martes, 22 de agosto de 2017

Welcome Mr. Mindfulness, we were waiting for you (II)





En esta segunda entrada sobre el mindfulnees se sigue poniendo cara a cara el mindfulnes con prácticas tradicionales como el zazen advirtiendo de las analogías y las diferencias existentes. En el parágrafo tercero abordaré la cuestión desde la perspectiva de la doctrina hindú de las tres gunas  atendiendo a su relevancia cosmológica y mundana. Como puede observarse se continúan y desarrollan hilos reflexivos y los argumentarios ya expuestos en la entrada anterior. Entre los mismos destacaría lo afirmado sobre la dimensión cognoscitiva, ontológica y psicológica  de este tipo de prácticas.


(1)

Más allá de los zarandeos y abismamientos de rigor –ya tratados en la entrada anterior- la práctica lo que promoverá será ese recogimiento de la capacidad de atención en el aquí y el ahora viniendo a quedar superado el permanente estado de dispersión anímica en el que suele instalarse la conciencia corriente a partir del flujo de su propia retórica mental y emocional. El despertar correspondiente a esa capacidad de atención renovada facilitará la toma de conciencia respecto de las propias facultades cognoscitivas del alma y un determinado afinamiento del conocer y del vivir. Todo lo relacionado con los posibles beneficios y rendimientos que pueda proporcionar la práctica al yo empírico responderán a las posibilidades individuales que sirva ese afinamiento del conocer y del vivir. Tal afinamiento –este es un tema ya expuesto en la entrada interior- responderá al progresivo descondicionamiento de los lastres del propio bagaje psíquico.

Siendo cierto que, en relación a la práctica lo ontológico, lo cognoscitivo y lo psicoanímico, acontecen integrada e interdependientemente no es menos cierto que la práctica puede venir a modularse desde determinados acentos e intencionalidades. De ser así la apertura incondicional a lo que emerge en la práctica podría subordinarse a conseguir rendimientos específicos. En tal caso el yo empírico redefiniría la propia práctica desde las condiciones que pueda poner a la misma. 

Atender, prioritariamente, a la realización de determinadas posibilidades individuales supondrá desatender y dejar en un segundo plano la dimensión ontológica de la práctica –por mucho que ésta venga  a presentarse en la misma- para atender privilegiadamente a lo estrictamente cognoscitivo y psicológico; lo que implicará el refinamiento del propio conocer del yo empírico y el drenaje de los lastres de psiquismo. Esta manera de entender y modular la práctica se configurará como el polo atractor y ordenador del mindfulness.

En un registro muy diferente -como ya hemos introducido en la entrada anterior- atender la práctica desde una perspectiva tradicional supondrá básicamente quedar abierto al encuentro con la presencia del Ser y su Misterio; lo que responderá a la dimensión ontológica apuntada….

En los términos propios de la metafísica occidental estaríamos ante la práctica de la contemplatio; en realidad un modo de oratio. La llamada oración sin objeto de la mística especulativa cristiana; una invocación silente a la que no se ponen condiciones –el simplemente sentarse del zazen-… Bien lejos de lo dicho el mindfulness condicionaría la propia práctica y la atención a lo que se brinda en la misma desde su deseo de capacitar al hombre para una experiencia de vida más intensa y satisfactoria. Su objeto será alcanzar una mejor calidad de vida del yo empírico. En un sentido bien distinto la práctica tradicional responderá a esa apertura incondicional a lo que emerge en la práctica; lo que exigirá un temple específico.

Un matiz más que diferencia ambos modos de entender la práctica.. En la perspectiva tradicional la vía, el itinerario que se abre, no podrá reducirse a la propia práctica. Este exigirá de otros upaya o recursos como puedan ser ciertos entornos rituales y simbólicos, ciertos entornos de práctica –con sus maestros y guías específicos- y ciertas sabidurías que sirvan el mapa del proceso que se abre y que, como vengo indicando, transciende la mera realización y satisfacción de posibilidades individuales. La intimidad con tales sabidurías, con el maestro o con ciertos entornos rituales y referentes simbólicos, servirá de orientación a una práctica que no estará exenta de peligros a partir de su capacidad de percutir el estado del alma y de relativizar el yo empírico deshaciendo y rehaciendo la conciencia que el propio yo tiene de sí.

