrativa de esa cotidianidad a través de una prosa ensayística de altura que deja de lado toda pretensión sistemática. De lo que se trata es de dejar hablar a la propia capacidad de vida, de hablar al ras de la vida misma. La erudición teórica de este singular romántico americano y su conocimiento de los clásicos, amplio e intenso, enhebran así un pensamiento vivo que ansía encarnarse y tomar cuerpo. Ernst Jünger, en Los titanes venideros nos dirá: “El diario es para mí algo privilegiado porque permite registrarlo todo y relatarlo espontáneamente, tal como se presenta, y permite anotar cada intuición con la máxima libertad, sin vínculos formales. Para mí es como una plegaria cotidiana y en parte la sustituye”. Creo que lo dicho contextualiza a la perfección el ensayo de la cotidianidad en el que la obra de Henry David Thoreau alcanza su forma propia. Tanto en lo que tiene de indagación teórica como en lo que tiene de praxis espiritual.
 En Thoreau, efectivamente, su propio habitar en el mundo, su modo de vivir, es lo que hilvana la obra. Al atender estas cuestiones investiga lo que sería una regla de vida vertebrada desde ese admirarse por lo real. De ahí que su obra y, en especial, Walden destaque por ese carácter, conscientemente experimental, en el que las posibilidades de retirarse en el bosque constituyen el experimento; por eso la trama de Walden es lo cotidiano, la manutención más elemental, lo que va pasando, el calentarse, la casa, los cultivos, el bosque y sus habitantes, la descripción del día a día, de los ritmos y procesos naturales… En Walden el filosofar, un filosofar entendido como emboscadura e indicación de lo contemplativo, arraiga y brota como fruta madura de toda esa cotidianidad a partir de la cual uno vive y se mantiene. Recordemos el estrecho vínculo entre modo de vida y filosofía del que parte Thoreau.
Esa vida,  necesariamente, será una vida simple y sencilla y, por tanto, al margen de las exigencias que impone al hombre la vida moderna y el desarrollismo inherente a la economía productiva. La sencillez que postula Thoreau consiste en dejar de lado todo lo superfluo para a partir de ahí podernos dedicar a lo que vida y naturaleza, por su propia iniciativa y presencia, nos brinden. Su postura resulta paralela a la de Martin Heidegger. Heidegger apela en Conceptos fundamentales[3] a la necesidad de ir removiendo y dejando de lado todo la trama de lo superfluo y de necesidades ficticias, siempre crecientes, que van quedando tendidas, como si de señuelos se tratara, en el horizonte vital del hombre contemporáneo. Para Heidegger esta praxis sirve un tránsito que termina por desvelar, precisamente, lo que no nos es superfluo; la escucha del ser, la atención a su presencia. Para Thoreau dejar de lado las necesidades ficticias que nos impone la convención social amparará el desvelamiento de una vida verdadera en contacto con lo real.
Respecto del modo de vida característico de la modernidad nos dirá Thoreau “Vivimos… como las hormigas aunque la fábula nos cuenta que hace ya mucho fuimos transformados en hombres”[4]. Aunque la fábula es de Esopo describe perfectamente el modo en que el sabio de Walden entiende las sociedades modernas y su administración de la vida; una vida que engrana al hombre, como si de una simple pieza se tratara, en una megaestructura social de enorme complejidad. Esta megaestructura, con su propia agenda de rendimientos completamente ajena a los intereses de los hombres que la componen, bien pudiera asimilarse a una entidad colectiva. En tal sentido el símil de las hormigas y del consiguiente hormiguero como marco de vida resulta una analogía fértil ya que es cierto que una sociedad así entendida estaría más cerca de una entidad colectiva que de una comunitas humana de personas, cuerpos y rostros concretos…
La crítica de Thoreau al modo de vida moderno transitará por veredas que, tiempo después, muchos siguen hollando. Al modo de vida vigente lo considera completamente alienado desde las sugestiones compartidas que impone la economía productiva. En tal sentido apelará a esa diferencia de origen platónico entre lo real y lo aparente[5]. La vida moderna quedaría instalada en la caverna[6], en el culto a la apariencia y a las retóricas mentales que ésta le impone al hombre. La apariencia cobraría cuerpo al quedar el alma del hombre seducida por los deseos ficticios de prosperidad que introyecta en la conciencia el modo de vida moderno. El hombre así se vería arrojado a la caverna suponiendo que trabaja para una prosperidad que, en realidad, no sería sino la excitación inducida por esas necesidades ficticias que dejan de lado la propia capacidad de vida. Para el sabio de Walden un mundo de abducción de lo real incapaz de alcanzar la vida más allá de su superficie.
