Thoreau, efectivamente, dirigió una crítica dura a las instituciones de su
tiempo, religiosas y no religiosas. Si ponderamos esas críticas en el contexto
de su obra, básicamente, las echará en cara desatender lo esencial de lo humano
desde la imposición de convenciones sociales diversas. Thoreau critica al
Estado –como agente de administración de las conciencias-, critica la naciente
economía capitalista y el modo en que organiza la actividad humana y la
relación con el trabajo, critica el modo de vida moderna -su tempo,
su ruido- y el mundo evanescente de apariencias que instaura, critica la
programática de dominio técnico de la naturaleza y de todo lo real, critica
todas las sugestiones compartidas que, en la modernidad naciente, terminan por
colonizar la conciencia y el alma del hombre... También critica a los
reformadores religiosos, esto es, a los representantes de la religión exterior
protestante a los que achaca su obsesión moralista[1].
En realidad su crítica alcanza a todas esas castas burocratizadas de mediadores
de la verdad, que, estando implicadas con el tiempo que las toca, pretenden
tener el monopolio humano respecto de los “asuntos divinos”[2].
Desde su perspectiva desatenderán las cuestiones esenciales evadiéndose del
conflicto cerrado con el signo de los tiempos y con la violencia que éste
despliega sobre el hombre. Conviene subrayar que la distancia crítica de
Thoreau con la religión exterior, en su caso una apelación a la religión
interior en un contexto de crisis de civilización, va dirigida, más que a su
núcleo, a la actividad pastoral de sus representantes. En realidad el sabio de
Walden no solo no critica las tradiciones sapienciales de esas religiones sino
que las valora desde su propia indagación personal.
Si atendemos a la comprensión de sus propios principios, si algo tendría
que achacar Thoreau al catolicismo, a los unitaristas[3] o
a los puritanos[4], –todas ellas corrientes religiosas con las que cabe
relacionarlo de algún modo- es su falta de coherencia espiritual y política. En
este contexto de crítica a la religión exterior y de distancia hacia sus
instituciones y pastores destaca, sin embargo, su breve y explícito
acercamiento al catolicismo y el viaje a Roma que llegó a planear[5]. En realidad no es algo que deba sorprendernos. Thoreau
conocía en profundidad la obra de San Agustín y como otros románticos de
cultura protestante[6] se vio tentado por el
catolicismo como posible renovatio contramoderna. Con todo, la
desconfianza radical del sabio de Walden hacia todo lo que pudiera suponer
algún género de compromiso con el signo de los tiempos hacía difícil cualquier
acercamiento a institución religiosa o confesión alguna coincidente con el
proceso histórico que observaba. La religión o la política solo le podían
interesar en caso de que éstas se constituyeran, nítidamente, desde la apertura
radical a la vida; y la vida, desde sus propios quilates, no será sino la
experiencia de lo real, la apertura al ser de las cosas que son dejando de lado
el acercamiento supuestamente utilitario que caracteriza la apropiación moderna
de la naturaleza. Thoreau solo se hubiera acercado a una religión exterior
nítidamente comprometida con lo dicho y, en tal medida, radicalmente distante y
activamente confrontada con todo lo que tuviera que ver con la dinámica que iba
imponiendo el progreso histórico.
Thoreau es un romántico que exige una renovatio de gran
calado y acaso un socrático que es consciente de la crítica a la que hay que
someter a la propia tradición en tiempos de crisis. Como romántico, ya lo he apuntado,
es un romántico radical que no admite compromiso alguno con su tiempo ni rebaja
alguna en el calado de esa renovatio. Podríamos calificarle de
revolucionario, efectivamente, pero solo si le distanciamos del progresismo al
uso y de la factura ilustrada de las ideologías modernas. Su revolución y su
política[7], en realidad, apelan a un retorno al hombre
primordial; ese hombre que constituye su soberanía en la intimidad y en el
codearse con la naturaleza y el encuentro con la vida, bien lejos de los poderes mundanos.
De ahí su apelación a los indios y a un Oeste entendido como frontera abierta a
un más allá; un Oeste casi metahistórico en el que arraigaron los primeros
colonos y aventureros además de, por supuesto, los nativos americanos. A
diferencia del progresismo ilustrado su propuesta encontraría su quicio en
volver a naturalizar al hombre y dejar de humanizar la naturaleza; liberando
así a ambos de la cosificación que va implementando la administración de la
vida inherente al binomio capital-estado. En realidad, en el
sentido más excelso del término Thoreau es un profundo reaccionario a la par
que revolucionario. Su libertarismo a la americana[8] y
el primado que postula de las cuestiones de conciencia sobre la programática y
las leyes injustas que imponen “los poderes mundanos” deben ser entendidas
desde esta perspectiva. En el sabio de Walden, esto hay que tenerlo muy claro,
quedan dislocadas las categorías políticas convencionales.
