“en la cumbre todo poseía templanza”
(Vicente Alexandre)
(1)
En
el silencio y la noche se alumbra misteriosamente el Amor y éste ordena el caos
en su fuego. En los hombres, nacidos para el amor, acontece un tremendo
misterio, el de su corazón encendido iluminando la noche desde su propia
finitud. El fuego creador de los dioses latiendo en almas frágiles y cuerpos
mortales… Desde Hesiodo y los antiguos mitos este carácter dúplice de intimidad
con lo divino, arrojada a la finitud, queda reconocido como el misterio servido
por el alma del hombre. En “Historia del corazón” Aleixandre se instala en ese
misterio. Lo toca. Nos ofrece una diagrama vivo del eros en sus diversas expresiones recorriendo las diversas
estaciones del alma. Deja constancia de su carácter deslumbrantemente trágico.
También del roce y la exigencia de lo eterno. “lo misterioso, lo
maravillosamente expresado” nos dirá el poeta.
Las
cuestiones de “Historia de corazón” son, efectivamente, las grandes cuestiones
siempre candentes; cuestiones irresolubles por instalar en el misterio, tramas
de ser sin respuesta recibida que, a pesar de su mágico brío, abisman y
desnudan en el gran silencio de la ausencia. ¿Late la nada y somos su latido?. Siendo
así no debiera extrañarnos que la finitud sea lo que revele nuestra urdimbre,
una finitud capaz de manifestar sentido en la ebriedad del Amor que todo lo
eleva[1]. “Y todo ha sido subir,
lentamente ascender/lentísimamente alcanzar/casi sin darnos cuenta./Y aquí
estamos en los alto de la montaña, con cabellos/blancos y puros como la
nieve./Todo es serenidad en la cumbre. Sopla un viento/ sensible, desnudo de
olor, transparente./Y la silenciosa nieve nos rodea/augustamente nos sostiene,
mientras estrechamente/ abrazados/miramos el vasto paisaje desplegado, todo él
ante/nuestra vista./Todo el iluminado por el permanente sol que aun/alumbra
nuestras cabezas”.
Con
todo, a pesar de la ebriedad sagrada del que se sabe amparado por la pureza de
las cumbres no somos sino un “relámpago” entre dos oscuridades[2], una fogata en las “arenas
del desierto”, un estremecimiento que no manejamos, un misterio de amor que se
teje… Nuestra vida no nos pertenece; más bien somos dichos en el misterio insondable
de una larga noche. “creo amor mío realidad, mi destino/alma olorosa, espíritu
que se realiza/maravilloso misterio que lentamente se teje/hasta hacerse ya
como un cuerpo”. Creamos sentido y figura pero, desposeídos, lo creado
pertenece a ese misterio insondable.
(2)
En
los versos de “Historia de corazón” no hay rastros de esa ingenuidad naciente y
sagrada que a veces acompaña la ebriedad del poeta joven ni tampoco amargura
existencialista alguna. Se reconoce con nitidez la potencia del amor –el amor
no miente- y, al tiempo, ese misterio desasosegante en el que el amor arraiga. Se
muestra el drama de lo humano y su tragedia luminosa. Se indaga en los paisajes
del alma. Para todo ello el poeta nos propone una narrativa del corazón, un
diagrama que alcance a tocar la forma esquiva
e intensa del eros ahondando en sus
diversas figuras. Tal narrativa será atendida en los diversos apartados del
poemario. Estos apartados, a través de las figuras que muestran, irán
componiendo ese diagrama del corazón hasta alcanzar a tocar su forma. Una forma
que, necesariamente, será más que la
suma simple de las partes arrojándonos a una dimensión no dicha y no decible
pero que se hace presente a partir del propio corazón vivido y transitado. Esa
dimensión ni dicha ni decible nos remitirá a una singular vocación de transcendencia
a partir de la propia carne y corporalidad. De ahí que el diagrama amoroso esbozado
instale en el erotismo vivido de la carne para desde ahí ir desgranando la vida
del corazón. Aleixandre quedará abierto a una erótica de múltiples registros
con sus encuentros y desencuentros. Por eso su palabra le dice y nos dice. La
poesía no explica, simplemente en su palabra somos dichos. No enuncia algo de
lo que podamos informarnos, nos nombra. No hablamos pues de meras emociones –
lo emocional es la derrota del poeta- sino de la realidad a la que accedemos a
golpe de corazón. Para Aleixandre la erótica tendrá capacidad de trasladarnos a
la realidad y liberarnos de la dormición. Una realidad humana que se abre paso
franqueando la aduana de la propia oniria y dando medida del mundo.
