jueves, 12 de septiembre de 2019

Sin perdon, Clint Eastwood: el canto luminoso de los crepuscular




Ahí va la reseña de la película “Sin perdón” dirigida por Clint Eastwood. Advierto que desvela buena parte de la trama. Me lo permito considerando que es una película muy vista y que estamos ante un clásico realizado hace ya bastantes años. Entiendo que la mayoría de los lectores conocerán y habrán visto ya “Sin perdón”. Al lector que no la haya visto le recomiendo acceder a la película sin mediación ni condicionante alguno y dejar para después la reseña.  Lo propio de las obras maestras, y este es el caso, es la diversidad de hermenéuticas y de miradas que amparan.


(1)
“Sin perdón”, como todo el cine dirigido por Eastwood, es una reflexión de calado sobre la figura del héroe. Sin aspavientos, sin idealizaciones hueras, a veces con humor y dulzura, siempre con una mirada trágica, imaginando la figura del héroe desde todos los ángulos imaginables… Desengáñese el lector; el veteado contraheroico de cierta cultura de masas, con todo su imaginario de corrección política, solo colabora a la programática sistémica de administración de la vida y a esa gran granja global que, básicamente, nos asigna rendimientos. Da igual que luzca bien en ciertos salones y ampare cierta aceptación social. La demonización e inhibición de toda pasión violenta en el hombre, como bien supo mostrarnos Kubrick en “La naranja mecánica”, exige un régimen de control y de intervención sobre la vida que, en su violencia sistémica, hace palidecer cualquier expresión violentamente humana.

“Sin perdón”. Para muchos una de sus obras maestras. Varias de sus películas merecen ese rango. “Mystic river” es una de ellas. Como decía, Eastwood, en sus películas, indaga en la figura del héroe. En “Sin perdón” nos encontramos con un antihéroe en estado puro. William Munny, un renegado de su propia condición; alguien que se sabe elemental y endurecido, alguien que es consciente de la gran mentira que está detrás de la admirada figura del pistolero de leyenda que se ha abierto paso en una sociedad sin vigencia alguna de la ley. Sabe que un pistolero no es ningún héroe. Es solo alguien con suerte en los lances y alguien feroz al que le da igual matar de cualquier modo y sin pestañear aprovechando o promoviendo una situación de ventaja. En “Sin perdón” desfilarán varios pistoleros de leyenda y todos serán deconstruidos y desguazados sin piedad, incluido el propio Munny. El primero de ellos el Duque, un gentleman ingles que aparenta ser un pistolero de antaño entre lo dandy, lo feroz y lo justiciero. En el Duque, un diseño de consumo ofrecido como icono a los lectores de novelas del far west, todo será una farsa.

El segundo Little Billy. En él nada será farsa y todo será como parece. Un antiguo pistolero metido a sheriff que aprovecha el cargo para aterrorizar a todo el que se acerque al pueblo y se cruce en su camino. La plebe, esa masa anónima que aplaude y hace de coro, dice admirar al hombre feroz pero solo lo teme. Little Billy suscita un miedo raíz. Es el que se atreve a matar y a dañar, el que no duda, el que está frío en un tiroteo y sabe a quien disparar, el que es capaz de matar de una paliza a cualquiera, el que se aprovecha de cualquier situación para matar, el que para seguir matando sabe ponerse del lado de la ley precaria que ya asoma. Es un pistolero de leyenda, de esos de los que la gente habla y dice admirar. Al contar sus fechorías y hazañas no miente o falsea como hace el Duque. Little Billy se cree hasta los tuétanos su propio personaje. El es la sombra y la noche, el gran matador de mirada torva al que todos temen. Su nombre es muerte.

