Leer a Tolkien desde lo que se conoce como la permanente
lucha del bien con el mal me parece legítimo aunque limitado. Hay algo más que
ética y dualismo en el universo tolkeniano; hasta el punto que la ética viene a reordenarse y quedar entendida desde
ese horizonte que la rebasa. A lo dicho dedicaré la presente entrada de
Imaginatio Vera.
Lo primero que habría que preguntarse es por la condición
que tienen el bien y el mal en el corpus tolkeniano. En una cuestión tan
decisiva este artesano del imaginario se ajustará a la tradición espiritual a
la que pertenece. Del mismo modo que Chesterton
C.S Lewis o Newman, Tolkien es católico. Pertenece a esa hornada del
catolicismo inglés, culto y erudito, que nos dejara importantes referencias a
al filo del siglo XX. De ahí que su reflexión sobre el mal, no podría ser de
otro modo, encuentre su contexto en la metafísica cristianocatólica,
especialmente en la medieval. Ésta sabrá beber de la influencia helénica,
socrática y platónica. En el texto reflejaré este paralelismo entre el
imaginario tolkeniano y la metafísica medieval en las notas que iré
introduciendo. Por otro lado, su interés por las leyendas populares
precristianas, como en el caso de Lewis, no es tampoco ajena a la tradición del
cristianismo latino que acogió, cristianizándolo, buena parte del legado
imaginario precristiano europeo. Sobre tal legado diremos, en primer lugar,
que, necesariamente, acogería una determinada cultura de lo caballeresco –es lo
que traslucen nítidamente los diversos cantares de gesta-. Paralelamente a esta
cultura de lo heroico encontraremos una sensibilidad espiritual cercana a las
tradiciones de la physis[1],
las cuales entenderán la naturaleza desde la mediación simbólica -en el sentido
y los significados que ampara- y como soporte o upaya de contemplación; en realidad, ese libro abierto, dotado de
sentido espiritual, que muestra el Misterio a través de las formas naturales. En
relación a lo dicho, en Tolkien, encontraremos tanto una acentuada épica de lo heroico
como esa sensibilidad que queda abierta a la dimensión espiritual y a la
belleza de la naturaleza[2],
la vida y los cuerpos[3].
El imaginario de esta sensibilidad precristiana será
especialmente generoso a la hora de
significar entidades intermedias entre el hombre y lo divino y seres
fantásticos diversos vinculados con la tarea y la vida del hombre. Más allá de
toda superstición, desde el contexto metafísico cristianocatólico, estas
entidades expresaran un sentido unitario[4]
vinculado con el plan divino; y así habrá que entenderlas en el universo
tolkeniano. Desde la perspectiva apuntada quedará desgranada la cuestión del
dualismo y el dolor.
En el universo tolkeniano el mal no ofrece un orden
alternativo para la vida de ahí que no cabe considerarlo, en modo alguno, como un
principio que constituya lo real. Sauron no sirve ni ofrece vida alternativa
alguna[5].
La extensión de su influencia se traduce en una vida decrépita, deforme y
agostada; orcos, bosques oscuros de árboles semimuertos, una naturaleza
mortecina, hombres reducidos a la condición de bestias sometidas o predadoras,
privación del ser[6],
privación de la belleza, privación de la libertad, privación del ser en
comunidad... Sauron representa, básicamente, lo que resiste al florecer de la
vida y, en tal medida, a la vida misma. En realidad un modo de negación que,
como tal, nada afirma excepto la ignorancia del que se deja someter por su
dominio[7]. Por tanto, el mal manifestará, en
el orden del ser, la privación[8]
del horizonte de plenitud ontológica; lo que bloqueará el llegar a ser de los
seres que son. De ahí que el mal sea, en su raíz, ausencia de bien[9],
de bien ontológico, es decir, de ser en plenitud; lo que se traducirá en dolor,
insatisfacción, confusión, ignorancia y privación de la propia sustancia
–ousia-[10].