El mindfulness, en tanto engarce de estas prácticas en la mentalidad moderna, desestructura el panorama descrito. La figura del maestro la desdibuja aunque no por ello deja de recurrir a los maestros en tanto especialistas de los que se necesita. Adviértase que la profundización en la práctica, aunque sometida a la búsqueda de rendimientos,  no podrá nunca prescindir de algún género de facilitador o especialista. En relación a los saberes especulativos que orientaban sobre las posibilidades de la práctica y sobre el mapa de las potencias y facultades del alma los dejará de lado o los considerará curiosidades de otro tiempo. De este modo desconocerá el valor de esos saberes teóricos que, nítidamente, apuntan a profundizar en esa apertura al Misterio del Ser cartografíando el viaje del alma. Finalmente, las referencias rituales las considerará mero folklore desconociendo las influencias a las que abren y los estados que facilitan.

Podría decirse que la tendencia abierta por el mindfulness será la de la reducción de la vía a la propia práctica –y así será en cierto sentido- pero como ya he indicado en la entrada anterior esto solo es una apariencia ya que, en realidad, sucede justo lo contrario: la limitación activa de las posibilidades servidas por la propia práctica y la subordinación de la misma a una determinada intencionalidad y programática previa. En realidad, es la práctica tradicional donde se atiende a la radicalidad que la práctica brinda.

(2)

A modo de recapitulación y síntesis podríamos decir que entender la práctica de un modo secularizado atiende a la realización de ciertos estados mentales con el fin de servir una experiencia vital más intensa, a cierto control mental capaz de gestionar más soberanamente las emociones y a cierto dominio de sí que la propia práctica se encargará de promover. Como vengo diciendo este afinamiento del yo empírico -de su capacidad de conocer y de tomar conciencia para alcanzar una vida más intensa y plena- pasará a convertirse en el objetivo y finalidad de la práctica. La apertura al Misterio del Ser que también se promueve solo será considerada en la medida en que afine, fortalezca o nutra el yo empírico.

Esta y no otra será la perspectiva propia de un abordaje puramente utilitario de la práctica que, necesariamente, será el que acoja la mentalidad moderna. Por eso no cabe hablar de un buen y un mal mindfulness, ni tampoco de un mindfulness serio que se contrapondría a las demencias del Mc. Mindfulness. Soy consciente de que hay personas serias que se mueven en el entorno del mindfulness; y no me parece mal ya que estar presente en ciertas fracturas es algo bien importante. Ahora bien, lo que definirá el mindfulness es precisamente ese deslizamiento y esa fractura, esto es, la toma en consideración de ciertas técnicas de concentración y recogimiento desde  una mentalidad utilitaria, centrada en el yo empírico y en la realización de las posibilidades individuales de la existencia. No cabe entenderlo de otro modo. La del mindfulness no es una denominación neutral ni un mero envasado actualizado que facilite la presentación de ciertos asuntos. Más bien es la senda abierta a la apropiación desde la mentalidad moderna de estas prácticas. Una vez abierta y nítidamente señalada de esta programática solo cabe esperar su propio proceso de refinamiento hacia formas cada más elaboradas.