Junto a los pistoleros está el coro anónimo. El pueblo que dice admirar a estos pistoleros de leyenda, a los más duros de entre los más duros, a los más hombres de entre los más hombres. En las tragedias griegas el coro representa al pueblo como protagonista colectivo y en “Sin perdón” el pueblo arde en deseos de ser como los pistoleros pero le tiemblan las piernas. Por eso dice admirarlos y les festeja en relatos y novelas por fascículos; festeja sus muertes, como ese público que asistía por placer a las ejecuciones públicas y que hoy en día, sencillamente, enciende el televisor. De entre el pueblo anónimo Eastwood elige a uno de sus miembros para que de forma a sus deseos de parecer un pistolero de leyenda.  Schofield Kid, de la mano de Munny, alcanzará el rango de matador y sabrá lo que supone matar a un hombre. Sabrá que la gran mayoría de esas muertes, lejos de todo duelo legendario, no son más que acciones mezquinas -y hasta groseras- que aprovechan una posición de ventaja las más de las veces buscada con algún tipo de ardid o engaño. Volveremos más adelante sobre este personaje.

Por encima de todos ellos estará William Munny, y junto a él su amigo Ned Logan. Munny es como Little Billy, otro hombre feroz, gran matador y asesino, un pistolero de leyenda de negro pasado. Con todo, el personaje no ha devorado al alma que lo acoge. En Will Munny siempre hubo algo vivo.  Esa vida la encontró en la relación con su amigo y compañero de fatigas; una relación de fidelidad mutua y de buena amistad entre ambos. Ned es el camarada, el colega, el socio, el que le salvó la vida varias veces, a quien salvó la vida varias veces, el que siempre respetó su parte del botín, a quien siempre le respetó su parte del botín, el afín que siempre estuvo ahí... Entre ambos la ferocidad encuentra límites y esos límites amparan que vea la luz la arete y lo valioso, lo valioso absoluto en el sentido que decía Wittgenstein en su conferencia sobre ética. En la amistad entre ambos emerge pues uno de los hitos de la película y, también, un modo de redención para lo humano enajenado que se resiste a naufragar en la más absoluta degradación. La amistad sincera, una variedad de amor, le ha permitido a Munny sobrevivir internamente y, también, le permitirá reconocer su gran redención cuando ésta se presente. Esta también vendrá de la mano de eros.

(2)
Hasta ahora, mayormente, nos hemos referido a hombres cobardes, a hombres que matan hombres, a hombres que se prestan a ser espectáculo para otros hombres, a hombres feroces… En “Sin perdón” la mujer será el contraespejo capaz de provocar que el escenario se mueva y de conciliar al hombre con la tierra y con la vida misma haciéndola fructificar. Munny, de un modo muy explícito y sin cortapisa alguna, presentará a su mujer como su redentora. Según el mismo, desde su intimidad compartida, su mujer le mostró la miseria en la que vivía y cómo salir de ella; tal cual. Para Munny su mujer, a partir de la complicidad física y existencial que compartieron, le inicio a la vida, a la vida de valor, a la vida que manifiesta su propia forma plena y feliz. De su mano divisó la debilidad interna del pistolero y accedió a los quilates de una madurez que hasta entonces desconocía. El pistolero de leyenda reconocerá sin complejo alguno este primado. Reconoce haber sido un asesino y reconoce que el amor le indicó una vía de salida de su malaventura, elevándolo sobre sí y descubriéndole un horizonte de vida discreto pero en un umbral intenso de ser.

Su mujer no aparece en toda la película a pesar de la intensidad de su presencia y de ser su gran alter ego espiritual, carne de su carne y alma de su alma. De ella solo sabemos el texto con el que arranca la película mientras Munny cava su tumba bajo un cielo rojizo y crepuscular.“Ella era una muchacha guapa, no sin ofertas de matrimonio. Así que a su madre se le rompió el corazón cuando decidió contraer matrimonio con William Munny, un ladrón y asesino conocido, un hombre notorio por su carácter vicioso e inmoderado. Cuando ella murió, no fue por él, como esperaba su madre, sino de viruela. Fue el año 1878. No aparecer, cualificándolo todo, dará a la mujer una relevancia ubicua y decisiva a pesar de su muerte. Su ausencia enhebra y compendia toda la escena dramática.

