Ahí
va la reseña de la película “Sin perdón” dirigida por Clint Eastwood. Advierto
que desvela buena parte de la trama. Me lo permito considerando que es una
película muy vista y que estamos ante un clásico realizado hace ya bastantes
años. Entiendo que la mayoría de los lectores conocerán y habrán visto ya “Sin
perdón”. Al lector que no la haya visto le recomiendo acceder a la película sin
mediación ni condicionante alguno y dejar para después la reseña. Lo propio de las obras maestras, y este es el
caso, es la diversidad de hermenéuticas y de miradas que amparan.
(1)
“Sin perdón”, como todo el cine dirigido por Eastwood,
es una reflexión de calado sobre la figura del héroe. Sin aspavientos, sin idealizaciones
hueras, a veces con humor y dulzura, siempre con una mirada trágica, imaginando
la figura del héroe desde todos los ángulos imaginables… Desengáñese el lector;
el veteado contraheroico de cierta cultura de masas, con todo su imaginario de
corrección política, solo colabora a la programática sistémica de administración
de la vida y a esa gran granja global que, básicamente, nos asigna rendimientos.
Da igual que luzca bien en ciertos salones y ampare cierta aceptación social.
La demonización e inhibición de toda pasión violenta en el hombre, como bien
supo mostrarnos Kubrick en “La naranja mecánica”, exige un régimen de control y
de intervención sobre la vida que, en su violencia sistémica, hace palidecer
cualquier expresión violentamente humana.
“Sin perdón”. Para muchos una de sus obras maestras.
Varias de sus películas merecen ese rango. “Mystic river” es una de ellas. Como
decía, Eastwood, en sus películas, indaga en la figura del héroe. En “Sin
perdón” nos encontramos con un antihéroe en estado puro. William Munny, un
renegado de su propia condición; alguien que se sabe elemental y endurecido, alguien
que es consciente de la gran mentira que está detrás de la admirada figura del
pistolero de leyenda que se ha abierto paso en una sociedad sin vigencia alguna
de la ley. Sabe que un pistolero no es ningún héroe. Es solo alguien con suerte
en los lances y alguien feroz al que le da igual matar de cualquier modo y sin
pestañear aprovechando o promoviendo una situación de ventaja. En “Sin perdón”
desfilarán varios pistoleros de leyenda y todos serán deconstruidos y desguazados
sin piedad, incluido el propio Munny. El primero de ellos el Duque, un gentleman
ingles que aparenta ser un pistolero de antaño entre lo dandy, lo feroz
y lo justiciero. En el Duque, un diseño de consumo ofrecido como icono a los lectores
de novelas del far west, todo será una farsa.
El segundo Little Billy. En él nada será farsa y todo
será como parece. Un antiguo pistolero metido a sheriff que aprovecha el cargo
para aterrorizar a todo el que se acerque al pueblo y se cruce en su camino. La
plebe, esa masa anónima que aplaude y hace de coro, dice admirar al hombre
feroz pero solo lo teme. Little Billy suscita un miedo raíz. Es el que se
atreve a matar y a dañar, el que no duda, el que está frío en un tiroteo y sabe
a quien disparar, el que es capaz de matar de una paliza a cualquiera, el que
se aprovecha de cualquier situación para matar, el que para seguir matando sabe
ponerse del lado de la ley precaria que ya asoma. Es un pistolero de leyenda,
de esos de los que la gente habla y dice admirar. Al contar sus fechorías y
hazañas no miente o falsea como hace el Duque. Little Billy se cree hasta los
tuétanos su propio personaje. El es la sombra y la noche, el gran matador de
mirada torva al que todos temen. Su nombre es muerte.
