Otra economía.
Economía en su vieja acepción de intendencia de recursos y acondicionamiento de
espacios con el fin de asegurar la propia manutención y bienestar; a partir de
ahí saber vivir, vivir del modo idóneo, saber distinguir una manutención que
abra al mejor vivir de otra que lastre las posibilidades que nos ofrece la vida,
ordenar la costumbre, pautar del mejor modo el trabajo y la cotidianidad… Se dice que Aristóteles
dedicó un tratado específico a la Economía y no debiera sorprendernos. La
filosofía aspira también al saber vivir, al vivir y su excelencia... Thoreau,
con enorme intuición, considerará ambas disciplinas en estrecha conexión; en
sus propias palabras “economía de la vida que es un sinónimo de la palabra
filosofía”[1].
A partir de ahí no deberá extrañarnos
que entienda su vida como un abordaje de las posibilidades efectivas de un
vivir orientado desde la admiración por lo real. La admiración, en la que
arraiga según los griegos el origen de la filosofía, será para Thoreau la
cumbre del saber vivir. Este será el horizonte filosófico[2] en
el que debiera culminar la propia economía y, acaso, la economía en un sentido
general. Tal será la perspectiva teórica de la que parta el sabio de Walden.
Hablamos
de economía en su sentido tradicional, el que le daba Aristóteles, atendiendo a
la organización del vivir en el mundo. Thoreau, básicamente, escribía sobre su
vida. Su filosofar rebosa en el desplegarse del día a día borboteando a partir
de la narrativa de esa cotidianidad a través de una prosa ensayística de altura
que deja de lado toda pretensión sistemática. De lo que se trata es de dejar
hablar a la propia capacidad de vida, de hablar al ras de la vida misma. La
erudición teórica de este singular romántico americano y su conocimiento de los
clásicos, amplio e intenso, enhebran así un pensamiento vivo que ansía
encarnarse y tomar cuerpo. Ernst Jünger, en Los titanes venideros nos dirá: “El diario es para mí algo privilegiado porque permite
registrarlo todo y relatarlo espontáneamente, tal como se presenta, y permite
anotar cada intuición con la máxima libertad, sin vínculos formales. Para mí es
como una plegaria cotidiana y en parte la sustituye”. Creo que lo dicho
contextualiza a la perfección el ensayo de la cotidianidad en el que la obra de
Henry David Thoreau alcanza su forma propia. Tanto en lo que tiene de
indagación teórica como en lo que tiene de praxis espiritual.
En
Thoreau, efectivamente, su propio habitar en el mundo, su modo de vivir, es lo
que hilvana la obra. Al atender estas cuestiones investiga lo que sería una
regla de vida vertebrada desde ese admirarse por lo real. De ahí que su obra y,
en especial, Walden destaque por ese carácter, conscientemente experimental, en
el que las posibilidades de retirarse en el bosque constituyen el experimento;
por eso la trama de Walden es lo cotidiano, la manutención más elemental, lo
que va pasando, el calentarse, la casa, los cultivos, el bosque y sus
habitantes, la descripción del día a día, de los ritmos y procesos naturales…
En Walden el filosofar, un filosofar entendido como emboscadura e indicación de
lo contemplativo, arraiga y brota como fruta madura de toda esa cotidianidad a
partir de la cual uno vive y se mantiene. Recordemos el estrecho vínculo entre
modo de vida y filosofía del que parte Thoreau.
Esa
vida, necesariamente, será una vida
simple y sencilla y, por tanto, al margen de las exigencias que impone al
hombre la vida moderna y el desarrollismo inherente a la economía productiva. La sencillez
que postula Thoreau consiste en dejar de lado todo lo superfluo para a partir
de ahí podernos dedicar a lo que vida y naturaleza, por su propia iniciativa y
presencia, nos brinden. Su postura resulta paralela a la de Martin Heidegger.
