miércoles, 4 de enero de 2017

Tolkien, el gran combate

Volver a Tolkien. Tal pretensión no deja de ser un lugar común. Tolkein nunca se fue y siempre esperó a la vuelta de la esquina del imaginario aguardando en ese reservorio de figuras e imágenes interiores dotadas de capacidad de sentido. En Tolkien nos encontramos con la imaginación, con esa imaginación capaz de orientar y de dejarse orientar a través de símbolos e imágenes poéticas que evocan e insinúan ese sentido que ampara y facilita la salida de la caverna y que promoverá el imaginar y la capacidad de representación y mymesis[1] de artistas y poetas. Será Aristóteles, quien en su poética, nos indique la capacidad de sentido de los dichos y narraciones de los poetas. Tales dichos, aunque no sean ciertos en su historicidad, tendrían capacidad de indicarnos la verdad, apuntando a ese sentido que nos expresa e interpela como humanos. En tal medida podría decirse que tienen su propio vínculo con el logos, con el propio proceso cognoscitivo y con la esfera de lo ontológico. Acaso convenga recordar que en griego clásico logos y mythos no se contraponen en su significado; hasta el punto de ser sinónimos en griego arcaico[2]. aunque luego especialicen sus significados. El logos significará los dichos y decires que indican la verdad expresados al modo de los filósofos; el mythos al modo de los poetas, desde sus simbólicas y sus imágenes poéticas. El propio Platón apelará al mythos y al relato en diversas partes de su obra... La verdad del mythos no será sino la expresión de lo humano como relato que compone la vida anímica y ofrece un horizonte existencial que destila y rebosa capacidad de vida, esto es, apertura al ser; al ser del hombre y al ser de las cosas que son. No en vano los mitos, junto a la propia filosofía, eran parte importante de la therapein o cuidado de sí de los clásicos.

Hablar de Tolkien necesariamente conjura la cuestión del imaginario y la cuestión del mito, y, sobre todo, la indicación de un corazón aventurero. Concebir la vida como una aventura interior, como un aventura del espíritu en la que la propia capacidad de vida es la que está en juego, nuestra capacidad de ser ahí –dasein-, en el mismo corazón de nuestro existir, llamando a la puerta del ser, de un ser que se encarna día a dia en el acaecer –ereignis- de la vida.

Al combate por la propia vida quedará dirigido el poder de las imágenes y relatos conjurados por Tolkien. Un combate que encontrará sus raíces en la capacidad de pensamiento inherente a lo narrativo y en la relevancia cognoscitiva de la actividad de la imaginación y la capacidad de representación. Tolkien desgranará su propio decantarse afirmando la vida en tales narraciones y éstas  alcanzarán la necesaria capacidad de pedagogía que exige el imaginario en un mundo que se desliza e instala en la caverna platónica. Ante relatos como los de Tolkien se tratará de dejarse alcanzar, de quedar abierto a los mismos atendiendo a la vida humana que palpita en lo relatado… No será de extrañar pues que en Tolkien encontremos una advertencia ética y estética, un modo de vida, una indicación permanente de plenitud, una constante indagación en la perseverancia en el propio ser, una llamada a la propia capacidad de vida. Lejos de toda racionalización lo decisivo ante los relatos míticos será la potencia de vida que emerge en relación a nuestra propia figura como humanos. En suma, en las veredas del mythos, sin concesión alguna a la trama narrativa, quedaremos confrontados con una pedagogía para el alma. En el contexto del corpus tolkeniano El Silmarrillion será el texto que mejor refleje la textura de los mitos y su caapcidad para donar haces de sentido. En realidad, su gran obra.

Hay en Tolkien una vía de lo heroico pero no nos equivoquemos, el héroe de Tolkien aspira  a la sencillez de la vida que se brinda en su inmediatez, su vida es la de un sencillo contemplativo y despreocupado que alegremente agradece; y ahí, abierto queda a la vida en el claro que abre en el bosque. Es el hobbit el gran arquetipo heroico tolkeniano y Frodo un aventurero que nada más que aspira a su propia sencillez e inocencia, con su pipa, su hierba, su bosque y sus prados aunque algo le anima a esos caminos inciertos de la aventura. Es un hobbit muy especial. Un hobbit de corazón aventurero. Frodo se encuentra con una exigencia: Hay que perseverar en el ser, hay que combatir por la propia naturaleza, por una plenitud que nos es entregada enajenada y arrojada al peligro y a lo incierto. El hobbit, instintivamente, sabe de las heridas profundas que tratan de cerrar las heroicas ordalías humanas; él se sabe en otro viático, en otra senda, la senda de la vida simple. Acaso Perceval sea el héroe humano más cercano al hobbit, el único que alcanza el grial desde su inocencia y simplicidad, desde su alegre vida agradecida… Perceval, como el alegre hobbit, es alguien muy ajeno a ciertas cavernas dúplices…

