La imaginación
no es una cuestión baladí ni ajena a la esfera de lo intelectual ya que según
imaginemos así reconoceremos el mundo. Entre nuestro imaginar y el conocer
podremos advertir una determinada representación del mundo y de sus hechos,
una imago mundi que dirían los clásicos. Esta delimitará la
textura del mundo que habitamos y los límites de nuestra conciencia. Por eso la
actividad del imaginario será algo clave para la esfera de lo cognoscitivo; en
la delimitación de las cuestiones de principio, en las praxis que
alumbramos, en el mundo que pasamos a habitar... Como se hace evidente el
imaginar podrá conducirnos a veredas y paisajes de lo más diverso; los habrá
más o menos amables con el brillo de nuestra naturaleza y los habrá que alienen nuestras capacidades o, incluso, los que sean patológicos o delirantes. De ahí la importancia de
templar un lenguaje a la altura de tales veredas y paisajes, y un método de
discernimiento respecto de una imaginación que, siempre, será creadora.
Ya Platón ponía
en relación la ordenación del propio imaginario o phantasia -de la doxa, de la
pistis, de la eikasia- con la capacidad de salida
de la caverna. No olvidemos que para el ateniense la phantasia se
localiza en un extraño paraje entre la ignorancia y el conocimiento. En tal
proceso y en tal paraje un saber sobre el imaginar se tornará decisivo.
Advierto que, por imaginar, no debe sencillamente entenderse fantasear o divagar
con el imaginario. De acuerdo a la tradición clásica la relevancia cognoscitiva
de la imaginación tiene que ver con la formalización y elaboración de las
afecciones sensoriales que recibe el cuerpo, es decir, con el discernimiento de
formas y con el conocimiento a través de imágenes. Ese discernimiento de
formas tendrá que ver con el enhebramiento y la síntesis de esas afecciones
sensoriales desde determinadas imágenes semiológicas que podamos albergar. Estas, operando como
patrones, abordarían esa tarea de elaboración de la sensibilidad con el
fin de poder conocer y reconocer formas. De esta manera reconocer
perceptivamente, por ejemplo un árbol, no dependería solo de las meras
afecciones sensibles sino de la existencia de una representación mental previa
del árbol en tanto idea e imagen. En la psicología propia de la filosofía helenística tradicional el
agente de formalización y síntesis de las afecciones sensibles sería la koyné
aisthesis –el sensorium o sentido común de la metafísica tradicional-. De
la actividad del sensorium dependería la existencia del sujeto
empírico. Consideremos que sin esa actividad de síntesis, más o menos interferida por la biografía de cada cual, no podría haber ni yo,
ni conocimiento, ni identidad alguna.
Aristóteles es quien en sus estudios de psicología enuncia la idea de la koyne aisthesis. De Aristóteles bebieron los estoicos y la tradición platónica posterior. Las grandes síntesis neoplatónicas integraron lo que ya era percibido como una misma tradición sapiencial con diversos acentos. Plotino fue más allá e hizo depender el conocimiento sensible, directamente y sin mediaciones, del conocimiento de lo inteligible o eidético, esto es, del conocimiento de los eide platónicos. Atendiendo a su criterio el conocimiento sensible sería una conocimiento inteligible borroso y poco claro interceptado por la particularidad empírica de cada cual y su bullicio. Esto supondría que la individualidad psicofísica y la propia singularidad biográfica, con su actividad, peajes y condicionamientos, velarían las potencias cognoscitivas superiores del alma. Para Plotino éstas transcenderían la esfera de la propia particularidad anímica y arraigarían en la capacidad de memoria y rememoración de la esfera de lo inteligible en el alma misma del hombre. Lo dicho, al menos en potencia, interpelaría a todo humano hasta el punto de constituir el núcleo mismo de lo humano. La rememoración de lo inteligible supondría la apertura del alma a un horizonte de totalidad y Misterio que todo lo acoge. La filosofía medieval, tanto la islámica como la cristiana, se nutrirán en estas tradiciones. Mi manera de vislumbrar los clásicos partirá de lo dicho, de una traditio que glosa, trasmite y va declinándose según contextos específicos.
Imaginatio
vera. Un imaginar que promueve la
unificación del alma, la sutura de las escisiones de la vida anímica y la
activación de las potencias cognoscitivas del alma. Esas mismas de las que dependería la salida de la caverna y el acceso a la plenitud de ser del mundo eidetico. Un imaginario que, en el
relato y lo simbólico, delimita una imagen del mundo capaz de promover la
figura de plenitud de lo humano. Ahí, el mundo es símbolo de la vida plena que
en el hombre se expresa. De ahí que esa capacidad de vida del hombre, lejos de
remitirnos a su propio psiquismo, nos remita al ser que se brinda según la
propia medida del hombre. Los diversos estados del alma corresponderán con
determinadas texturas del ser, con determinados niveles o umbrales de realidad,
mas o menos integrados. Lo real acontece así en el hombre, a partir de su misma
vida anímica; y el hombre no será sino partícipe, testigo y contemplador de lo real.
Pareciera que la identidad de lo humano quedara desfondada en esa apertura a la
vida toda, y así será. La cuestión del ser y la de la unidad de todo lo real quedarán así
convocadas interpelando al hombre en su mismo núcleo en lo que sería una esfera
de Misterio intangible con la que nada puede compararse. Lo Uno como Misterio que, en su productividad inagotable, todo lo rebasa; bien lo supo plantear Platón en el Parménides. En palabras de Plotino esa figura eternamente figurada; imaginatio dei...
Excelentes reflexiones, Juan Carlos. La idea de los arquetipos platónicos y de una vida Real fuera de nuestra caverna es algo que me convoca, y celebro leer este artículo. Espero que sigas publicando más con esta calidad y buen hacer.
ResponderEliminar- Annabella García -
Muchas gracias por sus palabras
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