Heidegger apela en Conceptos fundamentales[3] a
la necesidad de ir removiendo y dejando de lado todo la trama de lo superfluo y de necesidades
ficticias, siempre crecientes, que van quedando tendidas, como si de señuelos
se tratara, en el horizonte vital del hombre contemporáneo. Para Heidegger esta
praxis sirve un tránsito que termina por desvelar, precisamente, lo que no nos
es superfluo; la escucha del ser, la atención a su presencia. Para Thoreau
dejar de lado las necesidades ficticias que nos impone la convención social
amparará el desvelamiento de una vida verdadera en contacto con lo real.
Respecto
del modo de vida característico de la modernidad nos dirá Thoreau “Vivimos…
como las hormigas aunque la fábula nos cuenta que hace ya mucho fuimos
transformados en hombres”[4]. Aunque
la fábula es de Esopo describe perfectamente el modo en que el sabio de Walden entiende
las sociedades modernas y su administración de la vida; una vida que engrana al
hombre, como si de una simple pieza se tratara, en una megaestructura social de
enorme complejidad. Esta megaestructura, con su propia agenda de rendimientos
completamente ajena a los intereses de los hombres que la componen, bien
pudiera asimilarse a una entidad colectiva. En tal sentido el símil de las
hormigas y del consiguiente hormiguero como marco de vida resulta una analogía
fértil ya que es cierto que una sociedad así entendida estaría más cerca de una
entidad colectiva que de una comunitas
humana de personas, cuerpos y rostros concretos…
La
crítica de Thoreau al modo de vida moderno transitará por veredas que, tiempo
después, muchos siguen hollando. Al modo de vida vigente lo considera
completamente alienado desde las sugestiones compartidas que impone la economía
productiva. En tal sentido apelará a esa diferencia de origen platónico entre
lo real y lo aparente[5].
La vida moderna quedaría instalada en la caverna[6],
en el culto a la apariencia y a las retóricas mentales que ésta le impone al
hombre. La apariencia cobraría cuerpo al quedar el alma del hombre seducida por
los deseos ficticios de prosperidad que introyecta en la conciencia el modo de
vida moderno. El hombre así se vería arrojado a la caverna suponiendo que
trabaja para una prosperidad que, en realidad, no sería sino la excitación inducida
por esas necesidades ficticias que dejan de lado la propia capacidad de vida.
Para el sabio de Walden un mundo de abducción de lo real incapaz de alcanzar la
vida más allá de su superficie.
La
agudeza del análisis de Thoreau alcanza incluso la cuestión de la máquina en
tanto imagen que expresa la mentalidad de nuestro tiempo; lo que Heidegger de
un modo paralelo llama la mentalidad técnica. Según su criterio “los hombres se
han convertido en herramientas de sus propias máquinas” [7].
Desde esta perspectiva lo que se subraya es una imagen de lo social y de la
vida que toma como modelo la maquina; de tal modo que el propio hombre,
trabajando y consumiendo, no alcance a ser otra cosa que una mera pieza de la
maquinaria global. Así la imagen de la máquina, con sus automatismos, piezas y
engranajes, da perfecta cuenta de un paisaje humano en el que los hombre serían
las piezas a engranar. “No subimos al ferrocarril, éste se sube a nosotros”[8];
la técnica moderna imponiendo su propio orden y figura e imponiéndose a las
conciencias de los hombres…
Resultan
radicales y brillantes las intuiciones que Thoreau va deslizando en su obra a
propósito de este tema; la realidad, la apariencia “creemos que es lo que
parece ser”[9],
la caverna, la alienación de lo humano, la sociedad como gran maquinaria y el
hombre como engranaje, la mentalidad técnica como la figura del tiempo presente…Atendiendo
a lo dicho no será de extrañar que su crítica política alcance al propio Estado
en tanto forma política del control total sobre la vida.
Hallar
la posible cura a este grado de alienación será el objetivo del experimento
existencial que aborda y comparte en su obra. Thoreau entenderá que la “única
cura” será “una economía estricta, una simplicidad austera y una elevación de
nuestros objetivos”[10].