¿Cómo resiste el mal al despliegue del ser?; socavando la llamada a ser del
hombre[11],
alienando su naturaleza; una naturaleza, la humana, que exige del permanente
ejercicio de su propio llegar a ser. Efectivamente, el hombre, para Tolkien, es
un ser que estando permanentemente por hacer habita en un mundo incierto. Su
existencia –su dasein- perfila una épica ontológica.
La especial consideración de la naturaleza humana encontrará
otra singularidad corroborada también en la obra de Tolkien. Del propio estado
del hombre, del estado de su alma, dependerá la calidad de vida que le circunde
y a la que quede acogido[12].
Las diversas edades y espacios del universo tolkeniano quedaran referidas a diversos
linajes de hombres, más o menos escindidos, o a seres que, como elfos u orcos,
no serán sino espejos bien diversos de lo humano. El mundo que todos ellos
habiten –y según el estado de quien lo habite- irá revelando perfiles más o
menos plenos o alienados, más o menos bellos, más o menos vivos, más o menos
luminosos o sombríos, más o menos ásperos, más o menos agrestes, más o menos
jubilosos, más o menos enfermos…
La seducción por el poder, para Tolkien, será algo decisivo
en la advertencia de ese estado interno del alma del que depende un estado del
ser. Desde el poder se prefigura un modo de mirar, un modo de sentir y un
determinado no dejar ser a la alteridad; un ánimo que lastra y deforma el
desplegarse de la vida ajena y también propia. En el poder la alteridad queda
cosificada de acuerdo a los propios intereses y alienada en su propio ser. La mirada del poder será la inversión de la
mirada contemplativa y ebria hacia la vida de Tom Bombadil en la que nada tiene
dueño.
Desde la perspectiva del poder el hombre se desentenderá del
ideal para la vida representado por ese héroe
despreocupado, contemplativo y enamorado de la vida que representa -a diversos
niveles- el hobbit o el gran Bombadil. El contemplativo facilita el dejar ser
de las cosas y festeja su irrupción. En el poder todo se convertirá no en
motivo de contemplación y encuentro sino en objeto del que obtener
satisfacciones. Todo pasara así a quedar referido a una esfera que todo lo cosifica
y que desplaza el encuentro con la vida. En el poder todo queda deformado desde
la instrumentalización que se aplica sobre las cosas; todo queda delimitado
desde las propias necesidades que se tengan, sean éstas reales o inventadas… En
su relación con el poder se jugará el hombre decantarse por la propia vida o
por su propia adulteración. Su espíritu será lo que esté en juego...
Creo que no es casual que Tolkien se haya criado en una
sociedad que ha visto crecer exponencialmente las capacidades de control y administración
de la vida y el “poder del hombre” a partir de un progreso técnico colosal. La
cuestión es que tal orden, lo que acaso sirva, sea poco más que la cosificación
de todo lo que rodea al hombre. Considérese que, en tal orden de cosas y como
bien nos recuerda Ernst Jünger, el hombre singular –la persona- deviene objeto
y es también cosificado, quedando instalado en su propio crepúsculo a partir
del poder de intervención de un orden sistémico e impersonal que solo reconoce
su propia expansión… La metáfora de la nave, apuntada por Jünger al comienzo de
La Emboscadura, que atiende sólo a su propia y creciente velocidad...
Sobre este orden sistémico impersonal recomiendo leer las
últimas páginas de El señor de los anillos. Saruman, un aprendiz de mago negro,
se ha apoderado de la comarca. Ésta ha dejado de ser lo que era –siempre la
cuestión del ser y del llegar a ser lo que se es-. Los hobbits han pasado a
entregar sus existencias a los rendimientos y exigencias que el propio Saruman
establece. Estas quedan definidas desde la programación que queda impuesta. La
vida ha quedado cancelada y todo se ve desplazado por las proyecciones y
previsiones que sobre los cuerpos imponga ese poder. En realidad, un perfecto
retrato de las sociedades industriales y de la “movilización total” que las
caracteriza.