Junto a los pistoleros está el coro anónimo. El pueblo
que dice admirar a estos pistoleros de leyenda, a los más duros de entre los
más duros, a los más hombres de entre los más hombres. En las tragedias griegas
el coro representa al pueblo como protagonista colectivo y en “Sin perdón” el
pueblo arde en deseos de ser como los pistoleros pero le tiemblan las piernas. Por
eso dice admirarlos y les festeja en relatos y novelas por fascículos; festeja
sus muertes, como ese público que asistía por placer a las ejecuciones públicas
y que hoy en día, sencillamente, enciende el televisor. De entre el pueblo
anónimo Eastwood elige a uno de sus miembros para que de forma a sus deseos de
parecer un pistolero de leyenda. Schofield
Kid, de la mano de Munny, alcanzará el rango de matador y sabrá lo que supone
matar a un hombre. Sabrá que la gran mayoría de esas muertes, lejos de todo
duelo legendario, no son más que acciones mezquinas -y hasta groseras- que
aprovechan una posición de ventaja las más de las veces buscada con algún tipo
de ardid o engaño. Volveremos más adelante sobre este personaje.
Por encima de todos ellos estará William Munny, y
junto a él su amigo Ned Logan. Munny es como Little Billy, otro hombre feroz, gran
matador y asesino, un pistolero de leyenda de negro pasado. Con todo, el
personaje no ha devorado al alma que lo acoge. En Will Munny siempre hubo algo
vivo. Esa vida la encontró en la
relación con su amigo y compañero de fatigas; una relación de fidelidad mutua y
de buena amistad entre ambos. Ned es el camarada, el colega, el socio, el que
le salvó la vida varias veces, a quien salvó la vida varias veces, el que
siempre respetó su parte del botín, a quien siempre le respetó su parte del
botín, el afín que siempre estuvo ahí... Entre ambos la ferocidad encuentra
límites y esos límites amparan que vea la luz la arete y lo valioso, lo
valioso absoluto en el sentido que decía Wittgenstein en su conferencia sobre
ética. En la amistad entre ambos emerge pues uno de los hitos de la película y,
también, un modo de redención para lo humano enajenado que se resiste a
naufragar en la más absoluta degradación. La amistad sincera, una variedad de
amor, le ha permitido a Munny sobrevivir internamente y, también, le permitirá
reconocer su gran redención cuando ésta se presente. Esta también vendrá de la
mano de eros.
(2)
Hasta ahora, mayormente, nos hemos referido a hombres
cobardes, a hombres que matan hombres, a hombres que se prestan a ser
espectáculo para otros hombres, a hombres feroces… En “Sin perdón” la mujer
será el contraespejo capaz de provocar que el escenario se mueva y de conciliar
al hombre con la tierra y con la vida misma haciéndola fructificar. Munny, de
un modo muy explícito y sin cortapisa alguna, presentará a su mujer como su
redentora. Según el mismo, desde su intimidad compartida, su mujer le mostró la
miseria en la que vivía y cómo salir de ella; tal cual. Para Munny su mujer, a
partir de la complicidad física y existencial que compartieron, le inicio a la
vida, a la vida de valor, a la vida que manifiesta su propia forma plena y
feliz. De su mano divisó la debilidad interna del pistolero y accedió a los
quilates de una madurez que hasta entonces desconocía. El pistolero de leyenda
reconocerá sin complejo alguno este primado. Reconoce haber sido un asesino y
reconoce que el amor le indicó una vía de salida de su malaventura, elevándolo
sobre sí y descubriéndole un horizonte de vida discreto pero en un umbral
intenso de ser.
Su mujer no aparece en toda la película a pesar de la
intensidad de su presencia y de ser su gran alter ego espiritual,
carne de su carne y alma de su alma. De ella solo sabemos el texto con el que
arranca la película mientras Munny cava su tumba bajo un cielo rojizo y
crepuscular.“Ella era una muchacha guapa, no sin ofertas
de matrimonio. Así que a su madre se le rompió el corazón cuando decidió
contraer matrimonio con William Munny, un ladrón y asesino conocido, un hombre
notorio por su carácter vicioso e inmoderado. Cuando ella murió, no fue por él,
como esperaba su madre, sino de viruela. Fue el año 1878”. No aparecer,
cualificándolo todo, dará a la mujer una relevancia ubicua y decisiva a pesar
de su muerte. Su ausencia enhebra y compendia toda la escena dramática.