La agudeza del análisis de Thoreau alcanza incluso la cuestión de la máquina en tanto imagen que expresa la mentalidad de nuestro tiempo; lo que Heidegger de un modo paralelo llama la mentalidad técnica. Según su criterio “los hombres se han convertido en herramientas de sus propias máquinas” [7]. Desde esta perspectiva lo que se subraya es una imagen de lo social y de la vida que toma como modelo la maquina; de tal modo que el propio hombre, trabajando y consumiendo, no alcance a ser otra cosa que una mera pieza de la maquinaria global. Así la imagen de la máquina, con sus automatismos, piezas y engranajes, da perfecta cuenta de un paisaje humano en el que los hombre serían las piezas a engranar. “No subimos al ferrocarril, éste se sube a nosotros”[8]; la técnica moderna imponiendo su propio orden y figura e imponiéndose a las conciencias de los hombres…
Resultan radicales y brillantes las intuiciones que Thoreau va deslizando en su obra a propósito de este tema; la realidad, la apariencia “creemos que es lo que parece ser”[9], la caverna, la alienación de lo humano, la sociedad como gran maquinaria y el hombre como engranaje, la mentalidad técnica como la figura del tiempo presente…Atendiendo a lo dicho no será de extrañar que su crítica política alcance al propio Estado en tanto forma política del control total sobre la vida.
Hallar la posible cura a este grado de alienación será el objetivo del experimento existencial que aborda y comparte en su obra. Thoreau entenderá que la “única cura” será “una economía estricta, una simplicidad austera y una elevación de nuestros objetivos”[10]. Y es que, en palabras de Heidegger, dejar de lado esas supuestas necesidades para encontrar lo que no nos es superfluo terminará por desvelar lo esencial al hombre, que no será sino la atención a la simple presencia de las cosas que son. Para Thoreau la vía abierta a la realidad por fin despojada de toda esa maraña de convenciones sociales.
La de la naturaleza, para Thoreau, será la cuestión de lo real, y ésta la cuestión del ser. En sus propias palabras “lleguamos así hasta un suelo duro y rocoso que podamos llamar realidad  y del que podamos decir: esto, sin duda, es”. Respecto de la atención a la naturaleza no se trata pues de una cuestión meramente estética. Este romántico emboscado entiende el acercamiento a lo natural en clave ontológica, como iniciación a lo real y en clave de gozo desatado. En la atención al ser de las cosas que son “la indescriptible inocencia y beneficiencia de la naturaleza, del sol, del viento, y de la lluvia, del verano y del invierno, ¡que salud y que alegría perpetua proporcionan!.”[11] Alcanzar esta plenitud vital exigirá instalarse en esa vida sencilla y simple. En palabras del sabio de Walden “cuando un matemático desea hallar la solución de un problema difícil empieza por deshacer todas las dificultades de la ecuación, reduciéndola a sus términos más sencillos. Hagamos lo propio y simplifiquemos el problema de la existencia” [12]. Solo así descollará lo esencial a la vida tras reducirla a lo más básico.
Esta simplificación de la vida, dejando de lado las sugestiones que impone la vida moderna, alcanza suelo firme en el contacto con la naturaleza. La naturaleza y su experiencia no será un añadido a la vida sino que será lo que originariamente se nos brinde, lo desnudamente real; tanto en términos contemplativos como puramente físicos y en relación al trabajo diario. De ahí que la remisión al ser y a lo real, expresándose como naturaleza, sea la conclusión lógica de esta analogía matemática. Los paralelismos entre Heidegger y Thoreau, tanto en la remisión a lo esencial y a la cuestión del ser como en la disposición que ambos tienen ante la técnica moderna resultan evidentes. La crítica a la borrachera tecnológica que propicia la modernidad, al menos en Thoreau, tendrá a su base la relevancia del trabajo con el cuerpo en plena naturaleza, con la consiguiente técnica básica, en tanto expresión de una economía de manutención a la medida de lo humano[13].