El relato comienza en un momento crepuscular con la vida de los protagonistas ya avanzada. Munny ha enviudado y sus grandes momentos parecen haber pasado. No lejos de la ancianidad pareciera que solo le queda observar siendo cada vez menos visto y asegurar su solaz. Con todo, los problemas económicos le acucian. Necesita asegurar la viabilidad de su pequeño rancho y la vida de sus hijos. Su situación es extrema. Mas allá de sus problemas por nada del mundo Munny volvería a la vida de pistolero por su propia iniciativa pero el destino le saldrá al paso. Ya he indicado que en “Sin perdón” son las referencias femeninas las que promueven los cambios de escenario. Will Munny sabe que en un mundo sin ley, el far west, cabe la posibilidad ideal de apelar a las pistolas y cercenar los excesos de la ferocidad. Será otra presencia femenina la que ampare que Munny vuelva a ser pistolero aunque esta vez por una causa justa. Un grupo de mujeres ofrece una cantidad importante de dinero a quien vengue a una de ellas violada y desfigurada en el rostro. Un dato importante; el acto criminal se ha producido en la jurisdicción en la que Little Billy ejerce de sheriff sin que éste se haya interesado excesivamente por el suceso.

La zafiedad y malignidad de la acción y esa urgencia económica que compromete a sus hijos justifica que Munny vuelva a coger las armas y solicite la ayuda de su antiguo compañero de fatigas. Ned vive con su mujer india que le ama y a la que ama. Su viático interior es muy similar al de Munny. Ned y Willl saldrán de nuevo con sus caballos y sus armas, pero ni uno ni otro serán ya los mismos. Son otros hombres muy diferentes a los que fueron. Ambos han experimentado un cambio profundo en su alma y saben que matar otro hombres es sucio y que, casi siempre, son los canallas quienes matan. Ambos saben que pretender hacer justicia en un mundo sin ley no es posible sin quedar manchado. Ni uno ni otro se terminan de creer su personaje de justiciero pero, al tiempo, la necesidad de justicia es intensa. Por lo demás las necesidades acucian y la empatía por las mujeres violentadas, en un mundo sin ley, aquilatará su decisión. Eastwood sabrá mostrar con delicadeza esta empatía y dejarla bien manifiesta en el relato.

Como ya indiqué en su periplo los acompañara Schofield Kid. Ese joven que sueña con ser matador se inventará un pasado de hombre con agallas para estar a su altura y ser considerado. Ellos le mirarán con escepticismo y le transmitirán distantemente que matar no es ni fácil ni admirable. Ni siquiera matar a un canalla es admirable. Ni siquiera matar a un violador lo es por mucho que su acción exija una respuesta. En los acontecimientos que se narran Munny y su amigo quedaran de nuevo confrontados con la muerte. Matar no será digerible para Ned por lo que terminará renunciando a participar en la expedición. A Ned le espera su mujer india. Su presencia, su reclamo y su referencia ética y espiritual serán demasiado poderosas como para volver a las andadas. Sabe que matar y sobrevivir, en buena medida, vincula con la mezquindad. Ned decidirá no volver a ser un matador aunque vaya a matar canallas. Munny sigue adelante. Ned se retira y vuelve a su casa. En la vuelta Ned Logan será capturado y torturado por Little Billy conocedor de la alianza de Ned y Munny con las mujeres violentadas y ofendidas. Tras matarlo su cadáver será vejado en plena calle por un coro devenido plebe.