Este modo de apropiación de la práctica da cuenta de una determinada inercia histórica y deja constancia de algo que está en perfecta sintonía con el temple básico del tiempo presente y de la cultura dominante. Un tiempo que según Heidegger estaría caracterizado por la voracidad técnica, la permanente búsqueda de rendimientos y el olvido del Ser que todo eso supone. Para Heidegger quedar abierto a la simple presencia de las cosas que son será algo decisivo para el existir del hombre y su plenitud. La consecuencia fundamental de este olvido del Ser sería que las relaciones entre el hombre y las cosas quedarían cifradas, exclusivamente, desde la asignación de rendimientos a “los seres” y desde criterios de utilidad; y no desde la contemplación de su mera presencia. Tal sería el olvido del Ser y su consecuencia: el primado de una mentalidad técnica, tecno-operatoria y utilitaria como horizonte exclusivo de lo humano. En esta estela utilitaria arraigaría el concepto del mindfulness.

Reorientar o modular la práctica a partir del descarte de esa profundización radical en el Misterio del Ser para entenderla desde el cultivo de la propia intensidad existencial y la atención a lo mundano es algo de lo que advierten las diversas tradiciones considerándolo una desviación. Me viene a la cabeza el inicio del libro de Philippe Kapleau sobre el Zen y su práctica[1] reseñando la advertencia tradicional –esto es algo que se sabe desde siempre- a quienes se acercan a la práctica solo con el fin de obtener determinados rendimientos psicoanímicos. Guenon indica que esta desviación supondrá dejar de lado esa perspectiva de transcendencia e incondicionalidad, estrictamente metafísica, para atender a lo cosmológico, es decir, al horizonte de lo mundano y a la expansión de la capacidad de vida en el libérrimo experienciar de la diversidad del mundo. Así, los órdenes de experiencia que emerjan lo único que pondrían de manifiesto es la maximización de la capacidad adaptativa del hombre en la ganancia de modos de plenitud existencial que el común de los mortales suele desconocer. En tal sentido dirá Guenon que esta desviación, de tipo cosmista y mundano, supondría una expansión de lo humano puramente horizontal centrada en las posibilidades individuales del estado humano al encuentro de la diversidad del mundo. La perspectiva puramente metafísica introducirá una expansión vertical referida a la asimilación con estados que transcenderían lo puramente humano –en términos cristianos se hablaría de una divinización de lo humano en Cristo-.

Al hilo de lo dicho un importante matiz. En la pasada entrada introduje estos métodos operativos desde su dimensión ontológica, cognoscitiva y psicológica. La práctica queda explicada desde su equilibrio por eso la apertura incondicional a la misma supone sincrónicamente una determinada expansión horizontal y una apertura vertical. Estas perspectivas no quedan en modo alguno confrontadas. Análogamente, lo estrictamente metafísico introduce la plenitud de lo cosmológico en la manifestación de la armonía y la belleza de la unicidad del cosmos. Si me he referido al carácter cosmista y mundano del mindfulness no es por que quede caracterizado desde la atención a lo cosmológico de tal suerte que la práctica tradicional sea transcendentalista y desatendienda la esfera de lo cósmológico. La cuestión es que el mindfullnes si que encuentra su singularidad en la atención a lo mundano desde las exigencias existenciales y vitales del yo empírico y dejando de lado esa apertura vertical.

Como vengo diciendo la principal objeción que puede hacerse a la reinterpretación desde el utilitarismo de estos métodos de recogimiento y concentración será que desatienden una profundización de calado en los mismos. Prácticas como la del zazen y, en general, la práctica intensa y constante de estos métodos termina por desbordar al practicante y, sobre todo, por desbordar su yo empírico en la medida en que no solo sirven una expansión puramente horizontal de las posibilidades individuales sino también la apertura del propio ser a esa verticalidad que trasciende lo meramente humano. De ahí que las pretensiones que el yo empírico pudiera haber albergado queden transcendidas, por completo, en el brindarse del Ser y en la alquimia y transformación que promueve la práctica. Al encuentro con la misma el hombre constatará que su propio ser no depende tanto de su praxis o capacidad para la intensidad o de la realización de sus expectativas y deseos –por muy refinados que estos sean- sino de la simple y desnuda atención a ese Ser que se nos brinda y acoge. Precisamente por simple, desnuda y desinteresada tal atención terminará por ser incondicional... 