Aviso a navegantes. No hablamos ni de Perceval ni de los hobbits sino del vientre que nos aloja y la fibra que nos teje. Acaso al final del camino de Frodo, de Perceval y de todo hombre se encuentre la enigmática figura de Tom Bombadil; entre dos mundos, más allá del bien y del mal, ajeno al desgaste del tiempo e inmerso en la jarana perpetua –que dijera Rumi- del ser que se brinda y escancia. Bombadil está en la tierra pero en otra tierra. Su esfera es la misma pero diversa. Da testimonio de las viejas edades, de esos tiempos en que los pensamientos del Único tomaban cuerpo en una perfecta melodía y estos a su vez se hacían visibles en el mundo que así veía la luz. También da cuenta de algo más, de la permanente vigencia de lo Uno, de que solo lo Uno es… Por eso Bombadil solo juega, festeja el despliegue del ser, festeja que los dos mundos sean uno -que dijera Rumi-. Ebrio de vida el Viviente se le brinda, su copa rebosa y sus tragos son generosos… En la capacidad de juego, confiada e inocente, con que Perceval o Frodo se lanzan a la aventura, en sus mismos ojos, rebrilla la mirada de Tom Bombadil…

Como sabemos por los mitos del Silmarillion, por la propia actividad de lo Uno y para que diversas posibilidades de mundo sean, esa donación de plenitud -en la que el amigo Tom está permanentemente instalado- va quedando desgastada, se va descomponiendo, fragmentando. Ese desgaste será el tiempo, y su misterio será la gran armonía que desgrane la música colosal que lo venga a componer como nota perfecta; esa música de la que ya sabe Tom Bombadil. Efectivamente, tras esa donación originaria el tiempo va desgastando, al menos en apariencia, esa armonía divina. Algo queda confrontado al ser. Parece constatarse un alejamiento de la fuente originaria una resistencia al libre despliegue del ser. Adviene el tiempo del dolor, del ser que se estrecha en su emerger y sufre perdido en su propia tiniebla y desconcierto.

Desde tal asedio y confusión esa donación de plenitud y vida recorrerá la senda de la épica; y así mundos menos integrados podrán ver la luz. Esa plenitud, efectivamente, se brinda pero épicamente; estamos ante una potencia que debe ser realizada y actualizada. El ser exige de un llegar a ser, de un cristalizar en el existir. Afirmar la vida, combatir para salvaguardar la alegría, la belleza de los bosques, el florecer de la vida, el mundo en su ser en plenitud… Tal será el sentido de un mundo entreverado de tensiones y de decrepitud, un bello e incierto combate por la vida. Así, este llegar a ser –gygnomai- encontrará su viático desde esa épica en la que quedamos confrontados con la ignorancia y las escisiones que resisten a la vida. El escenario de confrontación nos será muy íntimo, nada en él nos será ajeno. A nuestro interior tendremos que mirar y Tom Bombadil vuelve a presentarse al final del camino. En él toma cuerpo la propia autocomprensión de todo los mundos creados, en su gran vida despreocupada, la gran vida hobbit. Toda escisión ha encontrado por fin su sutura, hasta el punto de haberse revelado como un mero juego de apariencias. Tal será el saber de lo Uno. Hay quien dice que Tom Bombadil es lo Uno, lo uno encarnado que se brinda en la parte. Los mitos nos dicen.




[1] En relación a la idea de mymesis como representación y no como mera imitación naturalista Wladyslaw Tatarkiewicz. Historia de la Estética
[2] Cfr. Felipe Martinez Marzoa. Historia de la Filosofía Antigua

1 comentario:

  1. Mas viejo que la tierra y testigo de todas las guerras, simple y enigmático, lucha cantando y bailando, omnipresente.
    Si duda reúne nuestras fantasías inconscientes del todo y la inmortalidad.

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