He indicado ya dos modos de acercamiento a la cuestión el mal. En tanto instancia que
lastra el despliegue del ser y como perspectiva que opera desde una determinada
seducción por el poder. Como vemos el existir del mal no será sino la
desviación o alteración en el llegar ser de un ser pre-existente. Análogamente
el dolor no será sino la crisis del propio ser.
En la cartografía esbozada, nada pueda existir sin algún
género de conexión con el bien[13];
tal y como nos indica la tradición platonizante y cristianomedieval incluso
considerando su mero existir degradado. Melkor es un ainur corrompido. Los caballeros
negros son hombres corrompidos. Sauron es otro aiunur corrompido y desviado de
su viático hacia la plenitud. Saruman es un maia –un ainur de rango menor-,
entre los hombres un mago que, finalmente, devino oscuro[14]…
Con todo, esta conexión singular del mal con el ser no da cuenta del sentido
del mal en el plano general de la vida. Consideremos que tal sentido deberá
apuntar al encaje y la necesaria operatividad del mal en el despliegue general ser.
Esclarecer este asunto exige convocar El Silmarillion y el importante mito de
Iluvatar, presentado como si de una cosmogonía se tratara, justo al principio
del libro. Desde la perspectiva de la expresión de la potencia creativa del
Único se tratará de alumbrar belleza, bellezas de mayor intensidad y
elaboración. Eru -Iluvatar en lengua élfica- alumbra el mundo desde sus
pensamientos y desde su propia imaginación –imaginatio dei- dejando vía libre a
determinados desdoblamientos y escisiones[15].
Las mismas solo servirían la mayor armonía musical del conjunto… En realidad todo
quedará remitido al Uno y todo compondrá una enorme belleza[16].
En el más profundo sentido nada es sino el Uno; todo será una apariencia que
remita a una armonía deslumbrante y colosal. Así será desde la perspectiva del
principio supremo. Hen kai pan –uno y todo- que dirán los románticos…
Desde el punto de vista del mundo escindido las cosas serán
diferentes. El dolor dolerá. La propia naturaleza se verá problematizada en su
emerger. En un mundo así el sentido de la existencia será esa épica del combate
por el propio ser. Respecto de la criatura el existir será el regalo recibido[17]
que abre la posibilidad de ser en plenitud. Desde la posibilidad de sentido inherente
a la existencia –en esa épica del ser- quedará justificada la existencia de un
mundo escindido que verá la luz atendiendo al necesario concurso de lo que
resiste a la vida. Desde este punto de vista la cuestión no sería por qué
existe un mundo en el que campea la escisión y el dolor sino asumir y
felicitarse por la propia vida, con sus respectivos niveles de escisión, como
vía abierta al ser[18]
y a la plenitud. Las asperezas del tránsito quedarían acogidas a tal plenitud en
tanto la necesaria aduana que la dinamiza.
En lo dicho creo que ya queda indicado el más importante
modo de acercamiento al mal. Este no será sino una apariencia[19]
en la unicidad del mundo. El mal no tendrá sustancia propia –no habrá un mal en
sí- ni textura como ser de tal suerte que en Iluvatar acontecería una
coincidentia oppositorum que concilie los contrarios y las tensiones en un
plano de ser superior; tal plano será el propio de Iluvatar; el Único en cuyos
pensamientos se brindan los seres. Las escisiones del mundo, con todo su dolor,
serán una apariencia. Ponderemos que lo que caracterice la apariencia será la
vacuidad de su ser y la remisión de su sentido a una esfera que transcienda esa
apariencia. Ese vacío será fértil a partir del sentido que alumbre…
Como vemos en Tolkien no cabe hablar de una perspectiva
dualista. Su horizonte es el del sentido y el de la Unidad de todo lo Real,
como deja bien claro en la importante cosmogonía con la que inicia el
Silmarillion. Tolkien se ajusta a la tradición a la que pertenece. Como para
los platónicos, desde su punto de vista, el mal, necesariamente, es un déficit
cognoscitivo, una perspectiva errada e ignorante. El mal existe pero no es. En
términos escolásticos no habrá sustancia propia que signifique el mal[20].