El relato comienza en un momento crepuscular con la
vida de los protagonistas ya avanzada. Munny ha enviudado y sus grandes momentos
parecen haber pasado. No lejos de la ancianidad pareciera que solo le queda
observar siendo cada vez menos visto y asegurar su solaz. Con todo, los problemas
económicos le acucian. Necesita asegurar la viabilidad de su pequeño rancho y
la vida de sus hijos. Su situación es extrema. Mas allá de sus problemas por
nada del mundo Munny volvería a la vida de pistolero por su propia iniciativa
pero el destino le saldrá al paso. Ya he indicado que en “Sin perdón” son las
referencias femeninas las que promueven los cambios de escenario. Will Munny sabe
que en un mundo sin ley, el far west, cabe la posibilidad ideal de apelar
a las pistolas y cercenar los excesos de la ferocidad. Será otra presencia
femenina la que ampare que Munny vuelva a ser pistolero aunque esta vez por una
causa justa. Un grupo de mujeres ofrece una cantidad importante de dinero a
quien vengue a una de ellas violada y desfigurada en el rostro. Un dato
importante; el acto criminal se ha producido en la jurisdicción en la que
Little Billy ejerce de sheriff sin que éste se haya interesado excesivamente por
el suceso.
La zafiedad y
malignidad de la acción y esa urgencia económica que compromete a sus hijos
justifica que Munny vuelva a coger las armas y solicite la ayuda de su antiguo
compañero de fatigas. Ned vive con su mujer india que le ama y a la que ama. Su
viático interior es muy similar al de Munny. Ned y Willl saldrán de nuevo con
sus caballos y sus armas, pero ni uno ni otro serán ya los mismos. Son otros
hombres muy diferentes a los que fueron. Ambos han experimentado un cambio profundo
en su alma y saben que matar otro hombres es sucio y que, casi siempre, son los
canallas quienes matan. Ambos saben que pretender hacer justicia en un mundo
sin ley no es posible sin quedar manchado. Ni uno ni otro se terminan de creer
su personaje de justiciero pero, al tiempo, la necesidad de justicia es intensa.
Por lo demás las necesidades acucian y la empatía por las mujeres violentadas,
en un mundo sin ley, aquilatará su decisión. Eastwood sabrá mostrar con
delicadeza esta empatía y dejarla bien manifiesta en el relato.
Como ya indiqué en su periplo los acompañara Schofield
Kid. Ese joven que sueña con ser matador se inventará un pasado de hombre con
agallas para estar a su altura y ser considerado. Ellos le mirarán con
escepticismo y le transmitirán distantemente que matar no es ni fácil ni
admirable. Ni siquiera matar a un canalla es admirable. Ni siquiera matar a un
violador lo es por mucho que su acción exija una respuesta. En los
acontecimientos que se narran Munny y su amigo quedaran de nuevo confrontados
con la muerte. Matar no será digerible para Ned por lo que terminará renunciando
a participar en la expedición. A Ned le espera su mujer india. Su presencia, su
reclamo y su referencia ética y espiritual serán demasiado poderosas como para
volver a las andadas. Sabe que matar y sobrevivir, en buena medida, vincula con
la mezquindad. Ned decidirá no volver a ser un matador aunque vaya a matar
canallas. Munny sigue adelante. Ned se retira y vuelve a su casa. En la vuelta Ned
Logan será capturado y torturado por Little Billy conocedor de la alianza de Ned
y Munny con las mujeres violentadas y ofendidas. Tras matarlo su cadáver será vejado
en plena calle por un coro devenido plebe.