(3)
Tras estos hechos el también dubitativo Munny estalla y el gran matador, transmutado en otra figura, irrumpe; vuelve como quien volviera de un más allá remoto. Eastwood atenderá al Misterio que se desata, al régimen de copertenencia y coimplicación existente entre la vida del alma y el mundo que habitamos y, sobre todo, al poder de un hombre fuera de sí que se ve sostenido por una determinación sobrehumana. Su estar en el mundo, su ser ahí, su dasein cambia, se eleva, y ese cambio encuentra respuesta en lo real que le circunda que pasa a favorecer su fortuna. Si la mirada de Eastwood nos ofreciera un desenlace meramente sentimental en el que el bueno vence al malo para que todos volvamos felices a nuestras casas “Sin perdón” sería una película estúpida. No es el caso. Munny no es el bueno ni así se le presenta. Vuelve para hacer justicia asumiendo un enfrentamiento desigual en el que su victoria es una quimera; vuelve desde ese más allá[1], discreto pero potente, que vislumbró junto a su mujer. Vuelve para matar con causa y sin mezquindad, aceptando un enfrentamiento en una gran inferioridad de condiciones y, por tanto, asumiendo ab initio su propia muerte; sin promover una situación de conveniencia, cara a cara, dando por bueno lo que hay y las cosas tal cual se le presenten. Vuelve unificado y limpio en la ebriedad y la certeza brindada por la dyke -diosa de la justicia- y de la mano de un dios salvaje. De ahí la estética luminosa del Munny crepuscular, fuera de sí y tomado por un poder que le transciende.

Tomado por ese dios salvaje y amparado por un estado interior que le transfigura acontecerán las escenas cumbre de la película; sin perdón se hace justicia, sin perdón porque no cabe el perdón humano ante una historia como la sucedida; sin perdón por que la vida se envenena con ciertos personajes, sin perdón por que quien profana y chapotea en lo sagrado -en este caso en la amistad y en la vida- merece la muerte, sin perdón porque alguien que queda investido como justiciero no puede ofrecer un perdón de conveniencia; un justiciero que retorna del más allá para tomar las armas en una sociedad sin ley. Munny acabará con Little Billy y su simple presencia sembrará el terror entre esa plebe que parecía admirar a su sheriff. Todo eso acontecerá en el retorno desde ese más allá en el que Munny ya se había transcendido a sí mismo. Por eso no puede permitirse picaresca ni mezquindad alguna a la hora de matar. Su propia presencia excedida asegura que lo real se ubique a su favor. La rabia le eleva, los dioses le elevan, la audacia le eleva, querer hacer justicia le eleva, su propia coherencia le eleva, su certidumbre interior le eleva… Munny queda ubicado en otro estado del ser que ya no corresponde con lo humano demasiado humano, queda del otro lado y todo vendrá a ordenarse según su fortuna. Little Billy se va a enfrentar con alguien transfigurado por la Dyke; una diosa luminosa le ha tomado y aceptado en su cortejo. La psicología homérica, que tan brillantemente muestra Dodds en “Los griegos y lo irracional”, da perfecta cuenta de un justiciero tomado por una capacidad que lo sobrepasa viéndose elevado por encima de su condición humana. Munny literalmente ha sido tomado por la diosa; su umbral de ser y su tensión espiritual rebasa la de todos los demás.