La práctica de lo salvaje. Ya expuse en qué medida indagando en esa economía de medios y espacios el sabio de Walden experimenta las posibilidades de una vida atenta al encuentro con lo real. Thoreau trata de volver al modo de vida de las viejas tradiciones de la physis[14]. La finalidad es hacer de la vida una permanente intimidad entre hombre y naturaleza. Esta  vida sencilla y ajena a las distracciones mundanas abre a lo esencial del hombre. Esta apertura, tanto en términos contemplativos como en relación al trabajo con el cuerpo, será un acaecer y recogerá, como fruta maduro, la vieja actitud filosófica[15] de maravilla y fascinación ante el ser y su presencia. Siendo la atención a la naturaleza lo más propiamente humano la plenitud y equilibrio del hombre dependerá de la intimidad con la misma. Desatender este contacto íntimo con la naturaleza sellará la alienación de lo humano. Esta atención a la naturaleza tendrá a su base la propia naturaleza humana y su corporalidad[16] y no solo en relación al trabajo físico...  “Cada mañana era una alegre invitación para hacer de mi vida algo tan sencillo e inocente como la naturaleza misma… Me levantaba temprano y me bañaba en el lago; era un ejercicio religioso y una de las mejores cosas que hacía”[17] nos dirá Thoreau apelando a la celebración del amanecer y recordando a los griegos[18]. Ser cuerpo, ser naturaleza a través del cuerpo, ser naturaleza, atender a lo real y ser realidad. Dejar de lado lo que es mera apariencia mundana; “sea vida o muerte solo queremos la realidad”[19], el acceso a lo real, la escucha del ser, la vida simple y los trabajos de la vida natural, la vida plena y la gran salud capaz de superar las alienación y lo enfermizo de la vida moderna.
Todo lo dicho será una nota decisiva para entender el perfil de sus acercamientos al espíritu. En tal acercamiento la cuestión del ser, entendida desde la receptividad y atención simple a las cosas que son, será decisiva. Lo será a la hora de entender su propia vocación espiritual y no solo sino también en términos sociales y políticos[20]. Por eso, saber distinguir y discriminar el ser de la mera apariencia será una de las vigas maestras de toda su obra. La plenitud de lo humano y la gran salud, sabiendo dejar de lado la convención social y su ruido mental, será lo que esté en juego. Lo real, la apariencia, el ser, la naturaleza como vehículo de contemplación, entender la belleza moral desde la apertura a lo real… Estamos ante pilares y cuestiones básicas de la metafísica y la reflexión filosófica occidental.
De lo expuesto hasta ahora quizá pudiera entenderse a Thoreau como un asceta que nos invita a una vida singular, dura y eremítica. Efectivamente, su regla o pauta de vida tiene elementos que él mismo califica como espartanos pero no se reduce a una mera ascética entendida como un ejercicio singular de rigor y pretendido dominio de sí. El sabio de Walden lo que propone es un modo de vida y una economía de medios orientada hacia la salud y equilibrio del alma. Consideremos que, por mucho que valore la soledad, Thoreau no se retira a la cabaña de Walden por rechazar la vida comunitaria y buscar un aislamiento eremítico o la mortificación del espíritu. De hecho en el relato de sus días junto a la laguna, allí en, Walden no rehuye de las visitas de los amigos y de cierto contacto con el mundo exterior. “Mi carácter no es el del ermitaño y podría sentarme sin problemas con el más rudo parroqiano de un bar si mis asuntos me llevaran allí”[21] nos dirá.
En realidad lo que reivindica Thoreau es lo que él mismo denomina la práctica de lo salvaje. Su modelo es el de la vida de frontera, la vida natural en contacto con la naturaleza, la frontera oeste completamente al margen de todo lo que supone el modo de vida que irradian las urbes modernas, una frontera al margen de la administración de la vida, un Oeste entendido como tierra mítica y genésica, un modo de vida recio pero fértil espiritualmente. Su modelo, trabajando y contemplando con el cuerpo, es la vida del indio, la del aventurero y la del colono de primera hornada; alguien que asegura su intendencia, su equilibrio y la riqueza de su vida espiritual en esa intimidad con la vida natural. Thoreau apela a un hombre primordial, pleno y, en tal medida, sano; en Walden nos dirá: “no puede haber una melancolía realmente negra para el que vive en medio de la naturaleza y goza de sus sentidos”[22]. De este modo re-elabora su sintonía con el romanticismo desde la sensibilidad americana –más rural, más salvaje, menos sofisticada, en una clave de añoranza por la vida del hombre ancestral y reconociendo a ese hombre bien distante de la apresurada y/o refinada vida ciudadana. Ese hombre natural, que en palabras del beatnik y seguidor de Thoreau Gary Snyder, se instala en el “cultivo de los valores más arcaicos que existen, desde el Paleolítico tardío: la fertilidad de la tierra, la magia de los animales, la visión del poder en la soledad, la iniciación terrorífica y el renacimiento, el amor y el éxtasis de la danza, el trabajo común de la tribu”[23]. La práctica de lo salvaje; la ruptura con lo aparente y con la convención social, la vida natural, al encuentro de la naturaleza y del gran caudal de una vida real, la atención a la presencia de las cosas que son[24]



* El dibujo que ilustra la entrada en su encabezamiento es de Frithjof Schuon
[1] Henry David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, pg 56
[2] No olvidemos que la filosofía en su sentido clásico se considera maestra de vida y centrada en el arte de vivir. Toda la investigación filosófica sobre la ontología o las potencias intelectivas de lo humano encontrará en la vida –en la afirmación de la vida del hombre-  su cualidad y horizonte propio.