El hombre iluminado, espiritualmente realizado y en la plenitud de sus
facultades corporales y cognoscitivas, percibirá esa coincidentia oppositorum y la unicidad
de todo lo real[21].
Tolkien
es católico. Un católico culto, como Chesterton o Lewis, en el que se enhebran con
brillantez, en su genio creativo, filosofía, espiritualidad e imaginario. Creo
haber ido apuntando la intimidad de Tolkien con la metafísica medieval que recoge, desde
su propio molde, la tradición filosófica helenistica. Como se hace evidente la
cuestión del bien y del mal en Tolkien transcenderá toda lectura meramente ética
para afirmar esa épica del ser y, por tanto una ontología. De hecho la moral en
Tolkien, como en Grecia y como en la metafísica católica, quedará referida al
llegar a ser en plenitud de la propia naturaleza. ¿A partir de lo dicho cabe
considerar a Tolkien un autor católico?. La perspectiva de su obra rebasa toda
etiqueta. Tolkien nunca busco expresamente tal etiquetado aunque destiló su
fuste espiritual en su obra trabajando con el imaginario. Su obra no tiene las
referencias cristianas explícitas que, por ejemplo, la de C.S Lewis y por eso
es más universal. Por cierto, católico significa universal. Bienvenidos al
juego de los espejos. Poco sentido sería quedar confundido en ese juego. Bien
lo sabe la pequeña Alicia y el magnífico dibujo que ilustra esta breve
reflexión.
[1]
Entiendo las tradiciones de la physis como las que atienden a la naturaleza
como ese libro abierto en el que se advierten todo tipo de hierofanías y
símbolos espirituales. Desde estas tradiciones lo natural, acogido al Misterio,
pasa a convertirse en un soporte simbólico privilegiado elaborado por el
imaginario.
[2] Esta misma
sensibilidad será la expresada por la analogía entis de los escolásticos: todo
ente, simbólica o analógicamente, indica lo divino. En relación a la sintonía del
cristianismo medieval con esta sensibilidad atenta a lo natural nos dirá Tomás
de Aquino: “Dios nos ha dado dos sagradas escrituras, el libo de la creación y
la Biblia. El primeros de estos libros contiene tantos dichos destacables como
criaturas hay pues las criaturas enseñan la vedad sin mentir, por consiguiente
sostengo con Aristóteles, que una vez al ser preguntado de quien había
aprendido tanto respondió, de las cosas pues las cosas no mienten” (Sermo in
dominica secunda in adventi Domini. Ex Epistola). De ahí que el propio Tomás
reconozca la posibilidad de una mística natural de la que dependería el posible
fuste espiritual de las tradiciones religiosas no cristianas o de determinadas
escuelas o místicos.
[3] En esta
misma línea de glorificar las formas naturales Dionisio Areopagita nos dirá: “tampoco
es verdad el famoso dicho, el mal está en la materia por que ciertamente ella
participa de orden, belleza y forma” o ”el mal tampoco está en los cuerpos, ni
siquiera el cuerpo es causa del mal para el alma”(Los Nombres divinos 3). Sobre
la cuestión del cuerpo San Agustín (La ciudad de dios 22, 29) nos dirá “Por
medio del cuerpo que otrora llevamos, en cualquier cuerpo por entero, doquiera
volvamos los ojos de nuestro cuerpo, contemplaremos al mismo Dios con diáfana
claridad”.
[4] Con lo
dicho no prejuzgo la inexistencia de una esfera de sentido unitaria en el
paganismo precristiano.
[5] Dionisio
Areopagita. Los nombres divinos 3. “El mal en sí no es ni ser ni bien, ni
origen, ni productor de seres o bienes”.