Desde tal incondicionalidad el hombre quedará perfectamente abierto a la identificación con ese Ser que se nos brinda y al ascenso por ese eje vertical que indica Guenon; lo que supondrá la inhabitación del hombre desde esa esfera de sentido que unifica lo real e instala en el Misterio del Ser más allá de toda dualidad y de toda idea de pérdida o ganancia. En esta incondicionalidad, en esa vacuidad fértil, el hombre quedará abierto a lo puramente transcendente, es decir, a lo puramente incondicional. Como se hace evidente la apertura a esta esfera de incondicionalidad y transcendencia, más allá incluso de la perspectiva del Ser, supone dejar de lado las condiciones que pone a la práctica el yo empírico y su actividad mental.

“Forma es vacio. Vacío es forma” nos dice el Sutra... Efectivamente, en el mismo vacío arraigará la plenitud de las formas. De ahí la fertilidad de la vacuidad y el grave error de entender lo ascensional y lo transcendente como algo ajeno a las formas y los fenómenos cósmicos.

En resumen, como podemos observar nos encontramos ante engarces y encajes bien diversos de una misma práctica. Uno pondrá el acento en la apertura incondicional a la mera presencia de “lo que hay”, “de lo que es”; con lo que vendría a arraigar en el simple brindarse del Ser que se nos hace presente en la pluralidad de las cosas que son y en lo que la mera atención termina manifestando. Lo dicho exigirá de un temple específico en el ánimo, un temple dispuesto y receptivo a ese encuentro con el Ser. Tal temple orientará toda su actividad a reforzar esa receptividad, esa capacidad de acogida y, también, el necesario silencio interior que queda exigido y que tendrá su aduana en dejar de lado toda retórica interna y toda representación mental. El temple inherente al mindfulness, bien diferente, acogerá un determinado umbral de silencio aunque condicionándolo desde las imágenes, las representaciones, los deseos y los prejuicios inherentes a las rentabilidades que persiga. Demasiado ruido.


(3)

En relación a todos estos beneficios la doctrina hindú de las gunas creo que nos aporta un contexto teórico preciso y enriquecedor. Las gunas indicarían las dinámicas y los horizontes en los que va encontrando raíz lo fenoménico en su propio devenir. En tal medida significan tendencias potenciales y polos ordenadores del mismo. Podríamos entenderlas como las cualidades del mundo fenoménico que ordenarían los procesos de manifestación, llegar a ser y extinción de los fenómenos y del cosmos en general.

Para ponderar la doctrina de las tres gunas debemos desplegar una mirada hacia la naturaleza y el cosmos centrada en el pensamiento analógico, en la hermenéutica y en lo que sería una comprensión general y cualitativa de los procesos naturales. Habría tres gunas. Una sería satvá que correspondería con el sentido general y permanente de la diversidad fenoménica. En términos occidentales hay quien la relaciona con el intelecto divino o lo noético –lo propio del nous-. La segunda guna sería rayas y significaría la tendencia hacia la plenitud inherente a cualquier fenómeno. Finalmente, la tercera guna, tamas, indicaría el grado de entropía, desajuste y desorden de todo fenómeno. Lo tamásico terminaría conduciendo al colapso y la extinción.

En relación al hombre de la conjugación de las gunas dependerán sus propios equilibrios y su capacidad de fruto. Lo rayásico apuntaría a la fuerza activa y a la vitalidad y expansividad del hombre que se vuelca y proyecta sobre el mundo y sus formas –esa capacidad de expansión horizontal que dijera René Guenon-. Así será hasta el punto que lo rayásico generaría, desde la propia vitalidad humana, una esfera de sentido peculiar que tomaría como referencia y centro al propio yo empírico. Esta quedaría referida a la capacidad satisfacer necesidades materiales tangibles y, también, a la consecución de una experiencia vital intensa, plena y depurada de proyecciones psíquicas, escotomas, desequilibrios, miedos o bloqueos. Así quedaría servida una experiencia del mundo regenerada, saneada y libre respecto de los típicos condicionamientos dependientes de los desequilibrios corrientes que suelen acoger los hombres pero condicionada por esa programática utilitaria. De hecho, el conocer y el experienciar del mundo que promueve lo rayasico quedaría condicionado por esa vocación de intensidad y afirmación de la propia forma vital llevando a extremos las posibilidades de lo humano.