(3)
Tras estos hechos el también dubitativo Munny estalla
y el gran matador, transmutado en otra figura, irrumpe; vuelve como quien
volviera de un más allá remoto. Eastwood atenderá al Misterio que se desata, al
régimen de copertenencia y coimplicación existente entre la vida del alma y el
mundo que habitamos y, sobre todo, al poder de un hombre fuera de sí que se ve
sostenido por una determinación sobrehumana. Su estar en el mundo, su ser ahí,
su dasein cambia, se eleva, y ese cambio encuentra respuesta en lo real
que le circunda que pasa a favorecer su fortuna. Si la mirada de Eastwood nos ofreciera
un desenlace meramente sentimental en el que el bueno vence al malo para que todos
volvamos felices a nuestras casas “Sin perdón” sería una película estúpida. No
es el caso. Munny no es el bueno ni así se le presenta. Vuelve para hacer
justicia asumiendo un enfrentamiento desigual en el que su victoria es una
quimera; vuelve desde ese más allá[1], discreto pero potente,
que vislumbró junto a su mujer. Vuelve para matar con causa y sin mezquindad, aceptando
un enfrentamiento en una gran inferioridad de condiciones y, por tanto,
asumiendo ab initio su propia muerte; sin promover una situación de
conveniencia, cara a cara, dando por bueno lo que hay y las cosas tal cual se le
presenten. Vuelve unificado y limpio en la ebriedad y la certeza brindada por la
dyke -diosa de la justicia- y de la mano de un dios salvaje. De ahí la
estética luminosa del Munny crepuscular, fuera de sí y tomado por un poder que
le transciende.
Tomado por ese dios salvaje y amparado por un estado
interior que le transfigura acontecerán las escenas cumbre de la película; sin
perdón se hace justicia, sin perdón porque no cabe el perdón humano ante una
historia como la sucedida; sin perdón por que la vida se envenena con ciertos
personajes, sin perdón por que quien profana y chapotea en lo sagrado -en este
caso en la amistad y en la vida- merece la muerte, sin perdón porque alguien que
queda investido como justiciero no puede ofrecer un perdón de conveniencia; un
justiciero que retorna del más allá para tomar las armas en una sociedad sin
ley. Munny acabará con Little Billy y su simple presencia sembrará el terror
entre esa plebe que parecía admirar a su sheriff. Todo eso acontecerá en el
retorno desde ese más allá en el que Munny ya se había transcendido a sí mismo.
Por eso no puede permitirse picaresca ni mezquindad alguna a la hora de matar.
Su propia presencia excedida asegura que lo real se ubique a su favor. La rabia
le eleva, los dioses le elevan, la audacia le eleva, querer hacer justicia le
eleva, su propia coherencia le eleva, su certidumbre interior le eleva… Munny queda
ubicado en otro estado del ser que ya no corresponde con lo humano demasiado
humano, queda del otro lado y todo vendrá a ordenarse según su fortuna. Little Billy
se va a enfrentar con alguien transfigurado por la Dyke; una diosa luminosa
le ha tomado y aceptado en su cortejo. La psicología homérica, que tan
brillantemente muestra Dodds en “Los griegos y lo irracional”, da perfecta
cuenta de un justiciero tomado por una capacidad que lo sobrepasa viéndose elevado
por encima de su condición humana. Munny literalmente ha sido tomado por la
diosa; su umbral de ser y su tensión espiritual rebasa la de todos los demás.