Y es que, en palabras de Heidegger, dejar de lado esas supuestas necesidades para
encontrar lo que no nos es superfluo terminará por desvelar lo esencial al
hombre, que no será sino la atención a la simple presencia de las cosas que
son. Para Thoreau la vía abierta a la realidad por fin despojada de toda esa maraña
de convenciones sociales.
La
de la naturaleza, para Thoreau, será la cuestión de lo real, y ésta la cuestión
del ser. En sus propias palabras “lleguamos así hasta un suelo duro y rocoso
que podamos llamar realidad y del que
podamos decir: esto, sin duda, es”. Respecto de la atención a la naturaleza no
se trata pues de una cuestión meramente estética. Este romántico emboscado entiende
el acercamiento a lo natural en clave ontológica, como iniciación a lo real y
en clave de gozo desatado. En la atención al ser de las cosas que son “la
indescriptible inocencia y beneficiencia de la naturaleza, del sol, del viento,
y de la lluvia, del verano y del invierno, ¡que salud y que alegría perpetua
proporcionan!.”[11]
Alcanzar esta plenitud vital exigirá instalarse en esa vida sencilla y simple. En
palabras del sabio de Walden “cuando un matemático desea hallar la solución de
un problema difícil empieza por deshacer todas las dificultades de la ecuación,
reduciéndola a sus términos más sencillos. Hagamos lo propio y simplifiquemos
el problema de la existencia” [12].
Solo así descollará lo esencial a la vida tras reducirla a lo más básico.
Esta
simplificación de la vida, dejando de lado las sugestiones que impone la vida
moderna, alcanza suelo firme en el contacto con la naturaleza. La naturaleza y
su experiencia no será un añadido a la vida sino que será lo que
originariamente se nos brinde, lo desnudamente real; tanto en términos
contemplativos como puramente físicos y en relación al trabajo diario. De ahí que
la remisión al ser y a lo real, expresándose como naturaleza, sea la conclusión
lógica de esta analogía matemática. Los paralelismos entre Heidegger y Thoreau,
tanto en la remisión a lo esencial y a la cuestión del ser como en la
disposición que ambos tienen ante la técnica moderna resultan evidentes. La
crítica a la borrachera tecnológica que propicia la modernidad, al menos en
Thoreau, tendrá a su base la relevancia del trabajo con el cuerpo en plena
naturaleza, con la consiguiente técnica básica, en tanto expresión de una
economía de manutención a la medida de lo humano[13].
La práctica de lo salvaje. Ya
expuse en qué medida indagando en esa economía de medios y espacios el sabio de
Walden experimenta las posibilidades de una vida atenta al encuentro con lo
real. Thoreau trata de volver al modo de vida de las viejas tradiciones de la physis[14]. La
finalidad es hacer de la vida una permanente intimidad entre hombre y naturaleza.
Esta vida sencilla y ajena a las
distracciones mundanas abre a lo esencial del hombre. Esta apertura, tanto en
términos contemplativos como en relación al trabajo con el cuerpo, será un
acaecer y recogerá, como fruta maduro, la vieja actitud filosófica[15]
de maravilla y fascinación ante el ser y su presencia. Siendo la atención a la
naturaleza lo más propiamente humano la plenitud y equilibrio del hombre dependerá
de la intimidad con la misma. Desatender este contacto íntimo con la naturaleza
sellará la alienación de lo humano. Esta atención a la naturaleza tendrá a su
base la propia naturaleza humana y su corporalidad[16] y
no solo en relación al trabajo físico...
“Cada mañana era una alegre invitación para hacer de mi vida algo tan
sencillo e inocente como la naturaleza misma… Me levantaba temprano y me bañaba
en el lago; era un ejercicio religioso y una de las mejores cosas que hacía”[17]
nos dirá Thoreau apelando a la celebración del amanecer y recordando a los
griegos[18].