En
Vilano, la primera sección del
poemario, los diversos pasajes del amor carnal van revelando su forma en una
carnalidad que revela el erotismo y sus devenires. Aleixandre lo muestra como
muy pocos. El amor va cincelando la carne inflamada en el roce y el susurro. El
golpe del cincel alumbra diversos lances; desde la plenitud del amor carnal en Coronación del amor a su inversión
radical en Desde la larga duda. Sus
versos no pretenden ser poesía erótica pero revelan los parajes de la carne
avasallada por el alma y sus sentires. Al final de Vilano la diversidad de
paisajes eróticos termina por indicar un horizonte de sosiego y templanza en el
que el eros se abre a su propia kenosis y desasimiento, a un vacío
sosegado que transciende el frenesí y los aires encendidos. Estas resonancias, casi
en el umbral de la mística, que aparecen ya en El último amor, estallan con claridad y entre aromas sanjuanitas, en
el soneto Sombra final que al tiempo
que cierra ejerce de contrapunto de
Vilano. “Oh noche oscura. Ya no espero nada./ La soledad no miente a mi sentido./reina
la pura sombra sosegada”. Hay un sosiego en la penumbra de lo que fue; el
silencio nos abre a un misterio inesperado. Reveladoramente en Coronación del amor también se aludirá a
ese sosiego de después del amor. El recorrido que Aleixandre nos ofrece en
Vilano por las veredas del eros resulta
soberbio, magistral. Una de las cimas de la poesía del siglo XX en lengua
castellana
En
La mirada extendida ,el segundo
apartado, se canta a la vida y su peregrinar, al encuentro con los demás, al
canto que nos nombra, al encuentro con el dolor, a la vejez como pasaje que
cristaliza la existencia en el umbral ya de quedar arrebatado por lo invisible.
Algo común viene a revelarse en la poesía, algo que expresa y libera el alma
del hombre. “Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y/alzada./Y un
cielo de poderío, completamente existente,/hace ahora con majestad el eco entero
del hombre”. Aleixandre en La mirada
extendida ubica la poética entre los quehaceres humanos. El poeta es un
heraldo, el bardo que canta lo humano abierto a la vida. Ese canto no olvida
los dolores ni como nos toca el infortunio. No por ello hay que dejar de cantar.
“Más allá de la vida canta la madre, duerme la selva.” nos dice el poeta en el
estremecedor poema El niño murió. A
todo este peregrinar canta el poeta acogiéndose a una palabra que no le
pertenece. Lo humano viene así a expresarse en una palabra que es de todos y el
poeta uno de tantos. No se trata de que el poeta elabore alambiques expresivos
ni ornamentos estilísticos. Se trata de que la gente se reconozca en su palabra
bien lejos de métricas y rimas forzadas al encuentro de la musicalidad que, de
suyo, emerge de la poética. La poesía es canto, canto del pueblo para el
pueblo.
El
diagrama continua con La realidad. El
nombre del tercer apartado es contundente. Aleixandre se ubica ante el mundo y
proclama que no cabe dejar de lado esa vieja distinción, de resonancias
platónicas, entre lo real y lo que es mera oniria o apariencia. Así comienza su
poema La realidad en la que lo real se brinda en el cuerpo y el
alma de la amada “Si detenida,/nunca con desamor,/nunca huida jamás como sueño,
nunca solo como/el deseo./En esta hora/del mediodía, blanca, preciosa, pura,
limpísima;/en esta transparente hora del día completo…/Lo mismo que podría ser
por la noche./ Porque siempre existes…Y hoy/aquí en este cuarto con sol,/con
delicado sol casi doméstico/hoy, detenido/aquí con la ventana abierta,
esperando/Pero no esperando lo que nunca llega/ Porque tu si que llegas…/… con
tu dibujo preciso/ que yo no tengo/ que trazar/ con mi sueño ”. Lo real libera
al hombre, lo real emancipa del sueño de lo corriente y del tedio, lo real
hecho carne a través del amor… En el “golpe del estar”, en un “presente
quietísimo”, instante detenido, quietud
silenciosa que es “cielo, cielo en su hondura”; a través del encuentro
detenido con la amada.
El
amor es pues el puente tendido de acceso a lo real. Una declaración ontológica
en toda regla la de Aleixandre. En la estela de los discípulos de Diotima. En
el poema “El alma”, un poema sublime sobre el calado del amor carnal nos dirá,
“amor mío, realidad, mi destino”. El cuerpo encendido y transpirando el alma en
la unión amorosa entre amante y amada. El amor carnal como puente medianero a
lo real, vía abierta (“rumbo al silencio/al silencio puro de ti”)… Y el sueño
el desamor, nos dirá el poeta[3]. “…callo cuando te
acarició/cuando te compruebo y no sueño” nos dirá el poeta.
El
diagrama erótico que nos propone el poeta también se detendrá en las diversas
etapas de la vida. No solo la madurez del cuerpo es atendida sino también la
infancia[4] y la vejez. Rememorando la
mirada infantil el poeta advierte como se prefigura el soñar y el despertar, el
sueño de lo convencional y el despertar atento a la vida; que es vida interior
y discreta, entusiasmo del instante, promesa de la infancia; la mirada a la
infancia del alma revelando el temple de la vida del hombre libre de añadidos. El
contrapunto de esta mirada a la infancia serán dos poemas tremendos dedicados a
la ancianidad[5].