[3] Martin Heidegger.Conceptos fundamentales; curso del semestre de Verano. Friburgo 1941. Alianza editorial.
[4] Henry David Thorea. Walden. ed. Errata naturae, pg. 96.
[5] Cfr Henry David Thoreau. Walden. Donde vivía y para qué vivía.
[6] Henry David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae,  99
[7] Henry David Thoreau. Diarios. 30 de septiembre de 1845
[8] Henry David Thoreau. Walden. Ed errata naturae, pg 98
[9] Henry David Thoreau. Walden. Ed errata naturae,  pg 10
[10] Henry David thoreau. Wal den. Ed. errata naturae, pg 97
[11] Henry David Thoreau. Walden. Ed. errata naturae, pg 146
[12] Henry David Thoreau. Walden. Ed errata naturae, pg 97
[13] En este sentido resultan reveladoras las páginas que dedica a uno de sus vecinos, Alek Therien,  y a su modo de vivir en el bosque sin por ello advertir en él una vocación espiritual clara aunque alabando su intuitivo saber, su espontaneidad, su salud interior y su luminosidad anímica. Henry David Thoreau. Walden , Ed. errata naturae, pg. 154 y ss.
[14] Con tal denominación me refiero a las tradiciones de los pueblos que han vivido en contacto íntimo con la naturaleza; hasta el punto de ser la naturaleza ese libro abierto que indica lo sagrado y el misterio. Physis significa naturaleza en griego, no solo en el sentido que damos ahora a la palabra sino también en el sentido de potencia creativa y generador de vida. La idea de Physis es similar a la de natura naturans de la metafísica medieval que retoma el romanticismo.
[15] Thoreau entiende la economía, un saber vivir que persigue la manutención,estrechamente emparentada con el saber vivir de la filosofía que no sería sino la culminación del saber vivir
[16] Sobre la cuestión del cuerpo me extenderé más en la entrada que dedicaré a la contemplatio naturalis en Thoreau.
[17]  Henry David Thoreau. Walden. Ed, errata naturae, pg 94
[18] La tradición pitagórica daba mucha importancia a los momentos del amanecer y del crepúsculo. En las comunidades pitagóricas posteriores a Pitágoras se recitaban los versos de oro en esos momentos del día .
[19] Henry David Thoreeu. Walden. Ed. errata naturae, pg 102
[20] Henry David Thoreau. Walden. Ed. errata naturae, pg 103
[21]Henry David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, pg 149
[22] La melancolia llamada de bilis negra aludía a los trastornos  y desequilibrios anímicos especialmente graves atendiendo al lenguaje erudito, de raigambre medieval y renacentista, que aun se empleaba en la época de Thoreau.. Henry David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, pg 140
[23] Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Gary_Snyder
[24] El libro de Thoreau “Un paseo invernal” será un perfecto ejemplo de la práctica de lo salvaje además de un maravilloso poema en prosa, que diría Baudelaire, en el que se da la palabra a la naturaleza. En él mismo se nos narra una experiencia de intimidad y contacto con la naturaleza con el telón de fondo de la dureza, la contracción y la misteriosa belleza del Invierno; resistiendo al Invierno y sabiendo del calor interior que anima el vigor al contacto con los fríos, reconociendo la virtud y la belleza de estar a la altura de la prueba invernal con un ánimo encendido, siendo consciente de la fertilidad espiritual que brota de todo ello.

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