Ser cuerpo, ser naturaleza a través del cuerpo, ser naturaleza, atender a lo
real y ser realidad. Dejar de lado lo que es mera apariencia mundana; “sea vida
o muerte solo queremos la realidad”[19],
el acceso a lo real, la escucha del ser, la vida simple y los trabajos de la
vida natural, la vida plena y la gran salud capaz de superar las alienación y
lo enfermizo de la vida moderna.
Todo
lo dicho será una nota decisiva para entender el perfil de sus acercamientos al
espíritu. En tal acercamiento la cuestión del ser, entendida desde la
receptividad y atención simple a las cosas que son, será decisiva. Lo será a la
hora de entender su propia vocación espiritual y no solo sino también en
términos sociales y políticos[20].
Por eso, saber distinguir y discriminar el ser de la mera apariencia será una
de las vigas maestras de toda su obra. La plenitud de lo humano y la gran salud,
sabiendo dejar de lado la convención social y su ruido mental, será lo que esté
en juego. Lo real, la apariencia, el ser, la naturaleza como vehículo de contemplación,
entender la belleza moral desde la apertura a lo real… Estamos ante pilares y
cuestiones básicas de la metafísica y la reflexión filosófica occidental.
De lo expuesto hasta ahora quizá pudiera
entenderse a Thoreau como un asceta que nos invita a una vida singular, dura y
eremítica. Efectivamente, su regla o pauta de vida tiene elementos que él mismo
califica como espartanos pero no se reduce a una mera ascética entendida como
un ejercicio singular de rigor y pretendido dominio de sí. El sabio de Walden
lo que propone es un modo de vida y una economía de medios orientada hacia la
salud y equilibrio del alma. Consideremos que, por mucho que valore la soledad,
Thoreau no se retira a la cabaña de Walden por rechazar la vida comunitaria y
buscar un aislamiento eremítico o la mortificación del espíritu. De hecho en el
relato de sus días junto a la laguna, allí en, Walden no rehuye de las visitas
de los amigos y de cierto contacto con el mundo exterior. “Mi carácter no es el
del ermitaño y podría sentarme sin problemas con el más rudo parroqiano de un
bar si mis asuntos me llevaran allí”[21]
nos dirá.
En
realidad lo que reivindica Thoreau es lo que él mismo denomina la práctica de
lo salvaje. Su modelo es el de la vida de frontera, la vida natural en contacto
con la naturaleza, la frontera oeste completamente al margen de todo lo que
supone el modo de vida que irradian las urbes modernas, una frontera al margen
de la administración de la vida, un Oeste entendido como tierra mítica y
genésica, un modo de vida recio pero fértil espiritualmente. Su modelo,
trabajando y contemplando con el cuerpo, es la vida del indio, la del aventurero
y la del colono de primera hornada; alguien que asegura su intendencia, su
equilibrio y la riqueza de su vida espiritual en esa intimidad con la vida
natural. Thoreau apela a un hombre primordial, pleno y, en tal medida, sano; en
Walden nos dirá: “no puede haber una melancolía realmente negra para el que
vive en medio de la naturaleza y goza de sus sentidos”[22]. De
este modo re-elabora su sintonía con el romanticismo desde la sensibilidad
americana –más rural, más salvaje, menos sofisticada, en una clave de añoranza
por la vida del hombre ancestral y reconociendo a ese hombre bien distante de
la apresurada y/o refinada vida ciudadana. Ese hombre natural, que en palabras
del beatnik y seguidor de Thoreau Gary Snyder, se instala en el “cultivo de los valores más arcaicos que existen, desde el
Paleolítico tardío: la fertilidad de la tierra, la magia de los animales, la
visión del poder en la soledad, la iniciación terrorífica y el renacimiento, el
amor y el éxtasis de la danza, el trabajo común de la tribu”[23].