El anciano es piedra cristalizada, cargada de vida, que aguarda la venida de la
noche. “Como una roca que en el torrente devastador se va/dulcemente
desmoronando/rindiéndose a un amor sonorísimo,/así, en aquel silencio, el viejo
se iba lentamente/anulando, lentamente entregando./Y yo veía el poderoso sol
lentamente morderle con/mucho amor y adormirle/para así poco a poco tomarle,
para así poquito a/poco disolverle en su luz/como una madre que suavísimamente
en/ su seno lo reinstale.”
(3)
Todo
este recorrido por el amor encuentra su culminación en el quinto apartado del
libro. Ahí constan las llegadas a término del amor, los polos atractores, los telos[6]
que ordenan y finiquitan la vida del alma; una vida que según Aleixandre es
una explosión que queda abierta al conocerse y al conocer[7]. “Yo sé que todo esto
tiene un nombre: existirse/El amor no es el estallido aunque
también exactamente lo sea./Es como una explosión que durase toda la vida/Que
arranca en el rompimiento que es conocerse y/que se abre, se abre, se colorea
como una ráfaga repentina que, trasladada en el tiempo/se alza, se alza y se
corona en el transcurrir de la vida/haciendo que una tarde sea la existencia
toda, mejordicho, que toda la existencia sea como una gran tarde,/como una
gran tarde del amor, donde toda/la luz se diría repentina, repentina en la vida
entera,/hasta colmarse en el fin, hasta cumplirse y coronarse/en la altura/ y
allí dar la luz completa”.
“Toda
la minuciosidad del alma la hemos recorrido” nos dirá el poeta. La vida habrá
sido una ofrenda de amor, un fruto[8] que cifra su ser en la
apertura que procura el amor; ”si, los años, son tu, son tu amor, existimos”,
un temple que exige permanencia y eternidad; el tiempo mismo será considerado como
el tránsito de la rama que se va doblando con los frutos alcanzados de amor
para que estos sean recogidos por una mano de misterio. En la vida el alma se
conoce y se alcanza reconociéndose en la alteridad, en el encuentro amoroso de
los cuerpos vivos, en los cuerpos que al estallar del alma quedan abiertos a la
vida, en un gran silencio.
Para
Aleixandre, ya lo indiqué, todo ese horizonte vendrá a enhebrarse desde una
dificultad constitutiva que se abisma en la pérdida y la muerte, en la ausencia
y el silencio de un Dios misterioso que no responde pero que nos arroja a este
pasaje de amor que pareciera resolverse en ese silencio que abre a todo amor y
más allá del amor. El amor, el eco de un resplandor, un silencio difícil…
La
mirada de Aleixandre no es ingenua y queda aquilatada en la luz de la madurez.
Divisa con entereza el término de la vida y el duro despertar exigido[9]. No hay pues respuesta
magnífica alguna ni tampoco fuga a una supuesta espiritualidad ornamental y
escapista. Se constata el misterio; un misterio que diciéndose eterno –el amor
exige eternidad[10]-
se acoge a la ausencia. “Entre dos oscuridades un relámpago” nos dirá el poeta,
“de la oscuridad a la oscuridad”… Un relámpago que derrama efervescencias de
alteridad, de encuentro y de amor en medio de la nada, “entre dos infinitas
oscuridades”. En esa infinitud no hay horizontes y el temblor del alma viva y
frágil se brinda como ofrenda en el caos y la penumbra. El silencio se desliza
sobre sí -solo hay silencio; solo son las arenas danzarinas de una colosal
desierto- y la vida es una fogata consciente y fugaz de amor… ¿Que mano recoge
el fruto en su declinar?, “Lento crecer de la rama, lento curvarse,
lento/extenderse; lento/al fin, allá lejos, lento doblarse/y densa rama
con/fruto tan cargada, tan rica…/hasta que otra mano, que será, la recoja,/ más
todavía que como la tierra, como amor,/ como beso.” Para Aleixandre esa
dificultad, esa dureza impuesta desde la fragilidad de lo humano, anima a una
misteriosa ascensión a lo alto de una montaña bajo un inmenso cielo.
Reconocerse en la vida es la clave de misterio; en los amores, en la
fragilidad; reconocerse como brizna de eternidad que se brinda en una noche callada.
En el poema en prosa Mientras duermes,
que pertenece a los apéndices de la obra, Aleixandre con claridad nos lo dice.
El amor revela la vida, revela sus formas y las lleva a su propia plenitud. ¿De
donde salen esas formas?. De un silencio y de una tiniebla infinita, de un caos
hesiódico que se anima en el Amor.
[1] Cfr. Ascensión del vivir
[2] Cfr. Entre dos oscuridades, un relámpago
[3] Cfr. El sueño
[4] Sobre
todo en la sección la mirada infantil
[5] A la salida del pueblo y El viejo y el sol
[6] Telos: En griego clásico finalidad.
Indica el horizonte de culminación y sentido que opera como tendencia a
realizar y como polo atractor de un proceso dado
[7] Cfr. La explosión
[8] Cfr. No queremos morir
[9] Cfr Todo es difícil
[10] Cfr. No queremos morir
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