Por eso William Munny sabe que nada depende ni de él ni de su ferocidad, que su victoria solo será sostenida por lo real brindándole la buena fortuna. Es un antihéroe que se zambulle en la hiel, sabiendo que se yergue desde la hiel, para hacer justicia en una sociedad sin ley en la que solo se imponen los más feroces y los más dañinos. Es alguien crepuscular, alguien que ya queda del otro lado del tablero; de ahí su transfiguración como pistolero investido del aliento del que solo puede vencer, suceda lo que suceda, porque ya ha vencido asumiendo su propia muerte. Efectivamente, lo más decisivo que hace Will Munny es asumir su muerte aceptando un lance de incierto desenlace en el que lo previsible es su propia fatalidad. En este sentido la narrativa de Eastwood en “Sin perdón” es completamente trágica arraigando en la posibilidad de lo sobrenatural. Munny queda al amparo de un poder superior que fractura el orden convencional de lo humano y configura el destino a su favor a partir de su propia arete. Solo de lo humano desbordándose cabe esperar valor, sobresaliendo de sí, dejándose a sí mismo de lado, entregándose a un destino incierto que se acepta; valor que deja entrever una textura de ser iluminada más allá del paisaje humano al uso. Munny entregándose al destino de desafiar a Little Billy en inferioridad de condiciones rompe el nivel, fractura la norma del mundo, hace algo que no es ya propio de los pistoleros, pone el destino a su favor, irrumpe transfigurado desde un umbral de ser ajeno al convencional. Por eso es un resucitado que retorna. Su nombre es Nadie; no es un pistolero más, no es un pistolero al uso, no es un pistolero…
Estamos pues ante un héroe trágico, abocado a quedar confrontado con unas fuerzas que le superan, instalado en esa tensión constitutiva. William es Ulises en la caverna del cíclope diciendo su célebre respuesta a Polifemo. “Mi nombre es nadie”, de lo que fui nada queda ni retengo. Conoce bien su finitud y fragilidad pero su arete arraiga en la estela de ese dios salvaje que eternamente muere y resucita, su emblema es la apuesta por la justicia no ser un pistolero. Lo decisivo no será pues el triunfo. En la fides por el amigo, en la lealtad y el eros por su mujer, en renegar de ser un sucio pistolero queda abierta la posibilidad de una justicia más allá de lo humano. Ser capaz de abrir un claro en la maleza y el matorral espinoso. Por amor.

(4)
Desde luego cabe preguntarse si todo lo afirmado tiene sentido más allá de la esfera del imaginario, ¿tiene sentido considerar amparado por un poder superior a alguien que convoca la justicia en un mundo sin ley enfrentándose a un canalla en inferioridad de condiciones y apelando a un estado singular del alma?. Acaso estemos ante una elaboración puramente imaginaria... Por otro lado, también cabe ponderar los puertos y destinos a los que conducen los diversos relatos posibles que enhebremos a partir de unos sucesos dados y el ser de lo político que terminan por amparar. La cuestión abierta es qué nombra al hombre en su excelencia y qué umbral de ser -de ser ahí, de dasein- queda convocado en cada caso.

Ubicar estas cuestiones en la esfera del imaginario y en cómo nos relatamos y contamos los asuntos humanos, lejos de venir a cuestionar lo contado por Eastwood, quizá sea lo adecuado. La imaginación nos ubica en el mundo, nos instala en una clave de representación del mundo. En esa clave lo decisivo será que según nos representemos y nos narremos el mundo éste podrá desvelarnos perfiles y paisajes bien diversos. Lo real así se nos brinda, atendiendo al estado de la vida del alma; lo que desvela el régimen de copertenencia y el vínculo profundo entre el alma y la realidad que la circunda.
Los umbrales de realidad a los que el hombre accede encuentran su primer gran conjuro en el imaginario, en las imágenes de carácter previo que el alma acoge –“tener una imagen de”- y que prefiguran el mundo que el hombre habita. Estas imágenes operan como a prioris del conocer enhebrando nuestra capacidad de vida y relato. Convocando la irrupción de lo sobrenatural en “Sin perdón” apreciamos un valor absoluto que irrumpe, un valor que violenta el mundo humano pugnando por darle otra medida. La imaginación creadora como imaginatio vera. La vida del alma como sello del mundo al que se accede. La palabra como el misterio que nos dice.




[1] Análogamente al predicador de “El jinete pálido” aunque en “El jinete pálido” lleva hasta el extremo tal planteamiento. En “Sin perdón” Munny es alguien profundamente transformado que ha vislumbrado la plenitud de un más allá de lo humano demasiado humano, discreto pero potente, junto a su mujer. En “El jinete pálido” el predicador es directamente alguien perteneciente a ese más allá

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