La práctica de lo salvaje; la ruptura con lo aparente y con la convención
social, la vida natural, al encuentro de la naturaleza y del gran caudal de una
vida real, la atención a la presencia de las cosas que son[24]…
* El dibujo que ilustra la entrada en su encabezamiento es de Frithjof Schuon
[1] Henry David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, pg 56
[2] No olvidemos que la filosofía en
su sentido clásico se considera maestra de vida y centrada en el arte de vivir.
Toda la investigación filosófica sobre la ontología o las potencias
intelectivas de lo humano encontrará en la vida –en la afirmación de la vida
del hombre- su cualidad y horizonte propio.
[3] Martin Heidegger.Conceptos fundamentales;
curso del semestre de Verano. Friburgo 1941. Alianza editorial.
[4] Henry David Thorea. Walden. ed. Errata naturae, pg. 96.
[6] Henry David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, 99
[7] Henry David Thoreau. Diarios. 30
de septiembre de 1845
[8] Henry David Thoreau. Walden. Ed errata naturae, pg 98
[9] Henry David Thoreau. Walden. Ed errata naturae, pg 10
[10] Henry David thoreau. Wal den. Ed. errata naturae, pg 97
[12] Henry David Thoreau. Walden. Ed errata naturae, pg 97
[13] En este sentido resultan
reveladoras las páginas que dedica a uno de sus vecinos, Alek Therien, y a su modo de vivir en el bosque sin por
ello advertir en él una vocación espiritual clara aunque alabando su intuitivo
saber, su espontaneidad, su salud interior y su luminosidad anímica. Henry
David Thoreau. Walden
, Ed. errata naturae, pg. 154 y ss.
[14]
Con tal
denominación me refiero a las tradiciones de los pueblos que han vivido en
contacto íntimo con la naturaleza; hasta el punto de ser la naturaleza ese
libro abierto que indica lo sagrado y el misterio. Physis significa naturaleza
en griego, no solo en el sentido que damos ahora a la palabra sino también en
el sentido de potencia creativa y generador de vida. La idea de Physis es
similar a la de natura naturans de la
metafísica medieval que retoma el romanticismo.
[15] Thoreau entiende la economía, un
saber vivir que persigue la manutención,estrechamente emparentada con el saber
vivir de la filosofía que no sería sino la culminación del saber vivir
[16] Sobre la cuestión del cuerpo me
extenderé más en la entrada que dedicaré a la contemplatio naturalis en Thoreau.
[17] Henry David Thoreau. Walden. Ed, errata
naturae, pg 94
[18] La tradición pitagórica daba
mucha importancia a los momentos del amanecer y del crepúsculo. En las comunidades
pitagóricas posteriores a Pitágoras se recitaban los versos de oro en esos
momentos del día .
[19] Henry David Thoreeu. Walden. Ed. errata naturae, pg 102
[20] Henry David Thoreau. Walden. Ed. errata naturae, pg 103
[21]Henry
David Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, pg 149
[22] La melancolia llamada de bilis negra
aludía a los trastornos y desequilibrios
anímicos especialmente graves atendiendo al lenguaje erudito, de raigambre
medieval y renacentista, que aun se empleaba en la época de Thoreau.. Henry David
Thoreau. Walden. Ed. Errata naturae, pg 140
[23] Cfr.
https://es.wikipedia.org/wiki/Gary_Snyder
[24]
El libro de Thoreau “Un paseo invernal” será un
perfecto ejemplo de la práctica de lo salvaje además de un maravilloso poema en
prosa, que diría Baudelaire, en el que se da la palabra a la naturaleza. En él
mismo se nos narra una experiencia de intimidad y contacto con la naturaleza
con el telón de fondo de la dureza, la contracción y la misteriosa belleza del
Invierno; resistiendo al Invierno y sabiendo del calor interior que
anima el vigor al contacto con los fríos, reconociendo la virtud y la belleza
de estar a la altura de la prueba invernal con un ánimo encendido, siendo
consciente de la fertilidad espiritual que brota de todo ello.
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