[6] Respecto
de lo seres espirituales dotados de entendimiento nos dirá Dionisio en Los
nombres Divinos 3 : “No han sido capaces de mantener su condición privilegiada
y perdieron su mansión… el mal es en ellos una perversión , un abandono de las
cosas que les son propias, una privación, un debilitamiento”. El areopagita se
refiere a los ángeles caídos aunque, analógicamente, lo afirmado valdría para
cualquier ser espiritual por indicar la pérdida de su sustancia o ousia, es
decir, para cualquier ser con capacidad de intelección y contemplación de lo divino
(hombre incluido). En el universo tolkeniano, Sauron y Melkor son dos
equivalentes a lo que sería in ángel caído; dos ainur que se rebelan contra la
potencia creativa de lo Uno de la que, por lo demás, ellos mismos dependen. En
realidad no son más que pensamientos de lo Uno del que solo, aparentemente,
quedan desligados.
[8]
Así entenderá el mal Orígenes de Alejandría (Sobre S. Juan 2,7) y
con él los padres griegos; los cuales
hablaran del mal como steresis[8], es decir, privación del propio bien.
Aristóteles ya utilizará el término steresis en un sentido análogo.
[9] En
palabras de Tomás de Aquino: “Pues el mal no existiría si se suprimiese el orden del bien, cuya
privación es el mal; y tal orden no existiría sin Dios”. Suma contra
los gentiles 3.71. En el mismo sentido Agustín de Hipona nos dirá “Ninguna naturaleza es un mal, no siendo
este nombre sino la privación del bien”. Ciudad de Dios XI, 22
[10] “El mal no es una sustancia, porque si fuera una sustancia, sería
bueno”. Agustin de Hipona.
Confesiones. VII, 7, 11. Esta cita es de especial relevancia ya que indica
que el mal, como tal, no tiene ninguna naturaleza ni responde ni depende de
ningún tipo de esencia o sustancia. De tal modo que no existe un principio del
mal. El latin susbtantia traduce la ousia de la tradición griega
también traducida por esencia; la osuia es el ser mismo de cada cosa que es-.
La segunda parte de la cita no es de menor interés ya que indica como,
necesariamente, la esencia de todo ser, su ousia, quedaría remitida al bien
ontológico general de tal modo que toda ousia quedaría referida al sentido
unitario que el propio enhebra (más allá de toda dualidad o multiplicidad).
[11] Del
hombre o de otros seres dotados de intelecto -como elfos o hobbits- que en la
obra de Tolkien actúan como espejo del hombre. En este sentido hago notar que
las diversas edades y seres dotados de intelecto que observamos en el universo
tolkeniano componen una auténtica jerarquía ontológica unitaria. Una jerarquia
de muy diversos niveles, en la que el Uno se brinda en la multiplicidad dotándola
de un sentido general. Incluso los orcos, que serian la inversión extrema de un
ser dotado de intelecto pero que mantienen cierto conocer completamente deforme,
operan como un espejo del hombre en sus posibilidades mas groseras y enfermizas
[12] En
relación a lo dicho las exégesis del relato bíblico del génesis son bastante
claras.
[13] En
palabras de San Agustín y refiriéndose a todas las cosas. “Si fueran privadas
de todo bien no existirían”. Confesiones
VII, 12. Como podemos observar Agustín se mueve en la estela de considerar
ontológicamente buena la esencia de toda cosa o realidad existente; de tal modo
que tal esencia o sustancia sea la causa, finalidad y razón última de su
existir. Otra cosa es que ciertos existires puedan rechazar lo que por naturaleza
son y su propia plenitud; con lo que deviene una existencia enfermiza y deforme
[14] Dice
Dionisio Areopagita “El mal en cuanto tal no genera ningún ser solamente
corrompe, en la medida en que puede, la sustancia de los seres”. (Los nombres
Divinos 3).
[15] En
palabra de Agustín de Hipona“El Dios
Todopoderoso, soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras
existiera algún mal si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer
surgir el bien del mismo mal “ Enchiridion
11.3. Hago notar que la referencia al carácter bueno de Dios -o a Dios como
bien- rebasa el mero sentido ético de tal modo que hubiera un bien y un mal...