Creo importante hacer notar Thoreau nunca se calificó políticamente como
anarquista –de hecho no critica toda autoridad- y que ciertas calificaciones
son algo sobrevenido a su obra. De hecho el anarquismo como movimiento político
activo en Estados Unidos es varias décadas posterior al tiempo en que vivió Thoreau.
Otra cosa es que ciertas corrientes pertenecientes a la periferia del
libertarismo puedan reivindicar coherentemente al sabio de Walden. En tal
sentido me viene a la cabeza Gary Snyder, practicante y estudioso del budismo
zen además de poeta cercano a la beat generation y
políticamente libertario. Sobre lo vinculable que pueda ser Thoreau con el
libertarismo y el anarquismo adviértase que el libertarismo dominante es de
tradición ilustrada y moderna por mucho que esto sea una colosal contradicción
ya que si algo caracteriza la modernidad es esa programática de administración
de la vida sometiendo lo real y lo humano a todo tipo de rendimientos –en la
modernidad todos somos cosas-. Thoreau, en relación al libertarismo, sería una
especie de ultralibertario en el sentido de ir más allá de lo libertario al
apuntar a las viejas cuestiones del espíritu en su crítica al modo de vida
moderno que imponen capitalismo y Estado. Análogamente, en relación al típico
reaccionario conservador sería un ultrareaccionario que va mucho más lejos en
su reacción frente al proceso histórico tecnoilustrado –lo que llaman el
progreso-.
Como se constata el sabio de Walden desborda las categorías políticas
convencionales y también desborda la esfera de las confesiones religiosas de su
tiempo; lo que no quiere decir que no haya echado raíces en su propia tradición
intelectual y religiosa. Este perfil responde a su arraigo en la propia traditio a
la que pertenece, eso sí, atendiendo a la disposición romántica que lo
caracteriza. Desde tal disposición se atiende a la tradición y, al tiempo, se
toma nota de la decadencia de sus instituciones empapadas éstas, quiérase o no,
del signo de los tiempos. Insisto que en el romanticismo late una urgencia
de renovatio y de gran viraje histórico. Y es que atender a la
tradición en tiempos de crisis podría significar no tanto dejar de someter a
crítica a determinados representantes institucionales como atender a la paideia[9] de
unas determinadas tradiciones sapienciales en su dimensión más interior; esto
será lo que haga el sabio de Walden en su reivindicación de la escritura;
básicamente en clave occidental y atendiendo a la mitología griega, a la propia
Biblia, a lo más granado de la literatura -Shakespeare, Dante- y, en
general, de las tradiciones sapienciales previas a la modernidad. Como
romántico también se interesará por las religiones orientales que ya empezaban
a conocerse. Accederá a cierto conocimiento del sufismo y de los vedas,
valorando especialmente el Bhagavad gita. Thoreau entenderá la sabiduría
oriental desde su acento en una intelectualidad pura, es decir, en su carácter
de metafísica estricta[10]. Desde su punto de vista
solo cabrá esperar grandes cosas de la recepción en Occidente de las sabidurías
orientales. “al mundo occidental aun no le ha llegado toda la luz que está
destinado a recibir desde oriente”[11] nos dirá.
Como vemos el sabio de Walden se desmarca con radicalidad del pensamiento
ilustrado y de considerar a la Ilustración ese tiempo axial en que la razón se
emancipa de la tradición, la religión y la superstición. Precisamente, si algo
le interesa a Thoreau será esa traditio de lo sagrado que
desgrana lo más cimero de la tradición. En el reconocimiento de las sabidurías
previas a la ilustración y, también, de las sabidurías de otras culturas será
estrictamente romántico.
Como digo Thoreau reivindica la escritura[12] en
lo que tiene de gran tradición sapiencial y como esfera de refinamiento y
aquilatamiento del lenguaje, que supera sus usos cotidianos, la oralidad y lo
coloquial. Ésta gran tradición escrituraria gira, según Thoreau, en torno al
desvelamiento de la divinidad y a cómo este desvelamiento se preserva y
transmite de tal modo que el aporte escriturario de los clásicos será “el único
oráculo que no haya envejecido”[13]; “lo que nos
mantiene alerta y nos exige nuestras horas más despiertas”[14];
lo que nos indica la senda de umbrales de ser y plenitud privativos de lo que
sería una iniciación a lo divino.
Lejos de traducirse lo dicho en algo banal la obra de Thoreau muestra la
tarea de un romántico de primera hornada a la búsqueda de la dimensión interior
de esa traditio. El perfecto ejemplo de eso que llamara Guenon una
síntesis en un contexto de excepcionalidad y crisis, la propia de la modernidad
ilustrada, a la búsqueda de la propia figura espiritual[15].