Por eso William Munny sabe que nada depende ni de él
ni de su ferocidad, que su victoria solo será sostenida por lo real brindándole
la buena fortuna. Es un antihéroe que se zambulle en la hiel, sabiendo que se
yergue desde la hiel, para hacer justicia en una sociedad sin ley en la que solo
se imponen los más feroces y los más dañinos. Es alguien crepuscular, alguien
que ya queda del otro lado del tablero; de ahí su transfiguración como pistolero
investido del aliento del que solo puede vencer, suceda lo que suceda, porque
ya ha vencido asumiendo su propia muerte. Efectivamente, lo más decisivo que
hace Will Munny es asumir su muerte aceptando un lance de incierto desenlace en
el que lo previsible es su propia fatalidad. En este sentido la narrativa de
Eastwood en “Sin perdón” es completamente trágica arraigando en la posibilidad
de lo sobrenatural. Munny queda al amparo de un poder superior que fractura el
orden convencional de lo humano y configura el destino a su favor a partir de
su propia arete. Solo de lo humano desbordándose cabe esperar valor, sobresaliendo
de sí, dejándose a sí mismo de lado, entregándose a un destino incierto que se
acepta; valor que deja entrever una textura de ser iluminada más allá del
paisaje humano al uso. Munny entregándose al destino de desafiar a Little Billy
en inferioridad de condiciones rompe el nivel, fractura la norma del mundo,
hace algo que no es ya propio de los pistoleros, pone el destino a su favor, irrumpe
transfigurado desde un umbral de ser ajeno al convencional. Por eso es un
resucitado que retorna. Su nombre es Nadie; no es un pistolero más, no es un
pistolero al uso, no es un pistolero…
Estamos pues ante un héroe trágico, abocado a quedar
confrontado con unas fuerzas que le superan, instalado en esa tensión
constitutiva. William es Ulises en la caverna del cíclope diciendo su célebre
respuesta a Polifemo. “Mi nombre es nadie”, de lo que fui nada queda ni retengo.
Conoce bien su finitud y fragilidad pero su arete arraiga en la estela
de ese dios salvaje que eternamente muere y resucita, su emblema es la apuesta
por la justicia no ser un pistolero. Lo decisivo no será pues el triunfo. En la
fides por el amigo, en la lealtad y el eros por su mujer, en
renegar de ser un sucio pistolero queda abierta la posibilidad de una justicia
más allá de lo humano. Ser capaz de abrir un claro en la maleza y el matorral
espinoso. Por amor.
(4)
Desde luego cabe preguntarse si todo lo afirmado tiene
sentido más allá de la esfera del imaginario, ¿tiene sentido considerar amparado
por un poder superior a alguien que convoca la justicia en un mundo sin ley enfrentándose
a un canalla en inferioridad de condiciones y apelando a un estado singular del
alma?. Acaso estemos ante una elaboración puramente imaginaria... Por otro lado,
también cabe ponderar los puertos y destinos a los que conducen los diversos
relatos posibles que enhebremos a partir de unos sucesos dados y el ser de lo
político que terminan por amparar. La cuestión abierta es qué nombra al hombre
en su excelencia y qué umbral de ser -de ser ahí, de dasein- queda
convocado en cada caso.
Ubicar estas cuestiones en la esfera del imaginario y
en cómo nos relatamos y contamos los asuntos humanos, lejos de venir a
cuestionar lo contado por Eastwood, quizá sea lo adecuado. La imaginación nos
ubica en el mundo, nos instala en una clave de representación del mundo. En esa
clave lo decisivo será que según nos representemos y nos narremos el mundo éste
podrá desvelarnos perfiles y paisajes bien diversos. Lo real así se nos brinda,
atendiendo al estado de la vida del alma; lo que desvela el régimen de copertenencia
y el vínculo profundo entre el alma y la realidad que la circunda.
Los umbrales de realidad a los que el hombre accede encuentran
su primer gran conjuro en el imaginario, en las imágenes de carácter previo que
el alma acoge –“tener una imagen de”- y que prefiguran el mundo que el hombre habita.
Estas imágenes operan como a prioris del conocer enhebrando nuestra capacidad
de vida y relato. Convocando la irrupción de lo sobrenatural en “Sin perdón” apreciamos
un valor absoluto que irrumpe, un valor que violenta el mundo humano pugnando
por darle otra medida. La imaginación creadora como imaginatio vera. La
vida del alma como sello del mundo al que se accede. La palabra como el
misterio que nos dice.
[1] Análogamente
al predicador de “El jinete pálido” aunque en “El jinete pálido” lleva hasta el
extremo tal planteamiento. En “Sin perdón” Munny es alguien profundamente transformado
que ha vislumbrado la plenitud de un más allá de lo humano demasiado humano,
discreto pero potente, junto a su mujer. En “El jinete pálido” el predicador es
directamente alguien perteneciente a ese más allá
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