Hablar de Dios como bien nos indica un bien ontológico. El bien ontológico
apunta a la plenitud de ser de todas y cada una de los seres en el orden
divino, es decir, apela a la unidad y armonía de todo lo real en el sentido que
incorpora lo divino. En el mismo sentido Platón se refiere a la esfera que está
más allá del ser y de la que nada podemos decir salvo que todo queda acogido a
ella. El bien platónico y el bien de Agustín son el bien en la medida en que a
tal referencia -y a su capacidad de sentido- queda acogida la plenitud
ontológica de todo ser; lo que a todos conviene.
En realidad, poco más podremos decir de la transcendencia divina.
No estamos ante una definición ética de Dios. La ética queda referida a los
hombres y al modo de ordenar el llegar a ser de su propia plenitud. Dionisio
Areopagita nos indicará en Los Nombres divinos 3 como la idea de bien –el bien
sustancial- apelará a esa subsistencia divina de los seres en el bien y a cómo éste
comunica el ser a todos los seres: “Al llamar bondad a la subsistencia divina y
por que por el hecho de ser el bien, como bien sustancial, comunica la bondad a
todos los seres” o “la bondad todo lo atrae hacia sí y congrega por qué es
deidad, principio de unidad que une por que todo tiende hacia ella como su
principio, unión o meta”
[16] Dionisio
Areopagita nos dirá: “El mal en sí mismo es destructor pero es productor
mediante el bien”. Los nombres Divinos 3.
[17] En
palabras de Tomás de Aquino “pertenece a la infinita bondad de Dios permitir que haya males, y
sacar bienes de ellos” Suma teológica I q.2,a.3. En el mismo
sentido San Agustin dirá “hieres para sanar” Confesiones II 3, 4,3
[18] “Unas
cosas participan del bien plenamente, otras en cambio carecen más o menos de
él, otras participan más debidamente del bien, en otras hay un mínimo vestigio
del bien por qué si el bien no se presentara en cada cosa según su capacidad
las más divinas colmarían el lugar de las últimas” Dionisio Aeropagita. Nombres
divinos 3.
[19] Por eso
Tomas de Aquino entenderá el mal no como una ens reale sino como un ens
rationis, es decir, algo referido a la capacidad del propio entendimiento (I q
xIix, cf I, Q. u,3, De Malo, 1.3). Así la existencia de un mal, en sí, quedará
referida a un déficit o lastre del entendimiento.
[20] Cfr, nota
5
[21] “la misma
carencia del mismo (del bien) participa plenamente de Él” Dionisio Areopagita.
Los Nombres Divinos 3.
Te felicito calurosamente por el blog y este post. Permíteme que te haga una indicación. Dices que "Del mismo modo que Chesterton C.S Lewis o Newman, Tolkien es católico". Lewis era católico en tanto que anglocatólico y que la iglesia anglicana es católica además de reformada. Pero fue educado en la Iglesia de Irlanda (comunión anglicana) y tras una etapa de ateísmo regresó a esta fe. Véase la Wikipedia: "Lewis was a committed Anglican who upheld a largely orthodox Anglican theology, though in his apologetic writings, he made an effort to avoid espousing any one denomination. In his later writings, some believe that he proposed ideas such as purification of venial sins after death in purgatory (The Great Divorce and Letters to Malcolm) and mortal sin (The Screwtape Letters), which are generally considered to be Roman Catholic teachings, although they are also widely held in Anglicanism (particularly in high church Anglo-Catholic circles). Regardless, Lewis considered himself an entirely orthodox Anglican to the end of his life, reflecting that he had initially attended church only to receive communion and had been repelled by the hymns and the poor quality of the sermons. He later came to consider himself honoured by worshipping with men of faith who came in shabby clothes and work boots and who sang all the verses to all the hymns".
ResponderEliminarLa confusión es lógica si tenemos en cuenta la inclinación católica de la high church de la Iglesia de Inglaterra pero no si por católico consideramos únicamente a los miembros de la Iglesia de Roma.
Espero que esta precisión no te haya incomodado. Te animo a continuar con este valioso trabajo.
al reves; encantado por tu precisión
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