En el capítulo Leer de Walden relacionará Thoreau el sentido iniciático y
mistérico que reconoce presente en la gran tradición escrituraria de los
clásicos con la capacidad de visión, con una visión renovada de la
realidad, esa visión que insinuaría el desvelamiento de lo divino[16]. “Conmover la calidad del día, esa es la más elevada
de las artes. A cada hombre le corresponde la tarea de hacer su vida, hasta el
detalle, digna de ser contemplada en su hora más elevada”[17] nos
dirá el sabio de Walden. Desvelamiento de lo divino, visión renovada, la
realidad tal cual más conmovida, un cambio cualitativo de lo que lo que se nos
presenta usualmente a la vista, la realidad tal cual revelando su condición
divina, su ser más profundo; nada añadido, nada fantástico sino la realidad
desnudada en su ser, lo divino desvelado. Tomemos nota de cómo va enhebrando
Thoreau su acercamiento a la espiritualidad. Sirva lo dicho como primer acercamiento a la cuestión de la espiritualidad
en Thoreau.
Este sabio singular advertirá sobre el peligro de un mero acercamiento
libresco y erudito a estas cuestiones. La lectura debe ser entendida como una
práctica de la amanecida, del despertar del alma en las resonancias que la
propia lectura sirve. Con todo el gran juego se desarrolla en otra esfera. Esa
esfera no será sino lo real expresándose de un modo directo y no analógico. De
ahí la necesaria atención y alerta que debemos rendir a lo real.[18] Lo real se brinda y es. Al contemplarlo
participamos de su ser. Los pensamientos en cambio “no dejan de parecerse a un
águila que de repente entra en el campo de visión, sugiere algo inmenso y
emocionante al que la contempla pero nunca se acerca realmente”[19]. La indicación de lo real propia de la escritura
será, por tanto, analógica; un símbolo, una metáfora, un guiño del alma para el
alma.
[1] Henry David Thoreau. Musketaquid. errata
naturae, pg 74
[2] “hablaban de dios como si disfrutaran del monopiolio de lo divino… no
podían tolerar una opinión diversa a la suya”. Henry David Thoreau. Walden.
errara natura Ed, pg 163
[3] Los unitaristas era una variedad de protestantismo interior que ponía
un especial énfasis en la contemplación de la naturaleza por considerarla
expresión de lo divino, y en la unidad del cosmos en Dios entendido éste como
principio supremo. Dejaban de lado la teología trinitaria en la afirmación
directa de la Unidad divina y de todo en Dios.
[4] A Thoreau se le vincula con los puritanos al postular una vida
sencilla que deja de lado todo lo superfluo y solo atiende a las necesidades
básicas. Con todo, Thoreau estará muy lejos de lo que sería la reducción de la
experiencia religiosa al ascetismo y el rigorismo moral.
[5] Cfr. Introducción. Walden. Editorial Cátedra. Chesterton apunta a la
cercanía de William Blake con el catolicismo atendiendo a su realismo
visionario y al manejo de ideas y nociones de deudoras de la metafísica
tradicional. En realidad algo muy similar cabe decir de Thoreau.
[6] Ejemplo de lo dicho será el filocatolicismo del círculo de Jena, el
primer y más importante núcleo romántico. Pienso en los hermanos Schelegel, en
Novalis, en Schelling. Otro ejemplo será el de la escuela de pintura de los
nazarenos.
[7] Hago notar que Thoreau nunca participó activamente en
política aunque destacó por su rechazo de la esclavitud y de la guerra e
invasión de México y, sobre todo, por su encarcelamiento al rechazar el pago de
impuestos para tal guerra. Fue Emerson quien pagó la multa y así fue excarcelado
Thoreau ya que el se negaba a hacerlo
[8] Me refiero a la vieja tradición antiadministración y antiestado de
cierta cultura política americana, la del colono o aventurero que
accede a la tierra y se mantiene en ella de acuerdo con su propia ley y
carácter. De tal modo que la ulterior llegada del Estado se percibe como una
intervención exterior que acaba con un modus vivendi y operandi.
Un tema, por lo demás, tratado magistralmente en algunos western. Con
libertarismo a la americana no me refiero al anarcocapitalismo.
[9] La paideia –cfr. Werner Jaeger. Paideia-
era el contexto educativo y de formación del carácter en la cultura
griega. Su finalidad era el cultivo de la excelencia como hombre y como
ciudadano. En la misma se incluía el propio cultivo de sí al encuentro de la
filosofía, la poética, el teatro y la literatura en general. La tradición
humanística occidental, como referencia formadora, encuentra su
precedente en la paideia clásica.
[10] “El Nuevo Testamento es excepcional por su moralidad
pura mientras lo mejor de las escrituras hindúes es la
intelectualidad pura”. Henry David
Thoreau. Musketaquid. errata naturae Ed, pg 132
[12] Henry David Thoreau. Walden. Capítulo Leer.
[13] Henry David Thoreau. Walden, errat naturae ed,
pg 107
[15] No olvidemos al amplio reconocimiento que da Guenon a la
espiritualidad privada en el contexto cristiano, contexto al que pertenece
Thoreau.
[16] Walden. pgs 105 y 114
[18] Henry David Thoreau. Walden, errata natirae ed,
pg 119
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