De cara a estas prácticas de recogimiento y concentración, lo rayásico, vendría a ordenar la práctica desde un determinado refinamiento y un saneamiento integral de la capacidad de vida deteniéndose en la dimensión cognoscitiva y psicológica de la práctica. Esta perspectiva permitiría al hombre acceder a umbrales de existencia y sabores de vida que suelen quedar fuera del umbral de existencia del hombre común lastrado por su propio psiquismo. En lo rayásico el hombre realizaría sus máximas posibilidades de expansión horizontal y de intensidad vital al encuentro de la diversidad del mundo.  En realidad, atender preferentemente a lo rayásico, desatendiendo los equilibrios entre las diversas gunas, supondrá condicionar la práctica desde determinados criterios de utilidad.

Como se hace evidente, el día a día del mindfulness se encuentra completamente alejado de lo dicho; ahora bien, atender al primado de los beneficios del yo empírico y reinterpretar la práctica desde tales beneficios solo puede tener este horizonte de significado. Como ya he indicado, la reinterpretación de estas prácticas a partir de una mentalidad moderna y utilitaria se encuentra en sus primeros compases.

En relación al hombre, lo tamásico, correspondería con las tendencias a la propia extinción, a la ignorancia, al enquistamiento y a la renuncia del propio llegar a ser en plenitud. Tanto la simple vejez como lo anímicamente tanático constelarían con tamas.

Satvá significaría las facultades humanas de identificación y acceso al sentido de todo lo real, a la esfera que integra en su propia permanencia y eternidad el universo fenoménico. De ahí que manifieste la tendencia en el hombre hacia lo puramente contemplativo y hacia la asimilación con la unidad de todo lo real. Lo satvicó animará por tanto a una entrega sin condiciones del hombre a lo transcendente y lo incondicionado. La capacidad de memoria de lo satvico supondrá para el hombre una vía abierta a la expansión vertical que transcendería la contingencia humana. De este modo, el hombre en su mismo núcleo quedaría abierto a un plano de transcendencia absoluta e incondicionada más allá de toda manifestación fenoménica e, incluso, de las propias gunas. Esta capacidad del hombre de reconocer lo satvico, su capacidad de quedar abierto a esferas que lo transcienden, arraigaría la identidad del hombre en esa esfera de transcendencia.

Todas las cuestiones planteadas desde lo satvico nada  tienen de práctico, ni quedan referidas a beneficio alguno; ni siquiera pertenecen a la esfera del yo empírico. Es precisamente en la profundización que en el propio ser va promoviendo la práctica en donde empieza a aletear la conciencia y el brindarse de lo satvico. La práctica tradicional es muy consciente de esta joya de tal suerte que la atención a lo rayasico viene a quedar subordinada desde la finalidad que brinda satvá.

El mindfulness, desde su propia coherencia interna y primando lo rayasico, no reconocerá esta dimensión de transcendencia desatendiendo su brindarse. Será Rene Guenon, inevitable la referencia del metafísico de Blois en estos asuntos, quien nos advierta de cómo la atención exclusiva a lo rayásico termina por conducir a lo tamásico ya que deja de lado el ser más profundo del hombre para primar su propia contingencia. Ese ser más profundo que, más allá de sí, supone la apertura a lo transcendente e incondicionado. Como dicen en una bella metáfora algunos maestros zen lo que irrumpe con lo satvico es el tremendo y simple reconocerse de la ola como océano…


[1] Philip Kapleau. Los tres pilares del Zen

No hay comentarios:

Publicar un comentario